Los continuos discursos belicistas proferidos por el Departamento de Estado buscan imponer una salida distante y ajena a toda negociaciones política y diplomática. Su insistencia se sustenta en el denominado Hexahedron Program, diagramado por asesores de John Bolton en las oficinas del Harry S. Truman Building ubicadas en el distrito de Columbia. Su objetivo declarado es la recuperación del control comercial de los recursos naturales y el desvanecimiento de los crecientes vínculos diplomáticos, económicos y militares de Caracas con Moscú y Beijing.
El nuevo fracaso de Donald Trump, Juan Guaidó y el languidecido Grupo de Lima, incrementa los niveles de tensión y conflictividad en Latinoamérica. Las reiteradas amenazas de invasión manifestadas por referentes políticos republicanos, sumados a las continuas frustraciones padecidas por quienes buscan el colapso interno de Venezuela, extienden la inestabilidad social en una de las regiones, hasta ahora, más pacificas del mundo.
Los continuos discursos belicistas proferidos por el Departamento de Estado buscan imponer una salida distante y ajena a toda negociaciones política y diplomática. Su insistencia se sustenta en el denominado Hexahedron Program, diagramado por asesores de John Bolton en las oficinas del Harry S. Truman Building ubicadas en el distrito de Columbia. Su objetivo declarado es la recuperación del control comercial de los recursos naturales y el desvanecimiento de los crecientes vínculos diplomáticos, económicos y militares de Caracas con Moscú y Beijing.
El Hexahedron Program incluye 6 fases que pueden ejecutarse en forma continua, en etapas sucesivas, o en formatos yuxtapuestos. Sus basamentos: (a) el golpe de Estado clásico, en este caso a ser ejecutado por Fuerzas Armadas venezolanas; (b) la incursión bélica interestatal a ser implementada desde países limítrofes (Colombia y/o Brasil, prioritariamente) en el formato de guerra fronteriza; (c) el colapso económico (implosión) provocado por el bloqueo y el ahogamiento comercial y financiero: (d) la generalización de una guerra civil capaz de legitimar una intervención humanitaria; (e) la irrupción de un modelo de «contras» efectuado con el apoyo de mercenarios en clara reminiscencia de Bahía de los Cochinos o de la recordada triangulación Irán-Contras en Nicaragua; y (f) El bombardeo y/o invasión directa por parte de Washington del tipo Granada o Panamá.
Cada lado del hexágono tiene antecedentes históricos recientes en relación al rol jugado por Washington en América Latina desde el fin de la Primera Guerra. Pero todos ellos se tropiezan con particulares resistencias obstinadas en el caso venezolano, sumadas a una mutación del escenario internacional que tiende en forma paulatina a niveles crecientes de multipolaridad.
El primer modelo se intentó llevar a cabo en 2002, cuando el ex Presidente Hugo Chávez profundizó la política de nacionalizaciones de la infraestructura y la expulsión de las bases del Pentágono en su territorio. El golpe de Estado fracasó debido a la fuerte incidencia del entonces Presidente entre los oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas Bolivarianas. A pesar de esos antecedentes, hasta el día de hoy el Pentágono imagina e instiga sublevaciones militares que justifiquen y/o brinden la aquiescencia para una pronta ayuda militar del Comando Sur a ser desplegada en territorio venezolano ante el primer pedido de ayuda de una tropa rebelde.
El segundo formato, la incursión bélica interestatal, es decir la alianza de países que atacan un territorio soberano, fue impulsado en el siglo XIX por el imperio británico en la Guerra de la Triple Alianza con el objeto de destruir al Paraguay soberano y autónomo de Francisco Solano López. Este plan ha fracasado momentáneamente en relación a Venezuela, debido a la negativa de Colombia y Brasil a iniciar un conflicto militar que conocen hipotéticamente los términos de su inicio pero que desconocen su final. Este escenario fue reclamado con insistencia por Donald Trump, bajo la solicitud de convertir al Grupo de Lima en el mascarón de proa inicial de una complementariedad posterior del Comando Sur.
La tercer fase, la búsqueda de la implosión social como producto del estrangulamiento económico a ser generado por el bloqueo, se encuentra operativa en la actualidad y reviste las mismas características que las efectuadas desde hace seis décadas atrás en Cuba. Tiene como indicador de éxito la producción de hambrunas, la limitación del acceso a los medicamentos, la generalización de desastres epidemiológicos, la veda al comercio con terceros países, el cercenamiento al financiamiento y el castigo a quienes mantengan relaciones políticas con el gobierno de Maduro. En ese marco se explica el sabotaje llevado a cabo sobre la infraestructura de transmisión eléctrica acaecida a principios de abril.
El cuarto dispositivo, la generalización de una guerra civil, remite a la búsqueda de la ocupación del espacio urbano a través del empoderamiento de las guarimbas (núcleos activos de sabotaje y difusores de violencia callejera), adictas al injerencismo estadounidense. Esta última fase ha sido la promovida por el autoproclamado Presidente Juan Guaidó. El quinto elemento, parafraseando a Luc Besson, supone la utilización de empresas administradoras de mercenarios, como los que trabajan para Blackwater, portadores de sanguinarios antecedentes en Afganistán e Irak, que se encontrarían en la actualidad en la etapa de reclutamiento (específicamente entre grupos de latinoamericanos) para aparentar una apariencia militar caribeña en los inicios de sus incursiones fronterizas.
Por último, el sexto dispositivo es el que Trump anuncia permanentemente como amenaza disponible para reforzar los cinco anteriores. La invasión directa tiene el inconveniente actual de no gozar de la autorización de tres de los miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidos que poseen derecho a veto. La presencia de Rusia y China en el territorio ahora conflictivo del Caribe, en funciones de asesoramiento militar y/o de socios de emprendimientos productivos petroleros, ha forzado a Washington a sobreactuar lo que puede terminar convirtiéndose en una profecía autocumplida. El deterioro de la predominio de Estados Unidos parece estar directamente relacionado con su exasperación militarista y su correspondiente incapacidad para aceptar las nuevas reglas del juego, en las que no es el único jugador hegemónico. En ese marco, el incremento irresponsable de la virulencia discursiva funciona como un círculo vicioso: por un lado, obliga a los voceros de la Casa Blanca a aumentar los niveles de intimidación; y al mismo tiempo, frustra (a repetición) a los Guaidó que se sienten avalados por el Pentágono.
Antecedentes y futuros
La ofensiva injerencista contra Venezuela posee varios capítulos que explican el actual escenario. La Asamblea de las Naciones Unidas, a solicitud de Washington y sus aliados, propuso el desconocimiento de Nicolás Maduro en enero de este año. Dicha propuesta fue votada en contra por dos tercios de los países integrantes de ese foro multilateral. La misma propuesta no logró aprobación en el Consejo de Seguridad de la ONU. En la actualidad solo 55 países, de un total de 193, reconocen a Juan Guaidó como primer mandatario.
Esta asimétrica distribución de apoyos y cuestionamientos es lo que repetidamente se busca ocultar para otorgarle mayor legitimidad a la lógica discursiva pronunciada por Trump y los Presidentes que integran el Grupo de Lima. Este es el marco en el que el último 25 de febrero el vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence, presionó a los Presidentes latinoamericanos para conformar una coalición conducente a derribar al gobierno de Nicolás Maduro. La posición de México y Uruguay, comprometidos a lograr soluciones negociadas, fue percibida como un debilitamiento de quienes propendían a soluciones fulminantes y bélicas. El 22 de marzo, Trump recibió en Florida a los primeros mandatarios de Jamaica, Bahamas, Haití, República Dominicana y Santa Lucía. La agenda del encuentro se vinculó con la exigencia por parte de Washington para discontinuar cualquier relación con Caracas y ofrecer zanahorias disponibles para compensar el plan, liderado por Venezuela, conocido como Petrocaribe.
Poco tiempo después, entre el 11 y el 14 de abril, Mike Pompeo, ex jefe de al CIA y actual secretario del Departamento de Estado, realizó una gira por Colombia, Perú, Chile y Paraguay con el objetivo de presionar a sus Presidentes para limitar la presencia de China y Rusia en la región y reactualizar al acoso hacia Venezuela ante el advenimiento del final del gobierno de Nicolás Maduro. Según las testimonios de algunos asesores presentes, Pompeo no alcanzó el éxito esperado. Menos de una semana después, en una mezcla de sincericidio histórico y provocación desvergonzada, el consejero de seguridad nacional de Washington, John Bolton, asumió que la doctrina Monroe, desechada (en forma discursiva) tiempo atrás por John Kerry, volvía a erigirse como el eje de la política exterior de su país hacia el llamado hemisferio occidental.
La presión sobre Caracas continuará el próximo martes 7 de mayo, durante la 49 edición de la Conferencia de las Américas, repetida cita en la que Washington procede a disciplinar a los gobernantes que concurren. En esta ocasión la convocatoria se intitulará «Trastorno y transformación en las América» y su anfitrión será el vicepresidente Pence. Entre los presentes estarán el senador por el Estado de Florida, Marco Rubio (que recientemente anunció en su Twitter que Maduro terminará como Sadam Hussein, mostrando imágenes de la ejecución del ex gobernante iraquí), y el secretario del Departamento de Seguridad Nacional (DHS), Kevin McAleenan. Las gacetillas difundidas por Rubio anuncian una nueva ofensiva contra el nuevo eje del mal: Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Eliot Abrams es asesor del gobierno de los Estados Unidos. Ha sido condenado por la Justicia de su país por el caso «Irán/Contras». En este video se refiere a un país soberano de una manera bastante particular
En la tarde del viernes 3 de mayo, los primeros mandatarios de Moscú y Washington mantuvieron una larga conversación telefónica relativa a la situación de Corea del Norte, Venezuela, el desarme nuclear y las implicancias del informe del fiscal especial Robert Mueller, que investigó durante casi un año al primer mandatario republicano. La comunicación duró una hora y media y habría finalizado, según colaboradores de Putin, con un gélido mensaje del mandatario euroasiático: «Lo que hagan será de vuestra entera responsabilidad. No cuenten de ninguna manera con nuestro aval. Y sepan que deberán atenerse a las consecuencias». El próximo lunes 6 de abril el canciller ruso Sergei Lavrov continuará este intercambio con Washington en la Reunión Ministerial del Consejo Ártico. Antes de viajar a Finlandia declaró, esta vez de forma pública: «Aunque el secretario de Estado de Estados Unidos Mike Pompeo y yo acordamos continuar con los contactos, no veo cómo será posible armonizar nuestras posiciones».
Jürgen Habermas señaló hace dos décadas que «La irresponsabilidad por los daños forma parte de la esencia del terrorismo.» La falta de evaluación en relación a los costos humanos que determinadas acciones políticas generan, la infravaloración de la vida como ecuación central de la gestión política y la incapacidad para identificar la soberanía nacional como el basamento supremos de las relaciones internaciones, parecen ser la forma que asume hoy esa lógica de la irresponsabilidad. Quienes sueñan con guerras civiles, cientos de miles de muertos y un subcontinente atravesado por la guerra, deberán saber, como subrayó Putin, que las consecuencias existen. De eso se trata la responsabilidad. De conocerlas.
Jorge Elbaum. Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la )