Para hablar de anticapitalismo en la actualidad no estaría de más ponerse en guardia contra aquellos que predican una ideología estando al servicio de la opuesta. Hay mucho de semejante estrategia de confusión en algunos de los que se publicitan como anticapitalistas para ganar méritos ante el electorado, y en su pensamiento está presente el […]
Para hablar de anticapitalismo en la actualidad no estaría de más ponerse en guardia contra aquellos que predican una ideología estando al servicio de la opuesta. Hay mucho de semejante estrategia de confusión en algunos de los que se publicitan como anticapitalistas para ganar méritos ante el electorado, y en su pensamiento está presente el sentir burgués, coloquialmente entendido. Su función gira en torno al espectáculo, tratando de ser el centro de las cámaras abusando del populismo de izquierdas. Lo que también es aprovechado por los medios para aliviar con sus imágenes personales, a veces rayando el esperpento, la penuria informativa de los que viven del negocio del entretenimiento. Muestran su teatral rebeldía boqueando ante un grupo de incautos seguidores, alzando la voz para tratar de ser oídos por grupos de ociosos oportunistas que se reúnen en mítines, que solamente son tertulias de amiguetes. No desaprovechan la ocasión que ofrece cualquier causa mediática para manifestarse en defensa de ella y, al siguiente paso, de la contraria; probablemente al objeto de ganar audiencia entre el personal aburrido, que busca pasar el rato con cualquier actividad. Lo habitual es que monten el circo al runrún de cualquier asunto que permita incordiar para sacar provecho personal. La actividad se ha reducido al incordio por el incordio, incluso aunque con ello tiren piedras contra su propio tejado. A todas luces, el llamado anticapitalismo personalista orientado a acceder al poder político parece devaluado, porque con él no se trata de buscar una vida mejor y más justa para la mayoría, sino de proveer el buen vivir de sus promotores ocasionales, tentados por las oportunidades que ofrece la tenencia del dinero.
Podría pensarse que estos apóstoles del nuevo anticapitalismo, que dicen luchar contra las desigualdades que genera el sistema basado en el mal reparto del dinero y las oportunidades, creen en lo que predican. Probablemente a su manera así sea, pero con la vista puesta en algo fundamental como es el poder personal, que en gran medida ha seducido desde siempre al personal. A tal fin, su natural ingenio mercantil suele desviarse en la dirección política, si están dotados de una buena dosis de verborrea personal, puesto que esta ha demostrado ser una palanca apropiada para hacer carrera política pensando en los beneficios. Si lo permite la buena estrella, una vez instalados en el círculo del poder, hay que seguir con el cuento del anticapitalismo para no perder el tren, mientras por el otro lado se trata de jugar con habilidad para incrementar el patrimonio personal. Y esto suena a que el predicador es más seguidor del capitalismo que del anticapitalismo y a que comulga con la desigualdad en vez de con la igualdad. Estos personajes ocasionales, que frecuentemente se han encontrado al acecho de oportunidades por todas partes, hacen un flaco favor a la ideología que predican. La estrategia estaba clara desde el principio, proclamarse contrario al sistema para antinómicamente ganar puestos en el mismo, es decir, a cuenta de la explotación comercial de ciertas causas justas y de la adhesión a sus consignas por parte de los incautos, ganar dinero y poder. De ahí que no haya sido extraño que la causa anticapitalista haya perdido seguidores debido a tales actitudes personales, y los haya ganado la opuesta.
Pero hay un problema de carácter sustancial con mayor repercusión, que contribuye al declinar de esa causa anticapitalista promovida por algunos oportunistas políticos. Se trata de que no parece coherente pretender hacer anticapitalismo desde el capitalismo instalado en la sociedad. Si a nivel general se cumple con uno de los preceptos básicos de la doctrina capitalista, como entregarse en gran medida al consumo desordenado, hablar de anticapitalismo pasa a ser, no ya un simple planteamiento ideológico, sino una utopía irrealizable porque está fuera de la esfera social. Queda la cuestión reducida a nivel grupal donde sí es posible mantener un discurso ideológico compartido, con mayor o menor transcendencia, pero ineficaz ante un asunto de proyección global. Por último, queda el individuo, en él reside la alternativa de practicar el anticapitalismo como creencia, pero carente de resultados prácticos.
Así las cosas, ¿sería viable un planteamiento de naturaleza anticapitalista en términos realistas?.
En principio, todo apunta en la dirección de dar una respuesta negativa. La cuestión de fondo es que la historia del anticapitalismo, al menos en los términos que se viene practicando por algunos revolucionarios profesionales o simplemente verbales ocasionales, si bien llegó a tener atisbo de viabilidad a principios del pasado siglo y en el precedente, hace varias décadas que marcha errático carente de futuro. Tal y como observaba Fukuyama, ya no hay historia por esa vía. La experiencia ha venido a demostrar que el anticapitalismo, tan biensonante para aquellos que andan ajustados de efectivo metálico o ansiosos de poder, es un posicionamiento dirigido a tratar de ganar adhesiones para luego medrar, entregándose a la práctica del negocio que caracteriza al propio capitalismo. Por lo que hay que estar prevenidos frente a los predicadores de este anticapitalismo de tres al cuarto.
No obstante, sin perjuicio del desarrollo de un anticapitalismo en su sentido ideológico puro, se podría apuntar la posibilidad de practicar cierto anticapitalismo realista ateniéndose provisionalmente a dos puntos sustanciales que afectan al sistema: el consumo razonable y el ahorro. Individualmente practicados y extrapolables a un planteamiento de masas, daría a estas últimas significado como fuerza y auténtico sentido de poder. Lo que abriría el camino para llegar adquirir conciencia de lo político y llegar a tomar el control efectivo de la política. Ya en el terreno divulgativo, y no en el propagandístico habitual, sacar a la luz los abusos, desigualdades, corrupciones, crímenes e injusticias, en general amparados por una ideología capitalista mal interpretada, ayudaría a encarrilar la conciencia social para poner orden en el capitalismo.
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