Con todo mi afecto, mi admiración y mi solidaridad hacia esa multitud de singularidades (John Brown) S i todavía hay alguien que piense que el movimiento social autoorganizado que ocupa el espacio urbano en Madrid y otras ciudades españolas es apolítico, es que su concepto de política coincide con el de la defensa a ultranza […]
Con todo mi afecto, mi admiración y mi solidaridad hacia esa multitud de singularidades (John Brown)
S i todavía hay alguien que piense que el movimiento social autoorganizado que ocupa el espacio urbano en Madrid y otras ciudades españolas es apolítico, es que su concepto de política coincide con el de la defensa a ultranza del orden establecido, en otros términos con el de administración o el de policía. Lo que miles de personas de distintas generaciones están en este momento realizando es uno de los primeros grandes actos políticos de la historia española reciente. Un levantamiento popular contra el neoliberalismo, contra la doctrina y la política oficial del régimen blandamente totalitario que padecemos y contra sus efectos destructivos sobre el tejido social. Es además un acto indudable de democracia, de poder de los que no cuentan, de la mayoría social contra la que gobiernan nuestros gobiernos neoliberales de izquierdas o de derechas. La democracia no es la elección de representantes en las urnas, sino expresión directa de la potencia de la multitud, afirmación inmediata de las singularidades en su dignidad, antagonismo, negación de las exclusiones y segregaciones en que se basa el Estado capitalista. No es la suma de unidades idénticas: un hombre en serie = un voto vacío; sino la multiplicación de lo singular no representable.
D emocracia y política son, según Jacques Rancière, rigurosamente la misma cosa. Lo que no es democracia no es política, sino policía, reproducción del orden establecido con sus segregaciones y sus jerarquías, pero la democracia no se consuma ni se consume en la representación, es el tipo de gobierno que niega la posibilidad de una representación exhaustiva. Lo hace en nombre de lo irrepresentable: la igualdad, la singularidad, la libertad y lo común de los individuos. De ahí la inquietud de los partidos políticos ante la política y la democracia real que hoy se expresa en las calles y plazas españolas. Los partidos hoy existentes son meras estructuras de representación, refracción falsamente plural de la luz única del Estado, que, desde Hobbes sabemos basado en el principio de representación. Cada partido es un haz de luz con una gama de colores propia, pero derivado del blanco absoluto. Son, en términos del filósofo marxista francés Louis Althusser, Aparatos Ideológicos de Estado destinados al igual que los demás aparatos del Estado a crear sumisión, generar obediencia. El eje derecha-izquierda expresa claramente esa continuidad, esa identidad en la representación, en la suplantación de la multitud. La política representativa, la «democracia de partidos», alude al antagonismo social -a las segregaciones y jerarquías y a las luchas contra ellas, a la lucha de clases-, al mismo tiempo que lo elude. La política representativa es un elemento más de la segregación policial de lo no representable en una sociedad de clases. Existe, sin embargo, otra política, la política del antagonismo, la que pugna por expresar lo que la representación oculta y no deja ver. Una política de la expresión y de la afirmación frente a la política de la representación. Es lo que tenemos hoy ante nuestros ojos atónitos y que tanto nos cuesta ver, lo que en una inversión delirante de la realidad nos hace pensar que el antagonismo es apolítico y no democrático. Sin embargo, los dignos y malhablados ciudadanos que hoy gritan que «esta mierda no es democracia» a la cara de los representantes políticos del capital salvan la democracia, pues nos recuerdan que la democracia no es una mierda.
L as organizaciones políticas anticapitalistas tienen que elegir entre la forma partido y la revolución. La forma partido es, en efecto, la inscripción de estas organizaciones en el espacio de la representación y de la reproducción de una unidad social sometida al capital y a su Estado. Una organización política revolucionaria, anticapitalista, democrática (todos estos términos son sinónimos) es la que reduce al mínimo su carácter representativo y se pone al servicio de la multitud en lugar de constituirse en (fracción del) poder soberano por encima de ella. Esto no quiere decir que tenga que abandonar el espacio de la representación, sino que su espacio fundamental de actuación es otro, el de la irrepresentable lucha de clases. Lenin lo recordaba ya cuando hablaba del Estado revolucionario como de un Estado que no es un Estado.Spinoza nos enseñó también, mucho antes que Lenin, ese método de vaciamiento de la representación. Mi amigo Aurelio Sáenz Pezonaga me recordaba hoy mismo el bello texto con que concluye Spinoza el capítulo VII de su Tratado Político dedicado a la monarquía: «Nuestra conclusión sería pues que el pueblo puede conservar bajo un rey una amplia libertad, siempre que la potencia dada al rey tenga como medida la potencia del propio pueblo y que no tenga otra protección que el pueblo.» Dejamos nuestra conclusión a una pintada reciente: «Los grandes no son grandes, es que estamos de rodillas.»
Fuente: http://iohannesmaurus.blogspot.com/2011/05/15-de-mayo-y-lo-que-vendra-despues.html
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