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Carta a Manuel Talens

Acerca del teorema de Chávez

Fuentes: Rebelión

Hola Manuel, gracias por tu excelente trabajo tan bien argumentado, publicado en Rebelión y enviado a los que tenemos la satisfacción de ser considerados tus amigos. En la confianza que me suscita tu crítica, me voy a permitir un comentario para destacar un pequeño matiz, tan despreciado o no tenido en cuenta por los pseudomarxistas. […]

Hola Manuel, gracias por tu excelente trabajo tan bien argumentado, publicado en Rebelión y enviado a los que tenemos la satisfacción de ser considerados tus amigos. En la confianza que me suscita tu crítica, me voy a permitir un comentario para destacar un pequeño matiz, tan despreciado o no tenido en cuenta por los pseudomarxistas.

Si bien es cierto que la critica que Marx realiza del capitalismo tiene una base de crítica estructural, hay un aspecto muy importante que liga la crítica a la estructura y a la superestructura de ese sistema, que tú denuncias desde una interpretación consecuente y analítica ante la ambigüedad del DRAE. Me refiero a la función histórica del Estado y de la Democracia como elemento de dominio de la clase social en el poder en una sociedad dividida en clases sociales antagónicas.

Desde la democracia griega, sobre la que se asienta la democracia burguesa actual, ya sea en su formulación republicana o en la monárquica, siempre la democracia ha sido democracia para la clase social en el poder y dictadura para los oprimidos y explotados. Marx no colgaba el Estado del cielo, sino que lo ligaba a la realidad material de las clases sociales en pugna. De ahí la importancia que Marx dio a la experiencia espontánea del pueblo parisino en la Comuna de 1871, cuya forma alternativa de ejercer el poder interpretó como democracia proletaria y que Lenin, tras la experiencia espontánea del pueblo ruso en 1905, desarrolló en su obra El Estado y la Revolución, lo cual le valió la confrontación ideológica y política con el reformismo socialdemócrata encabezado por el renegado Kautsky.

Tal vez la única crítica que se le pueda hacer a Lenin en esa obra sea esta cita que reproduzco a continuación y que, tristemente, la experiencia histórica ha confirmado como no ajustada a su concepción básica sobre el Estado y la Democracia. «Educando al Partido obrero, el marxismo educa a la vanguardia del proletariado, capaz de tomar el Poder y de conducir a todo el pueblo al socialismo, de dirigir y organizar el nuevo sistema, de ser el maestro, el dirigente, el jefe de todos los trabajadores y explotados».

No es éste el momento ni el lugar para entrar en el fondo del motivo que, dadas las limitaciones de aquel momento histórico, impulsó a Lenin a hacer dicha afirmación. Pero esa experiencia sí que debe servirnos ante los endiosados «marxistas» que quieren dirigir la lucha anticapitalista con sus consignas y a través de las instituciones burguesas, sin instrumentalizarlas revolucionariamente, sin hacer nada para que el pueblo explotado se organice como clase dominante, a semejanza de lo que fueron las formas de democracia de la Comuna y del Soviet y, en cierta medida, de las que se dieron en España bajo el franquismo con las Comisiones Obreras, que instrumentalizaron revolucionariamente el Sindicato Vertical para propiciar la organización alternativa, y asimismo en los movimientos vecinal, estudiantil e incluso militar con la UMD, surgidas desde abajo hacia arriba, en vez de la que nos impone el burgués mediante el sufragio universal cada equis años, donde el pueblo delega su responsabilidad política en la denominada clase política.

Aquella democracia de abajo hacia arriba, que permitía elegir a los delegados de forma directa y a controlarlos en todo momento, a revocarlos cuando defraudaban la confianza que se había depositado en ellos, no se desarrolló. Es más, la constitución soviética leninista fue derogada el 11 de junio de 1936 a propuesta de Stalin. Aunque siguió llamándose soviética, no lo era. El soviet no funcionaba, los trabajadores no participaban directamente en el proceso productivo y político, era el partido el que ostentaba el poder y decidía sin ningún control por parte de los trabajadores, que eran los directamente interesados. Y, ya se sabe, todo poder burocrático, por muy buenas intenciones que tenga en un principio, con el tiempo degenera en corrupción al no existir un control directo y permanente de los interesados.

La experiencia del actual proceso revolucionario venezolano es muy importante, porque en él se están adoptando medidas políticas que, desde la realidad cultural y política de ese pueblo, posibilitan la participación directa en el ejercicio del poder. Son importantísimas las medidas organizativas de participación que se están dando a través de las Misiones, la organización popular en las parroquias y, sobre todo, es de destacar que los trabajadores de fábricas nacionalizadas elijan directamente a los gerentes de las ramas de producción entre sus propios compañeros y se planteen desarrollar ese protagonismo de la clase obrera eligiendo incluso a los directores de fábrica.

Sin embargo, tal como denuncian algunos revolucionarios, preocupa que esa experiencia llegue a buen fin, dados los «cogollos» oportunistas que William Izarra denunció hace tiempo: se estaban incrustando en espacios importantes del actual poder estatal burgués para impedir el desarrollo de la forma alternativa de poder popular. Incluso entre gente aparentemente honrada en su compromiso político existe una gran confusión al defender la posibilidad de convivencia del capitalismo y el socialismo mediante el desarrollo de empresas de cogestión o cooperativas, e incluso de sociedades capitalistas anónimas actuales que acepten esa vía dual de convivencia económica.

Pascual Serrano, en un artículo recientemente publicado en Rebelión, explicaba las medidas represivas que la revolución cubana se había visto obligada a establecer ante la corrupción que se había generado tras el apoyo que en su momento dio el gobierno al pequeño capitalismo «popular» en algunos sectores cooperativos o de servicios (apoyo que fue necesario introducir tras la caída de la URSS y las graves carencias que ello acarreó en la década de los noventa al dejar de recibir ayuda de aquel país).

El estimulo al cooperativismo, a la cogestión, si no va acompañado de una formación intensa de los nuevos valores que implica el socialismo en su caminar hacia el comunismo, de una democracia directa y participativa permanente en todos los ámbitos productivos y políticos, que al mismo tiempo permita la configuración de una nueva moral basada en la solidaridad, que finalmente haga que los seres humanos nos veamos como seres sociales necesitados los unos de los otros y como parte del complejo mundo material del que formamos parte indivisible, en convivencia y solidaridad con la naturaleza, está condenado a sufrir los fracasos que creíamos imposibles en la difunta Unión Soviética. Y, dada la dinámica capitalista, lo más grave es que también nos condena a desaparecer como especie.

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