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Acuerdo Trump/Von der Leyen: una expropiación de grandes proporciones

Fuentes: Rebelión

Trump sabe que la guerra en Ucrania está perdida y su frente político-militar al borde del colapso. La Unión Europea, empezando por Alemania, se oponen radicalmente a un acuerdo que, de una u otra forma, implique una victoria para Rusia.

Asombra que asombre. Hay una rara y singularísima unanimidad, se trata un pésimo acuerdo entre los Estados Unidos y la Unión Europea. Algunos, heroicos ellos, hablan de rendición, de humillación, de traición. Hasta José Borrell lo critica ásperamente; se demuestra, una vez más, que no hay mejor remedio para recobrar lucidez que dejar el gobierno y un cargo tan gratificante como el de Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y de Seguridad. Por cierto, siempre me pareció significativo que la diplomacia de la UE llevara incorporada la seguridad y la defensa, eso que antes se llamaba ministerio de la guerra. Borrell, se puede decir sin exageración, lo ejerció con coherencia hasta el final: una diplomacia para la militarización y la guerra.

Lo que más me impresiona es la desazón, la decepción, las lágrimas de aquellos que han defendido, contra toda evidencia, la irreversible marcha de esta Unión Europea hacia un Estado Federal capaz de convertirse en un sujeto geopolítico determinante; sí, determinante, en un mundo que cambia radicalmente. Más Europa y menos Estados nacionales fue su consigna favorita. La última formulación resulta ahora enternecedora: autonomía estratégica europea. Ni más ni menos. 

La foto de Úrsula von der Layen con el emperador Donald Trump lo explica todo o casi. Se ha dicho en primera página con dolor: ¡Trump desnuda a Europa!  Así es. ¿Qué aparece tras los oropeles de la propaganda y el autobombo? Una Europa Fortaleza en proceso de militarización, que acentúa trágicamente su dependencia de unos EEUU en crisis, actora secundaria en una guerra por delegación (Ucrania mediante) de la OTAN contra Rusia. 

Una Europa cada vez más dividida entre una vieja derecha extrema y una extrema derecha empeñada en demostrar que ellos son los verdaderos interlocutores del “amo y custodio” del vínculo atlántico, defensor intransigente del Occidente verdadero. En muchos países de la Unión, la contienda electoral se dirime cada vez más entre estas dos versiones de las derechas, férreamente comprometidas con un liberalismo conservador y autoritario. A su izquierda no va quedando demasiado; hay excepciones, pero la tendencia general es la desintegración de la vieja socialdemocracia y la progresiva desaparición de la izquierda alternativa en sus varias versiones.

Esta es la Unión Europea real que rinde pleitesía a Donald Trump y que, en muchos sentidos, la explica.

La pregunta hay que hacerla: ¿cómo entender una capitulación tan denigrante? La cuestión tiene diversas aristas y exige algunas consideraciones previas. La primera, EEUU tiene un sistema de alianzas organizado por círculos concéntricos. En su centro, el Reino Unido y Australia; en un segundo nivel aparecen sus protectorados político- militares, a saber, Alemania, Japón y Corea del Sur; en un tercer nivel, Italia. 

Parece insólito, pero nunca se tiene en cuenta que estos países fueron potencias derrotadas, vencidas, ocupadas y nuclearizadas; dicho con más claridad, son países con una soberanía restringida, limitada. Sus sistemas políticos y sus clases dirigentes fueron moldeadas, reconstruidas y organizadas por los EEUU y son parte fundamental de su sistema de dominio y control global. 

En segundo lugar, lo que EEUU ha ofrecido siempre es protección a los grupos económicamente dominantes frente al enemigo externo (la URSS) y el enemigo interno (la izquierda socialista y comunista). La hegemonía norteamericana se forjó en Europa combinando sabiamente (lo diremos en lostérminos de su academia) poder duro (OTAN e intervención permanente en los Estados singularmente considerados), poder blando (cooptación sistemática de las élites económicas, políticas y culturales; apoyo a las fuerzas políticas afines y promoción del modo de vida americano, desde su casi ilimitado control de los aparatos ideológicos y los medios de comunicación), poder estructural, es decir, su capacidad para fijar las reglas globales del sistema internacional y controlar las grandes instituciones, sobre todo las económicas (FMI, BM, OMC). 

Claro está, la “Guerra Fría” en los países de la periferia de la economía- mundo capitalista, en las colonias, fue caliente casi siempre y los dispositivos de poder fueron menos sofisticados, más directos, más brutales. Vincent Bevis lo explica bien en su libro, el Método Yakarta.

La Unión Europea, a pesar de las estupideces que suele decir Donald Trump, fue desde su origen una construcción impulsada, tutelada y, en último término, guiada por las diversas Administraciones norteamericanas. Toda estructura de poder tiende a reproducirse y ganar más peso e influencia; la UE también ha cumplido ese papel, siempre entre “un quiero y no puedo”, y, a veces, un no debo. Ha habido momentos de mayor o menor autonomía pero, ésta siempre ha sido relativa, dependiendo del cuadro internacional, de la dinámica interna de la Unión y, sobre todo, de las necesidades de los EEUU. 

Hay una etapa histórica que explica con mucha precisión la dinámica de la Unión Europea actual y da muchas pistas sobre los problemas actuales; me refiero al fin de la URSS y a la desintegración del Pacto de Varsovia. Era un momento fundante. Bush padre agradeció los servicios prestados a las elites soviéticas y apostó claramente por un Nuevo Orden Internacional bajo hegemonía clara, nítida, de los EEUU. El siglo XXI sería norteamericano. 

En ese Nuevo Orden la Unión Europea y la OTAN jugarían un papel especialmente relevante; al final, se estableció una división del trabajo entre ellas, ajustadas según una estrategia que privilegiaba en cada momento el vínculo atlántico, es decir, los intereses globales de los EEUU.     

La respuesta de las clases dirigentes europeas es conocida: el Tratado de Maastricht, la rápida integración de los países del Este, la ampliación de la OTAN, y, fundamental, la unidad alemana. En esto tampoco cabe engañarse demasiado. La “vieja Europa”, decadente y con sueños de grandeza caducos, daba vida a la “nueva Europa” con los ex países socialistas como vanguardia armada, liberales, nacionalistas y aliados privilegiados de los EEUU. 

Acto inaugural, 1999: los 78 días de bombardeo de la OTAN sobre una Yugoslavia en proceso de desmembramiento definitivo; por cierto, sin el mandato del Consejo de Seguridad de las NNUU. Primakov, jefe de gobierno rusoen ese momento, tomó nota de lo que llegaba; junto con él, los dirigentes chinos comprendieron, después del bombardeo intencionado de su embajada en Belgrado, que la PAX americana inauguraba un periodo de guerras y de conflictos y, sobre todo, que no duraría mucho. Perfil bajo geopolítico y a reconstruirse, sabiendo que el factor tiempo sería clave. La historia cuenta; cada vez más.

Biden y Trump fueron dos respuestas a la crisis de la hegemonía norteamericana, siempre, no hay que olvidarlo, desde una dialéctica compleja entre la realidad interna del país y el declive imperial en un mudo que cambiaba rápidamente. Hilary Clinton era la escogida, pero, contra todo pronóstico, ganó el candidato republicano. Éste, como siempre, habló mucho, no hizo casi nada y demostró una incapacidad de gestión clamorosa; al menos no se metió en ningún conflicto e intentó, sin éxito, salirsealguno de ellos. 

Hoy sabemos que el “Rusiagate” fue una operación de inteligencia urdida por los demócratas y en alianza con eso que se ha dado en llamar “el Estado profundo”. Aún así, hizo falta una “gran coalición “de intereses y enormes recursos económicos para ganar a un Trump que denunció fraude desde el primer momento. ¿Qué política ganaba con Biden? ¿Qué América volvía? 

El viejo equipo de la Sra. Clinton había diseñado una estrategia internacional aceptable para las clases medias, con un objetivo preciso: revertir el declive, oponerse firmemente a un nuevo orden internacional sobre bases no norteamericanas. El mundo unipolar tenía que ser redefinido, ampliando su base, incorporando a la Unión Europea, dándole más protagonismo a los británicos y a un Japón que seria decisivo en el conflicto con el único competidor realmente global: China. La “trilateral” (pace Brzezininski) devenía en “Occidente colectivo”democrático y “woke”, opuesto al tradicional autoritarismo de una Eurasia en proceso de reorganización “espacio-temporal” en torno a un trípode formado por Rusia, Irán y China. 

Las elites europeas se sumaron entusiastas a esta política y establecieron una sólida alianza con una clase dirigente norteamericana con la que compartían cultura, análisis y, sobre todo, objetivos. Claro está, había que disciplinar a aliados que no acababan de entender la gravedad del momento y la necesidad de poner fin viejas políticas. 

La voladura del “Nord Stream” 1 y 2 demostró que los EEUU iban en serio y que se ponía fin (era uno de los objetivos fundamentales de la nueva estrategia) a cualquier posible alianza entre Rusia y Alemania (pace Mackinder). Algunos pensaron que era el momento para reclamar más autonomía y marcar perfil; no duró mucho y pronto la OTAN (EEUU) controló la agenda política real y término siendo la dirección efectiva de la Unión Europea. Insisto, las élites europeas compartían la estrategia de la Administración Biden: Rusia primero, después China. 

El factor tiempo era clave. Se había perdido un tiempo precioso con la Presidencia Trump y los progresos tecnológico-militares de Rusia y China eran tan relevantesque pronto podrían hacer irreversible la llegada de un Nuevo Orden Internacional Multipolar. Ucrania era la línea de demarcación y fractura. El Occidente colectivo llevaba años preparándose para la batalla decisiva: crear las condiciones para obligar a Rusia a escoger entre la guerra o la derrota estratégica. El objetivo era cambio de régimen y desintegración de la Rusia de Putin.

Las cosas no salieron como se esperaba. Rusia no colapsó y, corriendo riesgos muy serios, se reconstruyó política, económica, financiera y técnico-militarmente. Ucrania, a pesar de los ingentes recursos humanos y materiales aportados por el Occidente colectivo, pasó pronto a posiciones defensivas; la guerra de desgaste y el arte operativo ruso fueron erosionando sus capacidades militares, sus reservas estratégicas y resquebrajando los fundamentos de un régimen político construido (Maidan-2014) para enfrentarse a Rusia como Estado y, también, como civilización. Hubo un dato absolutamente revelador: 

El Sur global, votara lo que votara en la Asamblea general de la ONU, entendió desde el principio que el conflicto ucraniano formaba parte de una estrategia del Occidente colectivo para para defender su “Orden“, sus “reglas“ y sus ”privilegios”. No hablar demasiado y aprovecharse (ganar autonomía) de las oportunidades de un mundo que marchaba hacia la multipolaridad.

Cuando Trump se sentó con doña Úrsula von der Layen en su campo de golf, lugar “exquisitamente neutral”, teníamás que ganada la partida: diez países, entre ellos Alemania e Italia, habían dicho que estaban de acuerdo con las condiciones impuestas por el jefe. Todo menos una crisis con los EEUU ahora. Si de algo sabe Trump, al fin y al cabo “señor del ladrillo”, es negociar. Esta vez no hizo falta chantajear y ni amenazar, rendición completa. Lo acordado es conocido: aranceles del 15% para los productos de la UE; acero y aluminio al 50%. Compra de combustibles fósiles por valor de 750.000 millones de dólares en tres años e inversiones, sobre todo en armas, por un importe de 600.000 millones. 

Se trata de un acuerdo-marco que obliga a negociar y poner negro sobre blanco un conjunto de medidas y de instrumentos económicos y diplomáticos de dimensiones relevantes. Lo firmó un jefe de Estado y una Presidenta de la Comisión que actuó como si ella fuese su equivalente; no era el caso. Es más, dudo mucho que tuviera las competencias jurídico-políticas necesarias para llegar a un pacto de este nivel. 

El acuerdo, insisto, con números, plazos e instrumentos financieros debe pasar por el Parlamento y, sobre todo, por el Consejo. De lo convenido a lo que se apruebe definitivamente, queda mucho. Sobre todo, porque hay un problema de factibilidad: lo estipulado tiene tales consecuencias técnico- productivas, de gestión y de implementación que hay muchas dudas de que sea viable. 

Lo acordado hay que relacionarlo con dos cumbres casi simultaneas: la de la Haya y la de la UE y China. En la primera, los EEUU consiguieron todo lo quisieron y más. Rearme general, compra masiva de armas y, es la otra cara, la aceptación de que no habría un complejo militar e industrial unificado europeo. La clave está en la letra pequeña: los Estados se financiarán y, sobre todo, se endeudarán individualmente, hasta llegar al 3’5 del PIB, más el 1’5 de gastos asociados a seguridad y defensa. Se reproduce la jerarquización existente entre los Estados según sus capacidades reales y se deja a Alemania la dirección efectiva del proceso. 

La cumbre Unión Europea/China fue un fiasco y, sin embargo, pudo ser decisiva. ¿Por qué? Porque Trump quiere que la UE se sume a su estrategia tecnológica, financiera y político-militar contra China, es decir, que se “desacople” del gran imperio del centro. Conclusión: más dependencia de los EEUU y, sobre todo, renuncia de la Unión Europea a ser un sujeto autónomo en unas relaciones internacionales en proceso de mutación.

Si se entiende con una perspectiva de medio y largo plazo, la política de Trump, se comprenderá rápidamente que no se trata de ocurrencias, de caprichos o de respuestas improvisadas a una mala coyuntura geopolítica; no, es mucho más que eso. Lo que el Presidente de los EEUU dice a sus los aliados del Occidente colectivo es claro y distinto: si queréis conservar este Orden Internacional y sus normas básicas que tanto os han beneficiado, tenéis que sacrificaros hoy por la “gran potencia imprescindible” del mundo. 

Así de simple: acumulación por expropiación, empezando por los aliados. Otra cosa muy distinta es que salga bien. Dicho de otra forma: los aliados deben financiar el coste pasado, presente y futuro de su protección promoviendo la reindustrialización de los EEUU, comprando armas y energía al por mayor e invirtiendo en tecnología decisivas. En definitiva, crear un espacio económico, comercial, tecnológico y político militar integrado según las necesidades de una Norteamérica en crisis. 

No hace falta tener mucha imaginación geopolítica para entender que se trata de prepararse activamente para una guerra global. El repliegue sobre sí mismo de Occidente, la creación de líneas de fractura y una presión permanente sobre las zonas clave del planeta tiene mucho que ver con una estrategia prolongada y sostenida contra un Sur Global en proceso, caótico muchas veces, de (re)construcción. 

Hay un dato que se deja a un lado en los dramáticos análisis sobre traiciones, humillaciones y demásagresiones. Me refiero, a la guerra por delegación de UE contra Rusia. Trump puede amenazar y chantajear porque la UE y la OTAN están en guerra en Ucrania y, lo que es peor, perdiéndola. 

El asunto podría explicarse así: tener como enemigo existencial de esta Europa a Rusia implica necesariamente la dependencia estructural y permanente de los EEUU. Solo pueden vencer con su apoyo logístico,sus bases militares, sus tecnologías y sus capacidades estratégicas. Y viceversa: la autonomía estratégica europea será posible con un acuerdo de paz, seguridad y desarrollo con Rusia. 

Las clases dirigentes europeas escogieron otro camino: negociar desde posiciones de fuerza y bloquearla geopolíticamente. En esto nunca hubo diferencias sustanciales entre la OTAN y la Unión Europea. El conflicto ucraniano servía a un doble propósito: construir un potente y creíble enemigo externo que legitimara una salida militarista a la crisis de la UE. El tiempo y los fracasos complicaron mucho la situación; ahora se trata dealgo más importante, encontrar soluciones a una grave situación económica vía rearme e impedir, cueste lo que cueste, la victoria política de Rusia. Para convencer a Trump, para comprometerlo con la guerra en Ucrania, están dispuestos a entregarle todo o casi; les va en ello algo más que el prestigio. 

Si Rusia gana, se debilitará seriamente a una política (vínculo atlántico) y se definirá una nueva arquitectura de seguridad que cuestionará, en sus fundamentos, la Unión Europea tal como la conocemos hoy y a una OTAN en peligro de desintegración. 

Lo que viene ahora dependerá mucho de los EEUU. Trump sabe que la guerra en Ucrania está perdida y su frente político-militar, al borde del colapso. La Unión Europea, empezando por Alemania, se oponen radicalmente a un acuerdo que, de una u otra forma, implique una victoria para Rusia. 

El Presidente imperial, insisto, que ha conseguido de sus aliados todo lo que quería hasta llegar a la humillación, no está dispuesto a entronizar a Putin como el estadista que cambió la relación de fuerzas en Europa y puso las bases de un nuevo sistema de seguridad global.

La reunión de Alaska dará muchas pistas sobre los limites reales y las percepciones de los actores fundamentales. La paz por medio de la fuerza implica jugar al límite, corriendo siempre el riesgo de perder el control de la situación. Con Trump los peligros se acentúan. Veremos.

Manolo Monereo. Abogado y politólogo español 

Fuente: https://observatoriocrisis.com/2025/08/15/despues-del-acuerdo-trump-von-der-leyen-el-coste-de-la-proteccion-es-una-expropiacion-de-grandes-proporciones/

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