Maria Dzielska, Hipatia de Alejandría. Madrid, Siruela 2004. Traducción de José Luis López Muñoz, 159 páginas. No es sorprendente la ausencia de fuentes primarias sobre la vida y muerte de Hipatia. Son escasas y en general indirectas. Es probable que el esoterismo de sus enseñanzas, cultivado por sus discípulos, sea un motivo que no debamos […]
Maria Dzielska, Hipatia de Alejandría. Madrid, Siruela 2004. Traducción de José Luis López Muñoz, 159 páginas.
No es sorprendente la ausencia de fuentes primarias sobre la vida y muerte de Hipatia. Son escasas y en general indirectas. Es probable que el esoterismo de sus enseñanzas, cultivado por sus discípulos, sea un motivo que no debamos olvidar pero, seguramente, la razón básica es que ya en el siglo V los historiadores cristianos han conseguido primacía y que se avergüencen de escribir sobre la suerte de Hipatia. O peor: que participen también ellos en el encubrimiento y protección de los perpetradores, relacionados con la Iglesia, de un cruel asesinato
Dzielska explica en su nota de agradecimiento de dónde surgió la idea de su ensayo: mientras investigaba la vida y obra de Sinesio de Cirene, discípulo de la matemática alejandrina, la lectura de sus cartas le llenó de admiración por el alma y la inteligencia de Hipatia y sintió la necesidad de saber más sobre aquella «mujer extraordinaria, erudita y filósofa de Alejandría, cuya vida y personalidad espiritual han despertado interés durante muchos siglos». La autora señala que, mucho antes de los primeros intentos académicos por reconstruir una imagen fiel de Hipatia, su vida había quedado marcada por una leyenda embellecida artísticamente, distorsionada por comprensibles emociones y prejuicios ideológicos, que ha disfrutado de una amplia popularidad durante siglos y que, en sus ejes básicos, podía resumirse del modo siguiente: Hipatia fue una filósofa y matemática pagana, joven y hermosa, que en el año 415 de n. e. fue despedazada, descuartizada, por monjes o, más en general, por fanáticos cristianos en Alejandría dirigidos a corta distancia por el obispo Cirilo (quien, posteriormente, fue designado por la iglesia romana como Santo varón). El asesinato reclama una severa respuesta de los representantes de la justicia. pero nunca se produce. Quienes cometieron el abyecto crimen siguieron impunes.
Esta usual mirada, señala Dzielska, no está basada en fuentes de la época sino en una gran cantidad de documentos literarios e históricos la mayoría de los cuales presentan a Hipatia como víctima inocente del naciente fanatismo cristiano «y su asesinato como señal de la desaparición, junto con los dioses griegos, de la libertad de investigación» (p. 15). La tendencia dominante en la leyenda, la corriente ilustrada o racional, contra la que la autora argumenta o matiza, la presenta como víctima inocente de una nueva religión, fanática y rapaz. Hipatia se ha convertido con ello en símbolo tanto de la libertad sexual como del declinar del paganismo, y de la desaparición del libre pensamiento, de la razón natural y de la libertad de investigación. Dzielska estudia gran parte de estos documentos en el primer capítulo de su ensayo: «La leyenda literaria de Hipatia». Señala aquí que Hipatia aparece por vez primera en la literatura europea en el siglo XVIII, «en la época de escepticismo (sic) que se conoce históricamente como la Ilustración», momento en el cual diferentes escritores la utilizan como instrumento en sus polémicas religiosas y filosóficas. John Toland, en 1720, fue el primero de esos autores. Su ensayo causó una gran incomodidad en círculos eclesiásticos y provocó la réplica de Thomas Lewis en un folleto de inolvidable titulado «La historia de Hipatia, una desvergonzadísima maestra de Alejandría. En defensa de San Cirilo y del clero de Alejandría contra las acusaciones del señor Toland». El mismo Voltaire intervino, en el mismo sentido que Toland, con un ensayo sobre Cirilo y el clero de Alejandría, y volvió sobre Hipatia en su Diccionario filosófico.
Las tesis centrales defendidas por la autora señalan en la misma dirección que la señalada por Crawford, ya en 1901, o por Rist., mucho después: la causa del asesinato fue más política que religiosa o filosófica. La «plebe cristiana» imaginó que la influencia de Hipatia enconaba el conflicto entre Iglesia y Estado y pensó que, si se la hacía desaparecer, sería posible una reconciliación. Hipatia fue asesinada, pues, no como enemiga de la nueva fe cristiana, sino como supuesto obstáculo para la comodidad terrenal.
Las conclusiones propias de la autora, expuestas en el último capítulo de su estudio (pp. 113-118), pueden resumirse del modo siguiente:
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Hipatia nace en 355 y no en 370. Cuando muere en 415, tiene ya unos sesenta años. No existe apoyo legítimo para describirla, como se ha hecho, a la hora de su espantosa muerte, como mujer joven y hermosa, capaz de provocar el sadismo y la lujuria de sus asesinos.
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Hija de Teon, se sabe por Hesiquio de Mileto que mientras su padre escribía comentarios sobre Euclides y Tolomeo, Hipatia se ocupaba de las obras de Apolonio de Pérgamo, de Diofanto y de Tolomeo. Se ha supuesto siempre que sus estudios de estos autores no había sobrevivido pero es probable que las ediciones del Almagesto de Tolomeo y de las Tablas hayan sido ordenadas y preparadas por ella.
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Hipatia creó en tono a ella una comunidad filosófica basada en el sistema platónico de las Ideas y en lazos interpersonales. Sus discípulos -Sinesio, entre ellos- llaman «misterios» a los conocimientos que les trasmite su «guía divina». Los mantienen secretos, negándose a compartirlos con personas de rango social inferior a los que consideran incapaces de comprender cuestiones divinas y cósmicas.
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Hipatia posee gran autoridad moral. Todas las fuentes concuerdan en que es un modelo de rectitud, veracidad, dedicación cívica y proezas intelectuales. El poder eclesiástico se da cuenta que se enfrenta con una persona de gran experiencia, dotada de autoridad moral, que gracias a sus discípulos puede conseguir apoyo para el prefecto Orestes -que sigue resistiendo los intentos de Cirilo de reducir el campo de acción del poder civil- entre personas próximas al Emperador. Su suerte está echada: los colaboradores de Cirilo lanzan rumores acerca de los estudios de Hipatia relacionados con la magia, con el hechizo satánico sobre el prefecto, sobre el pueblo de Dios y la ciudad de Alejandría en su conjunto. Personas al servicio de Cirilo, el santo, despedazarán (literalmente) a Hipatia.
La autora, que es catedrática de historia romana antigua en la Universidad Jagelónica de Cracovia, critica reiteradamente la visión «ilustrada del asesinato de Hipatia por ideológica y poco documentada». Pero sus precisiones, de indudable rigor histórico, no modifican el núcleo central del asunto: Hipatia fue descuartizada por una muchedumbre fanática dirigida a corta distancia por un obispo cristiano. Además, como es sabido, en las discusiones culturales no sólo marca el terreno uno mismo sino también las posiciones de los contrarios. En todo caso, no es difícil aceptar que los marcos ideológicos o religiosos encubran intereses mucho más terrenales. Tampoco hay que olvidar que el neoplatonismo de Hipatia, el origen social de los miembros de su comunidad, su distancia de la muchedumbre, fueran fácilmente manipulables. Por otra parte, y como nota marginal, la autora crítica, con razón, estúpidas y poco cuidadas afirmaciones de Voltaire, pero extrañamente cae ella misma cae en enunciados de escasa relevancia y de difícil comprobación cuando señala, por ejemplo, que la abstinencia sexual aconsejada por Hipatia la mantuvo virgen hasta el final de su vida. Sin entrar en el uso del término, es posible aconsejar sin practicar y, desde luego, es posible amar de formas diversas.
Las notas del estudio (pp. 131-153) son de lectura obligada.