El filme comienza con un vendedor de Arabia que nos hace de narrador al introducirnos en la historia. Éste, es un arquetipo negativo de cualquier árabe que vaya vendiendo por las calles, a los ojos de los acomodados occidentales burgueses,es decir; mentiroso, tramposo y hombre sin palabra que vende material de poca calidad. Es comprensible […]
El filme comienza con un vendedor de Arabia que nos hace de narrador al introducirnos en la historia. Éste, es un arquetipo negativo de cualquier árabe que vaya vendiendo por las calles, a los ojos de los acomodados occidentales burgueses,es decir; mentiroso, tramposo y hombre sin palabra que vende material de poca calidad. Es comprensible que numerosas asociaciones árabes se quejasen de la imagen que daban de ellos en la película. La acción se desarrolla en la ciudad de «Ágrabah».
A continuación se nos presenta el malo de la película: Yafar. Un brujo alto y delgado con cara de amargado que busca una lámpara mágica, pero para conseguirlo debe encontrar a lo que llaman en la película «un diamante en bruto», que no es sino un hombre de corazón totalmente «puro».
Acto seguido y enlazando con este concepto, se nos presenta el protagonista de la película: Aladdín. Un chico pobre, obligado a robar alimentos para poder subsistir, que va acompañado de un inseparable mono llamado Abú. En esta escena, unos guardias del Sultán persiguen a Aladdín que acaba de robar unas frutas de un puesto. Al final logra escapar y ya más tranquilo en la azotea de un paupérrimo edificio,a modo de reflexión, canta una canción en la que dispara auténticas «perlas» conservadoras y reaccionarias como: «soy pobre, pero un señor» (ya se sabe que casi todos los pobres no tiene alma y son seres despreciables, hijos de Satán supongo) o al dirigirse al mono mientras en una azotea divisa el palacio del sultán «algún día Abu seremos ricos, viviremos en un palacio y nunca más tendremos problemas» (Aladdín dixit). Esto último seguro que haría las «delicias» de pedagogos progresistas del siglo XX como Giner de los Ríos o anarquistas como Francesc Ferrer i Guàrdia. Todo un ejemplo para los niños, a los que la «inocente» película les dice con un proseletismo procapitalista descarado: «haceros ricos y a los demás que les den».
En la siguiente escena se nos presenta a Yasmín, la hija del sultán, una niña pija, malcriada y traviesa pero por supuesto muy atractiva (constante en Disney) que al igual que Bella (la protagonista de la anterior superproducción Disney, «La Bella y la Bestia»), desea vivir aventuras y se pregunta que habrá fuera de palacio de donde no ha salido nunca. Mientras, se dedica a despachar pretendientes ante la desesperación de su padre, el Sultán. Éste, muy preocupado porque según la ley (que el hace despóticamente) debe casarse antes de su siguiente cumpleaños. Al sultán nos lo pintan como un viejo atolondrado y simpático 1 (para quien le haga gracia), que se pasa el día sin pegar ni golpe y jugando con sus juegecitos (mientras la gente se muere de hambre). Pero atención, no nos confundamos, él es buena persona (así nos dicen los creadores del filme), solo que está mal aconsejado por el malvado Yafar. Moraleja Disney: nuestros gobernantes son hombres buenos y si ocurre algo malo es por burócratas o consejeros ocultos en el engranaje estatal. Esto tendría mucho que ver con las teorías neoliberales que empezaron a estar e boga en los países capitalistas a partir de los gobiernos de Pinochet, Reagan y Tatcher, que pretendían la minimización de la actividad estatal en pro de la iniciativa privada para así destruir el estado del bienestar (esos «malditos funcionarios») y aumentar las ganancias de la élite económica.
Yasmín se queja al padre y le dice «que la ley es cruel» (pero es la ley claro) y el Sultán (como todo buen padre conservador) le contesta que él sólo quiere a alguien que la proteja (¡pero si será reina!).
Yasmín consigue fugarse del castillo para mezclarse con la «plebe» y se da una vuelta por el mercado central, en su felicidad y viendo que hay unos niños pobres que pasan hambre, coge una manzana de un puesto y se la ofrece a ellos. Acto seguido, el tendero le exige que pague lo que vale la fruta, pero ella no tiene dinero (ya se sabe,»tanto tienes tanto vales») así que el «incivilizado» comerciante se dispone a cortarle la mano como dispone la ley 2. Aladdín que estaba observando como un «voyager» a la chica de la que ya advertimos que se ha enamorado (porque es atractiva y tiene un cuerpo sensual, repitamos como buenos borregos pro-Disney: «la belleza está en el interior»), sale en su defensa y escapan juntos con Abu, el mono-mascota que los niños se supone se disputaran por conseguir en el McDonalds junto a su Big-Mac. Al final los guardias los cogen, pero ella es la princesa y no le pasa nada, en cambio a él lo apresan por orden de Yafar que ya sabe por sus poderes mágicos que él es «el diamante en bruto» que buscaba.
En la cárcel, Yafar se le aparece a Aladdín transmutado en un viejo preso desdentado que le habla de un tesoro. Con la condición de que vaya ha buscarlo y le de tan sólo la lámpara, le ayuda a salir. Mientras, Aladdín se dirige con el viejo a la gruta fantasma donde está la lámpara mágica, Yasmín llora desconsolada porque previamente Yafar la engañó diciéndole que Aladdín había sido ejecutado.
Al llegar a la gruta que sale de las arenas del desierto por arte de magia y tiene forma de cabeza de león (adelanto quizá de la película que ya preparaban «El rey león»), Aladdín se dispone a entrar no sin antes recordar las palabras que le dice el animal-gruta, de que no toque nada (excepto la lámpara se sobreentiende). Una vez que ve la lámpara en el interior, su mono-mascota que no es tan «puro» como él 3, se olvida de las palabras del león y coge un diamante que había por allí. Al hacer esto, toda la gruta se viene abajo y Aladdín se queda encerrado con la lámpara, su mono-mascota y una alfombra mágica que hace el papel de perro fiel. A continuación sin darse cuenta frota la lámpara y hace su aparición el genio. Éste, de piel azul y aspecto dicharachero es en realidad un showman de la tele-basura (con más gracia intermitentemente que estos últimos) de cualquier prgrama-concurso en el que los participantes tienen que superar pruebas tales como meter la mano durante un minuto en una caja llena de arañas. Consiguen salir de allí con la ayuda de éste.
Una vez fuera le explica a Aladdín que tiene tres deseos a su disposición de posibilidades ilimitadas excepto tres: «no puede matar a nadie» (estaría muy feo para ser una película con público potencial infantil), «no puede resucitar a los muertos» (más de lo mismo) y «no puede hacer que nadie se enamore de nadie» (esto sería horrible porque en el amor burgués se basa en gran medida en el concepto de libertad ilimitada, abstracta e inmaterial que nos vende el capitalismo liberal americano). Para enfatizar este concepto de libertad (comprensible por otra parte), el genio le confiesa que lo que el desea es ser libre y no estar encerrado en esa lámpara. Aladdín, que es el héroe, y «aunque sea pobre» es de corazón de sangre azul, le dice que desea «conseguir»(a modo de objeto) a Yasmín y que cuando tenga sus dos primeros deseos, el tercero lo dedicará a liberarlo.
El primer deseo de Aladdín es ser un príncipe rico y así ocurre. Cree que así conquistará a Yasmín. Así que se dirige al palacio del Sultán con todo su séquito para pedir la mano de la princesa. Como al chico se le sube a la cabeza su nueva condición y cree que ya lo tiene hecho (ya había tenido «feeling» con ella cuando huían juntos de los guardias), y Yasmín que es una mujer del siglo XXI que va al gimnasio, es valorada en la oficina y todos los chicos van detrás de ella: pasa del pobre Aladín. El chico se queda perplejo.
Mientras tanto Yafar, que por ahí anda sin reconocer a Aladdín que se hace llamar a sí mismo el príncipe Alí-Abagua, se propone acabar con él porque desea casarse con la princesa para obtener el poder como futuro sultán.
Aladdín con su alfombra mágica (su bólido) seduce a la princesa (como ya hiciera su antecesor «dysneiniano» con Bella y su biblioteca gigante) y la invita a dar una vuelta. Ella acepta entusiasmada, también parece reconocerlo como Aladdín, pero no le dice nada porque desea montar en esa maravilla de alfombra. Al terminar el viaje con canción incluida llamada «Un mundo ideal» (o «Cómo ser un joven pijo egoísta y disfrutar de la vida»), Al acabar la canción, deja a la chica en palacio y se besan. Aladdín que está muy contento, se pregunta ahora si Yasmín le amaría si supiese en realidad que es pobre, así que vuelve a afligirse. De repente los esbirros de Yafar lo apresan, lo atan y lo tiran al fondo del mar (un canto a la sutileza criminal). Con la ayuda del genio consigue salir y salvar la vida. Pero entonces Yafar se da cuenta de quién es Aladín y que tiene su codiciada lámpara. Así que piensa un plan con la ayuda de su loro-mascota y consigue robarsela.
Al hacerlo se transforma en el hechicero más poderoso del mundo, esclaviza al pobre Sultán-Dictador y a su hija pija: Yasmín. Vemos como a ésta última la obliga a llevar poca ropa a modo de azafata del «Un, dos, tres» (esto es un guiño para las calenturientas mentes de los padres-voyeurs que acompañan a sus hijos al cine) y le dice que si se casa con ella, la liberarla. Pero ella no acepta (porque es princesa, ama a Aladdín y tiene principios).
Al final Aladdín salva la situación con astucia y consigue que Yafar se quede de genio dentro de la lámpara aprisionándolo así para toda la eternidad y de rebote liberando a su amigo el genio bueno. Éste, se va de viaje con una gorra de Pluto y con ello los creadores del filme dicen a los niños: «¡el mejor sitio para ir de viajes después de vacaciones es Dyneilandia/Eurodisney como hace nuestro amigo el genio!». Si lo hace él, bien hecho está. Lo que sigue se halla en la mejor tradición reaccionaria y derechista de Disney (Walt se sentiría orgulloso). Aladdín se hace príncipe por la gracia del Todopoderoso Sultán y así se puede casar con la chica de la película y de rebote, oye, será el futuro líder de Arabia. Realmente éste era su premio merecido, porque alguien tan noble y bueno, no merece ser una «rata callejera» (como lo llaman en la película) y vivir en la pobreza.
Algunos ejemplos de lo dicho…
- Al principio cuando se nos presenta Aladdín y se lamenta de su condición de pobre dice una maravilla como la que sigue que demuestra el carácter poderosamente elitista de la película : «si miran dentro (referiéndose a él) hallarán un hombre bueno». No se sabe si la película nos insinúa que en general la gente pobre es mala, la duda queda.
- Al acabar la película, el rey le dice a Aladdín justificando su aprobación como príncipe: «necesitamos una persona de carácter sincero que rija los destinos de este pueblo» (como él que deja que corten manos a quien roba manzanas y que tiene a su pueblo medio muerto de hambre tal y como se ve en la propia película).
- Por cierto que el malo de la película, Yafar, tiene un nombre peligrosamente parecido al fallecido Arafat (antigua autoridad palestina).
- *El autor es licenciado en Bellas Artes, creativo y crítico de arte.
- 1 Es curioso que el Sultán nos lo pinten con la misma imagen que la prensa oficialista española da a «nuestro» Rey: Juan Carlos I. Es decir, la de un viejo simpático y bondadoso que es capaz al final de enrrollarse y dar saltos en un balcón si se lo piden sus complacientes súbditos.
- 2 Se supone que es la Ley Islámica. Luego, ya se sabe, los musulmanes son incultos e incivilizados, están retrasados; por tanto: aún está pendiente el civilizarlos. Una buena lección, para que los ñiños capitalistas occidentales crezcan con el imperialismo como un compañero beneficioso y necesario. Como aquel padre que se impone y castiga a sus hijos, pero siempre por su bien. Proseletismo de primera para ingerir con regusto dulce cualquier guerra imperialista como las de Afganistán e Iraq.
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- 3 La teoría liberal americana es sencilla, los pobres que se lo merezcan pasarán al estamento de los ricos. Evidentemente, aquí vemos como Aladín se lo merece, pero no así su mono-mascota. Moraleja Disney: «No nos engañemos, solo unos pocos pobres merecen la pena, los demás son basura de la peor calaña»
- Una gran justificación para lo que los conservadores norteamericanos llaman la sub-clase. Eufemismo que viene a decir que, los casi 40 millones de pobres que tiene el estado más rico de la Tierra, los son porque se lo merecen.