El enfado que tengo encima me mata. No comprendo ciertas cosas. No hace un mes que los medios de comunicación nos informaban de la enorme desigualdad que había en el mundo. Un 1 % de la población es propietario de la mitad de la riqueza patrimonial mundial. Los periodistas y comunicadores hablaban en tono grave, […]
El enfado que tengo encima me mata. No comprendo ciertas cosas. No hace un mes que los medios de comunicación nos informaban de la enorme desigualdad que había en el mundo. Un 1 % de la población es propietario de la mitad de la riqueza patrimonial mundial. Los periodistas y comunicadores hablaban en tono grave, preocupado y reivindicativo de la injusticia de esta extrema desigualdad. En todos los foros, menos la derecha recalcitrante, todo el mundo hablaba de que esta situación era inadmisible y culpaban a los políticos por ello. Hace un par de días hemos tenido otra noticia: Amancio Ortega, socio mayoritario de Inditex, es el hombre más rico del mundo. Y aquellos periodistas que nos hablaban con aparente seriedad y preocupación de la extrema desigualdad, nos hablan ahora con plena alegría y satisfacción de que Amancio Ortega amasa una fortuna de 71.700 millones de euros. ¿Cómo es posible que los periodistas que nos hablaban ayer con voz crítica de la extrema desigualdad nos hablen ahora con alegría de la manifestación más extrema de dicha desigualdad? Solo tiene una explicación: la piel burguesa que los atrapa, la concepción capitalista que los domina, los convierte en unos hipócritas y en unos inconsecuentes, por no decir en unos cobardes.
Después, en tonos apologistas, algunos destacados periodistas y comunicadores nos dicen que Amancio Ortega se ha hecho a sí mismo. Nos dicen también que la plantilla de Inditex la constituyen 141.000 empleados. Tratan al facilitarnos esta información de darnos a entender del enorme bien que Amancio Ortega hace por la economía al ser el creador de esos empleos. Pero la cuestión es otra: Amancio Ortega no puede conservar y multiplicar su capital sin trabajadores. La creación de puestos de trabajo, que supone que los trabajadores tengan la posibilidad de percibir un salario, es al mismo tiempo la necesidad que tiene el capital del trabajo para poderse conservar y multiplicar. Objetivamente entonces se debería decir no que Amancio Ortega se ha hecho a sí mismo, sino que se ha hecho a sí mismo por medio de esos 141.000 empleados. ¡Ay, las mediaciones, cuánto se olvidan los aparentemente sesudos economistas y comunicadores de las mediaciones!
Veamos algunos datos. Los he tomado de la memoria anual de 2013 de Inditex: Las ventas de ese año ascendieron a 16.724 millones de euros y los beneficios a 2.382 millones de euros. Amancio Ortega como tiene el 60 % de la propiedad de Inditex, se embolsa el 60 % de dichos beneficios, esto es, 1.429 millones de euros: una verdadera salvajada. Amancio Ortega no hace los modelos de ropa, tampoco los fabrica y tampoco los vende. Supongamos que su trabajo de directivo represente el 1 % del trabajo total. Resulta por tanto evidente que aquel que hace solo el 1 % por ciento del trabajo se lleve en concepto de beneficios 1.429 millones de euros, mientras que los 128.000 empleados que hacen el trabajo no se llevan nada por el mismo concepto. (No entro a detallar que el cuerpo directivo de Inditex pueda llevarse una parte de los beneficios o que sus sueldos sean notablemente superiores a los de la mayoría de la plantilla. Este dato no cambiaría sustancialmente los hechos). ¿Qué hecho económico social y no político explica que Amancio Ortega pueda ganar tanto y los empleados tan poco? La propiedad privada. El capital acumulado por Amancio Ortega desde que fundó la primera tienda en 1963 solo se explica por el sistema capitalista, que gracias a la propiedad privada sobre los medios para producir la riqueza permite que los capitalistas se hagan inmensamente ricos y que los trabajadores lleguen a duras penas a final de mes. Amancio Ortega no se ha hecho a sí mismo, se ha hecho por medio de la propiedad privada.
Hablemos ahora de la contradicción entre capital y trabajo y las rentas que arrojan: salario y beneficio (dividendos). Supongamos que en razón de la productividad del trabajo, dado los grandes beneficios de Inditex, incrementamos los salarios en 500 euros, que en términos de costos serían unos 700 euros. Multipliquemos estos 700 euros por los 128.000 empleados que tenía Inditex en el año 2013 y por los doce meses del año. Esto nos daría un costo salarial anual añadido de 1.075 millones aproximadamente. Si a los beneficios netos, 2.382 millones de euros, le restamos los 1.075 millones de incremento salarial, los beneficios quedarían reducidos a 1.307 millones. Todavía así el beneficio sería una exageración; y el ingreso por este concepto de Amancio Ortega, el 60 % de 1.307 millones, sería de 784 millones de euros: otra exagerada desproporción. Mientras que cada empleado percibiría un salario extra de 700 euros, Amancio Ortega percibiría en concepto de dividendos 784 millones de euros. No hay duda: así y todo, habiendo mejorado el salario de los empleados de Inditex en 700 euros, el resultado de las rentas arrojadas seguiría expresando la extrema desigualdad entre capital y trabajo. Yo iría más lejos: Habría que obligar a estas macroempresas a pagar mucho más dinero a la seguridad social y más impuestos de sociedades que las medianas y pequeñas empresas. Esto sería igualmente un método para remediar la extrema desigualdad. De todos modos queda en evidencia que trabajo y capital no son aliados sino enemigos. Las grandes rentas que arroja el capital, en el caso evidente de Inditex, están estrechamente interrelacionadas con las bajas rentas que arroja el trabajo.
Vuelvo al inicio. No me fío de la actitud de preocupación de los periodistas que anuncian la injusticia que representa la extrema desigualdad. Tampoco me convence la crítica que llevan a cabo los economistas reformistas como Krugman y Stiglitz. No ponen sobre la mesa la causa básica de la extrema desigualdad: la contradicción entre trabajo y capital, entre salario y beneficio. Sin denunciar la lógica del capital y la propiedad privada como las causas de la extrema riqueza y de la extrema pobreza, no será posible cambiar el mundo y hacerlo más justo. Así que menos apariencia de honda preocupación y más crítica radical.
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