Sostengo que en lugar de por enfermedad nos morimos por aburrimiento, ésa es la verdadera enfermedad de fondo que provoca las otras. Aclaro que esto pasa cuando nos vamos muriendo de manera natural, no abruptamente. Supongo que la historia avanzará conforme decía Braudel con su longue durée pero en el día a día abre uno […]
Sostengo que en lugar de por enfermedad nos morimos por aburrimiento, ésa es la verdadera enfermedad de fondo que provoca las otras. Aclaro que esto pasa cuando nos vamos muriendo de manera natural, no abruptamente. Supongo que la historia avanzará conforme decía Braudel con su longue durée pero en el día a día abre uno los ojos y comprueba que los malos y los buenos de ayer y de hace siglos siguen siendo los mismos, esto ya de por sí es aburrido porque la realidad es otra: los malos son los buenos y los buenos son los malos, es un tema sometido a los vaivenes morales y éticos y a quien gane la partida de la historia.
La televisión sigue siendo la inspiración y el templo de casi el 90 por ciento de los españoles pero qué horrorosa es, salvo las excepciones de rigor. «Ahora que tengo tanto donde elegir me doy cuenta de que no tengo nada que elegir», afirmó hace casi treinta años un humorista en una viñeta. Lo dijo cuando apareció en España la TV privada, o sea, finales de los ochenta-inicios de los noventa. En este tiempo tenemos aún más canales para no elegir y la TV sigue siendo el estímulo perfecto para apagarla y leer un buen libro, como aseveró Groucho Marx ante el enfado de las compañías televisoras de su país. Pero no, no nos vamos a los buenos libros sino que aguantamos, al tiempo que visualizamos una pantalla de TV nos trasladamos al teléfono inteligente, cada uno a su bola de cristal aplanado, la dependencia de las pantallas que algunos ingenuos esclavos del éxtasis cibernético llaman democracia y poder de la gente. No, la mejor forma de someter al ciudadano es estimularle su vanidad y su tendencia centrífuga.
Almodóvar estrena su nueva película, Julieta, más propaganda feminista (que no formación), más de lo mismo, qué bueno es tener amigos y dar dinero a algunos medios y que esos medios intervengan de alguna manera en la producción y promoción de la película. El señor Almodóvar aparece en los papeles de Panamá como un eludidor de impuestos, es decir, como alguien que se lleva el dinero que podrían recibir en sus pensiones los ancianos o que podría servir de ayuda a las mujeres que tanto le gusta retratar en sus películas o a los marginados en general de los que tanto se preocupa o los estudiantes en sus becas pero determinados medios no lo «castigan» con la ignorancia, al contrario, miran para otro lado y se limitan a publicitar la película, a alabar al presunto «defraudador», algunos ni siquiera ejercen la crítica cinematográfica sino que directamente nos largan un tratamiento propio del amiguismo y del interés mercantil en que pasemos por taquilla. Algún día se estudiará el cine de Almodóvar de forma parecida a las españoladas de Franco, como símbolo de un pensamiento decadente y falsamente progresista.
Todo es tan aburrido, tan previsible, los jóvenes políticos demuestran que no son capaces de, por ahora, regenerar España, se comportan como los protagonistas emocionales de una telenovela, Iglesias le pasa la patata caliente a unos militantes que se mueven sobre la base de la nada (¿son bases o son una excusa para eludir responsabilidades?), basta con entrar en Internet y convertirse con poco esfuerzo en «base», en «círculo», lo he comprobado cuando yo mismo he sido invitado a acudir a alguno de tales círculos y no he tenido más remedio que no seguir esa dinámica para no traicionar mis posturas de izquierda y llevarlas al paroxismo pseudodemocrático. Es una burla a la democracia y a la razón si es que ambos conceptos existen. Los dirigentes de Ciudadanos, por su parte, aún afirman a estas alturas que no hay nada imposible (en un posible pacto tripartito) y el PSOE añade «a mí que me registren, la culpa la tiene Iglesias, seño». Huelen poder pero sus prejuicios infantiles les impiden coordinarse cuando el Poder será quien les diga lo que deben hacer con el poder y, si no, que se atengan a las consecuencias.
Sí, claro, soy un viejo pellejo pero eso no quita para que tenga mucha razón en lo que digo. Soy un viejo diablo aburrido de estar aburrido de contemplar cómo se quieren inventar procedimientos conductuales sin tener en cuenta a las nuevas ciencias hermenéuticas y aburrido de escuchar la misma historia de buenos y de malos, de buenas y de malas, que abrazan tanto unos como otros, dando vueltas sobre sí mismos, incapaces de sentarse a analizar sobre los fundamentos de lo nuevo, no vaya a ser que lo nuevo los obligue a despertar de un sueño necesario para conservar poder o para aspirar a tenerlo.
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