Hay seres que transitan la vida con una misión clara, con palabras afiladas que cortan la indiferencia y corazones encendidos que buscan transformar la oscuridad en luz. Tú, amigo poeta, Héctor Alvarado, conocido como “El Manaba maldito” por tu frontalidad, fuisteis uno de esos seres excepcionales. Contestatario hasta el último aliento, soñador en tiempos donde el sueño parecía un lujo inalcanzable. Caminabas con la certeza de que la poesía y el arte no eran meras expresiones estéticas, sino armas para luchar contra la desigualdad, la injusticia, la discriminación y el olvido.
El apodo que llevabas, «El Manaba maldito», no era más que una muestra de tu carácter rebelde, de tu resistencia a doblegarte ante las normas impuestas. Te enfrentabas a la comodidad del silencio con una voz que resonaba fuerte y clara, denunciando lo que otros callaban. Siempre entendiste que los artistas, los poetas y los gestores culturales son mucho más que creadores de belleza; son los autores y arquitectos del cambio social. Para ti, la cultura era el alma de cualquier revolución verdadera, un faro que guía en los momentos de mayor oscuridad.
Tu vida fue un canto incansable por una sociedad que sea capaz de entender que los artistas no solo embellecen el mundo, sino que también lo transforman. Fuiste un inquieto con las palabras, un gestor de conciencia, convencido de que el arte podía derribar muros y tender puentes hacia una convivencia más equitativa y solidaria. Nunca perdiste de vista ese horizonte donde los creadores de cultura se alzan como guías, capaces de iluminar los senderos de la justicia, la equidad y la paz.
Se apagó tu vida soñando, Héctor, pero tus sueños no serán en vano. Porque seguirán vivos en quienes tuvimos la fortuna de conocerte, en aquellos que te escuchamos gritar con versos lo que otros susurraban con temor. En tu visión, el arte no era una mera ventana hacia lo que somos como pueblo diverso, sino un portal hacia lo que podemos ser. Nos dijisteis que la poesía no se limita a las páginas de un libro, sino que late en los corazones de quienes luchan por un mundo donde la riqueza no se mide en monedas, sino en ríos que fluyen libres, en montañas que no se venden y en la tierra que nos pertenece a todos.
Nos hablabas del paraíso en la tierra, pero no como un sueño utópico y lejano, sino como un lugar que podíamos construir aquí y ahora. Para ti, ese paraíso comenzaba con la erradicación del racismo, con el fin de la exclusión y la exterminación de la acumulación de la riqueza en pocas manos. Veías con claridad que la verdadera fortuna estaba en la naturaleza, en los árboles, en los ríos, en la tierra que debemos proteger, porque es de todos y para todos.
Con tus versos, nos recordabas la necesidad de romper con las cadenas del egoísmo, de encontrar la riqueza en lo simple y lo compartido. Nos llamabas a la resistencia, a no ceder ante un sistema que valora el dinero por encima de la vida, la acumulación sobre la equidad. Nos urgías a recordar que, si aprendemos a convivir en armonía con la tierra y entre nosotros, estaremos más cerca de ese paraíso que tantas veces soñamos.
Hoy, te recordamos no con tristeza, sino con la fuerza de tus convicciones. Porque, aunque ya no estés aquí para seguir pronunciando tus verdades incómodas, tu voz permanece. En cada palabra tuya que sigue reverberando en los corazones de quienes creemos en el cambio, en cada sueño tuyo que sembraste en nuestras mentes. Seguiremos tu lucha, poeta, porque en tus horas de bohemia nos decías que el arte no es un refugio para escapar de la realidad, sino un martillo para moldearla.
Tu vida fue un poema en permanente construcción, y aunque tus manos ya no puedan levantar la pluma para expresarse en el papel, el final lo escribiremos nosotros, quienes aprendimos a no rendirnos. Sigues aquí, en la tierra que amabas, en los cielos que contemplabas, en los sueños que compartiste. Y en esos sueños, seguimos caminando, hacia ese paraíso que soñasteis, hacia una sociedad que, como tú, lucha por la equidad, la justicia y la libertad.
En homenaje a Héctor Alvarado, “El Manaba maldito”.
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