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Anecdotario de seguridad antiterrorista

Fuentes: Rebelión

La obligación de viajar nos ha permitido a algunos vivir en carne propia todo un anecdotario de las medidas de seguridad impuestas con motivo de la paranoia antiterrorista vigente. Un repaso a ellas nos puede servir para descubrir lo absurdo de la gran mayoría y, por extensión, de la estupidez que se oculta detrás de […]

La obligación de viajar nos ha permitido a algunos vivir en carne propia todo un anecdotario de las medidas de seguridad impuestas con motivo de la paranoia antiterrorista vigente. Un repaso a ellas nos puede servir para descubrir lo absurdo de la gran mayoría y, por extensión, de la estupidez que se oculta detrás de toda esa política de seguridad y lucha contra el terrorismo. Lo primero que hemos podido comprobar es que aquella medida de que los cubiertos para la comida a bordo de los aviones debían de ser de plástico ha dejado de aplicarse, ahora ya son otra vez de metal. Lo curioso es que pude comprobar que antes de generalizarse el retorno de los cubiertos de metal a todo el pasaje, se hizo sólo para los viajeros que viajaban en preferente (bussiness). Parece que primero las aerolíneas pensaron que es imposible que un elegante ejecutivo que viaje en clase ejecutiva pudiese ser un terrorista.

Otra de las cosas que he descubierto es que si saco del bolsillo un encendedor y lo dejo en la bandeja al pasar por el control de metales, el guardia de seguridad de turno me recuerda que no lo puedo pasar y me lo incauta. En cambio, si tengo la precaución de meterlo en el bolso de mano que pasa por el mismo escáner, pero ya no por la mirada directa del personal de seguridad, nunca me lo han requisado ni pedido explicación. Recuerdo un aeropuerto que no tenía escáner y me preguntaron si llevaba un encendedor, armado de valor dije que no a pesar de que llevaba uno en el bolsillo. El policía insistió: «¿seguro?». Con gesto firme asentí que no llevaba encendedor alguno y ya quedó satisfecho el agente. Luego pensé lo absurdo de la situación, quien tuviese intención de «atentar» con un mechero nunca lo hubiera entregado, sólo lo hubiera hecho el inocente que hubiera olvidado meterlo en la maleta que facturó. Y si la prohibición fuese por un peligro accidental, sería igualmente peligroso que el encendedor estuviese en la bodega que en mi mochila.

En la estación de tren que uso con más frecuencia existe otra situación original. Como en casi todos los sitios, antes de dirigirse a los andenes los pasajeros deben pasar sus maletas por un escáner. Lo peculiar es que se puede acceder a esos andenes no sólo por la puerta colindante al escáner sino también por la cafetería, por el aparcamiento o desde una estación de autobuses que está al lado. Es evidente que quien tenga alguna intención terrorista no elegirá como acceso al andén y al tren precisamente la opción del escáner. También sobre el tren, todavía recuerdo un día en Madrid en el que la azafata encargada de revisar el billete no se encontraba y era el guardia quien se encargaba de comprobarlo mientras la maleta pasaba por el escáner sin que nadie estuviese observando la pantalla. Así una bomba podría pasar, pero el terrorista debía haber pagado billete.

Luego está el reglamento de Seguridad Aérea para la UE que entró en vigor el 6 de noviembre de 2006. Ese que limitaba en el equipaje de mano a cien mililitros de jarabes o bebidas, gel de baño, champú, cremas, lociones, colonias, pasta de dientes, desodorantes (en aerosol o en barra), espumas y geles de afeitar, o cualquier otra sustancia de consistencia similar. Había que transportarlos en envases individuales y debían estar contenidos en una bolsa de plástico transparente con cierre, cuya capacidad máxima no deberá superar el litro (unos 20 x 20 centímetros). Como cualquiera ha podido comprobar, esas bolsas que tan diligentemente nos proporcionaban han desaparecido de los puestos de control. Pero porque tampoco están prestando atención al cumplimiento de esa norma. Yo hace tiempo que estoy pasando pequeñas cantidades de líquidos que nadie me pregunta qué es, he visto como aceptan botellas de agua de medio litro y de aquellas bolsas donde se supone que debíamos introducir todos los líquidos ya nadie se acuerda ni están en el control.

Lo más divertido lo leí el pasado 11 de abril en la prensa. Una abogada del Tribunal de la UE, que tiene funciones de fiscal, propuso que el reglamento se declare inexistente porque se anunció que los pasajeros debían estar informados del tipo de artículos que se prohibían y eso no se ha hecho. El eurodiputado de CiU Ignasi Guardans es quien ha denunciado esa falta de información que, según afirma, viola «el Tratado Europeo y los derechos fundamentales».

Yo creo que el asunto está bien claro. Toda la normativa no es el resultado de serios estudios de seguridad, responden sólo a escenografías que pretenden inculcar la paranoia del peligro terrorista junto con la imagen de respuesta de seguridad por parte de las autoridades. Lo triste es la paciencia y sumisión de unos ciudadanos que no se preguntan por qué un día, diligentemente deben meter en bolsitas su frasco de colonia y al siguiente pueden pasar medio litro de líquido en una botella sin que nadie la inspeccione.

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