Introducción (1) Pienso, como muchos otros autores y estudiosos de estos temas, que ha llegado el momento de hacer un balance crítico general sobre los aciertos de la teoría del imperialismo, y de su utilidad verdadera para la nueva realidad que enfrentan nuestros pueblos en América Latina. El mundo ha entrado en una etapa del […]
Introducción (1)
Pienso, como muchos otros autores y estudiosos de estos temas, que ha llegado el momento de hacer un balance crítico general sobre los aciertos de la teoría del imperialismo, y de su utilidad verdadera para la nueva realidad que enfrentan nuestros pueblos en América Latina. El mundo ha entrado en una etapa del desarrollo capitalista, en la cual, no sólo resulta ridículo afirmar el fin de la historia, sino que incluso el triunfalismo de la burguesía mundial, y de la latinoamericana en particular, denota una ceguera inicial, después de la caída del socialismo real, a todas luces irresponsable e irracional.
Nunca antes como ahora, el sistema capitalista había dado muestras tan contudentes de su desorden estructural, lo que resulta paradójico a la luz del despegue producido por la vía libre que había dejado el desplome histórico del socialismo. La orgía financiera que esta situación detonó, enervó los mecanismos sociales y políticos mediante los cuales, cada cierto tiempo, el sistema buscaba equilibrarse a sí mismo; pero en esta ocasión los grupos dominantes del capitalismo central, se hallaron con la situación de que muchas de las herramientas analíticas utilizadas en el pasado no funcionaban con la misma efectividad en el presente. Es curioso cómo los economistas burgueses han olvidado una parte importante de su propia batería teórica sobre las crisis y cómo solventarlas, aunque no prevenirlas. La algarabía por la desaparición del socialismo histórico ha sido tal que no se han percatado de las proporciones que tiene la crisis capitalista en el presente, y que amenaza con traerse al suelo todo el carnaval que han montado desde 1991. El problema está en que el colapso del capitalismo central, en las nuevas condiciones de mundialización, imposibilita que los capitalismos de la periferia escamoteen la crisis, y como siempre, es aquí donde el impacto es mayor, no tanto en términos técnicos, sino esencialmente humano. Es ahora, en el momento en que el capitalismo parecía proclamar su triunfo histórico definitivo, cuando la situación en Asia, África y América Latina se ha tornado insostenible para los más pobres. Las hambrunas, las pandemias, el tráfico internacional de trabajo esclavo de los niños y de las mujeres, el juego vergonzosamente usurario con las aguas en países como Etiopía, el narco-imperialismo y otras lacras del sistema se exacerbaron durante las últimas dos décadas, de una forma tan penosa, que cualquiera podría pensar en un retroceso denigrante hacia los peores momentos de la vieja revolución industrial inglesa, aquella tan magistralmente descrita por Charles Dickens en la Inglaterra del siglo XIX.
Para la intelectualidad anti-capitalista nada de esto es nuevo. Son asuntos que de una u otra forma, hombres y mujeres como Marx, Lenin, Trotsky, Luxemburgo, Bakunin, Kropotkin, Boockchin, Chomsky, Amin y otros describieron y analizaron por años. Retomar esta cuestión es urgente, puesto que la revitalización de la misma- en realidad aquí no hablamos de actualización- nos permitirá redescubrir que los viejos problemas del capitalismo siguen con nosotros, sólo que ahora sufrimos el desamparo de no contar con los contra pesos, lentos y torpes pero bien intencionados, del socialismo real.
Pero no es con buenas intenciones como se hará la revolución en América Latina. Menos hoy, cuando se piensa que la proposición de «hacer la revolución» pertenece a épocas nostálgicas y melancólicas carentes de toda lógica social y política2. La burguesía constantemente hace lo mismo, sueña también con aquellos capítulos de su propia historia en que la explotación de los trabajadores era ilimitada, la jornada laboral era de dieciséis horas diarias, el trabajo de las mujeres y los niños no estaba reglamentado y otras reliquias socio-económicas similares la hacían feliz y sentirse dueña del planeta, como en realidad sucedía. La llegada del socialismo detuvo estos desmanes al menos por algunos años, pero es a partir de ahí que la burguesía hace también ideología. De tal manera que es absurdo que se acuse de nostálgicos a los revolucionarios de nuestros días, cuando ellos, los burgueses, tienen siglos de estar soñando en algo, que hoy, cada vez se parece más a la realidad, su idea de un mercado perfecto, mecánico y totalmente liberado de impurezas estatales o de intervenciones externas. Aquí la cuestión se zanja, como dirían los clásicos del marxismo, dilucidando históricamente cuál es más válida, en términos humanos y de civilización: ¿su moral o la nuestra?
La realidad ha cambiado sustancialmente en cuestión de veinte años. Pero el sistema capitalista, y sus ideólogos, siguen creyendo que sus viejas soluciones son todavía posibles. Por eso es decisivo volver a las propuestas de los clásicos, en asuntos tan verdaderos y fundamentales como el del imperialismo. A pesar de que algunos intelectuales de izquierda del pasado, hoy travestis de la política en favor de sus antiguos enemigos, nos quieran hacer creer que estos temas han perdido su vigencia.
Pero la discusión de nuevo cuño sobre la teoría del imperialismo deberá darse sobre el plano de los cambios que se han operado en ese objeto, aparentemente abstracto y elusivo, que es la realidad económica, social y política del presente, con toda su fragmentación, su profunda deshumanización, y su vocación de cataclismo.
Por lo tanto, con este ensayo, pensamos hacer una contribución, modesta y sucinta, pero no menos seria, sobre la utilidad de la teoría del imperialismo para la mejor comprensión de nuestros asuntos más apremiantes, sin perder de vista la perspectiva latinoamericanista fundamental que debe predominar en este tipo de análisis.
Los conceptos básicos de la teoría del imperialismo
Como se habrá dado cuenta el lector, este texto forma parte de un programa de trabajo en el que hemos estado por años, tendiente a desmontar los aspectos más ocultos de las prácticas imperialistas en nuestros países3. En estos escenarios la labor del historiador es invaluable. Por lo tanto, nuestras preguntas serán las siguientes:
1. ¿Sigue vigente la teoría del imperialismo, sobre todo tal y como la concibieron algunos de los clásicos del pensamiento revolucionario?
2. ¿Tienen ellos algo que decir a la nueva situación del capitalismo mundial?
3. ¿Qué relación podemos establecer entre el capitalismo mundial y el capitalismo latinoamericano a la luz de los nuevos descubrimientos de la teoría del imperialismo?
4. ¿Cuáles son las especificidades de las prácticas imperialistas con relación a la América Latina?
5. ¿Tenemos alguna salida?
Aunque algunas de estas preguntas encontrarán respuestas más o menos aproximadas a lo largo de este trabajo, con el afán de avanzar ciertos criterios que lo permitan, debemos indicar que la teoría del imperialismo dispone de un conjunto de herramientas analíticas tomadas en gran parte de la economía política marxista y de alguna economía política burguesa, atemperada con ideas progresistas, como las sugeridas por el eminente economista austriaco Joseph Schumpeter. En este momento, tenemos como aspiración esencial, retomar algunos de los aspectos centrales de las tesis de Lenin, y someterlas a la prueba de la actualidad. Porque uno no acaba de sorprenderse de la enorme potencia de visionario que el dirigente ruso logró desplegar, cuando escribió en 1916 su célebre opúsculo titulado El imperialismo, fase superior del capitalismo. Pensado como un texto de difusión para el debate político, el pequeño trabajo sigue teniendo una gran actualidad, al menos en sus aspectos más esenciales4. Es a ellos a los que trataremos de referirnos a continuación.
Lenin planteaba, en gran parte sintetizando el trabajo erudito realizado por otros pensadores anteriores o contemporáneos, tales como J. A. Hobson (1858-1940) y R. Hilferding (1877-1941), que los ingredientes económicos más visibles del imperialismo eran los siguientes:
1. La concentración de la producción y los monopolios.
2. La nueva función de los bancos y del capital financiero.
3. Las exportaciones de capital.
4. El impacto político que tales ingredientes tienen sobre los sujetos sociales involucrados5.
5. La terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes6.
Por alguna extraña razón, no totalmente explicada por Marx en El Capital, debido a que no le alcanzó la vida para hacerlo, la gran tragedia del capitalismo contemporáneo es su tendencia a socializar la producción conservando la apropiación privada de la riqueza generada. Con posterioridad otros autores han tratado de darle respuesta a esta evidente contradicción, aunque con frecuencia los problemas de método y de teoría, parecen superar las fuerzas de una sola persona. Por eso, en nuestros días, se busca más la investigación de equipo, que revele pistas y recodos para alcanzar explicaciones satisfactorias a este tipo de asuntos. De tal manera que la nuestra, es una interpretación que reúne todas las condiciones de la modestia en el análisis de esta clase de problemas, sujetos a una infinita cantidad de tratamientos.
La «revitalización», si cabe el término, del pensamiento de Lenin, no puede venir por el lado de las actualizaciones cuantitativas o estadísticas del argumento principal del trabajo del dirigente revolucionario ruso, sustentado esencialmente en los estudios de inspiración marxista hechos por autores contemporáneos suyos, como ya lo dijimos. «La bondad del método no puede cambiar la historicidad del objeto» anota Banfil7, con lo cual podemos suponer que las explicaciones propuestas por Lenin continúan siendo portadoras de un poder de penetración de la realidad social y económica del imperialismo rara vez igualado hasta el momento. Si la situación histórica, además, del objeto de estudio ha modificado su textura, a la luz de nuevos descubrimientos y tratamientos, el método posee aún una gran capacidad para desmontar y despejar las particularidades históricas que lo pueden hacer desaparecer bajo la posible masa de nueva información.
«La definición económica del imperialismo, dice Banfil de nuevo, es la línea de demarcación entre dos grandes fases históricas del capitalismo: la competitiva, o mejor, atomista, y la más reciente monopolista»8. Con lo cual el autor nos indica un par de pistas que podríamos seguir si queremos tratar del imperialismo histórico en América Latina, por el lado de su economía política. No es posible un abordaje más o menos riguroso, desde la perspectiva política y humana, sin tomar en cuenta las distintas etapas históricas recorridas por el imperialismo en América Latina. Es decir que, toda economía política del mismo en nuestro continente, pasa ineludiblemente por su historia económica.
Si el abordaje del imperialismo se hace desde la perspectiva socio-cultural e histórica; o se hace con criterios «weberianos» o «freudianos», es decir a partir de la hipótesis de que es una especie de excrescencia del Imperio Romano o de los desmanes de Carlomagno en Francia, así como de los delirios narcisistas de unos cuantos líderes destacados de la historia universal, imperio e imperialismo terminan por significar lo mismo, con lo cual tendríamos que rastrearlos hasta la antigua Mesopotamia, unos 3,600 años antes de nuestra era9. Este tipo de tratamientos, en efecto, termina por vaciar de su contenido histórico real, a procesos que están estrechamente relacionados con el desarrollo del capitalismo como sistema económico y social10. Si los desmanes imperialistas y autoritarios que le son asociados han existido siempre, y no tienen nada que ver con el sistema capitalista-¡el cual ha probado ser esencialmente bueno y beneficioso para la humanidad!-, cualquier discusión sobre el imperialismo se torna baladí porque este sería un fenómeno transitorio y no estructural11.
Ahora bien, alguien podría argumentar que como en la vieja Unión Soviética no predominaba el capitalismo entonces sus espasmos expansionistas carecían de naturaleza imperial. En este caso, habría que señalar que esa clase de socialismo pareciera no haber podido establecerse por completo, en un país donde la lucha de clases y la teoría del valor nunca dejaron de operar, con lo cual el modelo soviético viene a ser definido por algo muy parecido al capitalismo de estado12.
Excepcionalidades aparte, la mejor propuesta teórica para estudiar el imperialismo sigue siendo aquella desarrollada por pensadores, teóricos y ensayistas de educación marxista. Los anarquistas (y un movimiento anarquista anti-globalización de gran pujanza así lo reconoce)13, se han servido también de los análisis hechos por los primeros, en virtud de que la economía política marxista alcanzó, durante la Segunda Internacional de los Trabajadores (1875-1919), niveles de sofisticación teórica pocas veces logrados después, los cuales han sido bien utilizados por movimientos revolucionarios de diversas procedencias políticas.
Al mismo tiempo, no debe olvidarse que el primer tratamiento marxista del imperialismo le pertenece a Rudolf Hilferding, médico austriaco e importante dirigente del Partido Social Demócrata Alemán, durante el gobierno de Herman Müller en 1928-192914. Él fue uno de los primeros en señalar que el imperialismo no era un fenómeno marginal del sistema capitalista, sino un ingrediente estructural en su etapa posterior a la libre competencia15. Por primera vez describió organizaciones, instituciones y acciones empresariales que nos son totalmente familiares en el mundo de hoy16.
El análisis de Hilferding superó con mucho, no sólo los estudios realizados por Hobson17, quien creía que bastaría con eliminar las deformaciones monopolísticas para impedir que el capitalismo se deslizara hacia los excesos del imperialismo, sino también los de Schumpeter, para el cual el imperialismo era esencialmente un asunto político y cultural antes que económico, fácil de erradicar por una burguesía con un claro proyecto en ese sentido. Con Hilferding, finalmente, nos damos cuenta de la enorme potencia analítica que podía facilitar la teoría económica marxista18.
No obstante, es importante recordar que la descripción y análisis hechos por Hobson de y sobre el imperialismo son de carácter seminal, con lo cual queremos decir que su influencia se extiende hasta el presente, en autores como Paul Baran y Paul Sweezy, serios y profundos analistas de la economía norteamericana, quienes lo utilizaron e instrumentalizaron de manera prolífica casi sin mencionarlo19. Sus aportes para nuestra justa comprensión del imperialismo en todas sus posibles esferas, moral, política, militar, científica, geopolítica y económica por supuesto, son de incalculable valor en nuestros días. Hobson fue visionario incluso en todo lo concerniente a las causas que motivaron la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y los aspectos más decisivos que condujeron a la formación de lo que sería luego las Naciones Unidas y la Unión Europea. Sus críticas al Imperio Británico tuvieron un carácter premonitorio muy valioso entre ciertos historiadores radicales, para quienes la teoría del imperialismo de inspiración marxista rara vez superó el enfoque desarrollado por Hobson20. Aunque su teoría del sub-consumo puede ser criticada duramente, por la relación metodológica que establece entre monopolio, ahorro y capacidad para invertir, la misma, sin embargo, sigue estando en la base de algunas interpretaciones marxistas de la inversión extranjera; como cuando Lenin insinúa que gran parte del capital inglés que emigra durante la era victoriana, lo hace porque el mercado de capitales se ha contraído y entonces se hizo necesario buscar otros horizontes. Esta es una tesis clásica del enfoque «hobsoniano» si cabe el término21.
Los estudios y críticas de Hobson al tratamiento ideológico del imperialismo para justificar el despojo de las «razas inferiores», así como sus premoniciones sobre lo que sería China casi un siglo después, y sus brillantes intuiciones sobre el imperialismo norteamericano, nos ponen al frente de un estudioso de muchos kilates, ensombrecido posiblemente por el uso que hicieran los marxistas de algunos de sus descubrimientos. Con una antelación impresionante, anuncia los resultados de las acciones del sub-imperialismo de Sudáfrica, Australia, Japón, Canadá y Estados Unidos, con relación a las regiones donde se desenvuelven. En la federación imperial que critica, se encuentran muchos de los ingredientes de lo que sería después la OTAN, por ejemplo.
Su trabajo, como se ha visto, sería continuado por analistas y políticos marxistas del calibre de Lenin, Rosa Luxemburgo, Nikolai Bujarin, y una importante escuela de pensamiento que, partiendo de las interpretaciones de Mao Tse Tung de la particular experiencia de la revolución china (1911-1949), ha dado origen a reflexiones de corte «tercermundista» o neocolonialista, donde el desarrollo y el subdesarrollo dejan de ser un asunto puramente económico, para convertirse en materia política de las luchas ideológicas de los pueblos oprimidos de todo el planeta por el imperialismo. La revitalización de la teoría del capital monopolista, esencial en el pensamiento de los tres primeros autores mencionados arriba, hizo avanzar considerablemente el análisis marxista a la luz de nuevos estudios sobre la concentración de la riqueza a escala mundial; y logró explicar ampliamente las características inéditas adquiridas por la lucha de clases en ese nuevo escenario, distorsionado por un lenguaje técnico que trata de describir el comportamiento histórico de un proceso estructural de larga data.
De otro lado, con Rosa Luxemburgo (1870-1919) nos adentramos en algunos de los aspectos vertebrales de la teoría del imperialismo, concernientes, sobre todo, a lo relacionado con los procesos de acumulación de capital. Aunque el problema de la expansión ilimitada de las relaciones de producción capitalistas a escala mundial, por razones históricas y socio-económicas ineludibles, siempre estuvo presente en casi toda la obra económica y política de Marx, con Rosa Luxemburgo, el mismo asunto adquirió una relevancia decisiva para explicar y articular una respuesta revolucionaria a la burguesía. Desde una óptica sub-consumista de nuevo, muy cercana a la desarrollada por Hobson, Luxemburgo sostenía que el sistema capitalista requería de otros modos de producción, para acumular y reproducirse según una lógica mediante la cual al capitalismo le era vertebral abrir, por la fuerza si era necesario, tantos mercados como le fueran requeridos. Esta tesis de que una continua expansión imperialista es requisito para la supervivencia del capitalismo mantiene todavía hoy una gran vigencia entre ciertos círculos de pensamiento marxista, aunque debe ser matizada a la luz de nuevas investigaciones y trabajo empírico22.
El pillaje llevado a cabo por el capitalismo en diversas partes de la geografía del planeta no se expresa solamente en los volúmenes de plusvalía extraídos, según las características específicas de los países o colonias impactados por el sistema en un momento histórico determinado, sino también en aquellos otros recursos ofrecidos por una geografía económica y social en la cual la «mercantilización» y apropiación imperialista de bienes intangibles (como el turismo ecológico, la educación o las historias culturales por ejemplo), ha adquirido niveles completamente inéditos. Esto es lo que el geógrafo marxista inglés David Harvey llama «acumulación por desposesión», una idea y un método de trabajo que le deben mucho a Rosa Luxemburgo23.
Como, supuestamente, la acumulación originaria (o la acumulación primitiva)24 fue considerada por Marx un proceso con un final histórico específico en la mayor parte de los países capitalistas desarrollados, luego continuada por distintas vías de reproducción, el sistema capitalista encontró en el «exterior», lo que no tuvo en el «interior», según Luxemburgo, es decir los mercados, la fuerza de trabajo barata, los recursos naturales y los consumidores que pudieran haber entrado en un proceso de agotamiento en el primer momento. Con desagradable frecuencia, según lo prueba la experiencia histórica, el «exterior» del capitalismo tuvo que ser «abierto» por la fuerza, y terminó saqueado, malversado y desmantelado cuantas veces fue necesario, a través de políticas imperialistas claramente definidas con esa orientación, y apoyadas por estados burgueses con la maquinaria militar e ideológica requerida para hacer valer los requerimientos expansionistas del sistema capitalista. El saqueo de África, la toma por asalto de China, la manipulación de América Latina, prueban en su justa medida la certeza de las intuiciones de Rosa Luxemburgo25.
Porque, como bien lo había señalado Lenin, el problema central de toda discusión era que el imperialismo debía ser estudiado desde las transformaciones estructurales del capitalismo, y no tanto a partir de las relaciones establecidas entre los países metropolitanos y sus colonias. Esta lógica analítica era la que resultaba más rica para comprender el desarrollo del capitalismo en sus expresiones metropolitana y periférica. Era la lógica que, llevada hasta sus últimas consecuencias por autores como Trotsky y posteriormente por Ernest Mandel26, permitiría hablar de un capitalismo tardío, de alta concentración monopolista en el cual el imperialismo se había tornado más beligerante y agresivo27.
Era ingenuo, sostenían otros autores, elaborar una nueva estrategia política y de lucha de clases, partiendo de la base de que el imperialismo estaba muerto o en crisis28. La caída del socialismo real había demostrado la enorme visión y sentido político de un analista como C. L. R. James, quien en un libro de 1937 diría que si la Unión Soviética se desplomaba, como proyecto de los trabajadores a escala internacional, eso los dejaría sin orientación durante aproximadamente unos treinta años29. Nosotros acotaríamos que, la que se ha quedado sin orientación es la vieja guardia marxista-leninista, para quien el decrépito mostrenco estalinista era la consumación total de todas las utopías posibles. Sin embargo, ante la evidencia de un imperialismo más temible que nunca, la imaginación de las organizaciones políticas debe ponerse a prueba, para «inventar» las alternativas requeridas contra un capitalismo que finalmente puede sostener que se ha adueñado del planeta.
Ahora bien, la dialéctica del imperialismo en nuestros días indica que, aunque Marx no tuvo tiempo para escribir nada al respecto, sus brillantes intuiciones sobre el estado, el comercio exterior y el mercado mundial, facilitaron la construcción no únicamente de una sola teoría sobre el tema, sino también de una cantidad importante de diversas representaciones geográficas del proceso, al punto de que geógrafos, antropólogos, cartógrafos30 y otros expertos, junto a economistas, historiadores, sociólogos y filósofos, han hecho posible una visión más rica del imperialismo en sus distintas expresiones políticas para tener, al cabo, una más clara percepción del sistema capitalista en tanto que modelo económico históricamente condicionado31.
La historicidad del sistema capitalista, como totalidad de análisis, y objeto de las luchas, angustias y frustraciones de los trabajadores de todo el mundo, facilitó que el estudio del imperialismo no se agotara en la descripción y explicación de las relaciones entre distintos espacios geográficos, proveídos desigualmente de ciertos recursos materiales y humanos, como indicaba Harvey en su extraordinario tratado32. Pero tal clase de enfoque estimuló también el surgimiento de teorías sobre el desarrollo del capitalismo a escala mundial, las cuales podían agruparse en dos: 1- aquellas que se concentraban en medir el progresivo desarrollo de las fuerzas productivas dentro del capitalismo, y 2- aquellas que presentaban al capitalismo como un sistema de explotación donde un área se desarrollaba a expensas de la otra, de tal manera que el desarrollo en algunas partes del mundo se producía a costa del subdesarrollo del resto33. Y aunque era relativamente sencillo encontrar formas de verdad histórica en ambos tratamientos, algunas veces se olvidaba que el énfasis de Marx estuvo siempre en el estudio cabal y sustentado del sistema capitalista, y que, con frecuencia, veía la cuestión colonial como algo transitorio. Entonces, la teoría del capitalismo en Marx, indefectiblemente, es anterior a cualquier teoría del imperialismo34. Esta línea de trabajo fue seguida muy de cerca por Hilferding, Lenin, Luxemburgo y otros marxistas, tal y como se ha visto; pero también encontró autores del calibre de Eugenio Varga, quien se vio en serios problemas políticos con los estalinistas debido a sus investigaciones, las cuales pretendían profundizar el tratamiento que Lenin había hecho35. Sin embargo, las grandes transformaciones que tuvieron lugar en Rusia probaron que el liderazgo de la revolución mundial se había desplazado hacia el mundo capitalista subdesarrollado, y ello había planteado nuevos problemas políticos, teóricos y sociales que no estaban previstos en ninguno de los trabajos de los clásicos del marxismo. La nueva veta de investigación abría sendas inéditas a la imaginación y ponía a prueba la capacidad creativa de los trabajadores, como lo probarían luego la revolución china, la revolución cubana y otras.
Entonces, igual que en otros momentos del pasado, América Latina tomó la iniciativa, y, ante el resonante fracaso del neoliberalismo y las retorcidas propuestas de la globalización (la nueva etiqueta del imperialismo), se han dado los primeros pasos para que el capitalismo no convierta a nuestros países en simples máquinas productoras de mercancías y fuerza de trabajo para la explotación. Los procesos de cambio emprendidos en América del Sur, por los movimientos populares de Argentina, Venezuela, Bolivia, Uruguay, Paraguay, Ecuador y en alguna forma Brasil, a pesar de la parafernalia populista con que podrían ser signados algunos de sus dirigentes, y de la tibieza reformista que los caracteriza en algunos aspectos, han probado ser efectivos para bloquear el avance de los desmanes neoliberales, que asestaron un duro golpe a la independencia económica y política de estos países; sobre todo si consideramos el horizonte autoritario creado por el imperialismo norteamericano en América Latina y el Caribe después del triunfo de la Revolución Cubana. Sin este último no es posible comprender las masacres emprendidas contra sus propios pueblos por los militares en Argentina y Chile por ejemplo, durante las décadas de los años setenta y ochenta del siglo XX. El proceso cubano era malsano no tanto por las alternativas políticas y sociales ofrecidas, como porque había hecho saltar en pedazos las relaciones estructurales establecidas con Cuba por el capitalismo norteamericano desde hacía más de cien años36. Pero estos son temas para otro momento.
Además, también era cierto que la teoría de la dependencia, nutrida por el marxismo y el pensamiento de los clásicos de la teoría del imperialismo, habría avanzado explicaciones multidisciplinarias de una valiosa riqueza política y social, de notable utilidad para los movimientos revolucionarios que despegarían en América Latina, después del triunfo de la revolución cubana. En los brillantes trabajos de analistas sociales como Fernando Enrique Cardoso, Enzo Faletto, Stanley y Barbara Stein, Theotonio Dos Santos, Vania Bambirra, Agustín Cuevas, Carlos Rafael Rodríguez, Edelberto Torres Rivas, Martha Haernecker y muchos más, se puede seguir de cerca una curva parabólica en la que se encuentran todas las expresiones posibles del pensamiento revolucionario latinoamericano, entre los años 1950 y 1990. Sin olvidar, desde luego, la enorme importancia que tiene el primer pensamiento revolucionario latinoamericano en figuras como José Carlos Mariátegui (1894-1930), cuya impronta es fácil de rastrear hasta la actualidad, en muchas de las interpretaciones y evaluaciones que se hacen del papel que juega América Latina, en el nuevo escenario mundial37.
Para la actualidad, la crisis y colapso del socialismo soviético con sus distintas variantes, aceleró una revisión total de los edificios racionalistas utilizados por siglos en Occidente, y ello incluía, ineludiblemente, al marxismo; con lo cual, andamiajes teóricos y analíticos similares o derivados de esa tradición entraron también en discusión, tal es el caso de la teoría de la dependencia. Sin embargo, y esto es algo digno de destacar, dicha propuesta teórica sigue ofreciendo posibilidades metodológicas e instrumentales importantes en nuestra comprensión de la nueva realidad que les ofrece el mundo moderno a los países latinoamericanos. Reforzada ahora con los descubrimientos de la teoría del sistema mundial, donde sobresalen las investigaciones sobre la capacidad expansiva del capitalismo como modelo económico históricamente determinado, la teoría de la dependencia continúa proponiendo interpretaciones, herramientas y conceptos que buscan captar mejor lo que acontece en el mundo moderno, más que nunca sujeto a los caprichos y antojos de las decisiones que se toman en Washington.
André Gunder Frank, Immanuel Wallerstein, Samir Amin, Arghiri Emmanuel, Christian Palloix, Giovanni Arrighi y otros38, igualmente interesados en ampliar la teoría del imperialismo y hacerla efectiva para entender los problemas de los países en desarrollo, lograron articular, después de la segunda guerra mundial, una instrumentación del marxismo que tendría dos vías de interpretación, polémicas es cierto, pero muy útiles para describir e interpretar la historia del capitalismo en países como los latinoamericanos por ejemplo. La primera vía nos llevaba a una ampliación de la teoría clásica del comercio exterior, cuyos más lejanos antecesores eran Adam Smith y David Ricardo. Fue la vía escogida, en gran medida, por pensadores como Hobson, a quien ya hemos mencionado varias veces. Con el énfasis puesto en los mecanismos y circuitos de la circulación, es decir en todo lo relacionado con los procesos de realización de las mercancías, a nuestros autores acabaron por llamarlos «circulacionistas», o cultores de un «marxismo neo-smithiano» según la irónica expresión de Robert Brenner39. La otra vía, fue la tomada por escritores como Rosa Luxemburgo y Hannah Arendt, para quienes el imperialismo no puede ser comprendido sino es a partir de la dinámica de los mercados, los cuales son una creación del capitalismo según éste se vaya expandiendo históricamente, a través de violentar y desarticular toda otra forma alternativa de producción. Para Arendt el problema del racismo y de la violencia en la expansión imperialista es central40.
Esa plataforma analítica configurada por las propuestas circulacionistas y sub-consumistas resultó de gran provecho para las luchas políticas que se emprendían por aquellos años en varias partes del Tercer Mundo. Si el tratamiento estructural del capitalismo, desde su descripción histórica y su explicación lógico-dialéctica le permitió a Marx heredarnos una más cabal y justa comprensión de lo que esperaba a los países en vías de desarrollo, a partir de su articulación en el sistema, los nuevos teóricos del imperialismo, proveídos ahora con el enfoque de la teoría del intercambio desigual, ampliaban, novedosamente, dicho enfoque, y hacían fructificar una nueva teoría de la política, del estado y de las clases sociales, apenas barruntadas por Marx mismo.
La teoría del intercambio desigual41 llevó hasta sus últimas consecuencias el análisis de la acumulación y de la lucha de clases a escala mundial, mediante el desarrollo de nuevos procedimientos de medición y argumentos explicativos, para comprender mejor el funcionamiento de la compañía multinacional, y sus distintas expresiones desde el desarrollo y la crisis del capitalismo financiero actuales, ingredientes que Hobson, Lenin y Hilferding describieron por primera vez a principios del siglo XX.
Emmanuel, uno de sus más connotados propulsores, sostenía que el intercambio desigual puede presentarse incluso entre países capitalistas plenamente desarrollados, y lo que interesa describir y explicar, en estas circunstancias, es la naturaleza de esa desigualdad, por eso él hablaba de «imperialismo del comercio exterior». Cuando este razonamiento se expandía para comprender las relaciones entre países capitalistas desarrollados y aquellos otros subdesarrollados, la explotación y la extracción de plusvalor a escala mundial, entonces, asumía otra textura en la cual, aunque no mediaban las acciones militares, el imperialismo, apuntalado por la compañía multinacional y el capital financiero, se expresaba como el mecanismo escogido por los países capitalistas altamente desarrollados (sobre desarrollados según la expresión de Pierre Salama42), para reproducirse a expensas de las desigualdades operativas entre los distintos capitalismos que establecían relaciones comerciales, aparentemente, sin soporte alguno en la violencia o la imposición competitiva.
En los extremos, este intercambio desigual conduce también a que el capitalismo metropolitano para continuar y ampliar su reproducción se sirva de la violencia, con una regularidad inaceptable, sobre todo en aquellos países y regiones donde las condiciones previas para el desarrollo capitalista no existen. Se trata de un capitalismo «inducido» desde afuera que algunos antropólogos franceses han analizado como «modos de producción coloniales»43, en los que la estructura de clases pre-capitalista es forzada a ligarse a un capitalismo central o metropolitano que no expresa ningún interés en que esa condición pre-capitalista sea modificada44, mediante alianzas políticas y sociales de diversa naturaleza. En esos casos, el imperialismo se vuelve el «pionero del capitalismo» como lo llamara Bill Warren45.
Ahora bien, si las teorías «dependentistas» emergieron durante el período de mayor fragilidad del marxismo clásico, es decir después de la segunda guerra mundial, y, en gran parte, debido al retroceso teórico experimentado en la Unión Soviética por causa del estalinismo, los procesos de descolonización y las luchas por la liberación nacional en diversas partes del Tercer Mundo, fortalecieron notablemente los estudios del imperialismo, así como la comprensión política, social y cultural de aquellos países, zonas y regiones que más violentamente sufrían los embates de aquel. China, Viet-Nam, Corea del Norte, Argelia, Cuba, Nicaragua, El Salvador y el Congo, integran una cadena de casos y procesos en los cuales, no es suficiente una bien elaborada teoría del colonialismo, para comprender la verdadera dimensión de lo que han significado para el mundo contemporáneo las luchas y los logros de estos pueblos, así como sus fracasos y frustraciones.
Desgraciadamente, el derrumbe del socialismo soviético ponía en evidencia también, la relativa certeza de algunas de las afirmaciones que se hicieran en el pasado con relación al fracaso de la revolución alemana (1918-1923), cuando su posible triunfo pudo haber evitado la llegada del estalinismo y del nazismo, y de esta forma la historia mundial hubiera sido totalmente otra, incluso la latinoamericana46. Sin embargo, el cobro histórico de ciertas cuentas no logrará atemperar jamás la distorsión colosal que significó la guerra fría para los países en desarrollo, aunque la globalización apostó por una forma distinta de hacer imperialismo dejando intactas las enseñanzas y desvaríos de aquella, que se continuó por otros senderos, como el genocidio practicado contra el pueblo palestino y la mercantilización de recursos naturales y humanos que atenta contra la supervivencia misma de la Humanidad, tal es el caso del agua, los fertilizantes, los combustibles, la educación, la cultura popular y la memoria histórica misma de los pueblos.
No obstante, no podemos seguir esta línea de argumentación porque nos desviaríamos de nuestro objetivo principal. Quede claro, sin embargo, que después de 1989, el Departamento de Estado norteamericano ha impulsado el mal llamado «nuevo orden mundial», donde lo único novedoso es el afán de los Estados Unidos por imponerle al mundo, su estilo de vida. Contra este telón de fondo, la primera experiencia neoliberal en el mundo occidental, entonces, tenía lugar en el Chile posterior al golpe de estado contra Salvador Allende en 197347, y de esta forma se daba inicio a un cuadro de relaciones entre el gobierno de los Estados Unidos y los países latinoamericanos, teñido de conflictos, golpes de estado, violentas represiones del movimiento popular y de sangrientas guerras civiles, en las cuales, Ronald Reagan (1980-1988) por ejemplo, jugó un papel decisivo48. Debido a sus artimañas América Central se cubrió de sangre, la revolución sandinista fue saboteada, Honduras fue convertida en una base militar y, en El Salvador y Guatemala, la guerra civil alcanzó niveles inimaginables de crueldad y genocidio. En Costa Rica, por su parte, el gobierno de Arias Sánchez hacía buen uso de la situación histórica que se le presentaba, y logró impulsar un acuerdo de paz (que le valió el Premio Nobel al Señor Presidente en 1986), en el que lo único que se logró fue enfriar las hostilidades, pero las raíces sociales, políticas y culturales de los conflictos quedaron intactas, como lo prueban la situación económica y política actual de esos países. Era evidente, entonces, que la política exterior de los Estados Unidos hacia la América Latina no había cambiado desde 1898. Las posibles modificaciones que se habían suscitado estaban en el énfasis y en el estilo, en las palabras, más que en las realidades.
Entre el triunfo de la revolución cubana en 1959 y el colapso del socialismo real en 1991, las interpretaciones «dependentistas» del marxismo llegaron a un punto máximo de instrumentación, descripción y análisis de los acontecimientos políticos, sociales y culturales de los países en vías de desarrollo. Si el marxismo entró en un proceso de franca parálisis en la vieja Unión Soviética, gracias a la dictadura estalinista, entre 1924 y 1953, en las grandes capitales culturales de la Europa occidental, como Londres, París o Berlín, y en los Estados Unidos también, se volvía a sus fuentes originales, se fortalecía y se ampliaba en las discusiones sostenidas con otras expresiones académicas y políticas. Hacía su aparición, de esta manera, un marxismo occidental, más fresco y ventilado, que intentaba encontrar otros derroteros para hacer posible la revolución de acuerdo con el postulado marxista clásico, de que el socialismo solo sería posible en los países capitalistas altamente desarrollados. En estos casos, el imperialismo parecía ser materia para las luchas de liberación nacional en el Tercer Mundo, y no asunto de un marxismo que buscaba llegar a la sociedad socialista, por vías distintas a las desarrolladas por el totalitarismo estalinista.
Entre tanto, para el imperialismo permanente en América Latina y el Caribe, como se verá más adelante, la revolución cubana fue la excusa histórica para fortalecer a las dictaduras militares que pretendían aniquilar cualquier expresión popular alternativa en nuestros países. Intentos democráticos auténticamente antiimperialistas en América Central fueron ahogados en sangre, como sucedió en Guatemala, entre 1944 y 1954. Y cuando llegó el triunfo del socialismo en Cuba, la situación se volvió más grave para América Latina y el Caribe, pues el imperialismo permanente proveyó, financió y defendió a sangre y fuego a dictaduras de derecha tan siniestras como la de la familia Somoza en Nicaragua (1934-1979), organizó el asesinato del Presidente Salvador Allende en Chile (1973), y Cuba tuvo que hacer frente a un bloqueo económico, social, político, diplomático y cultural, sin precedentes en las acciones del imperialismo en otras partes del mundo.
Sería esta clase de dominación imperialista, entonces, la que haría que las teorías de la dependencia inspiradas en Marx, tomaran un nuevo vuelo, más lúcido políticamente y más efectivo en el terreno de la investigación social. Sobre todo cuando intelectuales, académicos, escritores, poetas, artistas, líderes sindicales y educadores eran asesinados o mutilados en las mazmorras de las dictaduras militares en El Salvador, Guatemala, Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay y Brasil. Con la caída del socialismo real en 1991 se iría para siempre uno de los apoyos esenciales de las luchas de liberación nacional, no sólo en América Latina, sino también en el resto del Tercer Mundo. A partir de este momento, entonces, las teorías de la dependencia y toda otra interpretación antiimperialista del marxismo se volvería una especie exótica de teoría social, sólo practicada por catecúmenos inadaptados, con lo cual se daba paso a distintas variantes del pensamiento liberal y democrático-burgués, perfectamente bien articuladas a la globalización capitalista, una nueva forma de etiquetar al viejo imperialismo.
Con la crisis financiera actual, después de sangrientas y brutales guerras imperiales emprendidas contra países soberanos como Irak y Afganistán, los clásicos del marxismo han recibido su cuota de razón histórica, y una nueva hornada de discusiones, debates y aportaciones teóricas han fortalecido notablemente su resurgimiento. Y será en América Latina de nuevo, en Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil y Uruguay, donde las teorías de la dependencia y el pensamiento antiimperialista adquieran una nueva dimensión, apelando siempre a la memoria histórica y a la capacidad de los pueblos para reinventarse. Ahora bien, habrá que ver hasta qué punto estos novedosos proyectos en América Latina logran remontar la cuestión nacional, y van más allá, es decir, logran articular una lucha antiimperialista que se transforme, a la larga, en un proyecto anti-capitalista de proporciones regionales. Entre tanto, América Latina, seguiría jugando el viejo papel de válvula de escape para los serios problemas que las economías capitalistas avanzadas en crisis tienen que enfrentar cada cierto tiempo, especialmente la norteamericana, como lo prueba una larga relación histórica llena de altibajos en la cual América Latina siempre ha llevado la peor parte49.
Economía política del imperialismo histórico
En Nuestra América, según la feliz denominación de Martí, el imperialismo histórico es aquel que puede ser ubicado entre los años que van de 1823, año de la infausta Doctrina Monroe, a 1898, año de la invasión, ocupación y despojo de Cuba y Puerto Rico, así como de Filipinas, Guam, Hawai, las Islas Salomón y China50. Según veremos en el capítulo siguiente con algún detalle, este es un período marcado por la impronta del «imperialismo con colonias» europeo como dice Magdoff, para establecer el contraste con el «imperialismo sin colonias» norteamericano del período siguiente51.
La economía política del imperialismo histórico está definida en sus aspectos más estructurales, por los procesos de acumulación diseñados y operados por el expansionismo inglés a todo lo largo de los años que hemos mencionado para este momento en particular. Existe una historiografía anglosajona, con ciertos ecos de buena acogida en América Latina, sobre todo en estos momentos de travestismo izquierdista, para la cual no existe algo que podamos llamar imperialismo inglés, en lo que respecta a la historia de sus relaciones económicas con los países de aquella región. En esta parte del mundo, dicen estos historiadores, las prácticas imperialistas tuvieron un carácter informal, ni remotamente comparables a las que se sostuvieron con Asia Oriental o África52.
Algo debe quedar bien claro: si entre la Doctrina Monroe y la guerra hispano-antillano-norteamericana de 1898 fue el imperialismo británico el que se ejerció con más beligerancia, para los historiadores latinoamericanos debería ser también evidente que el crecimiento desmedido y acelerado del imperialismo norteamericano se dio en virtud de la efectividad y permanencia de su enfrentamiento, en franca competencia contra los ingleses algunas veces, otras- la mayoría- en alianza con el Imperio de Su Majestad la Reina Victoria (1837-1901). Es obvio entonces que, siguiendo a Gramsci, nuestra propuesta de periodización es histórica y política, a pesar de las quejas de historiadores ingleses como Platt53. Estos dos años, 1823 y 1898, tienen una importancia diferenciada según el punto de vista de los sujetos socio-históricos involucrados. Para los ingleses, por ejemplo, fueron los años entre los cuales tendrían que enfrentar la competencia norteamericana en todos los ámbitos imaginables, para evitar ser desalojados de América Latina, China, el Pacífico Occidental y Asia Occidental. Para los norteamericanos fueron los años en que se definió el tutelaje político, económico e ideológico sobre los latinoamericanos. Para estos últimos, además, fueron aquellos en que el despojo de sus riquezas humanas y materiales adquirió mayor consistencia económica y política.
«El holocausto victoriano» como lo llama un historiador norteamericano54, puede precisar todavía más los instrumentos con que funcionó, se expandió y se consolidó el quehacer imperialista para estos años, sobre todo los que median durante el mandato de la Reina Victoria (1837-1901)55. Las grandes hambrunas que caracterizaron el «progreso» que el imperialismo inglés llevó a la India y al África Occidental, fueron un excelente aprendizaje para el imperialismo norteamericano cuando se trató de someter en 1902 a los filipinos por ejemplo. Canovas del Castillo y su eficiente administración de los asuntos imperiales españoles en Cuba, durante la guerra de liberación entre 1895 y 1898, también fue un excelente discípulo de los ingleses imperialistas en materia de genocidio56.
Por otro lado, si ahora ha quedado clara nuestra propuesta de periodización, será más fácil atacar los asuntos sustanciales de la economía política en la época del imperialismo histórico, porque entonces los procesos de acumulación originaria en la expansión colonialista, como los llamaba Marx57, tuvieron en América Latina un ejemplo bastante revelador de cómo los imperialismos tejieron sus distintas alianzas y estilos de coerción, para que cualquier forma de producción pre-capitalista quedara dentro de su esfera de acción, y terminara engullida en función de las necesidades que el capitalismo estableciera para su expansión a escala mundial. Esto es lo que páginas atrás hemos llamado «modos de producción coloniales», de acuerdo con el tratamiento hecho por algunos antropólogos economistas, según los cuales el capitalismo toma más tiempo en sociedades pre-capitalistas para hacerse dueño de la situación cultural, económica y política de sociedades primitivas en África, Asia y América Latina, particularmente en el Caribe. Por lo tanto, debe acudirse a medios violentos, militares e ideológicos para forzar la entrada del capitalismo en esas sociedades, donde alianzas de cierta naturaleza con sus sectores dominantes son esenciales para consolidar la dominación capitalista. En otros casos, como el chino o el hindú, el capitalismo se ve beneficiado con los modos de producción pre-capitalistas, e integra mecanismos productivos y mercantiles con los mismos, mediante los cuales se asegura el acceso a recursos humanos y naturales, que de otra forma sería imposible obtener, sobre todo si no se tiene ningún interés en alterar las estructuras de clases de las sociedades «primitivas» involucradas, debido al costo social implicado.
Por eso un autor como Abelardo Villegas habla de que en América Latina coexisten el régimen de propiedad feudal y el capitalismo moderno58. De la misma manera, también Carmagnani, el eminente latinoamericanista italiano, nos habla de «alianza y proyecto oligárquicos»59, cuando se trata de describir la forma que tomó la economía política del imperialismo histórico, durante los años que aquí hemos referido como los de su auge y consolidación. De tal manera que no es posible imaginar al imperialismo histórico en América Latina, sin pensar en que tal historicidad se organizó y se sustentó en las alianzas que los grupos sociales dominantes lograron establecer con los poderes imperialistas del período bajo estudio. Tales alianzas y proyectos portaron el ideario fundamental de la burguesía como hacedora de civilización capitalista en nuestros países. Es esta la razón metodológica por la cual el estudio del imperialismo no puede ser separado de los procesos de acumulación a escala mundial, definitorios de la estrategia expansiva del sistema capitalista. Así resulta imposible aceptar las intuiciones de Schumpeter en el sentido de que el imperialismo es una derivación de perfil medieval, la cual sólo podría ser superada con más capitalismo60.
Hoy, más que nunca, las cinco tesis de Lenin mencionadas páginas atrás adquieren en la historia de América Latina, una textura socio-política asombrosa. Pero es que siguen siendo válidas porque el revolucionario ruso presintió que el imperialismo sólo podría ser plenamente comprendido, si se estudiaba con detalle el desarrollo estructural del capitalismo que lo hacía posible, y no en virtud del contacto que las potencias metropolitanas sostenían con sus colonias. La validez de las tesis de Lenin debe medirse no tanto a partir de su potencia explicativa para el momento histórico en que fueron concebidas, sino, particularmente, porque aún hoy continúan provocando reflexiones- ponderadas unas y muy enconadas otras-, sobre el grado de instrumentación posible que ofrecen para entender, describir y explicar dos asuntos capitales: 1- la relación histórica entre capitalismo e imperialismo; y 2- la naturaleza actual del imperialismo61. Tales instrumentos analíticos son de especial relevancia para el caso de América Latina.
Si el lector se fija con cuidado, y hace un balance general de las distintas aproximaciones teóricas que se han hecho del imperialismo, durante los últimos cien años, se dará cuenta con facilidad de que casi siempre ellas fueron elaboradas por economistas, políticos, sociólogos, críticos de la cultura, antropólogos, filólogos y hasta psicólogos. Rara vez se encuentra entre ellos a un historiador, realmente interesado en convertir a la teoría en el conjunto de instrumentos de investigación indicado que le permitiera describir y explicar mejor las relaciones entre las potencias imperialistas y América Latina, por ejemplo, en el contexto del desarrollo capitalista. En estos niveles incluso, la ideología como falsa consciencia hace su aparición, y nos encontramos a la historia y a los historiadores-con raras excepciones, casi siempre definidas como heréticas-, describiendo y legitimando el orden de cosas burgués. Estaba más que visto: las llamadas ciencias históricas no eran precisamente el colmo del sentido de la revolución. Los departamentos de historia en Europa, los Estados Unidos y América Latina, jamás llegarían a convertirse en «escuelas de cuadros» al servicio del cambio social y de la revolución. Parecía que debido a su trabajo con el pasado algunos historiadores nunca hubieran logrado salir de él, apuntaba el gran escritor inglés Evelyn Waugh62.
Pero Waugh era uno de esos dotados escritores ingleses cuyo conservatismo tenía mucho más de aristocrático que de pro-imperialista y en lo que competía a la América Latina, África o Asia, jamás creyó que fuera posible un gobierno democrático en pueblos y países donde la civilización occidental sólo pudo entrar por vía de la violencia y nunca por la convicción. Naciones que entendían por la fuerza no estaban capacitadas para hacer su ingreso al mundo civilizado y, paradójicamente, sólo por la fuerza podían ser civilizadas.
En América Central y el Caribe este criterio fue llevado hasta sus últimas consecuencias, como veremos más adelante; pero recordemos, por ahora, que el imperialismo europeo estableció los fundamentos sobre los cuales se levantó, por ejemplo, la United Fruit Company en 1899, posiblemente la primera multinacional de la agroindustria sin cuya historia sería difícil comprender el crecimiento económico de esas áreas en nuestros días. La construcción del ferrocarril al Atlántico de Costa Rica, entre 1871 y 1891, un vivo ejemplo de las prácticas imperiales de Su Majestad Británica, se realizó, inicialmente, con capital inglés; pero, según reveló el comité parlamentario especial convocado en 1875 para investigar casos similares en Honduras, Paraguay y Santo Domingo, la espectacular estafa de que fue víctima el gobierno costarricense (que de dos millones de libras esterlinas sólo recibió ochocientas mil)63, redefinió, de arriba abajo, todas sus relaciones financieras con Europa y los Estados Unidos64. Esa deuda inglesa de Costa Rica estuvo vigente hasta los años setenta del siglo XX, y es un ejemplo filo cortante de cómo el capitalismo inglés estructuraba las políticas imperiales de Su Majestad, durante tales años.
El bien conocido enlace empresarial entre el imperialismo inglés y el imperialismo norteamericano, Minor Cooper Keith (1847-1929), casado con la hija de un ex presidente costarricense, contratista a partir de 1884 para concluir el ferrocarril mencionado, socio fundador de la United, amo y señor, prácticamente, de bienes, servicios, políticos y diplomáticos en Costa Rica y el resto de América Central, así como del Caribe sudamericano, terminó recibiendo una serie impresionante de privilegios que retratan con precisión y claridad la enorme vocación de entreguismo que han desplegado, históricamente, las clases dirigentes en nuestros países65. Los desmanes del imperialismo han sido posibles gracias a sus aliados de por acá, esto es algo que no hay que olvidar.
La economía política del imperialismo histórico, si la definimos por las intervenciones de la Foreign Office británica, demandaba que si alguno de los súbditos de Su Majestad se metía en problemas en el exterior, en ultramar según se decía entonces, con gobiernos extranjeros, empresarios o políticos, debería enfrentar las consecuencias de sus acciones totalmente solo, sin recibir apoyo alguno del monarca. Dicha política destaca en los casos del Caribe y de América Central, pues en materia de deuda externa, su deuda, los ingleses evitaron negociar con los gobiernos del istmo, y buscaron hacerlo con el Departamento de Estado del Gobierno de los Estados Unidos66. Era evidente que el imperialismo histórico estaba cediendo su lugar al imperialismo permanente.
Las características particulares que reúne el período de 1823 a 1898, al menos en lo que compete a la historia de las relaciones entre América Latina y las potencias imperialistas del momento, y a la rivalidad interimperialista misma por el control de las riquezas de esta parte del mundo, definen con mucho la historia posterior del Caribe, por ejemplo67. Aunque para algunos autores, el imperialismo histórico podría prolongarse hasta 191468, año de inicio de la Primera Guerra Mundial y momento clave para la eclosión de una de las fracturas decisivas del sistema capitalista como un todo, 1898 es un año más representativo de lo que acontece en América Latina y el Caribe, con sus cancillerías, sus empresas, sus políticos y sus sueños, para alcanzar algún grado de inserción efectiva en el concierto internacional de naciones.
El imperialismo histórico concluye antes en América Latina y el Caribe de lo que lo hace en el resto de las naciones capitalistas, pues el año 1898 es no sólo el punto de partida de una forma más agresiva de imponer el sistema al resto del mundo, sino que es en América Latina y el Caribe donde se experimenta por primera vez con los dispositivos que serán esenciales en el desarrollo del imperialismo permanente, apuntalado por los Estados Unidos. La mal llamada dominación informal británica sobre economías, sociedades y estados latinoamericanos y caribeños, era la contraparte de la dominación formal sobre la India y de otras naciones del sudeste asiático, según los historiadores británicos. Se construye geográficamente a la India de acuerdo con los intereses imperialistas de la expansión capitalista inglesa, pero la tarea se completa, con la misma eficiencia, en otras partes del mundo que pudieran ser representativas para los imperios europeos.
La construcción geográfica imperial de la India, de nuevo, revela abiertamente el conjunto de procedimientos que ha utilizado el capitalismo para expandirse ilimitadamente. Varios fueron aplicados también en otras partes del planeta, aunque no con los mismos resultados, pero esta situación nos evidencia el hecho de que el imperio inglés, como el antiguo imperio romano, creaba y diseñaba la cartografía que necesitaba según lo demandara el paso de su propio crecimiento69. Esto no es diferente con el imperialismo permanente.
Por otro lado, la historia del grado de influencia desarrollado por la Santa Alianza en el proceso de independencia de América Latina, y los compromisos posteriores establecen la naturaleza con que el imperialismo inglés, particularmente, se acercó a estos países. Estaba claro que la posible restauración colonialista española no contaría con el total apoyo de los imperios inglés y francés; sin embargo, la ayuda recibida por los rebeldes sudamericanos de parte de estas dos potencias, era portadora de una factura que sería cobrada en el corto plazo, sin tomar en cuenta los posibles resultados de la guerra de independencia y de la reacción ibérica70.
El imperialismo histórico, entonces, es el imperialismo que Marx en sus escritos, sobre todo periodísticos, huérfanos de dicho concepto, identificó con colonialismo y sus diversas expresiones71. Varios de los dispositivos, tecnologías e instrumentos desarrollados por tales prácticas imperialistas, colonialistas y expansionistas, en directa relación con la acumulación del capital a escala mundial, fueron de enorme utilidad para que en las teorías posteriores del imperialismo, se comprendiera todavía mejor que el capitalista era el principal responsable de la polarización internacional entre ricos y pobres, explotadores y explotados, con todas sus expresiones políticas e ideológicas.
Para concluir esta sección del capítulo resumamos los componentes más centrales del imperialismo histórico:
1. Se ubica entre los siglos XVIII y XIX.
2. Una burguesía emprendedora y agresiva se encarga de expandir los mercados necesarios, aunque sea por la fuerza.
3. Es un imperialismo con colonias.
4. Es apuntalado por el colonialismo europeo (Inglaterra, Francia, España, Alemania, Italia, Portugal).
5. Es un imperialismo que armoniza dominación formal (la India por Inglaterra) con dominación informal (América Latina por Inglaterra también).
6. Es un imperialismo en el cual el control geográfico y etnológico es esencial.
7. La dominación formal se ejerce a través del control militar, ideológico y económico.
8. La dominación informal se ejerce a través del endeudamiento externo, la inversión privada indirecta y el control internacional de los flujos de capital.
9. Posibilita el crecimiento y expansión de los movimientos populares a nivel internacional.
10. Facilita un crecimiento sin precedentes en lo que compete a la producción de riqueza y a la creación tecnológica.
11. El comercio es uno de los ejes vertebrales del imperialismo histórico.
12. Establece los fundamentos de la dominación capitalista a escala mundial.
Debería tenerse claro en lo que compete al imperialismo histórico que siempre tuvo que lidiar con un movimiento obrero importante, sobre todo en los centros industriales más progresistas del capitalismo metropolitano. Además, no es posible imaginar esta clase de prácticas imperialistas sin pensar también en estados nacionales fuertes y bien constituidos, lo que facilitó los desplantes colonialistas y el saqueo de los países desprotegidos de la periferia. En el capítulo dos se estudia la experiencia del imperialismo histórico con particular referencia al caso de América Central y el Caribe.
Economía política del imperialismo permanente
Para los propósitos de este trabajo, tal y como lo hicimos con la sección anterior, vamos a entender al imperialismo permanente como el largo período histórico que se ubica, en la historia de América Latina, entre los años de 1898 y el presente, dividido en distintos momentos históricos como se verá más adelante. Aunque con fracturas importantes en ese largo devenir, fracturas definidas por contracciones económicas, levantamientos populares y revoluciones de gran envergadura, las líneas de fuerza del imperialismo permanente mantienen una relativa estabilidad, al menos en lo que concierne a los instrumentos utilizados para garantizarse su universalización y sus resultados definitivos.
Si en términos del desarrollo del sistema capitalista mundial, el imperialismo histórico cuenta con un siglo que lo define en toda su pureza, el siglo XIX, el imperialismo permanente cuenta con el siglo XX para establecer la naturaleza exacta de sus designios históricos. Con el capitalismo de la era industrial, liderado por Gran Bretaña, se puede sostener que se hacen notables los contrastes más violentos del sistema económico: un gran desarrollo de la producción de riqueza, concentrada en unas pocas manos, y el crecimiento progresivo de una población que participa apenas de aquellos beneficios. Además, si durante casi tres siglos las naciones avanzadas mantuvieron un nivel de comunicación y de intercambio realmente modesto y lento, la revolución industrial trajo consigo un disparador que la hizo, en menos de un siglo, expandirse por todo el planeta llevando consigo las bendiciones y maldiciones del sistema económico, nos referimos a la revolución de los transportes, a «los tentáculos del progreso» o la transferencia tecnológica72, y al surgimiento de la clase trabajadora.
El criterio político para hablar de imperialismo permanente a partir de 1898, en el caso particular de América Latina, no contradice el hecho de que el sistema capitalista entre en una etapa totalmente nueva a partir de 1914, en la escala mundial. El concepto de imperialismo histórico, igualmente político en su fondo, quiere recoger y describir las acciones tomadas por el imperio inglés, y el resto de los imperios europeos, para llevar el sistema económico hasta el último centímetro cuadrado de la geografía del planeta, una tarea que se emprende hoy cada día que el imperialismo permanente considere que lo necesita el sistema capitalista.
Ahí radica precisamente la riqueza del pensamiento de Lenin, en habernos llamado la atención, desde la órbita política, de que el imperialismo podría ser una etapa superior del sistema capitalista en su trayectoria expansiva, aunque algunos autores estarían dispuestos a minimizar este enfoque. La historia del sistema cuenta con un nuevo protagonista, agresivo y beligerante, después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), nos referimos a los Estados Unidos, que se ha venido fortaleciendo de manera vertiginosa desde la conclusión de su guerra civil (1861-1865), porque la misma facilitó una unificación de carácter industrial sin precedentes en la historia económica occidental73. Pero América Latina sabe del expansionismo norteamericano desde mucho antes, el cual, después de 1898, se vuelve más articulado y asertivo74. La guerra civil en los Estados Unidos dejó exhausto al pueblo norteamericano y lo sumió en una escalada de problemas sociales, políticos y económicos difíciles de remontar sin expandirse hacia fuera, como diría Rosa Luxemburgo. Además, poco después la crisis de 1873-1896 agravó la situación, y obligó al gobierno norteamericano de unidad a fijarse con más cuidado en las potencialidades comerciales y financieras del Caribe y de América Central75.
Junto a la dominación informal ejercida por Gran Bretaña, América Latina tuvo que enfrentar, entonces, desde 1823, una dominación formal que se torna más efectiva después de la guerra civil en los Estados Unidos. Ese largo y tortuoso camino hacia el imperialismo permanente en América Latina, está compuesto por el despojo de México en 1847, la invasión del filibusterismo sureño estadounidense con fines esclavistas de América Central en 185676, la ocupación de Haití en 1862, sólo para mencionar algunos casos; y, finalmente, la derrota del imperio español en 1898, con sus terribles derivaciones para Cuba, Puerto Rico y las Filipinas. Todo esto sin detallar lo que significó el 98 para China, Japón y el Pacífico occidental77.
La punta de lanza del imperialismo permanente, después de 1914, es la firma multinacional, cuya principal aspiración es tratar de levantar tantas estructuras monopolistas como sea posible, con el afán de aprovechar al máximo las nuevas y ricas posibilidades que brinda el mercado mundial, en el que países como los latinoamericanos asumen el papel de excelentes clientes. Entre tanto, las estructuras económicas, sociales y políticas de América Latina, para los años que median entre 1880 y 1930, están definidas, aunque de forma muy desigual según los países, por la existencia de la gran propiedad, la hipertrofia del sector exportador, y la presencia de grandes masas humanas sin posibilidad alguna de participar efectivamente en los procesos políticos, puesto que el remedo de estado que existe en la mayor parte de la región sirve únicamente a un pequeño grupo de comerciantes, grandes hacendados y políticos obedientes a las indicaciones económicas y financieras de las transnacionales78.
Mientras el capitalismo en Europa y los Estados Unidos experimentaba una de las depresiones más profundas y devastadoras de su historia, nos referimos a la de 1873-1896, posiblemente la primera que, desde la revolución industrial inglesa a mediados del siglo XVIII, hubiera sacudido de forma insospechada el patrón de acumulación desarrollado por el sistema, en América Latina se hacían esfuerzos ingentes con el afán de configurar un aparato de estado más o menos eficiente, que realmente funcionara como un dispositivo eficaz en el proceso regional de inserción en la economía mundial.
Pero tales esfuerzos para darle forma a la nación y de estructurar una maquinaria estatal que hiciera posible una inserción más efectiva en el mercado mundial significaba, para América Latina, el doloroso reconocimiento de que el imperialismo norteamericano había llegado para quedarse. En la historia latinoamericana y caribeña, el imperialismo permanente suponía que, después de 1898, las estructuras productivas, sociales, políticas y culturales de nuestros países, tendrían que ser diseñadas tomando muy en cuenta los vaivenes del proceso expansionista que se fraguaba en Washington. El capital monopolista europeo y sus desplantes de imperialismo informal se quedarían cortos ante la contundente evidencia de que un nuevo tipo de imperialismo, cuyo soporte sería el capital transnacional, le daría un giro decisivo a las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Ese giro viene a estar espléndidamente caracterizado por compañías como la United Fruit Company, el International Railways System of Central America y otras, cuyas aspiraciones fundamentales están recogidas y expresadas por un nuevo patrón de acumulación de riqueza a escala internacional79.
Si las relaciones políticas, diplomáticas, militares y territoriales con los Estados Unidos fueron conflictivas y erráticas casi desde el momento mismo de su revolución de independencia80, durante la segunda parte del siglo XVIII81, para América Latina, desde 1812, y particularmente después de 1823, el problema del expansionismo cristaliza cuando pasa de ser una simple amenaza de papel a un hecho consumado en las guerras de despojo contra México y el Caribe, al acercarse 189882.
El imperialismo permanente entonces no solo supone una forma inédita de acumulación a escala mundial, apuntalada por la compañía transnacional, pivote sobre el que se apoya también la supuesta globalización, sino también, y con notable énfasis para América Latina, el expansionismo norteamericano brutal y desalmado con todas las implicaciones que ello tiene.
En América Latina, el gobierno de los Estados Unidos y sus grupos financieros más poderosos hicieron sus primeros experimentos hacia una nueva forma de imperialismo, aquel en el que la guerra, la erradicación de la memoria de los pueblos y la apropiación inescrupulosa de los recursos naturales donde los necesitaran serían dispositivos ineludibles que definirían al nuevo expansionismo norteamericano.
Con la guerra de 1898, se pusieron en práctica usos militares desconocidos hasta entonces (apenas insinuados en la India durante la dominación británica), el genocidio y una relación sumamente estrecha entre la prensa, la industria militar y el gobierno norteamericano. El imperialismo que se ejerce contra América Latina y el Caribe es permanente porque es permanente la guerra contra estos pueblos, contra sus culturas, su historia y sus riquezas más codiciadas. El proceso de reproducción del sistema, tan maravillosamente descrito por Marx y Rosa Luxemburgo, encuentra en América Latina una expresión cristalina de los recursos y dispositivos desarrollados por aquel para que el capitalismo del centro disponga de fuentes y recursos inagotables.
No en vano Lenin sostenía que la guerra de 1898 era la primera guerra imperialista en la historia y que sus resultados serían definitivos para darle forma a una modernidad capitalista cuya espina dorsal era la compañía transnacional, una versión inédita del capital monopolista. Más agresiva, poderosa y rica, con una capacidad insospechada de movilizar grandes masas de recursos financieros, la compañía transnacional convertiría a la América Latina, en el mediano plazo, en un campo de pruebas sobre las distintas posibilidades que tiene la relación entre la industria militar, las finanzas y los juegos políticos del gobierno de los Estados Unidos83.
La enciclopedia sobre las distintas formas de intervencionismo que ha utilizado el gobierno de los Estados Unidos y los grupos socio-económicos que lo apoyan, dentro y fuera de ese país, elaborada por un autor como Gregorio Selser, quien dedicó su vida a denunciar al imperialismo y sus desmanes contra la América Latina, revela con claridad meridiana que los recursos humanos y materiales de estos países han formado parte indiscutible de la agenda expansionista del imperialismo norteamericano desde siempre84.
Ejemplos de imperialismo permanente se pueden citar en grandes cantidades, como lo prueba el trabajo de Selser, pero algunos son especialmente notables, al menos en lo que concierne a la América Latina. Tal es el caso de Cuba, así como el de América Central, en virtud de la brutalidad, los desplantes de fuerza y arrogancia, y la explotación descarada que se ha ejercido contra estos países. Si los ejercicios financieros y políticos de las transnacionales norteamericanas, junto al despliegue de las prácticas militares, configuran la estrategia expansiva del imperialismo permanente en esta parte del mundo, no se puede dejar de mencionar que todo ello no sería posible sin los aliados internos, requeridos para que el imperialismo tenga sentido histórico en América Latina y el Caribe. Las actuaciones de una compañía como la United Fruit Company serían incomprensibles en el Caribe y América Central sin sus aliados políticos y económicos en países como Costa Rica, Guatemala, El Salvador, Honduras, Colombia y Ecuador85.
La vocación histórica de entreguismo de nuestros grupos sociales dominantes se hace evidente de forma incontrovertible en países como Costa Rica, donde los supuestos gobiernos nacionales en 1884, con gratuidad y presteza asombrosas, le concedieron a Minor Cooper Keith (1847-1929), el empresario norteamericano fundador de la United, prácticamente el 10% del territorio costarricense más fértil y productivo, simplemente para que arreglara la deuda externa con los ingleses y concluyera el ferrocarril al Atlántico, un proyecto que venía girando en las cabezas más iluminadas de la burguesía cafetalera costarricense desde finales de la primera mitad del siglo XIX. Sin embargo, Keith nunca tendió la línea férrea entre costa y costa, simplemente porque tenía temor de que esa misma burguesía cafetalera le arrebatara o le saboteara el enclave bananero que estaba construyendo en el país. De tal manera que dejó inconcluso el ferrocarril, saqueó al país y lo dejó espectacularmente endeudado.
Ahora bien, si consideramos que en la era de la globalización y del neoliberalismo, el imperialismo permanente es la expresión más conspicua de una democracia burguesa considerablemente fortalecida, después del colapso del socialismo real, nos encontraremos que, como nunca en este momento, América Latina se vio sujeta a los vaivenes de la política exterior del gobierno de los Estados Unidos.
En los círculos de gobierno de ese país, aún se practica una política exterior hacia la América Latina que no considera las diferencias, las alternativas y las posibilidades de tomar rumbos distintos que tienen estas naciones. De tal manera que toda estrategia comercial, financiera y empresarial en la que estén involucrados los estados latinoamericanos, para Washington, será siempre una simple prolongación de lo que acontece en los Estados Unidos. Cuando alguno de estos países toma, entonces, un curso distinto, como ha sucedido con Cuba, Venezuela y Bolivia, para mencionar los casos más notorios, la estrategia imperial demanda que se haga lo inimaginable para bloquear sus resultados, e impedir, a cualquier costo, que tales ejemplos se expandan por el resto del continente. Entonces, la globalización y las prácticas neoliberales, en América Latina, tienden a adquirir expresiones más radicales y duraderas, en lo que compete a las expresiones profundas del sistema capitalista, pues el peso específico que tienen la política exterior norteamericana y la articulación de las élites en estos países, hacen desgarradoramente difícil que las alternativas populares remuevan las raíces históricas de una relación de dependencia sustentada esencialmente en razones geopolíticas, antes que económicas, sociales o ideológicas.
Así, el neoliberalismo tal y como lo define el eminente geógrafo inglés David Harvey, podría tener mucho más arraigo en países como los latinoamericanos, antes que en cualquier país capitalista metropolitano. Dice Harvey:
«El neoliberalismo es en primera instancia, una teoría de las prácticas de política económica, para la cual el bienestar de los seres humanos se puede impulsar liberando las habilidades empresariales y los talentos de los individuos, al interior de un marco institucional caracterizado por una propiedad privada, un libre mercado y un comercio libre fuertemente consolidados. El rol del estado sería crear y preservar el marco institucional que garantizara esas fortalezas. El estado tendrá que garantizar, por ejemplo, la calidad e integridad de la moneda. Tendrá también que diseñar las estructuras legales, militares y policiales requeridas para proteger la supervivencia de la propiedad privada y, si es necesario por la fuerza, deberá garantizar el buen funcionamiento de los mercados. Si tales mercados no existieran, entonces, el estado deberá crearlos, en áreas inéditas como la tierra, la educación, el agua, la salud, la seguridad social y las condiciones ambientales, cuando fuera necesario»86.
Esta definición, originalmente pensada para el desarrollo capitalista de los años setenta del siglo XX, puede ser considerada una descripción incuestionable de las prácticas sociales, políticas y económicas impulsadas por las burguesías latinoamericanas, casi desde los años treinta, con el apoyo y la asesoría correspondiente de la burguesía norteamericana. Para el imperialismo permanente, América Latina, significó siempre el mejor campo de experimentos del capitalismo metropolitano, un lugar donde las compañías transnacionales, los complejos militar-industrial y militar-gubernamental, encontraron el mejor escenario para articular los mecanismos legales, militares y policiales que protegieran las bondades del mercado. En América Latina, los aparatos de estado estuvieron siempre a disposición de aquellos intereses y no dejaron nada al descubierto, como lo fue la aniquilación y el desmantelamiento de las organizaciones sindicales en el Chile de Pinochet por ejemplo, la persecución y asesinato de intelectuales y líderes de izquierda en Argentina, Uruguay Guatemala y El Salvador. Se lograba así con creces, una política neoliberal que hacía perfecta justicia a la globalización capitalista, la cual, en América Latina, había dejado el terreno perfectamente abonado desde 196087, al iniciarse un proceso de desnacionalización de la riqueza sin precedentes en la historia del continente.
De tal manera que, para el caso particular de América Latina, el imperialismo permanente supone la presencia de las siguientes características en lo que compete a sus relaciones con los Estados Unidos:
1. El imperialismo permanente (1898-hoy), es la nueva forma de expansión del sistema capitalista en la que América Latina y el Caribe consolidan su situación histórica de regiones dependientes y periféricas.
2. La guerra de 1898 contra zonas del Caribe, el Pacífico Occidental, China y España es portadora de los signos más notables de las nuevas prácticas imperialistas, puesto que se trata de una guerra que se hace contra viejas prácticas de imperialismo colonial, para abrirle paso a un nuevo escenario geopolítico.
3. Ese nuevo escenario viene definido por un proceso de acumulación a escala mundial en el que juegan un papel fundamental formas inéditas de explotación de la fuerza de trabajo, de los recursos financieros y naturales de que disponen América Latina y el Caribe.
4. Para el imperialismo permanente son esenciales las alianzas políticas, sociales e ideológicas que pueda configurar con los grupos dominantes de nuestros países.
5. La tarea ideológica desplegada por el imperialismo permanente es vertebral para sostener un ideal de democracia que sea coherente con los intereses de los Estados Unidos, no sólo en América Latina, sino en el resto del mundo.
6. La globalización y el neoliberalismo cumplen ese rol ideológico maravillosamente.
7. En el imperialismo permanente juega un papel central la compañía transnacional, como eje en torno al cual giran los nuevos patrones de acumulación capitalista.
8. La compañía transnacional hará valer sus intereses, planes y objetivos incluso con la asistencia militar del gobierno de los Estados Unidos.
9. El uso de la fuerza, la violencia militar y la brutalidad política e ideológica serán ingredientes esenciales en los procedimientos utilizados por el imperialismo permanente para expandir las «bondades» del capitalismo.
10. Son necesarios el ingreso permanente de recursos militares, políticos, sociales, económicos e ideológicos para que esta nueva forma de imperialismo se generalice.
11. El imperialismo permanente es la globalización de nuestros días.
12. Con la crisis y desaparición del campo socialista en 1991 el imperialismo permanente se ha vuelto más agresivo y sus desmanes tienen ahora la justificación moral de que todas las utopías son falsas.
13. Nuevas formas de lucha antiimperialista son necesarias para hacerle frente al imperialismo permanente.
El imperialismo permanente entonces, el cual hace su ingreso en la historia moderna, como hemos visto, por medio de la cristalización de formas más agresivas de imponerle el sistema capitalista a la humanidad, apuntalado por el gobierno, los empresarios y el ejército de los Estados Unidos, después de 1898, podría haber transcurrido por tres etapas fácilmente definibles:
1. La primera de 1898 a 1933. En esta etapa el capital monopolista clásico (estudiado por Lenin y otros, como hemos visto páginas atrás) alcanzó su apogeo y su crisis más importante, puesto que, después de 1930, el mismo experimentó algunas transformaciones con las cuales salió fortalecido y le abrió las compuertas al empresariado norteamericano para adueñarse del planeta.
2. La segunda etapa de 1933 a 1961 posicionó a los Estados Unidos como el poder económico, militar e ideológico definitivo dentro del sistema capitalista mundial.
3. La tercera etapa de 1961 al presente viene definida por el colapso del bloque socialista, el cual surgido después del triunfo de la revolución rusa en 1917, hizo aguas a partir de 1984. En las dos etapas anteriores, el capitalismo tuvo que hacer frente a proyectos revolucionarios alternativos, en diversas partes del mundo, más o menos coincidentes en sus objetivos y aspiraciones; sin embargo, durante los años ochenta y noventa el colapso del socialismo como realidad y utopía, redefinió radicalmente la situación mundial y dejó al capitalismo como la única posibilidad existencial para la humanidad.
Finalmente, con el imperialismo permanente, el estado nacional burgués se fortaleció vigorosa y agresivamente, una vez que el socialismo hubiera sido sacado del escenario histórico, con lo cual todas las viejas nociones geográficas, etnológicas y empresariales, instrumentalizadas por el imperialismo histórico por ejemplo, saltaron en pedazos. En la nueva situación no es cierto que el estado nacional haya desaparecido o que esté en vías de extinción como sostienen con frivolidad algunos supuestos teóricos sociales88, sino todo lo contrario, la globalización del capital en ningún momento ha supuesto que el estado norteamericano, alemán o japonés tenga que hacerse a un lado para que el capitalismo opere con efectividad. Esos estados nacionales han estado detrás, en forma incondicional, de sus empresas y empresarios, facilitándoles y proveyéndolos con todos los recursos necesarios para el ejercicio de sus actividades.
Conclusión
Con un extraordinario candor, digno de mejores causas, un joven reportero de la CNN decía recientemente que el capitalismo había pasado por unas dieciocho crisis durante los últimos cien años, y siempre había salido más fortalecido que nunca. Sobrecogida por el pánico, alguna prensa al servicio de lo más detestable del sistema económico, pareciera prestarse gratuitamente a sufrir las angustias de aquellos que les pagan el sueldo, por sus caídas y desafueros.
Con la crisis financiera actual del sistema capitalista, al pensamiento crítico de América Latina no le queda otra alternativa más que arribar a la feliz conclusión de que Marx tenía razón. Y con él Lenin, más allá de su tumba, termina por hacernos ciertas sus conclusiones políticas, sobre el imperialismo como un fenómeno estrechamente relacionado con el buen o mal funcionamiento de la economía capitalista.
Pero el problema no se agota con reconocer que existen economistas más o menos tolerantes a los aciertos y desaciertos del mercado89, sino que nuestra mirada debería remontar el horizonte, y dirigirse a los momentos históricos que han definido el desarrollo de las relaciones económicas entre países ricos y países pobres.
La teoría del imperialismo para los casos de América Latina, África y algunas parte de Asia, ha probado ser una herramienta teórica y práctica de extraordinaria utilidad para desmontar las particulares características de nuestras economías, en el tanto y cuanto sean condicionadas o mutiladas por el crecimiento de las economías metropolitanas. Sin ella será muy difícil tener una comprensión cabal de la historia económica de América Latina, por ejemplo, donde el imperialismo inglés logró articular un juego de pesos y contra pesos, durante el siglo XIX, que le permitieron doblegar a esta parte del mundo según sus antojos, pero sin tener que acudir recurrentemente a la fuerza militar.
Esas prácticas, a las que hemos llamado del imperialismo histórico, cedieron su lugar finalmente, a un nuevo conjunto de instrumentos y de acciones que hemos bautizado como del imperialismo permanente, donde los Estados Unidos sí hicieron uso de todos sus recursos, desde la simple y llana rapiña al estilo de la impulsada por Teddy Roosevelt, hasta el bloqueo más inhumano como el practicado contra Cuba. Sin embargo, ambas tonalidades del imperialismo mantienen su continuidad histórica y nos explican mucho de lo que hoy es América Latina, y es en tal sentido que hemos escrito este ensayo.
NOTAS:
1. Rodrigo Quesada Monge es historiador costarricense (1952), profesor jubilado de la Universidad Nacional de Costa Rica, donde trabajó durante 32 años. Con estudios doctorales en la Universidad de Londres, fue Jurado Internacional del Premio Casa de las Américas de Cuba (2001), y ha sido profesor invitado en la Universidad Libre de Berlín (1989-1990) y en la Universidad de Wisconsin (1991). Premio nacional de la Academia de Geografía e Historia de su país (1998) artículos suyos han sido publicados en Exégesis de Puerto Rico, Cuadernos Americanos y Archipiélago de México, Heterogénesis de Suecia, Casa de las Américas de Cuba y Escáner Cultural de Chile. Tiene varios libros sobre historia económica, social y cultural de América Central y del Caribe.
2. En un trabajo nuestro titulado «La lógica de la nostalgia, historia y cultura en el siglo XX», publicado por la revista electrónica chilena Escáner Cultural, hacemos algunas consideraciones sobre este asunto.
3. Algunos de nuestros libros son: Recuerdos del Imperio. Los ingleses en América Central. 1821-1915. (Heredia, Costa Rica: EUNA. 1998), Globalización y deshumanización. Dos caras del capitalismo avanzado. (Heredia, Costa Rica: EUNA. 1998), El legado de la guerra hispano-antillano-norteamericana (San José, Costa Rica: EUNED. 2002), El siglo de los totalitarismos (San José, Costa Rica: EUNED. 1999. 10a. reimpresión.), La fantasía del poder. Mujeres, imperios y civilización. (San José, Costa Rica: EUNED.2002). Artículos nuestros con la misma intención se encuentran en Exégesis de Puerto Rico, Casa de las Américas de Cuba, Cuadernos Americanos de México, y Archipiélago también de México.
4. Anthony Brewer. Marxist Theories of Imperialism. A Critical Survey (London and New York. Second Edition. 1990). «El libro de Bujarin, El imperialismo y la economía mundial, fue escrito en 1915, y el manuscrito estuvo perdido durante un tiempo, hasta que fue publicado después del triunfo de la revolución rusa. Lenin escribió un prefacio elogioso, que no fue redescubierto y publicado hasta 1927. Mientras tanto Lenin escribió sobre el mismo tópico. Su El imperialismo, fase superior del capitalismo, fue escrito a principios de 1916, en otras palabras, poco después de su prefacio al libro de Bujarin, de diciembre de 1915. El panfleto de Lenin tuvo un éxito ligeramente mayor a través de los azares de la actividad clandestina, y fue publicado unos meses antes que el de Bujarin. La fecha del prefacio de Lenin, sin embargo, establece claramente en tales circunstancias que el trabajo de Bujarin es anterior al de Lenin»). P. 109. (De ahora en adelante todas las traducciones son mías).
5. LENIN, V. I. El imperialismo, fase superior del capitalismo. (Moscú: Editorial Progreso. 1971). Vol. 1 de las OBRAS ESCOGIDAS. Pp. 689-798.
6. Rodolfo Banfil. «A propósito de El Imperialismo de Lenin». En Varios Autores. Teoría marxista del imperialismo. (México: Cuadernos de Pasado y Presente No.10.1979). Pp. 91-119.
7. Ibidem. P. 92.
8. Ibidem. P. 94.
9. George Lichtheim. El imperialismo (Madrid: Alianza. 1972). Ver su tratamiento de la noción romana de imperium.
10. Varios de los ideólogos de la globalización en nuestros días, figuras como Toffler o Huntington, utilizan este tipo de argumentos. Un historiador norteamericano reproduce una de las afirmaciones claves del gobierno actual de Bush (2007) sobre estos asuntos: «Ahora nosotros somos un imperio, por lo tanto, cuando nosotros actuamos, creamos nuestra propia realidad».Charles S. Maier. Among Empires (Harvard University Press. 2006). P. 11.
11. Joseph Schumpeter. «Las tendencias sin objeto a la expansión por la fuerza, sin límites definidos y utilitarios-esto es, las inclinaciones no racionales e irracionales, puramente instintivas, de conquista-juegan un importante papel en la historia de la humanidad». «Las tendencias imperialistas proceden de la autocracia absoluta, forma de la que se ha deshecho la edad actual [es decir el capitalismo RQ.]». «A través del mundo capitalista, y especialmente entre los elementos formados por el capitalismo, en la vida social moderna, ha surgido una fundamental oposición a la guerra, a la expansión, a la diplomacia de gabinete, a los armamentos y a los ejércitos profesionales socialmente establecidos». Imperialismo y clases sociales. (Madrid: Tecnos. 1986. La versión original es de 1918/1919). Pp. 66 y 73. Sobre Schumpeter, el economista egipcio Samir Amin, decía que nunca había sabido quién era Marx, pues lo había fragmentado entre el Marx economista, el Marx sociólogo y el Marx filósofo. Imperialismo y desarrollo desigual (Barcelona: Fontanella. Libros de confrontación. 1976) P. 168.
12. No vamos a extendernos en esta discusión, pero valdría la pena revisar los trabajos de Trotsky sobre este asunto y algunos de Ernest Mandel, Charles Bettelheim, Tony Cliff, Allan Woods y Al Richardson, para hacerse con una idea sobre la naturaleza de la Unión Soviética.
13. Paul Le Blanc. Marx, Lenin, and the Revolutionary Experience. Studies of Communism and Radicalism in the Age of Globalization ( London and New York : Routledge. 2006). Capítulo 6. The Anarchist Challenge. Pp. 199-219.
14. Rudolf Hilferding. El Capital Financiero (Madrid: Tecnos. 1985. La versión original es de 1910).
15. «Con el establecimiento de estos argumentos, Hilferding llegó a ser el verdadero fundador de la teoría marxista clásica del imperialismo». Anthony Brewer. Op. Cit. P. 108.
16. «El capital financiero significa la unificación del capital. Los antiguos sectores separados del capital industrial, comercial y bancario se hallan ahora bajo la dirección común de la alta finanza, en la que están vinculados personalmente los señores de la industria y de los bancos. Esta unión tiene como base la eliminación de la libre competencia del capitalista individual por las grandes uniones monopolísticas. Con ello cambia incluso la naturaleza de la relación de la clase capitalista con el poder del estado». Rudolf Hilferding. Op. Cit. P. 331.
17. «El imperialismo, ya sea que consista en una amplia política de expansionismo o en la rigurosa conservación de aquellas vastas tierras tropicales que han sido electas azarosamente como esferas británicas de influencia, implica militarismo ahora y guerras ruinosas en el futuro. Esta verdad ha sido traída de forma desnuda y brutal por primera vez ante la conciencia de la nación. Los reinos de la tierra serán nuestros a condición de que nos pongamos de rodillas y adoremos a Moloch». J. A. Hobson. Imperialism: A Study (London and New York. Cosimo Classics. 2005. La versión original es de 1902) P. 130.
18. «Los trabajos escritos por Lenin y Bujarin, ambos basados en Hilferding, constituyen los fundamentos del análisis marxista clásico del imperialismo». Anthony Brewer. Op. Cit. P. 109.
19. «Baran y Sweezy siguieron a Hobson más cerca de lo que lo hizo Lenin, aunque las semejanzas de su trabajo con el de Hobson no se noten frecuentemente». Idem. P. 73.
20. Realmente creo que el libro de Hobson, que ya hemos mencionado, ha sido leído por poca gente, con la debida responsabilidad y profundidad que el texto amerita. Su influencia sobre un autor como Lord Maynard Keynes, no ha sido ponderada en toda su justa dimensión. Uno de los trabajos más notables sobre Hobson es el escrito por Giovanni Arrighi. Geometry of Imperialism. The Limits of Hobson´s Paradigm (London: New Left Books. 1978).
21. Hobson puede haber escrito unos veinte libros más, entre los cuales destacan algunos de sus debates con los grandes teóricos e ideólogos del libre comercio, junto a otros textos sobre el militarismo, el patriotismo, la crisis del liberalismo, el trabajo y la producción en sus aspectos más humanos, y otros de la misma factura.
22. David Harvey. Spaces of Global Capitalism. Towards a Theory of Uneven Development (London & New York. 2006) P. 91.
23. David Harvey. The New Imperialism ( Oxford University Press. 2005) Capítulo 4.
24. Karl Marx. El Capital (México: Fondo de Cultura Económica. 1971. Cuarta reimpresión. Traducción de Wenceslao Roces) Vol. I. Capítulos XXIII y XXIV.
25. Rosa Luxemburgo. La acumulación de capital (México: Grijalbo. 1967) Capítulo XXVIII.
26. Ernest Mandel. Late Capitalism. (London: Verso. 1971). También del mismo autor Long Waves of Capitalism Development. A Marxist Interpretation. (London: Verso. 1995). Ver sobre todo el capítulo 5.
27. «Lenin insistía en que el imperialismo debería ser considerado como una etapa del desarrollo capitalista, la etapa monopolista, antes que una política de los estados capitalistas o un aspecto de las relaciones internacionales entre estados capitalistas». Anthony Brewer. Op. Cit. P.21.
28. James Petras y Henry Veltmeyer. «Nunca ha crecido tanto el imperio militar estadounidense, ni con tal rapidez y facilidad, haciendo de los comentarios sobre el declive del imperio charla ociosa o ejercicios autoindulgentes de curación por la fe». Las dos caras del imperialismo. Vasallos y guerreros (Buenos Aires y México: Editorial Lumen. 2004) P. 66.
29. C. L. R. James. World Revolution. 1917-1936. The Rise and Fall of The Communist International (New Jersey: Humanities Press. 1994. La edición original es de 1937) Pp. 418-420. «La lucha en la Unión Soviética ha entrado en una nueva fase y será resuelta, como bien lo sabía Lenin, por el triunfo de la revolución en los países occidentales. Dicha batalla debe ser ganada por los trabajadores rusos. Si la Unión Soviética cae, el socialismo recibirá un golpe que lo incapacitará por una generación».
30. Respecto a los extraordinarios alcances que tendría una mejor comprensión del imperialismo, desde la perspectiva geográfica e histórica, valdría la pena estudiar el excepcional trabajo de Matthew H. Edney. Mapping an Empire. The Geographical Construction of British India. 1765-1843. (The University of Chicago Press. 1999).
31. David Harvey. Limits to Capital (London: Verso. 2006) Pp. 439-440.
32. Ibidem. Loc. Cit. Del mismo autor Spaces of Global Capitalismt. Towards a Theory of Uneven Geographical Development (London and New York. Verso Press. 2006). Pp. 7-68.
33. «Las teorías marxistas del desarrollo capitalista a escala mundial, pueden ser agrupadas en dos clases: aquellas que se concentran en el rol progresista del capitalismo en el desarrollo de las fuerzas productivas, y aquellas que presentan al capitalismo como un sistema de explotación de una área por otra, de tal manera que el desarrollo en unos pocos países se produce a costa del desarrollo del subdesarrollo en la mayor parte del mundo. El capitalismo, de acuerdo con el primer tratamiento crea las precondiciones para una (mejor) sociedad socialista, tanto como las fuerzas de clase que la harán posible, mientras que el segundo enfoque sugiere que es precisamente el fracaso del capitalismo para generar el desarrollo económico lo que hace inevitable la revolución. La evidencia histórica indica que hay algo de verdad en ambos tratamientos. El capitalismo ha generado masivos avances tecnológicos y económicos, y también enormes disparidades geográficas en el desarrollo económico». Anthony Brewer. Op.Cit. P. 16.
34. «Marx nunca usó la palabra imperialismo, ni hay nada en su trabajo que se corresponda exactamente con el concepto de imperialismo desarrollado por escritores marxistas posteriores». Idem. P. 25.
35. Eugenio Varga y otros. New Data for V. I. Lenin´s «Imperialism, The Highest Stage of Capitalism». (London and New York: AMS Press. 1970. La edición original es de 1938). Los autores aclaran que, después de la Guerra de 1898 y del conflicto anglo-boer de 1899-1902, el término imperialismo se convirtió en un elemento de curso corriente, para todos aquellos interesados en comprender mejor las relaciones internacionales que estaban definiendo al período. P.11. Con este texto, los escritores buscaban probar lo acertadas que habían sido las intuiciones de Lenin sobre el imperialismo, y la habilidad con que el dirigente ruso había tratado las estadísticas disponibles, sobre todo si pensamos que su opúsculo sobre el tema había sido escrito en condiciones políticas y personales realmente difíciles.
36. Tariq Ali. Pirates of the Caribbean. Axis of Hope ( London : Verso. 2006). Pp. 98-117. Para este escritor el fracaso del capitalismo salvaje en Cuba exacerbó los desplantes imperialistas de tal forma que sus distintas expresiones culturales, militares e ideológicas afectaron seriamente las relaciones de Estados Unidos con África, Asia y el resto de América Latina.
37. Roberto Regalado. América Latina entre siglos. Dominación, crisis, lucha social y alternativas políticas de la izquierda. (New York, Sydney, La Habana: Ocean Sur. 2006). P. 9.
38. «Donde Frank y Wallerstein veían un sistema estático de redistribución que había existido por siglos, los marxistas clásicos veían un proceso de desarrollo que estaba transformando el mundo. La diferencia esencial entre estas dos visiones se encontraba en el énfasis marxista clásico sobre las relaciones de producción. Frank solo fue capaz de argumentar que la cadena de redistribución había permanecido sin cambios, ignorando los cambios reales que se habían suscitado en las relaciones de producción al ser desplazado el capital mercantil por el capital monopolista». Anthony Brewer. Op. Cit. P.168.
39. T. H. Aston & C.H.E. Philpin (Editors) The Brenner Debate. Agrarian Structure and Economic Development in Pre-Industrial Europe ( Cambridge University Press. 2002). Capítulo 1.
40. Hannah Arendt. Los orígenes del totalitarismo. Vol. 2. Imperialismo (Madrid: Alianza. 1982) Capítulo 5.
41. Arghiri Emmanuel. El intercambio desigual. Ensayo sobre los antagonismos en las relaciones económicas internacionales. Seguido por una discusión con Charles Bettelheim. (México: Siglo XXI editores. 1982). Introducción. Ver también de Samir Amin. El desarrollo desigual. Ensayo sobre las formaciones sociales del capitalismo periférico (Barcelona: Fontanella. 1975) Capítulo II.
42. Gilberto Mathias y Pierre Salama. El Estado sobredesarrollado. De las metrópolis al tercer mundo (México: ERA. 1986) P.19.
43. La teoría de los modos de producción coloniales, originalmente pensada por el antropólogo francés P. P. Rey, fue retomada luego por algunos otros escritores marxistas latinoamericanos y jamás se le mencionó como el verdadero padre de la criatura. Véase Assadourian, Cardoso, Ciafardini, Caravaglia y Laclau. Modos de producción en América Latina (Buenos Aires: Siglo XXI editores. Cuadernos de Pasado y Presente. No. 40. 1973).
44. Giovanni Arrighi. The Geometry of Imperialism. The limits of Hobson´s Paradigm (London: New Left Books. 1978). Capítulo 4. También del mismo autor The Long Twentieth Century. Money, Power, and the Origins of our Time (London & New York: Verso Press. 2002) Capítulo 3.
45. Bill Warren. Imperialism, Pioneer of Capitalism (London: New Left Books. 1980) Capítulo 1.
46. Pierre Broué. The German Revolution. 1918-1923. (Chicago: Haymarket Books. 2005) Capítulo 47.
47. David Harvey. A Brief History of Neoliberalism ( Oxford University Press. 2005) P.7.
48. Roberto Regalado. Op. Cit. Pp.157-164.
49. Thomas D. Schoonover. The United States in Central America, 1860-1911. Episodes of Social Imperialism & Imperial Rivalry in the World System (Durham & London: Duke University Press. 1991) P.3 de la Introducción.
50. Véase nuestro ensayo titulado El legado de la guerra hispano-antillano-norteamericana (San José, Costa Rica: EUNED. 2002).
51. Harry Magdoff. Imperialism without colonies (Monthly Review Press. 2003) P.50 y ss.
52. D.C.M.Platt (Editor). Business Imperialism. 1840-1930. An Inquiry based on British experience in Latin America (Oxford University Press. 1977). Ver la introducción particularmente, donde el autor dice en la página inicial: «El imperialismo de los negocios es un concepto elusivo, donde la emoción sustituye a la razón, la teoría a los hechos y la política a la historia», como si sus análisis estuvieran exentos de todos estos ingredientes. Para este historiador, el concepto de «imperialismo de los negocios» (otra forma de llamar al «imperialismo del libre comercio» propuesto por Robinson y Gallagher) es muy vago e ideológico. Estos dos autores, en un artículo publicado en 1953, en la Economic History Review (2nd. Series, Vol.6, pp.1-125) sugerían la conveniencia de hablar de «imperialismo formal» e «imperialismo informal». El último sería aquél que se hubiera ejercido sobre América Latina, por ejemplo, lo que resultaba indigestible para investigadores como Platt, que nunca aceptarían hablar de algo que pudiéramos llamar «imperialismo inglés» («Sería más útil abandonar por completo el tradicional vocabulario del imperialismo económico, y poner en su lugar las categorías de comercio, industria, y servicios que tienen por naturaleza un control otorgado a los individuos que los dirigen». En «Economic Imperialism and the businessman: Britain and Latin America before 1914»). En Roger Owen and Bob Sutcliffe (Editors). Studies in the theory of Imperialism. Londres. Longman. 1978. P. 309). Sin embargo, lo más sorprendente de todo esto es que Eric Hobsbawm, el mundialmente conocido intelectual inglés con más de noventa años de edad, siguiendo muy de cerca a historiadores liberales como Geoffrey Barraclough, sostengan ideas similares (Eric Hobsbawm. Entrevista sobre el siglo XXI. Barcelona: Crítica. 2000. Pp. 71 y ss.). Según Hobsbawm existen diferencias estructurales entre el imperialismo inglés y el imperialismo norteamericano. Aparte de que hace una nostálgica defensa velada del primero, nunca explica tales diferencias con claridad. Véase su trabajo tiutlado «Why America´s Hegemony Differs from Britain´s Empire. En On Empire. America , War, and Global Supremacy ( New York : Pantheon Books. 2008) Capítulo IV. También algunos historiadores británicos de nuestros días, nos quieren vender la idea de que una gran parte de la población británica no fue consciente de la existencia del imperio (absentminded imperialists). (Bernard Porter. The Absent-Minded Imperialists. Empire, Society, and Culture in Britain. Oxford University Press. 2004.). Estos argumentos parecieran ir orientados a contrapesar el efecto que han producido en el mundo académico trabajos como los de Edward Said (ver sobre todo Culture and Imperialism. New York. Vintage Books. 1994). Por otro lado, basta leer el trabajo de Anthony Pagden, Lords of all the world: Ideologies of empire in Spain, Britain, and France, 1500-1800 (Yale University Press. 1995) para darse cuenta de la enorme carga emocional y la profunda irracionalidad con que se defienden las tesis imperiales, una herencia que sabrá recoger con mucha precisión el imperio norteamericano.
53. Citado arriba.
54. Mike Davis. Late Victorian Holocausts. El Niño Famines and the Making of the Third World. (London, Verso Press. 2002). P. 400 y ss.
55. Véase también nuestro ensayo La fantasía del poder. Mujeres, imperios y civilización (San José, Costa Rica: EUNED. 2002).
56. A este respecto se puede consultar el excelente trabajo de John Lawrence Tone. War and Genocide in Cuba.1895-1898. (The University of North Carolina Press. 2006). Rodrigo Quesada. El legado de la guerra…Op. Cit. Cap. III.
57. Karl Marx. El Capital. Vol. I. (México: Fondo de Cultura Económica. 1971. Traducción de Wenceslao Roces). «Cuando el capitalista se siente respaldado por el poder de la metrópoli, procura quitar de en medio por la fuerza el régimen de producción y apropiación basado en el propio trabajo». P.650.
58. Abelardo Villegas. Reformismo y revolución en el pensamiento latinoamericano (México: Siglo XXI editores. 1980. 5ª. Edición) Capítulo III.
59. Marcello Carmagnani. Estado y sociedad en América Latina. 1850-1930 (Barcelona: Crítica. 1984). Ver sobre todo los capítulos 1 y 2.
60. «El imperialismo, pues, es de carácter atávico y penetra todo este grupo de supervivencias de antiguas edades que tan importante papel desempeñan en toda situación social concreta». «En un mundo fundamentalmente capitalista no puede haber terreno abonado para impulsos imperialistas» Joseph Schumpeter. Op. Cit. Pp. 67 y 72. Ver particularmente el ensayo titulado «Sociología del imperialismo» donde el autor sostiene este tipo de argumentos y otros similares. Una introducción interesante sobre la naturaleza de las reflexiones de Schumpeter puede encontrarse en Wolfgang J. Mommsen (traducido del alemán al inglés por P. S. Falla). Theories of Imperialism (The University of Chicago Press. 1980). Pp.23-25.
61. Samir Amin lo dice con mucha claridad: «Comprender la naturaleza del imperialismo constituye la cuestión central de nuestra época. En realidad, ésta debería ser la preocupación crucial de todos los que se declaran partidarios del socialismo, tanto en las metrópolis imperialistas como en las periferias dominadas, y no una cuestión de interés exclusivamente para el tercer mundo». Op. Cit. 1976. P. 16.
62. El escritor inglés lo anota con mucha certeza refiriéndose a otra realidad: «(…) ¿seguramente será mejor ser dominado por un pasado que uno no ha visto que por un presente del cual uno es todavía parte?». Evelyn Waugh (1903-1966). Labels. A Mediterranean Journal. En Waugh Abroad. Collected Travel Writing (New York and London: Everyman’s Library. Alfred Knopf. 2006. La edición original es de 1930). P.16. Hay traducción española de Editorial Península (2002), por Jordi Fibla con el título de Etiquetas. Viaje por el Mediterráneo.
63. Report from the Select Committee on Loans to Foreign Countries. P. P. XI. 1875.
64. Rodrigo Quesada. Las inversiones de Keith en Costa Rica. 1885-1929. (Universidad Nacional, Heredia, Costa Rica. 2003. Departamento de Filosofía. Cuadernos Prometeo No. 29). Estamos por concluir un ensayo más sobre estos temas, titulado Keith en Centroamérica. Imperios y empresarios en el siglo XIX, el cual, posiblemente, será publicado en el transcurso del 2010.
65. En este sentido vale la pena revisar los ensayos de Octavio Jiménez, quien firmaba con el seudónimo de Juan del Camino, publicados bajo el título general de Estampas, en la bien conocida revista Repertorio Americano. Ahí el lector encontrará, posiblemente, uno de los pensamientos antiimperialistas mejor articulados en la Costa Rica de los años veinte y treinta del siglo XX. Por desgracia a este autor lo conocen poco nuestras jóvenes generaciones. Es por esto que, junto con el historiador chileno Mario Oliva, el autor de este estudio publicó recientemente una antología en dos volúmenes titulada El pensamiento antiimperialista de Octavio Jiménez. (San José, EUNED. 2008).
66. La deuda inglesa de Honduras, fue negociada casi en su totalidad por el Departamento de Estado norteamericano. Véase nuestro estudio Recuerdos del Imperio. Los ingleses en América Central. 1821-1915 (Heredia, Costa Rica, EUNA. 1998). Capítulo VIII.
67. En las excelentes investigaciones (ya citadas) del historiador norteamericano Thomas D. Schoonover se pueden encontrar detalles sobre las distintas expresiones de la rivalidad interimperialista en América Central y el Caribe.
68. Michael Barratt-Brown. La teoría económica del imperialismo (Madrid: Alianza. 1975). Pero sobre todo Lenin. El imperialismo…
69. «El imperialismo y la cartografía se intersectan en la forma más básica. Ambos están fundamentalmente preocupados con el conocimiento y el territorio». Matthew H. Edney. Op. Cit. P. 1.
70. Manfred Kossok. La influencia de la Santa Alianza en la Independencia de América Latina (Buenos Aires: Suramericana editores. 1981).
71. «Marx no diseñó un término genérico para describir el dominio de un estado-nación más avanzado sobre un área subdesarrollada». Anthony Brewer. Op. Cit. P. 25.
72. Así los llama Daniel R. Headrick. The Tentacles of Progress. Technology Transfer in the Age of Imperialism, 1850-1940 (Oxford University Press. 1988).
73. Howard Zinn. La otra historia de los Estados Unidos. (Nueva York: Editorial Siete Cuentos. 2001) P. 157.
74. Rodrigo Quesada. El legado de la guerra…
75. Thomas D. Schoonover. Op. Cit. 1991. P. 49.
76. Anotemos que desde 1840, aproximadamente, en el sur de los Estados Unidos existen empresarios y políticos, hombres y mujeres, interesados en desarrollar y expandir la economía esclavista en América Central y el Caribe. Thomas D. Schoonover. Op. Cit. 1991. P. 47. Debe anotarse que la bibliografía centroamericana sobre estos asuntos es sumamente rica, diversa y variada, pues cubre todos los aspectos imaginables de la invasión filibustera de esos años. En Costa Rica, particularmente, se han producido debates interesantes respecto al verdadero significado y participación de próceres y pueblos, en la que es considerada la lucha de liberación nacional más importante de la historia republicana de estas pequeñas naciones centroamericanas.
77. Thomas D. Schoonover. Uncle Sam´s War of 1898 and the Origins of Globalization (The University Press of Kentucky. 2003). Este es un excelente estudio sobre las aspiraciones de los Estados Unidos para hacerse con el control del Pacífico.
78. Roberto Regalado. América Latina entre siglos (Nueva York, Sydney y La Habana: Ocean Sur Editores. 2006) Pp. 103-132.
79. Peter Chapman. Bananas. How the United Fruit Company shaped the World (Canongate Books, Edinburgh, Scotland. 2007). Capítulo 4.
80. Ramiro Guerra. La expansión territorial de los Estados Unidos. A expensas de España y de los países hispanoamericanos (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales. 1964).
81. Desde 1790, América Latina fue considerada por los Estados Unidos, como parte de los «intereses norteamericanos».
82. «Expandirse hacia otros territorios, ocuparlos y reducir brutalmente a todos aquellos que resistan a la ocupación ha sido un elemento constante en la historia estadounidense, desde los primeros asentamientos hasta hoy día. Y esto ha ido acompañado habitualmente por una forma particular de excepcionalismo estadounidense: la idea de que la expansión estadounidense ha sido ordenada por Dios. Poco antes de la guerra con México, a mediados del siglo XIX, justo después de que Estados Unidos se anexionara Texas, el editor y escritor John O´Sullivan acuñó la famosa frase del Destino Manifiesto. Dijo que nuestro Destino Manifiesto es expandirnos por el continente que nos ha brindado la Providencia, para el libro desarrollo de nuestros millones, cada año multiplicados. A principios del siglo XX, cuando Estados Unidos invadió Filipinas, el presidente McKinley dijo que tomó la decisión una noche cuando se puso de rodillas para rezar, y Dios le dijo que invadiera el país». Howard Zinn. Sobre la guerra. La paz como imperativo moral (México: Planeta. 2007) P. 208.
83. «Es evidente que un fenómeno como el del imperialismo actual-su estructura, su lógica de funcionamiento, sus consecuencias y sus contradicciones- no se puede comprender adecuadamente procediendo a una relectura talmúdica de los textos clásicos de Hilferding, Lenin, Bujarin y Rosa Luxemburgo. No porque estuvieran equivocados, como le gusta decir a la derecha, sino porque el capitalismo es un sistema cambiante y altamente dinámico que, como escribieran Marx y Engels en El Manifiesto Comunista, se revoluciona incesantemente a sí mismo. Por consiguiente, no se puede entender al imperialismo de comienzos del siglo XXI leyendo solamente a esos autores. Pero tampoco se lo puede comprender sin ellos. No se trata, por supuesto de la monótona y estéril reiteración de sus tesis». Atilio Borón. Imperio e imperialismo (La Habana, Cuba: Fondo Cultural del ALBA. 2006) P. 27.
84. Gregorio Selser. Enciclopedia de las intervenciones extranjeras en América Latina (Monimbó e. V. República Federal de Alemania. 1992) Tomo I. Edición preparada por B. Höfer, K. Meyer y A. García.
85. Steve Striffler. In the shadows of State and Capital. The United Fruit Company, Popular Struggle, and Agrarian Restructuring in Ecuador, 1900-1995 (Duke University Press, Durham and London, 2002) Primera Parte. Marcelo Bucheli. Bananas and Business. The United Fruit Company in Colombia, 1899-2000 (New York and London. New York University Press. 2005). Capítulo 3.
86. David Harvey. A Brief History of Neoliberalism ( Oxford University Press. 2005) P.2. (La traducción es mia).
87. Sobre algunos aspectos geopolíticos de la globalización se puede consultar el magnífico trabajo del economista costarricense Luis Paulino Vargas Solís. El verdadero rostro de la globalización (San José, Costa Rica: EUNED. 2008) 2 volúmenes.
88. Michael Hardt & Antoni Negri. Empire (Harvard University Press. 2000) Traducción al español: Imperio. (Buenos Aires: Paidós. 2002). Véanse también las excelentes reflexiones de Néstor Kohan en torno al trabajo de Hardt y Negri. Toni Negri y los desafíos del Imperio (Madrid: Campo de ideas. 2002) Sobre todo la segunda parte.
89. Paul Krugman. The Great Unraveling. Losing our way in the new century (New York and London. Norton & Co. 2004. Expanded edition.) P. 295.