Al fracaso actual del neoliberalismo no responde un igual y contrario desarrollo del antagonismo de izquierda. La ilusión de ciertas luchas que se definen a sí mismas «anticapitalistas» choca con la realidad de grupos de intelectuales y militantes que en ciertos ambientes -los partidos políticos, ante que todo- han encontrado el lugar en donde estacionarse […]
Al fracaso actual del neoliberalismo no responde un igual y contrario desarrollo del antagonismo de izquierda. La ilusión de ciertas luchas que se definen a sí mismas «anticapitalistas» choca con la realidad de grupos de intelectuales y militantes que en ciertos ambientes -los partidos políticos, ante que todo- han encontrado el lugar en donde estacionarse y sobrevivir a una forma de luchar y organizarse atropellada por el paso del tiempo.
Si es cierto que el neoliberalismo, tal cual lo hemos vivido y sufrido hasta hoy, está en una etapa de profunda crisis estructural, la razón no hay que buscarla del otro lado de la barricada, sino en el interior mismo del modelo político económico. Las causas residen en el tejido más profundo de este sistema que había ilusionado a los más -o al menos a la mayoría de los que gobiernan- con ofrecerles un sistema perfecto de equilibrio entre la producción, la ganancia y el bienestar colectivo. El sistema neoliberal, en cambio, se está derrumbando bajo el peso de sus propias ilusiones transformadas en pesadillas para los que lo promovieron y en miserias y muertes para la humanidad. No obstante, lo más probable es que asistiremos, una vez más, a la transformación de esta bestia feroz llamada capitalismo, transformación que le permitirá dejar de ser «neoliberal» para convertirla en algo más.
Pero, ¿qué hay del otro lado de la barricada?
Ciertamente hay una «izquierda anticapitalista». Y, sin embargo, rechazamos la tesis según la cual ésta se encontraría entre las filas de los partidos políticos. El caso italiano, recientemente tomado por ejemplo en estas páginas, es paradigmático del vacío que representa cierta izquierda partidaria. El Partido de la Refundación Comunista (PRC) no es hoy la alternativa a este modelo. Ni lo ha sido en los últimos 15 años. Será, sin embargo, suficiente observar la trayectoria del PRC desde 2006, cuando la elección movimentista de la entonces dirección del partido se canjeó con una rebanada del poder político italiano. En las elecciones políticas de ese año, cuando la llamada «facción de centroizquierda» logró arrebatar el gobierno italiano al conservador Silvio Berlusconi, el PRC se presentó al electorado con pocas, pero claras consignas: no a la guerra, no a los centros de detención para migrantes, no a la precariedad laboral. Pero, como suele suceder, llegados al poder, alcanzados los escaños del palacio de gobierno, los del PRC parecieron olvidar repentinamente las consignas. Y, aún más grave, parecieron olvidar a los que hasta unos días antes eran los «compañeros de lucha», es decir, al vasto movimiento que desde antes del G-8 de Génova y hasta por todo el ciclo de batallas en contra de la guerra, habían aceptado entablar un diálogo y una colaboración con la base inscrita en el PRC.
Un ejemplo sobre todos: el actual secretario nacional del partido, ese Paolo Ferrero que sorpresivamente arrebató el puesto al oficialista Nichi Vendola, en ese 2006 ganó el puesto de ministro de la Solidaridad Social. Si fuera poco, el neoministro logró conseguir las delegas por parte del gobierno al tema migratorio y a las políticas sociales. Bien, de solidaridad social se vio muy poco en el gobierno de centroizquierda italiano: la afamada ley migratoria italiana -amenazada de profundos cambios por los entonces candidatos de izquierda- sigue siendo la misma, sin alguna modificación sustancial; las tropas italianas siguen desplegadas en las mal llamadas «misiones de paz» en diferentes países, como por ejemplo Afganistán; la precariedad laboral -y contractual- continúa siendo el eje del sistema productivo italiano sin que los temidos neocomunistas hayan siquiera intentado cambiar los equilibrios de fuerzas entre el capital y la masa trabajadora.
Efecto «estómago»
Se podría ingenuamente esperar que todo lo anterior -más lo omitido que no alcanza para este espacio- haya sucedido a costa del PRC, sacrificado por una correlación de fuerzas internas a la mayoría de gobierno imposible de cambiar. Y sin embargo duele admitir que así no fue. Los votos a las misiones militares en el exterior, la inmovilidad que no permitió cambiar ciertos aspectos fundamentales de la convivencia colectiva, procedieron ambos de las filas del PRC. ¿Por qué? Por miedo a que el gobierno -en déficit de votos en el Parlamento- tuviera que renunciar, ofreciendo el espacio a la derecha que hoy ya gobierna Italia. ¿Cálculo para el bien de todos? ¿Un sacrificio de estos diputados y senadores y dirigentes neocomunistas, obligados a tragar lo indigestible de la política capitalista con tal de impedirnos el nefasto regreso de la derecha? Quizás. Y, sin embargo, hubo quienes ya no aguantaron y votaron en contra. Fue así que el senador del PRC Franco Turigliatto, quien se opuso a votar en favor de la política militarista del gobierno, tuvo que salir entre críticas y desprestigios del partido.
La esperanza es la última en morir y caminamos preguntando si esta vez el PRC será capaz de transformarse en algo distinto a lo que hasta hoy ha sido. Vistos los precedentes, el sentido común nos sugiere mantener cierto pesimismo, porque creemos difícil revertir lo que el subcomandante Marcos recientemente ha señalado, es decir, el efecto estómago del poder, que o te digiere o te hace mierda.