Mostrarse como sea es la divisa que predomina en nuestra época. Y esto lleva a que se trastoque la relación público/privado. Paula Sibilia, autora de los libros El hombre postorgánico. Cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales (FCE, 2005) y La intimidad como espectáculo (FCE, 2008), es una atenta estudiosa de las metamorfosis de la cultura contemporánea. […]
Mostrarse como sea es la divisa que predomina en nuestra época. Y esto lleva a que se trastoque la relación público/privado. Paula Sibilia, autora de los libros El hombre postorgánico. Cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales (FCE, 2005) y La intimidad como espectáculo (FCE, 2008), es una atenta estudiosa de las metamorfosis de la cultura contemporánea.
¿La intimidad está en crisis?
Hay una crisis de la intimidad, la cual, como perteneciente al ámbito privado, ya no se opone al ámbito público, porque pasa a exhibirse. En el siglo XVIII se privilegió el espacio público; fue el siglo del hombre público. Y la privacidad, en ese contexto en el que empieza a configurarse la división entre lo público y lo privado, quedó como el ámbito de la familia y de la mujer. En el siglo XIX hubo una inflación del espacio privado, y el espacio público empezó a ser estigmatizado, temido por engañoso, hipócrita, y el espacio de la intimidad pasó a ser el de la verdad y la autenticidad, donde se podía estar sin máscaras, y era moralmente superior. La moralidad privilegiada era la del hogar, de las relaciones familiares, íntimas. Esa superioridad moral de la intimidad no terminó. El ámbito público está cada vez más estigmatizado, más asfixiado. En las décadas de 1960/70 algo empezó a cambiar de una forma compleja, desdibujando la frontera entre lo privado y lo público. Desde entonces, la intimidad pasó a mostrarse en el espacio público.
¿Qué pasó con la familia con este cambio de la intimidad?
La familia cambió, como casi todo; está en crisis. Era una institución disciplinaria, un espacio cerrado, pero ya se abrió al cambio, no está formada de una vez para siempre. Antes el espacio familiar era típicamente el ámbito de la mujer, y era poco lo que se podía cambiar. Ahora hay un estímulo al cambio. Y mostrar la intimidad tiene que ver con el hecho de que es lo más valioso, aunque se trate de cosas banales: cómo uno se lava los dientes, cómo es la decoración de mi casa, mi estilo. Entonces, lo que más se valora es lo íntimo. Pero en algún punto dejó de ser íntimo, porque perdió su opuesto, lo público. Antes lo íntimo era secreto, ahora se lo hace público en Internet. Formaba parte de la definición de lo íntimo el pudor, lo oculto, había que cerrar las ventanas y puertas. Ahora se pone una webcam que muestra todo lo que se hace dentro de una casa. Lo que se muestra en Internet deja de ser íntimo.
El dominio de la visibilidad, ¿extiende el campo de la confesión?
La confesión es un dispositivo de poder sumamente eficaz, más eficaz que la censura, porque la censura hace callar. La confesión es más sutil, porque es menos evidente, y porque hace hablar. Ella nace con la Iglesia, es desarrollada por la Justicia, y es usada en los siglo XIX y XX por la psicología, la psiquiatría y la medicina, y ahora se vuelve mediática, aparece exacerbadamente en los medios. Y esto hace que la confesión, que se hacía en un ámbito cerrado, ahora se haga pública. Antes predominaban los secretos de confesión y profesional. Ahora no sólo no se solicita esa reserva sino que se ruega que no se guarde el secreto. Hay sitios en Internet donde se pueden confesar secretos para que los vea todo el mundo. La gracia es confesar algo privado.
Se habla, pero son monólogos. ¿Estamos ante el eclipse de la cultura de la conversación?
Se habla hasta por los codos, se habla en todas partes; los teléfonos celulares parecen haber llevado eso al paroxismo, y sin embargo, como lo señaló Guy Debord en La sociedad del espectáculo, hace cuarenta años, el arte de la conversación está muerto. La conversación, como un arte, no es lo que hacemos con el celular.
Exhibiendo lo íntimo, ¿cómo queda configurado el yo?
El yo tiene que elaborar sus experiencias y comprender el sentido de lo que le sucede, y para eso requiere de ejercicios de introspección y de confesión íntima, diario íntimo, cartas, lectura, escritura. Esas prácticas tenían lugar en la interioridad; se guardaban dentro de cada uno, dando una riqueza enorme, pero también una atadura, ya que era aquello que estaba adentro de uno y uno no se lo podía sacar. Ahí quedaba, por ejemplo, aquella culpa nacida de chiquito; aunque uno se haya olvidado, permanecía y podía reaparecer; nos condenaba. Ahora hay un desplazamiento que desinfla la interioridad, sacando sus contenidos, y el eje y el centro de lo que somos deja de estar ahí adentro para mostrarse, para estar visible, y esto hace que la estabilidad del yo se pierda, con lo bueno y lo malo que esto implica. Se luchó mucho por no tener que estar condenado a una identidad impuesta, para poder autocrearse. Hoy tenemos la posibilidad de romper condicionamientos de origen, con el idioma, con la profesión del padre, con todo a lo que antes uno estaba condenado.
¿Qué consecuencias trae esto?
Es una conquista que engendró monstruos. A partir de la década de 1960 se desajustan los valores tradicionales y hay una reivindicación de la espontaneidad, de la creatividad, de la informalidad, de la juventud, de la posibilidad de cambiar. Son conquistas ante el típico trabajador industrial representado por la figura de Chaplin en Tiempos Modernos, que adquiere los ritmos de la máquina, que hace siempre lo mismo y sale alienado. Lo que ofrece el mercado de trabajo hoy no es exactamente eso, aunque le siga ocurriendo a mucha gente, y no sólo en China. El capitalismo contemporáneo requiere gente creativa, dispuesta a cambiar, espontánea, ávida, ansiosa y con muchos deseos no reprimidos.
¿Por qué la intimidad se transforma en una tiranía?
La tiranía de la intimidad es un fenómeno del siglo XIX. Fue una imposición sutil, placentera, fue el deseo intenso de encerrarse en la privacidad y cultivar las relaciones afectivas, las emociones. Su modo de expresión característico es la novela. Hoy hay una tiranía de la intimidad distinta, que no se apoya en el universo de la cultura letrada para alimentar la intimidad. Ahora, a la tiranía de la intimidad se le superpuso la tiranía de la visibilidad, otra tiranía no dictatorial. O sea, nadie obliga a los chicos a que se muestren en el fotolog, o a que pongan una webcam en su cama o en su baño, o a que vean o estén en los reality shows. La tiranía de la intimidad actual promueve cultivar la intimidad, pero en tanto sea visible, porque si no es visible tal vez no exista. Nuestra lógica es la de la sociedad del espectáculo: sólo existe lo que se ve. No solamente es gente que quiere mostrarse, sino que hay gente que quiere verlo. Entonces, esos personajes que aparecen estereotipados toman visibilidad y es la pantalla la que les da existencia, y todo el mundo sabe quiénes son. Algunos logran seguir visibles un rato más. Pueden hacerlo como modelos, conductores, pero lo que interesa es mantener la visibilidad.
¿Ahora todos nos transformamos en lectores y escritores?
Por Internet, todos podemos ser emisores, todos podemos dar a conocer lo que hacemos, todos podemos mostrar nuestros videos, nuestras imágenes, podemos transformarnos todos en periodistas, todos en escritores. No todos tienen acceso a Internet, pero los que la tienen definen tendencias, son los mismos los que publican los fotologs y los que leen. Y de hecho, se forman cadenas: los que tienen blogs ponen, al margen del suyo, links a otros blogs, y esto se transforma en una especie de red, y unos leen a los otros. El hecho de que estén conectados entre sí es lo que permite que existan los comentarios. Un blog sólo existe porque se lo ve. Si no, no lo publicarían. No es como el diario íntimo que, al contrario, tenía que guardarse en el cajón. Si alguien escribe un blog o si alguien pone un video en Youtube, o publica fotos, es porque piensa que lo van a ver. Si se lo publica, si se eligen estos medios para dar a conocer algo, es porque se piensa que alguien lo va a ver. Pero si nadie lo ve, probablemente ese blog desaparezca. El rating de los blogs se mide por la cantidad de los comentarios. Lo que hacen los comentarios, aunque digan «qué linda salió la foto», es confirmar la existencia del autor del blog. No son autores de obras, por más que pongan fotos, textos, videos. Esas producciones están ahí en la mayoría de los casos para ornamentar el yo del autor. Los comentarios cumplen la función de confirmar la existencia de ese autor y su grado de visibilidad. Y ese autor que recibe los comentarios, comenta al comentador, y hay un régimen de correspondencias y reciprocidades. Entonces no hay una separación tan radical entre autores y lectores.
¿Internet sería como «El Aleph» de Borges?
Sí. Cuentos de Borges como «El Aleph» o «El jardín de los senderos que se bifurcan» sirven como metáforas de lo que es Internet, un espacio que no tiene espacialidad, o tiene una espacialidad virtual, y que sin embargo es capaz de hospedar todo; tiene una vocación de totalidad: entran todos los libros del mundo, todas las imágenes, todas las películas, todas las pavadas también, o sea, todo. Todo lo importante, y lo no importante también. Internet sería «La biblioteca de Babel». Internet parecería realizar esos imposibles borgeanos.
¿Y qué rasgos tiene la web 2.0?
Cuando empezaron a aparecer Youtube, los fotologs y el conjunto de sistemas en los cuales los usuarios son los principales colaboradores -son los que producen el contenido- se dio el cambio. La web original, que era la famosa web.com, explotó; en ella las puntocom eran las grandes empresas que producían el contenido y los usuarios eran simplemente consumidores, espectadores, lectores. Entonces, en la web 2 los usuarios colaboran con las empresas. Se hacen amigos, a cambio de recibir publicidad.