Los cínicos no sirven para este oficio». Richard Kapuchinski. Había pasado la masacre de Iguala contra los normalistas de Ayotzinapa, y no se encontraban a 43 de ellos. Habían desaparecido en la densa niebla del horror de Guerrero, de todo México. El cuerpo de Julio César Mondragón fue encontrado desollado. Es difícil imaginar el […]
Había pasado la masacre de Iguala contra los normalistas de Ayotzinapa, y no se encontraban a 43 de ellos. Habían desaparecido en la densa niebla del horror de Guerrero, de todo México. El cuerpo de Julio César Mondragón fue encontrado desollado. Es difícil imaginar el estado de trastorno mental, que lleve a un ser humano a cometer un acto de inhumanidad tan atroz. El goce a través del más profundo dolor físico y emocional del otro. Pero más desolador es saber que el que desollaba es un indio mixteca, totonaca, chole, o chatino, y el desollado fue un nahua o un mixteca. Los sobrevivientes del suplicio contaron que la policía entregó a los estudiantes a un grupo paramilitar de nombre Guerreros Unidos. Busqué quién desde México podía contarme una historia que no relatara solo los hechos de horror, que todos podemos imaginar, sino que enmarcara y contextualizara luego de esta última masacre, el genocidio que sufre el pueblo mexicano, desde hace muchos sexenios.
Le escribi a Julio Hernández López, director de La Jornada de San Luis Potosí y bloggero del sitio Astillero: «Voy directamente al asunto. Me gustaría hacerte una entrevista (nada original, supongo). Hay varias razones, todas más que obvias, pero igual vale mencionarlas: tus conocimientos sobre la realidad de tu país, tu integridad profesional, y tu aún integridad física (humor negro). Te podría enviar una serie de 6 ó 7 preguntas. Saludos». Para mi sorpresa Julio Hernández me contestó al toque: «Respondo también directamente. Con gusto acepto la entrevista (luego me dirás para cuál medio). Gracias por tus consideraciones sobre conocimientos e integridades (incluyendo la física). Espero las preguntas. Saludos.» Esa misma noche, era el 1 de noviembre, le mandé el cuestionario.
Pasaron los días y las semanas, y nada. Le volví a escribir, preguntándole si tal vez mis preguntas no le parecieron apropiadas, o no era la entrevista que esperaba. Me contestó que todo lo contrario, que le parecían «absolutamente interesantes y oportunas» y que las contestaría y enviaría de inmediato.
Pasaron los días y de Julio Hernández ni noticia. Le volví a escribir con un dejo de humor, diciéndole: «Te rajaste manito. A pesar de la mexicaneada, te deseo que te vaya bien. Saludos». Me contestó como la primera vez, al toque: «Aguántame sólo hoy, por favor. Esta noche tecleo y te envío el material.» Eso fue el 17 de noviembre.
Pero lo de «te rajaste» y «mexicaneada» me quedó zumbando en la cabeza, y cuando eso pasa todos sabemos que el yo profundo te quiere decir algo, que tu consciente quiere resolver un enigma y que «te rajaste» y «mexicaneada» eran las contraseñas.
Hacía muchos años me habia encontrado en La Habana con el intelectual argentino Néstor García Canclini. García Canclini era un «argenmex», uno de los tantos argentinos que a mediados de los 70 tuvo que meter violín en bolsa y huir de las garras de los grupos parapoliciales como la Triple A, y posteriormente de los Grupos de Tareas de las Tres Armas. El encuentro con García Canclini fue para finales de la década del 90. En Cuba y muy especialmente en La Habana había eventos de carácter nacional e internacional casi todos los días. Si no era un Encuentro Internacional de Intelectuales contra el Bloqueo, era contra la Globalización Neoliberal, o el Festival Internacional de Teatro, o la Feria Internacional del Libro, o el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, o el Encuentro Internacional contra el Imperialismo y el Terrorismo, y así «ad infinitum». Yo estaba anclado casi en forma permanente en La Habana, y con una credencial de Prensa Extranjera. No puedo ahora precisar el evento que me puso en contacto con García Canclini, pero fue en el Hotel Nacional. Yo andaba siempre armado de dos diminutas pero muy fieles grabadoras, y la imprescindible libretita de notas. Richard Kapuchinski, Fracis Ford Coppola o García Márquez, podían aparecer detrás de cualquier columna, o a la vuelta de aquel pasillo, que por otro lado, probabilísticamente hablando era muy posible, porque eran tres asiduos de la Isla, y no fuera a ocurrir que me encontraran desarmado.
Abordé a García Canclini, sin muchos preámbulos, yo conocía a Canclini por sus trabajos sobre medios de comunicación y globalización, por sus ensayos sobre la representación de la modernidad en la supuesta sociedad postmoderna, sus análisis del fenómeno artístico latinoamericano. Me dijo que lo volviera a ver luego del evento, y que conversaríamos un rato. Así fue. Nos sentamos en el patio interior del hotel y entre mojito y mojito, se fue armando una entrevista. De su adaptación a una cultura tan diferente como la mexicana, me dijo que fue en muchos casos traumática. Los horarios, las citas, el diferente concepto de la puntualidad, las diferentes representaciones y simbologías de la palabra, en México eran totalmente diferentes que en Argentina, pero lo más importante es que me explicó el porqué, y el porqué es lo que viene a cuento. En otras palabras me dijo, las culturas aborígenes frente al proceso colonizador tienen que crear estrategias de defensa que no son la del choque frontal, no es el no puro y directo, tienen que buscar formas más elaboradas para evitar la represalia, de ahí la dificultad del mexicano a decir no, no puedo, no tengo tiempo, no me interesa, no sé. Por eso el «ahorita», y el «ya mismito», son escaramuzas que en definitiva encierran una negativa.
Gracias a García Canclini me cayó la ficha de que el «Aguántame sólo hoy» de Julio Hernández, era en realidad «me puedes esperar toda la vida, si te apetece».
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