Con la publicación por la Asociación de Autores de Teatro (AAT) de la antología de Alfonso Sastre se diría que ha comenzado el proceso de recuperación del autor. El próximo año se anuncian unas jornadas sobre su obra en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y coincidirán tres producciones: ¡Han matado a Prokopius!, dirigida […]
Con la publicación por la Asociación de Autores de Teatro (AAT) de la antología de Alfonso Sastre se diría que ha comenzado el proceso de recuperación del autor. El próximo año se anuncian unas jornadas sobre su obra en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y coincidirán tres producciones: ¡Han matado a Prokopius!, dirigida por Francisco Vidal, ¿Dónde estás Ulalume, dónde estás?, por Pérez de la Fuente, y El camarada oscuro, en el CDN.
Pregunta: Se dice que es un autor exiliado de los escenarios, pero ¿no sería más preciso decir que es un autoexiliado?
Respuesta: Algo he contribuido yo, desde luego, a este alejamiento mío de los escenarios españoles. ¿Y cómo? Pues tratando de hacer en ellos -y en los últimos 30 años también en Euskadi- lo que me ha parecido más acorde con mi sensibilidad poética y mis convicciones políticas, en desacuerdo con las normas y hábitos de estos escenarios.
P: Lo suyo ha sido siempre llevar la contraria…
R: El teatro español es una institución muy reaccionaria. Lo fue desde que dio sus primeros pasos, y, ya a principios del siglo XVII, Cervantes tuvo que publicar -porque nadie los había estrenado- 16 dramas, entre los que hay obras maestras como Pedro de Urdemalas y El rufián dichoso. Desde ese momento hasta el siglo XX, en el que fue una lamentable realidad el «exilio» ¿voluntario? de Valle Inclán, que escribió sus esperpentos en la más extremada lejanía de los escenarios, hay toda una historia de reaccionarismo «teatrero» en España, contra el que los mejores talentos se han enfrentado siempre. Tengo el honor de pertenecer, modestamente, a esta estirpe insumisa.
P: Y ¿por qué ha seguido escribiendo obras de teatro si tan difícil tenía que se representaran?
R: Porque asumí desde muy pronto un doble imperativo -poético y ético- que me ha dado las fuerzas para ello. Pudo ocurrir de otra manera, pero lo cierto es que el descubrimiento, en mi adolescencia, de Ibsen, Pirandello y O’Neill, por un lado, y la vivencia de horrores como los del nazismo e Hiroshima y Nagasakai y de injusticias a las que asistía en mi vida cotidiana, y que mantenían bajo el terror el régimen de Franco, por otro, me procuraron esa fuerza y esa decisión para ello, amparado también por cierta coraza de estoicismo, que es una de mis filosofías.
P: Visto con la perspectiva de los años, su polémica con Buero en torno al posibilismo ha marcado su trayectoria artística y política. Su posición de negar siempre el sistema político, fuera el que le tocara vivir, ha sido invariable.
R: En aquella polémica los dos teníamos razón. Él porque es cierto que para cambiar las cosas hace falta un cierto acuerdo con ellas, como muy bien decía Brecht (porque, si no, lo que se hace es mala metafísica), y yo también tenía razón porque también es verdad que el «posibilismo» escondía dentro el insidioso demonio de la autocensura.
P: ¿Ha participado en la selección de esta antología de la AAT?
R: He dado mis opiniones y creo que quedan bien reflejados los tres momentos que supongo esenciales de mi «evolución»: la vanguardia experimental, y, ya en el realismo, la tragedia pura, agónica, y, en fin, lo que vengo llamando la «tragedia compleja», que afirma la existencia, en la vida, de verdaderos héroes cuya «irrisoriedad», pobreza y ridiculez, no les impide acometer grandes empresas, aunque sólo sea la de su supervivencia como seres humanos.
P: ¿Quién le inspiró su obra más famosa, La taberna fantástica, y esa jerga del protagonista?
R: Es el pago de una deuda espiritual que yo contraje con las bellas gentes marginadas del barrio de San Pascual y el Cerro del Aire, en Las Ventas del Espíritu Santo. Con ellas y entre ellas anduve durante años, en su tabernas y chabolas. El personaje Rogelio es un merchero. En cuanto al habla, no es una invención, pero sí un tratamiento literario de las hablas de los gitanos (caló) y mercheros por un lado, y de los barrios populares por otro, con especial atención a la jerga de los delincuentes.
P: ¿A qué cree que se debe que los productores no siguieran interesándose luego por su teatro?
R: Al reaccionarismo del que antes hablaba. Cuando vivían y triunfaban autores como Pemán y Calvo Sotelo, se aceptaba como lo más natural que tuvieran fracasos; sus obras posteriores seguían siendo acogidas con grandes elogios, mientras que a los autores inconformes con el sistema no se nos perdonaban los fracasos ni se tenía en cuenta nuestros éxitos. Justo Alonso, que fue quien produjo La taberna…, sí ha intentado después hacer cosas mías, pero siempre se ha encontrado con barreras infranqueables.
P: Esta temporada el CDN estrena su versión de Marat-Sade, de Peter Weiss ¿Cree que esta pieza de los años 60 sigue vigente?
R: ¡Eso vamos a verlo y lo que ocurra será muy significativo para ir definiendo nuestra época! La obra es una maravilla del drama en el siglo XX y aquí fue una gran batalla contra la Dictadura, por la belleza y la libertad.
P: ¿Y qué me dice de sus proyectos?
R: Acabo de terminar mi última obra, un involuntario homenaje a Ibsen, titulado El extraño caso de los caballos blancos de Rosmmersholm .