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Amuay: el día que el bravo pueblo volvió a vencer a los personeros de la muerte

Fuentes: Rebelión

Amuay ya se ha inscripto como uno de los nombres del dolor en Latinoamérica y el Caribe. No es la primera vez que se produce una fuga de gas y la consiguiente cadena de tanques incendiados en una refinería, ni será la última, por más medidas de seguridad que se puedan establecer. Lo realmente llamativo […]

Amuay ya se ha inscripto como uno de los nombres del dolor en Latinoamérica y el Caribe. No es la primera vez que se produce una fuga de gas y la consiguiente cadena de tanques incendiados en una refinería, ni será la última, por más medidas de seguridad que se puedan establecer. Lo realmente llamativo es que estos hechos suceden en un momento muy especial de la Venezuela Bolivariana, cuando el proceso que lidera Hugo Chávez está a pocos días de afrontar una nueva y estratégica compulsa electoral, y la desesperación opositora, producto de lo que marcan las encuestas en su contra, coloca a sus integrantes en escenarios ultra beligerantes.

Por supuesto que es sospechoso este sangriento siniestro que ha afectado a la población de Falcón y a Venezuela toda, regando de muertos y heridos -la mayoría de ellos pertenecientes a sectores humildes- un territorio que puja día a día por salir adelante a pesar de los constantes palos en la rueda que colocan los enemigos de la Revolución. Llaman poderosamente la atención, las reacciones de la oposición mediática, generando dudas, multiplicando «informes críticos», más preocupados en embestir contra el Presidente Chávez que en atender el dolor de los perjudicados por la explosión. Se suceden así, consignas destituyentes, repetidas hasta el cansancio por sus fuentes habituales: Globovisión y la red de radios y periódicos que abrevan en el envenenado discurso escuálido. La misma hiel que destilan sus pares internacionales de la CNN o la cadena española Prisa.

Así también, se pudo escuchar a los voceros del candidato Capriles Radonski, hablar de presuntas «irregularidades» a nivel seguridad, tratando de ensuciar a la dirección actual de PDVSA, o batiendo el parche sobre tonterías. Como esa que «desde hace varios meses se registraban fuertes olores a gas en la zona» , algo que es más que común en los alrededores de cualquier refinería del planeta. Incluso, se sigue insistiendo en que explotaron esferas de gas, cuando las imágenes que dan la vuelta al mundo muestran -a pesar de la campaña desinformativa- que éstas se encuentran intactas.

No obstante, la duda y la mentira ya están planteadas, y se sabe que el objetivo último es generar desazón, terror, miedo. Eso es precisamente lo que buscan los enemigos de la Revolución, que por otra parte son los mismos que en 2002, en ocasión del frustrado golpe contra Chávez, sabotearon y paralizaron la refinería de Amuay.

Sin embargo, el hecho más destacado -por lo positivo- y que habla de la madera que está hecha la sociedad venezolana, es cómo en pocas horas se construyó una gigantesca cadena de solidaridades. Sobresale el ejemplo de los bomberos, no sólo los más cercanos, sino aquéllos que llegaron desde otros Estados, instalándose en el terreno, del día a la noche, manguera en mano, y apelando a productos de última generación para hacer retroceder las llamas y también para «enfriar» los tanques, evitando así males mayores. Junto a ellos, los trabajadores petroleros, los mismos que en 2002, rescataron la refinería del ataque golpista. Hoy estuvieron al pie del cañón, restándole tiempo al sueño, arriesgando incluso sus vidas en las operaciones de rescate.

Qué decir del pueblo de Falcón y alrededores, sobreponiéndose al impacto de la muerte y saliendo a pelear la tragedia como suelen hacer quienes no especulan, y están dispuestos a ayudar a sus semejantes en desgracia.

Hay algo más que destacar y que no es muy común a la hora de producirse catástrofes como la de Amuay. Se trata del papel que juega en esta ocasión el gobierno revolucionario, el Estado en su conjunto, acudiendo de inmediato, con todos sus recursos. Desde el ministro Rafael Ramírez, que apenas conocida la gravedad de la situación, decidió instalarse en el epicentro de la explosión y dirigir personalmente todos los operativos de rescate, hasta el propio presidente Chávez, que fiel a su estilo de romper protocolos cuando se trata de agradecer la lealtad de su pueblo, acudió a la zona a acercar su voz de afecto con los que estaban sufriendo.

No es común ver a un presidente y sus ministros, cuando las papa queman. Menos aún, si se disponen a generar en las peores circunstancias, un espacio de sentido común y de esperanza. Como es habitual, Chávez no se quedó en promesas, sino que anunció acciones muy concretas. Entre ellas, el fondo de emergencia de cien millones de bolívares para atender las necesidades de las personas afectadas por el siniestro, y que implican pensión de por vida para los familiares de las víctimas. O la decisión de construir 2.000 viviendas para quienes han perdido la propia.

En medio de todo este operativo de apoyo, el presidente Chávez habló mano a mano con su pueblo, convocándolo a armar una red de colaboración que sirva para abrazar a los que más sufren. También, se acercó a las mujeres y niños que precisaban consuelo ante las pérdidas irreparables, y les dejó un mensaje de aliento, que les permitiera luchar contra la parálisis y la falta de auto-estima.

Frente a esta reacción del gobierno venezolano, haciéndose presente en el lugar y la hora precisos, basta recordar, por comparación, lo sucedido en otros países, cuando en circunstancias parecidas, gobernantes indolentes dan la espalda a sus pueblos, o son cómplices del drama producido. Allí está el ejemplo argentino de la voladura de la fábrica de armas en la localidad cordobesa de Río Tercero, en 1995, en pleno gobierno del neoliberal Carlos Menem. No sólo se produjeron muertos sino que fueron destruidas 4.000 viviendas, producto de un autoatentado planificado desde el propio gobierno para ocultar un affaire de venta de armas a Croacia. En esa ocasión, los familiares de los fallecidos no tuvieron la más mínima reparación, y por supuesto, quienes perdieron sus casas, tuvieron que apelar al esfuerzo personal para rearmar su futuro. El Estado, como suele ocurrir con gran frecuencia, estuvo ausente.

Ésa y no otra es la gran diferencia entre quienes siendo políticos se mantienen indiferentes o apuestan a la hipocresía cuando se producen hechos como el de Amuay, y el comportamiento que, desde 1999, lleva adelante el presidente venezolano, arrimando el hombro como uno más y demostrando así que la vida puede seguir venciendo a la muerte. Incluso, en las peores y más tristes circunstancias.

* Carlos Aznárez es Director de Resumen Latinoamericano

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.