Esta recomendable novela suele ser interpretada desde las semejanzas de sus protagonistas, una vicepresidenta de gobierno a punto de ser sustituida y un manipulador ministro de interior, con Teresa Fernández de la Vega y Alfredo Pérez Rubalcaba, algo a lo que la autora da repetidamente pie; aun cuando la novela declare su explícito carácter ficticio, […]
Esta recomendable novela suele ser interpretada desde las semejanzas de sus protagonistas, una vicepresidenta de gobierno a punto de ser sustituida y un manipulador ministro de interior, con Teresa Fernández de la Vega y Alfredo Pérez Rubalcaba, algo a lo que la autora da repetidamente pie; aun cuando la novela declare su explícito carácter ficticio, los parecidos son demasiado evidentes como para obviarlos. Sin embargo, y aunque ese juego pueda centrar las miradas, el objetivo real está en otro sitio. La realidad por la que la autora se interesa, y la que aquí queda reflejada, tiene poco que ver con las tribulaciones reales de los personajes de la política nacional en los que se inspira y mucho más con el entorno en que se desenvuelven. Lo esencial aquí es la descripción del telón de fondo sobre el que se realiza la política institucional, y no la crítica a unos personajes concretos. Así, cuesta creer que la forma de pensar de estos Rubalcaba o Fernández de la Vega de novela sea similar a los reales, pero probablemente las dificultades para tomar decisiones, el marco estrecho en el que han de desenvolverse y su escasa capacidad de acción sí sean verídicas.
La novela, no obstante, no se agota en este asunto central, sino que recorre otros aspectos de lo político, a menudo pasados por alto. Los personajes en apariencia menores, como el hacker al que defiende el abogado protagonista o la mujer de la que éste siempre ha estado enamorado, esconden soluciones a dilemas éticos que la autora quiere resaltar, subrayando cómo lo político tiene que ver más con una forma de actuar, y con la visión del mundo que la soporta, que con la militancia en uno u otro partido. En segunda instancia, el texto incluye una definición psicológica de aquellos que ejecutan las acciones más sucias del juego político, intentando dar explicación desde lo personal y no desde lo ideológico, como suele ser frecuente, a cómo se acaban realizando los trabajos más obscenos sin remordimiento alguno. En tercer lugar, y aunque arranque como mera excusa argumental (el abogado hackea el ordenador de la vicepresidenta para entrar en contacto con ella), el libro contiene una descripción bastante precisa de la transparencia de nuestra intimidad, dada la sencillez con que pueden espiar nuestros actos, nuestras comunicaciones y nuestros escritos a través de los dispositivos digitales. Ordenadores y teléfonos móviles son agujeros de fácil manipulación que permiten sin demasiados problemas que terceras personas los utilicen como cámaras o grabadoras a través de las cuales conocer nuestros pasos, conversaciones y relaciones. En tanto la captación de información, (o más propiamente, el espionaje) se ha convertido en una presencia recurrente en la política (como instrumento de prevención o de chantaje) no es extraño que Gopegui quiera reparar también en la frecuencia con que el juego sucio construye las políticas que deciden las instituciones de gobierno y dirige las relaciones en el interior de los partidos.
El núcleo del libro, sin embargo, va mucho más allá de los medios que se emplean para alcanzar/ mantenerse en el poder. La imposibilidad de la política de exceder el marco que le fijan los grandes actores financieros, su reducción a meros ejecutores de políticas por estos decididas y sobre las que únicamente pueden aplicar mínimas variaciones, los encontronazos por el poder en estos ámbitos de paredes estrechas y la impotencia en la que en definitiva se mueven y los sentimientos que de ella derivan hacen de esta novela el libro que mejor refleja el espíritu del 15-M.