La crisis económica mundial tiene efectos devastadores sobre el hambre en el mundo. La Cumbre de la FAO ha concluido con estrepitoso fracaso pues no aporta compromisos serios. Una vez más, el mundo enriquecido y obeso mental pretende ignorar una realidad explosiva ya que el número de personas hambrientas ha alcanzado un récord histórico de […]
La crisis económica mundial tiene efectos devastadores sobre el hambre en el mundo. La Cumbre de la FAO ha concluido con estrepitoso fracaso pues no aporta compromisos serios. Una vez más, el mundo enriquecido y obeso mental pretende ignorar una realidad explosiva ya que el número de personas hambrientas ha alcanzado un récord histórico de 1020 millones. La FAO recuerda que «Es posible vencer la batalla contra el hambre. Lo que se necesita es el compromiso de los propios gobiernos de los países empobrecidos y un sólido apoyo de la comunidad internacional».
Una de cada seis personas padece hambre y desnutrición, es decir, 100 millones de personas más que en 2008. Y el dato escalofriante de que cada seis segundos muere un niño de hambre, más de catorce mil al día y más de cinco millones al año. Hablamos tan sólo de niños.
El Director de la FAO, Jacques Diouf, criticó la falta de compromiso de la mayoría de los líderes mundiales al no acudir a la cita en Roma: «El efecto psicológico de la ausencia de jefes de Estado y de Gobierno de los grandes países da la impresión de que no es una prioridad el problema del hambre en el mundo».
«Se necesitan 44.000 millones de dólares de la ayuda oficial al desarrollo, alrededor del 17% del total, para resolver el problema del hambre. Hemos visto que los países de la OCDE gastan cada año 375.000 millones de dólares en apoyo a los productores agropecuarios en sus países. Además, cada año se gastan 1,34 billones de dólares en armas. Son miles de miles de millones de dólares los que han gastado para resolver la crisis económica y financiera mundial, en unas semanas», ha recordado Diouf.
Es urgente luchar contra el despilfarro, y es inadmisible la destrucción de alimentos con fines comerciales ya que la comida necesaria para vivir con dignidad no se puede considerar como una mercancía. Las cosas no son de su dueño sino del que las necesita y la propiedad privada no es un bien absoluto cuando se trata de la supervivencia.
El problema no es de falta de recursos, sino de prioridad ante un derecho tan fundamental como el derecho a la alimentación.
La crisis actual «no tiene precedentes históricos», porque conjuga varios factores. La recesión económica se solapa con la crisis alimentaria, que entre 2006 y 2008 disparó el precio de los alimentos.
Los datos sobre el incremento del hambre en el mundo han ensombrecido el hecho de que 31 de 79 países objeto de seguimiento por la FAO registraron un descenso en el número de personas desnutridas desde principios de la década de 1990, según revela su último informe publicado con el título ‘Los caminos hacia el éxito’.
El estudio destaca el progreso realizado por 16 de estos países, que ya han alcanzado el objetivo de reducir el número de personas hambrientas para el año 2015 o se encuentran bien situadas para alcanzarlo.
De acuerdo con el informe, existen cuatro denominadores comunes que permiten tener éxito en la reducción del hambre: la creación de un contexto adecuado para promover el crecimiento económico y el bienestar personal; invertir en las personas empobrecidas en las zonas rurales y llegar hasta los más vulnerables; asegurar que los logros obtenidos se mantienen y protegen frente a las amenazas, y por último, planificar un futuro sostenible.
El Gobierno de Brasil introdujo en 2003 el programa hambre Cero para llegar a los más vulnerables. El Gobierno movilizó a las autoridades locales y a las organizaciones de la sociedad civil para apoyar la iniciativa, que incluyó la transferencia de fondos en efectivo para aumentar el poder adquisitivo de los pobres al tiempo que se invertía en la agricultura familiar.
El Programa de Seguridad Alimentaria en Nigeria logró aumentar a más del doble la producción y los ingresos de los pequeños agricultores que practican la agricultura de secano, al introducir tecnologías que les permitía obtener dos o tres cosechas anuales, en vez de una sola.
Además, el estudio de la FAO analiza la forma en que otros han transformado su sector agrícola en motores de crecimiento y fuente de ingresos que contribuyen a la reducción del hambre y la pobreza, y a la seguridad del suministro de alimentos a nivel mundial.
La pobreza no es una fatalidad sino que es el producto de una expansión demográfica desorbitada, al tiempo que refleja los criminales efectos de un modelo de desarrollo económico inhumano y suicida. Estamos ante una bomba social de efectos incalculables.
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– José Carlos García Fajardo es Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España. http://www.ucm.es/info/solidarios/index.php