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A propósito de la película “Lincoln” 

Abraham Lincoln y Karl Marx 

Fuentes: Barómetro Internacional

Tengo gran interés en ver la película «Lincoln», que a la hora de escribir estas líneas no ha llegado al Uruguay. Producida y dirigida por Steven Spielberg, ganó el Globo de Oro de los críticos por mejor interpretación de un actor en una película dramática, que recayó en Daniel Day Lewis en el papel del […]

Tengo gran interés en ver la película «Lincoln», que a la hora de escribir estas líneas no ha llegado al Uruguay. Producida y dirigida por Steven Spielberg, ganó el Globo de Oro de los críticos por mejor interpretación de un actor en una película dramática, que recayó en Daniel Day Lewis en el papel del presidente estadounidense, asesinado en un teatro por un fanático esclavista el 15 de abril de 1865, al año siguiente de su reelección.

La película ha motivado un excelente artículo de Vicenç Navarro, catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Pompeu Fabra y profesor de Policy Studies and Public Policy de la John Hopkins University de Estados Unidos. El artículo se titula: «Lo que la película ‘Lincoln’ no dice sobre Lincoln». El autor destaca el papel del protagonista como garante de la unidad de EEUU tras derrotar a los confederados que aspiraban a la secesión de los estados del sur. Lincoln resalta en la historia de esa nación por haber abolido la esclavitud y otorgado libertad y ciudadanía a los descendientes de los inmigrantes de origen africano, o sea a la población negra. Se señala también la paradoja de que Lincoln figuró como uno de los fundadores del Partido Republicano, que en sus orígenes fue la antítesis del actual partido de ese nombre y de su excrecencia racista, chauvinista y regresiva, el Tea Party. Lincoln fue un ferviente defensor de los Derechos Humanos, y entre ellos la emancipación de los esclavos, que es el tema central de la película. El derecho de emancipación transformaba al esclavo en una persona libre asalariada, unida por lazos fraternales con los otros miembros de la clase trabajadora, independientemente del color de su piel. Pero hay algo más. Dice el autor, en referencia a las convicciones de Lincoln: «Sus demandas de que el esclavo dejara de serlo y de que el trabajador -tanto blanco como negro- fuera el dueño, no sólo de su trabajo, sino del producto de su trabajo, eran igualmente revolucionarias. La emancipación de la esclavitud requería que la persona fuera la dueña de su trabajo. La emancipación de la clase trabajadora significaba que la clase trabajadora fuera la dueña del producto de su trabajo. Y Lincoln demandó los dos tipos de emancipación. El segundo tipo de emancipación, sin embargo, ni siquiera se cita en la película». De ahí el título del artículo.

El autor ensaya, como explicación, el hecho de que la enseñanza formal de la historia que se imparte en escuelas y universidades de EEUU es totalmente sesgada, alejada de cualquier contaminación ideológica de tipo socialista, comunista o anarquista. Realiza la afirmación sorprendente de que la gran mayoría de los estudiantes estadounidenses, incluso de universidades prestigiosas, ignoran que la fiesta del 1º de Mayo (celebrada mundialmente como el Día Internacional de los Trabajadores) rinde homenaje a trabajadores estadounidenses que fueron ajusticiados por defender la jornada de 8 horas, lo que se trasladó luego a la lucha reivindicativa en el mundo entero. En EEUU el 1º de Mayo, además de no ser festivo, es el día de la Ley y el Orden (Law and Order Day).

Insistiendo en su idea central, el articulista señala que Lincoln, ya cuando era miembro de la Cámara Legislativa del estado de Illinois, simpatizó con las demandas socialistas del movimiento obrero, no sólo de EEUU, sino también mundial. Él consideraba que la esclavitud era el dominio máximo del capital sobre el mundo del trabajo y que las estructuras de poder de los estados sureños sustentaban un régimen económico basado en la explotación absoluta del mundo del trabajo. De ahí su concepción de que la abolición de la esclavitud significaba no sólo la liberación de la población negra sino de todo el mundo del trabajo, beneficiando también a la clase trabajadora blanca. Lincoln expresó asimismo que «el mundo del trabajo antecede al capital. El capital es el fruto del trabajo, y no hubiera existido sin el mundo del trabajo, que lo creó. El mundo del trabajo es superior al mundo del capital y merece la mayor consideración. En la situación actual el capital tiene todo el poder y hay que revertir ese desequilibrio». Anota Navarro: «Lectores de los escritos de Karl Marx, contemporáneo de Abraham Lincoln, recordarán que algunas de estas frases eran muy semejantes a las utilizadas por este analista del capitalismo en su análisis de la relación capital/trabajo bajo dicho sistema económico».

Citando un artículo de John Nichols publicado en Political Affairs del 27/11/12 y titulado «Reading Karl Marx with Abraham Lincoln. Utopian socialists, German communists and other republicans«, Navarro afirma que los escritos de Karl Marx influenciaron a Abraham Lincoln. Dichos escritos eran conocidos por grupos de intelectuales estadounidenses. Marx escribía regularmente en The New York Tribune (y por esa vía conseguía algún dinero que le ayudaba a vivir, además de la ayuda de Engels). Su director Horace Greeley se consideraba socialista y era admirador de Marx, al cual invitó a colaborar asiduamente. A su vez era amigo de Lincoln, al cual había apoyado en su carrera política. Todo indica que Lincoln era lector permanente de su diario. En el mismo colaboraban asimismo activistas alemanes que habían huido de las persecuciones en su país y que incluso lucharon más tarde con las tropas federales en la guerra civil (eran los llamados «republicanos rojos»). Con anterioridad, el propio Lincoln como congresista, representante de la ciudadanía de Springfield en el estado de Illinois, apoyó los movimientos revolucionarios que se alzaban en Europa, especialmente en Hungría, firmando documentos en su apoyo. A la vez, animó a los trabajadores de su país a organizarse y crear sus sindicatos, y continuó haciéndolo cuando fue presidente. Varios sindicatos lo nombraron miembro honorario. En una respuesta a los sindicatos de Nueva York decía: «Vosotros habéis entendido mejor que nadie que la lucha para terminar con la esclavitud es la lucha para liberar al mundo del trabajo, es decir, liberar a todos los trabajadores. La liberación de los esclavos en el sur es parte de la misma lucha por la liberación de los trabajadores en el norte».

En el período de preparación de la I Internacional de Trabajadores, Marx y Engels escribieron con entusiasmo sobre las concepciones de Lincoln y sus realizaciones. Ya constituida ésta, se resolvió enviarle un mensaje con motivo de su reelección, que fue redactado por Marx a fines de noviembre de 1864 y publicado en The Bee-Hive Newspaper, número 169, del 7 de enero de 1865. Lincoln respondió en tono cordial, agradeciendo el mensaje y valorando el apoyo del movimiento obrero mundial a sus políticas. El mensaje felicitaba al pueblo estadounidense y a su presidente por haber favorecido, al terminar con la esclavitud, la liberación de toda la clase trabajadora, no solo la estadounidense, sino con carácter mundial.

 

El mensaje de la I Internacional de Trabajadores a Lincoln, escrito por Marx

«a Abraham Lincoln, presidente de los Estados Unidos de América.

Muy señor mío:

Saludamos al pueblo americano con motivo de la reelección de Ud. por una gran mayoría.

Si bien la consigna moderada de su primera elección era la resistencia frente al poderío de los esclavistas, el triunfante grito de guerra de su reelección es: ¡muera el esclavismo!

Desde el comienzo de la titánica batalla en América, los obreros de Europa han sentido instintivamente que los destinos de su clase estaban ligados a la bandera estrellada. ¿Acaso la lucha por los territorios que dio comienzo a esta dura epopeya no debía decidir si el suelo virgen de los infinitos espacios sería ofrecido al trabajo del colono o deshonrado por el paso del capataz de esclavos?

Cuando la oligarquía de 300.000 esclavistas se atrevió por vez primera en los anales del mundo a escribir la palabra «esclavitud» en la bandera de una rebelión armada, cuando en los mismos lugares en que había nacido por primera vez, hace cerca de cien años, la idea de una gran República Democrática, en que había sido proclamada la primera Declaración de los Derechos del Hombre y se había dado el primer impulso a la revolución europea del siglo XVIII, cuando, en esos mismos lugares, la contrarrevolución se vanagloriaba con invariable perseverancia de haber acabado con las «ideas reinantes en los tiempos de la creación de la constitución precedente», declarando que «la esclavitud era una institución caritativa, la única solución, en realidad, del gran problema de las relaciones entre el capital y el trabajo», y proclamaba cínicamente el derecho de propiedad sobre el hombre «piedra angular del nuevo edificio», la clase trabajadora de Europa comprendió de golpe, ya antes de que la intercesión fanática de las clases superiores a favor de los aristócratas confederados le sirviese de siniestra advertencia, que la rebelión de los esclavistas sonaría como rebato para la cruzada general de la propiedad contra el trabajo y que los destinos de los trabajadores, sus esperanzas en el porvenir e incluso sus conquistas pasadas se ponían en tela de juicio en esa grandiosa guerra del otro lado del Atlántico. Por eso la clase obrera soportó por doquier pacientemente, las privaciones a que le había condenado la crisis del algodón, se opuso con entusiasmo a la intervención en favor del esclavismo que reclamaban enérgicamente los potentados, y en la mayoría de los países de Europa derramó su parte de sangre por la causa justa.

Mientras los trabajadores, la auténtica fuerza política del Norte, permitían a la esclavitud denigrar su propia república, mientras ante el negro, al que compraban y vendían, sin preguntar su asenso, se pavoneaban del alto privilegio que tenía el obrero blanco de poder venderse a sí mismo y de elegirse el amo, no estaban en condiciones de lograr la verdadera libertad del trabajo ni de prestar apoyo a sus hermanos europeos en la lucha por la emancipación, pero ese obstáculo en el camino del progreso ha sido barrido por la marea sangrienta de la guerra civil.

Los obreros de Europa tienen la firme convicción de que, del mismo modo que la guerra de la Independencia en América ha dado comienzo a una nueva era de la dominación de la burguesía, la guerra americana contra el esclavismo inaugurará la era de la dominación de la clase obrera. Ellos ven el presagio de esa época venidera en que a Abraham Lincoln, hijo honrado de la clase obrera, le ha tocado la misión de llevar a su país a través de los combates sin precedente por la liberación de una raza esclavizada y la transformación del régimen social.»