Lo que plantea John Brown con su artículo es un debate teórico muy interesante. Teórico en el buen sentido de la palabra, el de entender lo que vemos y lo que queremos desde la izquierda radical ( en el sentido literal, el de ir a la raíz ). Voy ha plantear algunas opiniones en torno […]
Lo que plantea John Brown con su artículo es un debate teórico muy interesante. Teórico en el buen sentido de la palabra, el de entender lo que vemos y lo que queremos desde la izquierda radical ( en el sentido literal, el de ir a la raíz ).
Voy ha plantear algunas opiniones en torno a las cuestiones que plantea. De entrada creo que hay que diferenciar lo que dice Antoni Domènch, con el que estoy básdicamente de acuerdo, de lo que dicen Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahoreno. Respecto a lo que dice el primero yo estoy de acuerdo, ya que creo que la mejor posición que puede adoptar hoy la izquierda para situarse críticamente en su tradición es considerar a ésta como la tradición socialista republicana, la que entroncado con la democracia ateniense sigue con la vertiente ilustrada más radical (Robespierre), continua con Marx y cristaliza en el socialismo, el anarquismo y el comunismo como corrientes históricamente estructuradas. Me parece que para referirse a nuestra tradición es mejor decir socialista que comunista, como más tarde argumentaré. Creo que la democracia es el elemento unificador de este movimiento emancipatorio, tal como muy Jacques Rancière: e el movimiento de los «sin parte» para acceder al poder, y poder gobernar según los intereses de la mayoría, que son los no-privilegiados. Consultando los interesantes estudios de Charles Tilly podemos comprobar como este proceso es históricamente real .
Como también plantea Rancière, por otra parte, es mucho más operativo considerar los derechos humanos como un arma que no como una ideología en el sentido althusseriano, ya que recogen muchas de las reivindicaciones de la propia tradición de la izquierda.
Respecto a que «hay una discontinuidad entre la democracia como poder y como Estado y la democracia como potencia constituyente», yo la verdad es que me pierdo porque no entiendo a que se refiere a nivel concreto con la segunda expresión. La democracia siempre es poder real y lo que se trata de saber es de quién.
Respecto a la segunda crítica (CFL y LAZ) ya estoy más de acuerdo con lo que dice John Brown. Me remito también a una crítica muy lúcida de Montserrat Galcerán publicada en Rebelión y que me parece interesante incluir en el debate. A mí tampoco me convence la reivindicación del Estado de Derecho y la Ciudadanía como alternativa al capitalismo. No quiero repetir cosas que ya se han dicho pero si añadir mi sorpresa de plantear a Sócrates, como hacen estos autores, como paradigma de la democracia. Basta leer el diálogo Protágoras para entender que éste sofista defiende la capacidad política como una opinión de cualquiera mientras Sócrates reivindica el gobierno de la minoría de los sabios. Muy certeramente Rancière plantea que Platón, que elabora la intuición socrática, representa la primera fórmula intelectual del odio a la democracia una vez que ésta ha aparecido. Otra cosa es que el razonamiento público socrático es básico en la democracia, como dicen estos autores, pero desde el contraste de opinión ( algunas mejores por supuesto) y no desde la dirección del sabio que nos encamina hacia la verdad.
Me parece muy interesante lo que plantea Brown a partir de los ilustrados Locke, Rousseau y kant sobre la relación entre democracia y propiedad. Un tema a pensar del que ahora, por falta de clarificación personal, no hablaré. Sí decir que estoy muy de acuerdo como desenmascara el autor este falso ideal de propietarios libres que viven en armonía en una sociedad justa.
Respecto a la insistencia de Brown en el término «clase» seré más críico. Sinceramente creo que en algunas cosas hay que ser más realista y en otras más nominalista, es decir que hay conceptos que representan una realidad y otros que son nombres que utilizamos para clasificar sin que la representen. Esto con matices por supuesto porque ni la realidad puede representarse tal como es ni los nombres pueden ser arbitrarios, tienen que basarse en rasgos reales. Creo entonces que existen la estratificación social y que existen también la desigualdades reales, que ambas son reales. Pero, aunque Vicente Navarro tiene razón al insistir que existen las clases sociales creo que hemos de entenderlo en el sentido anterior. No hay clases en el sentido de entidades reales separadas unas de otras. Marx dio un criterio absoluto para diferenciarlas, que era el de la propiedad o no propiedad de los medios de producción. Pero las jerarquías que nos dominan son en muchos casos asalariados y todo se ha complicado mucho más. Y entre las clases trabajadoras tenemos obreros, médicos, profesores, informáticos, peones, inmigrantes sin papeles, electricistas, administrativos, trabajadores del supermercado. Althusser, que fue el que dio el sentido realista a la palabra clase es el que elaboró la teoría más abstracta y dogmática desde el marxismo. Y esto considerando que habría que eliminar el propio término marxista, ya que Marx fue un importante teórico y militante de la izquierda, pero no constituyó ninguna ciencia ; hay críticas al propio Marx, como la de Castoriadis, que esta tradición de izquierda a la que pertenecemos debe incorporar.
Finalmente yo creo, y lo digo sin ánimo de escandalizar, que la palabra comunismo debe quedar en nuestra memoria como la experiencia de un fracaso. Un fracaso relativo, por supuesto, con múltiples enseñanzas y conquistas, pero finalmente un fracaso desde el punto de vista que no ha conseguido su objetivo, el de construir una sociedad más justa y más libre. Porque el comunismo, a nivel real, no es una teoría sino un movimiento histórico concreto que comenzó con Lenin, que continuaron Stalin, Mao y todos los partidos comunistas, sean ortodoxos o heterodoxos ( troskysmo, maoísmo…). Ninguno de estos partidos ha sobrevivido más allá de la marginalidad, sólo quedan como referencia el partido comunista china, gestor de una sociedad capitalista muy salvaje con la clase obrera, y el partido comunista cubano, sobre el que no quiero hablar porque el tema es más complejo para ventilarlo rápidamente. China y Cuba son los restos de esta experiencia histórica.
Las experiencias concretas de la URSS y de los países del Este fracasó y no sólo por presiones externas.. Esto es el comunismo y esto es lo que se ha hecho en su nombre, una experiencia de la que la izquierda no tiene que avergonzarse porque forma parte de su historia, pero que no tiene continuidad posible. Hay que inventar otra cosa y justo me parece que es la democracia y la defensa de los derechos humanos lo que no hay que perder de vista, lo que hay que conservar. ¿ El derecho a la propiedad ? Puede entenderse de muchas maneras y esto es lo que hay que aclarar, de la misma manera que otro tema tabú, que es el del mercado.
El tema es largo pero si creo que es mejor reivindicar esta tradición republicana socialista, mucho más amplia, que recogiendo todas estas experiencias y fracasos históricos, incluido el comunismo, no se identifica con él.