Nazim Hikmet fue un legendario escritor turco de la primera mitad del siglo XX, acusado con razón de irrumpir como gran revolucionario sobre las letras de una lengua fosilizada en la poesía del Divan y sus moldes clásicos, por lo menos desde el siglo XII. Hikmet discurrió entre el torrente palpitante y poderoso de una […]
Nazim Hikmet fue un legendario escritor turco de la primera mitad del siglo XX, acusado con razón de irrumpir como gran revolucionario sobre las letras de una lengua fosilizada en la poesía del Divan y sus moldes clásicos, por lo menos desde el siglo XII. Hikmet discurrió entre el torrente palpitante y poderoso de una pluma tan revolucionaria como su personalidad, tanto en formas como en fondos. Torrente bloqueado por años ásperos de cárcel o exilio que consumieron la mitad de su vida, al son de una militancia comunista bastante comprometedora en la Turquía nacionalista de Kemal Ataturk. Hay un sentimiento de frustración impregnando muchas de sus líneas, empezando por las fuertes piezas que componen Desde las cuatro cárceles ; los demiurgos de la historia, poderes que se alzan encima del individuo, pueden aplastarlo. Pero nunca lo doblegan:
Desde la China a España, desde el cabo de Buena Esperanza a Alaska, / en cada milla marina, en cada kilometro tengo amigos y enemigos. / Amigos que no nos hemos saludado ni una vez siquiera, sin embargo podríamos morir por el mismo pan, la misma libertad, la misma nostalgia. / Y enemigos sedientos de mi sangre como yo de la suya. / Mi fuerza es que no estoy sólo en éste inmenso mundo. / El mundo y sus hombres no son ningún secreto para mi corazón, / ningún enigma para mi ciencia.
El que quizá sea su poema más famoso brincó los mares -fallecido ya el poeta- con las voces de unos músicos ambulantes argentinos en los años 70, que para más confusión, se daban a conocer usando el apellido de otro cantautor brasilero: Milton Nascimento. La versión del Grupo Nacimiento se conoció en Colombia a través de una interpretación que todavía ejecuta el grupo folclórico Bandola. Lleva un título osado, Angina de pecho :
La mitad de mi corazón está aquí, doctor. / Pero la otra mitad se encuentra en China, / en el ejército que baja hacia el río amarillo. / Cada mañana, / cada mañana con el alba, / mi corazón es fusilado en Grecia. / Y cuando el sueño rinde a los presos, / cuando se alejan de la enfermería los pasos últimos, / mi corazón se va, doctor, / se va hacia una vieja casa de madera, allá en Istanbul. / Además doctor, hace más de diez años / que no tengo nada en mis manos / para ofrecer a mis hermanos; / tan solo una manzana, / una roja manzana: mi corazón. / Por todas estas cosas, doctor, / y no por culpa de la arteriosclerosis, / ni de la nicotina, ni de la cárcel, / tengo esta angina de pecho. / Desde mi cama / contemplo la noche tras de los barrotes. / Y a pesar de todos estos muros / que me aplastan el pecho, / mi corazón palpita con la estrella más remota.
Hoy aparece en portadas que Julio Anguita, el otro revolucionario de tantas batallas, el estandarte de la izquierda irredenta, el hijo de la Andalucía levantada, fue ingresado de urgencia con una angina de pecho. Y aunque la prensa me quiera convencer que es a causa de sus infartos anteriores, de sus arritmias y complicaciones coronarias, los médicos probablemente se equivocan.
Le perforan el pecho las petroleras que van a herir Canarias, la brutalidad en Ucrania o Irak, los ojos de los niños en Gaza y Guatemala, los presos políticos en Ankara y Bogotá y Madrid, el hambre que campea y la humillación obscena de los poderosos. Las atrocidades de un mundo demente, la frustración de morir aplastado, arrollado por una historia que se resiste a darnos la revancha. Nunca doblegado. España, también otra cárcel que encierra.
Percibo que los últimos años de Julio Anguita se impregnan con un sentimiento igual al de ese Nazim Hikmet detrás de los barrotes. Marginado de una coyuntura donde él es uno «de los imprescindibles», Julio resulta imposible de doblegar aunque esté derrotado. Invencible, a pesar de todo.
Es por todo eso, seguro que es por eso, no por la arteriosclerosis, ni la nicotina o la prisión, que se nos parte completo el pecho.
*Nazim Hikmet, Antología poética, Visor, Madrid, 1981.
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