La agresión de potencias extranjeras brinda a los pueblos en revolución la posibilidad de elevar su conciencia política y autoestima, aumentar su voluntad y cultura de resistencia y comprobar su capacidad de vencer a enemigos muy poderosos. O se fortalecen frente a la intervención, o son derrotadas por ella y por la contrarrevolución. El pueblo venezolano se ha fogueado en casi dos décadas de fiera hostilidad del imperialismo de Estados Unidos, sus aliados y lacayos. Ha sido atacado en múltiples frentes como la guerra económica, la guerra mediática y la guerra eléctrica, en el contexto de la táctica de golpe continuado y guerra irregular, o híbrida. Pero ha salido victorioso y con la moral alta después de cada ataque.
Las últimas dos grandes arremetidas del gobierno colonialista y neofascista de Donald Trump contra Venezuela han resultado un completo fracaso. Pero la pandilla de maleantes encargada de la política imperial hacia América Latina y el Caribe llegó a soñar conque el liderazgo del presidente Nicolás Maduro y el edificio de la Revolución Bolivariana implosionarían el 23 de febrero, o que, en el peor de los casos, lo harían a consecuencia del mayor y más prolongado sabotaje terrorista contra el sistema electro-energético de Venezuela y, probablemente, de nación alguna, que apagó al país casi una semana. O debido a las dos embestidas sumadas. De lo que sí no hay duda es que ambas agresiones han ocasionado graves consecuencias económicas y humanas en una población sometida ya a los rigores de la guerra económica y al estrés generado por una de las más intensas y prolongadas campañas de terrorismo comunicacional contra un país.
Hay que insistir en la considerable envergadura de la victoria del 23F, una proeza del chavismo civil y militar, que unido y cohesionado impidió la introducción, con derroche de violencia paramilitar y mercenaria, de la llamada ayuda humanitaria, a través de las fronteras terrestres. El chavismo derrotó una tremenda amenaza de violación de la soberanía venezolana por parte de Estados Unidos, de varias naciones europeas y de los gobiernos lacayos del imperialismo en nuestra región.
El gran apagón fue planeado y ejecutado desde las entrañas del imperialismo yanqui, aunque al parecer con cooperación desde adentro del sistema eléctrico venezolano, y el modus operandi durante esos días y los anteriores del grupo neofascista compuesto por Trump, Pence, Bolton, Pompeo, Rubio y Abrams evidencia que el sabotaje formaba parte del plan de guerra sicológica previo a la eventual intervención militar, que estaban informados en detalle sobre él y que trataron de sacar el máximo provecho a la gravísima situación creada para sus planes de derrocamiento de Maduro.
Venezuela no ha vivido una tragedia de gran proporción en estos días de apagón gracias al heroísmo, el temple, la paciencia, la disciplina, la solidaridad mutua y la alta conciencia patriótica de la unidad cívico-militar. Si con la agresión del 23F no lograron quebrar a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana ni al chavismo civil, con el sabotaje terrorista no consiguieron caotizar y desarticular al pueblo ni crear nada parecido a una rebelión. No había agua, ni combustible, la comida se fermentaba, las escuelas y centros de trabajo fueron cerrados, el metro y gran parte del trasporte colapsaron, la atención a los pacientes en algunos hospitales tuvo baches hasta que fueron instalados grupos electrógenos en los que no los tenían. No obstante, no se produjo una sola defunción a consecuencia del apagón aunque las bocinas mediáticas llegaron a mencionar cerca de 300 personas muertas, de ellas 80 recién nacidos. Y no hubo defunciones porque las autoridades adoptaron medidas drásticas para asegurar la continuidad del servicio en los centros asistenciales. ¿Quién puede negar que este sabotaje constituye un crimen de lesa humanidad del gobierno de Trump?
Por su parte, el payaso títere Guaidó siguió volatilizándose, despareciendo políticamente hasta no poder reunir más que un grupito de personas en la supuesta gran marcha que convocó para el martes 12. Nunca tuvo gran convocatoria, lo suyo es el apoyo yanqui. Pero como escribió Luis Hernández Navarro, la oposición se suicidó cuando el autoproclamado presidente interino pidió la intervención militar estadounidense en su propio país. Aparte de la traición a la patria y la enorme perversidad entrañada en esa solicitud, revela una gran ignorancia sobre la cultura política y los sentimientos patrióticos y antimperialistas del pueblo venezolano, que no le perdonará su infamia.
Estados Unidos se ha metido en un gran problema y ha arrastrado consigo a la Unión Europea, que ya anda buscando como cautela sus intereses en Venezuela ante el hecho evidente de que Guaidó es el presidente fantasmagórico de un gobierno gaseoso y Maduro se queda, sólidamente enraizado en el pueblo venezolano.
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