Muchos fueron los que en los años 60 y comienzos de los 70 del siglo XX se formaron en la teoría del desarrollo del subdesarrollo. Por primera vez sus postulados tenían eco en la nueva izquierda anticapitalista. Era un punto de apoyo para definir los proyectos anticapitalistas frente a las visiones anquilosadas de los partidos […]
Muchos fueron los que en los años 60 y comienzos de los 70 del siglo XX se formaron en la teoría del desarrollo del subdesarrollo. Por primera vez sus postulados tenían eco en la nueva izquierda anticapitalista. Era un punto de apoyo para definir los proyectos anticapitalistas frente a las visiones anquilosadas de los partidos comunistas defensores del feudalismo latinoamericano y las sociedades duales. El MIR chileno, los Tupamaros uruguayos, el ERP en Argentina o el ELN en Bolivia fueron algunos de sus seguidores. Pero también los hubo en otros lares de la izquierda. A los efectos, pocas veces una formulación teórica ha logrado tanta influencia en partidos y movimientos políticos. Unos y otros se disputaban la nueva fórmula para interpretar la evolución de las estructuras sociales y de poder en América latina.
Si bien hubo trabajos pioneros, los de Sergio Bagú: La estructura social de la colonia (1949); de González Casanova, La democracia en México, o Las siete tesis equivocadas, de Stavenhagen, la síntesis de Gunder Frank fue feliz. Englobaba un emergente debate frente a las teorías eurocéntricas del desarrollo. Desde las ciencias sociales se aportaba una explicación convincente y razonada del carácter capitalista de la conquista, la colonia y de las estructuras de poder imperantes en la región. Así, su éxito radicó en la manera de presentar el problema. La historia de América Latina se vio en una forma bipolar, la relación metrópoli-satélite.
André Gunder Frank tuvo la virtud y la desgracia de presentar América Latina como lo que es: una parte del proceso de acumulación de capital y del capitalismo colonial del siglo XVI, factores inseparables del propio desarrollo del capitalismo. La crítica se hizo fuerte: los países industriales nunca fueron subdesarrollados, no hay pasado por etapas similares ni se les puede adjudicar fases. La arremetida contra las teorías eurocéntricas de Rostow y sus etapas del crecimiento económico le valió su reconocimiento en todos los círculos académicos y en la izquierda latinoamericana. Es cierto que tuvo detractores y los sigue teniendo. Muchos de sus argumentos no logran el nivel de precisión exigido a quien se decía gran lector de Marx, lo cual le resta solidez a los planteamientos. Sea como fuese su aporte es un acervo del pensamiento crítico e incluso hay quienes lo consideran un adelantado a la teoría de la dependencia.
Si hoy las afirmaciones de Gunder Frank pueden resultar simplistas, en 1967 eran de grueso calibre. Afirmar que los países desarrollados nunca tuvieron subdesarrollo, aunque pueden haber estado poco desarrollados, era enfrentarse a las doctrinas hegemónicas, tanto como contravenir en la actualidad los dogmas del mercado, el neoliberalismo y su mano invisible. No fue una batalla fácil. Pero lo que quiero destacar es el sentido que orienta y articula su pensamiento. Tras de la visión del desarrollo capitalista como una relación que genera el subdesarrollo, Frank subrayó una primera variable. Cuando los lazos con la metrópoli son fuertes hay un menor desarrollo relativo del satélite y cuando los lazos son débiles existe mayor posibilidad de desarrollo del satélite. Para corroborar dichas tesis no hubo de ir muy lejos. Le bastó recurrir a la historia colonial y constatar la existencia de zonas hoy atrasadas, antaño de alto desarrollo, en función de las necesidades del capitalismo mundial, Potosí en la colonia.
Si hubiese dudas expresó la misma relación en la etapa imperialista inglesa y estadunidense. Manaos con el caucho o Iquique con el nitrato. Relatos inapelables. Lentamente dejó de ser un problema aceptar que el subdesarrollo era parte del desarrollo capitalista. Asumir que América Latina era capitalista y que nunca podría ser desarrollada como las metrópolis tenía consecuencias. Romper el subdesarrollo supondría luchar contra el capitalismo y constatar su inviabilidad.
Celso Furtado escribiría un texto clave: El desarrollo económico: un mito. Su tesis era sencilla y contundente: «el estilo de vida promovido por el capitalismo industrial ha de ser preservado para una minoría, pues toda tentativa de generalizarlo para el conjunto de la humanidad provocará necesariamente un colapso global del sistema. Esta conclusión es importantísima para los países del tercer mundo, pues pone en evidencia que el desarrollo económico que viene siendo preconizado y practicado en esos países es un simple mito. Sabemos que las naciones del tercer mundo jamás podrán desarrollarse, si por desarrollo debe entenderse ascender a las formas de vida de los que ya están desarrollados».
Hoy, las tesis de Frank y Celso Furtado vuelven a estar de actualidad. Si los lazos con las metrópolis en tiempos de crisis han favorecido mayor desarrollo relativo y mejores condiciones para su expansión, ¿significa que saldremos mejor parados de la crisis? Lo veremos en estos años. ¿Pero ello no significará romper con el subdesarrollo? Si la afirmación se complementa con lo dicho por Celso Furtado, el horizonte no atisba mejoras. En esta primera década del siglo XXI hemos visto aumentar la desigualdad, el hambre y la miseria. En otras palabras, el capitalismo ha sido incapaz de generar con o sin recesión un proyecto inclusivo para las grandes mayorías. Ése no es su objetivo. Por el contrario, se articula como un orden excluyente y concentrador cuyo fundamento es el cálculo racional de la explotación. Así, desde su perspectiva, una salida razonable será un mayor aumento de la pobreza y la explotación, generando un orden propio de la neo oligarquización totalitaria del poder político.
En esta lógica, la crisis ha dejado al pairo las teorías del neoliberalismo, del capitalismo popular o del liberalismo social. Ninguna de las vertientes, sea vía militar o por vía electoral representativa, han dado una solución inclusiva. Más bien podemos constatar su fracaso. Ahora no es una tozudez mental: es una afirmación fundada en los hechos. Para que América Latina pueda realmente ser un continente con posibilidades debe construir un proyecto liberador, fundado en la justicia social, la libertad y la democracia, y debe apoyarse en una alternativa anticapitalista, por tanto socialista.