Cuando hablamos de aborto, saltan las alarmas y aparece el señuelo tabú de la conciencia. El aborto es un asunto contaminado a propósito por las diversas teologías de la derecha y por algunas tendencias centristas de la izquierda institucional. El objetivo último es el cuerpo de la mujer para mantenerlo cautivo en la sociedad capitalista […]
Cuando hablamos de aborto, saltan las alarmas y aparece el señuelo tabú de la conciencia. El aborto es un asunto contaminado a propósito por las diversas teologías de la derecha y por algunas tendencias centristas de la izquierda institucional. El objetivo último es el cuerpo de la mujer para mantenerlo cautivo en la sociedad capitalista en la que vivimos. Cuerpo como prisión ideológica; cuerpo propio que no pertenece a la mujer sino al sistema machista que las explota y las mantiene en un rol social y político auxiliar y secundario.
El debate, siempre abierto e inconcluso, está plagado de hojarasca de plástico, empezando por la construcción ideológica del nasciturus. Hasta un proyecto es más relevante que una realidad completa: la mujer. En tiempos no tan lejanos, ante un parto difícil a vida o muerte en que había que optar por la salvación de la madre o de la futura persona intrauterina, el galeno de turno preguntaba al padre: tu dirás, o ella o lo que algún día será. La vida de la madre dependía del pulgar de un hombre asesorado por las sotanas y las plañideras de ocasión.
Algo hemos avanzado desde entonces (siempre nos quedará Londres o la sombría clandestinidad), pero ahí siguen vigentes las ideas atávicas de que el cuerpo femenino no pertenece a su propietaria en su totalidad. Su libertad está menoscabada de raíz por un sistema opresor de valores tradicionales.
Resulta curioso observar el paralelismo entre aborto y eutanasia. Ambas batallas se dirimen en el cuerpo, reducto último de la libertad que el capitalismo no quiere abandonar a ningún precio. Libertad sin cuerpo liberado no es libertad sino formalidad intelectual escrita en papel mojado.
La conciencia es una trampa utilizada por la derecha y el clero para confundir a la razón pensante. Nada más, pero nada menos. No se esgrime la conciencia para decretar reformas laborales injustas, ni para bajar las pensiones, ni para elaborar leyes electorales antidemocráticas, ni ante los porrazos vandálicos de la policía, ni para fabricar y vender armas de guerra letales, ni para… Los casos en que no se solicita el concurso de la conciencia son innumerables. Cada vez que se saca a paseo la conciencia como argumento lo que de verdad se está diciendo es que dejemos de pensar por nosotros mismos.
El aborto, también la eutanasia, son asuntos tabú que crean conflictos artificiales en la superestructura ideológica del régimen capitalista. Es una forma sutil de someter las mentes a prejuicios vanos al servicio de la hegemonía de la clase dominante.
El cuerpo de la mujer debería ser inviolable. Se trata del bien único a considerar. Ella decide y el sistema público está en la obligación de ofrecerle la máxima atención una vez haya tomado la decisión de abortar o no. Lo demás son banderas de trapo e hipocresías de salón. Aquí se cerraría la controversia, caso similar al de la eutanasia.
Evidentemente, la clase dominante nunca dejará de ejercer presión sobre el cuerpo de las mujeres y el de todas las personas en cuestiones de aborto y eutanasia. Dominar la ideología es domesticar el cuerpo, allí donde se encuentran todas las utilidades para la explotación capitalista. Sin cuerpo no habría explotación; sin mentes libres, el espíritu crítico y la rebeldía no podrían salir a flote.
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