La interrelación dialéctica existente entre el mundo en que vivimos y el mundo particular de cada uno, nos hace actuar muchas veces en contradicción con lo que desde nuestro aislamiento creemos sentir y conocer. El alborotado mundo en que nos desenvolvemos nos induce a actuar precipitadamente, es como si nos mantuvieran encerrados en un saco […]
La interrelación dialéctica existente entre el mundo en que vivimos y el mundo particular de cada uno, nos hace actuar muchas veces en contradicción con lo que desde nuestro aislamiento creemos sentir y conocer. El alborotado mundo en que nos desenvolvemos nos induce a actuar precipitadamente, es como si nos mantuvieran encerrados en un saco como a ratones que les están agitando constantemente y ese movimiento de acá para allá les impide escapar de la encerrona; cometer graves errores gracias a esa agitación que nos han inducido, a la hora de actuar sobre lo que reposadamente pensamos.
Los que «más» saben y los que «menos» sabemos, todos contribuimos a actuar errónea e inconsecuentemente sobre el ánimo que nos impulsa a actuar colectivamente al organizarnos en alguna asociación, cultural, educacional, social o política.
El ánimo de sentir que somos eficaces, que hacemos algo, unido a la falta de tiempo que cada uno podamos dedicar al asociarnos en el ideal de contribuir a un mundo mejor, nos induce, desde la agitación exterior, a caer en realizar acciones poco meditadas, acciones que se provocan en cualquier momento, indistintamente a iniciativa de los que «más» o de los que «menos» saben.
Son multitud los errores cometidos, algunos tan simples que nos damos cuenta, desde nuestra reposada individualidad autocrítica, a escasos momentos de haberlos cometidos. Errores que pueden ser descubiertos por gente que incluso sabe menos, pero que si tiene una percepción del funcionamiento burocrático de la acción por la acción en sí misma. Los que «más» saben, suelen darse cuenta a la hora de filosofar reposadamente sobre el fondo del error cometido, o al analizar el proceso de deterioro que está teniendo lugar en la asociación desde la que actúan. Pero a pesar de ello, unos y otros seguimos en esa dinámica actuante. De hecho nos asusta el pararnos, pensar que el parar hará que todo acabe, que la asociación a la que estemos asociados, por ese parar provocado por la junta directiva, los asociados terminen por darse de baja, de terminar de huir por el escaso compromiso de acción y lucha colectiva mantenido hasta el momento. No creemos que ese parar pueda ayudarnos a la reflexión de cada uno y de todos. A la reflexión de los que asumen la responsabilidad de dirección colectiva y que una vez plasmada en una autocrítica con capacidad colectiva pueda ser comprendida por el conjunto de los asociados, que les motive a enfrentarse así mismos y ver por sí mismos si son consecuentes con el ideal por el que se asociaron, poder apreciar la inconsecuencia particular que cada uno demostramos a la hora de actuar.
Desde la contradicción que cada uno manifestamos, olvidamos que la experiencia particular que cada uno tengamos, lo que nos motiva a actuar con mayor o menos compromiso de acción, no podemos dejar de tener en cuenta que es una escuela de aprendizaje que nos ha sido marcada en el transcurso de nuestra vida, que no todos tenemos la misma escuela, aunque la adquirida por cada uno nos estimule más o menos al ideal de pretender contribuir a cambiar el actual mundo, que no basta con un magistral discurso hacer caer a los escuchantes en la comprensión del sentimiento que se expresa con él, considerar que esa dinámica del proceso discursivo es la que terminará por hacer a todos sensibles en el sentimiento y compromiso de lucha que anima al que lo realiza. Ese discurso emotivo puede cuajar efecto en un determinado momento, cuando de alguna forma el medio ambiente existente estimule colectivamente a los que lo escuchan. Pero cuando se realiza en ambientes de acción o compromisos de actuación limitada, más o menos de acción burocrática, ese discurso que puede influir para la realización inmediata, se olvida pasado el momento.
No comprendemos que no basta con trasmitir lo que sentimos, sino que es necesario conectar con la sensibilidad colectiva que nos influye a todos en mayor o menor medida, y que partiendo de esa realidad objetiva, sentida colectivamente, el discurso a trasmitir no sea el propio personal que nos lleva a sentir y actuar de forma más estimulante que el tengan las otras personas que no han tenido la oportunidad de experimentar una vida tan intensa como la que haya marcado la vida del que lo ejerce. No ir al discurso final, sino al discurso que dialécticamente conectando con la realidad más sensible y comprensible de cada momento que una con la causa profunda que da lugar a todos los males, que sea el a, b, c, con el que todos empezamos a aprender y que nos permita un aprendizaje individual y colectivo en permanente desarrollo con el que poder ir avanzando hasta el máximo, a la acción y compromiso estimulante de los que desde esa vida tan intensa han sido capaces de mediante una práctica política y educadora objetiva trasmitirla de forma permanente al conjunto.
Lo que nos obliga a todos, a los «menos» y los «más», a realizar el máximo esfuerzo de comprensión sobre el complejo mundo que nos toca vivir y que nos condiciona a todos, cual es el mensaje que en cada momento nos trasmite la ideología y la forma de vida dominante, que nos hace actuar como borreguillos. Comprender sus mensajes e incluso instrumentalizarlos revolucionariamente para desde su falsa propaganda denunciar el falso mensaje que nos trasmiten.
Cada cuatro años, desde hace dos siglos y desde las generaciones trabajadoras vividas y explotadas, el mundo capitalista nos llama a votar a «elegir» a la clase política administradora de su orden capitalista. Es evidente que esos acontecimientos, por activa o por pasiva movilizan la sensibilidad política de todos. Unos como borreguillos somos conducidos a votar a este o aquel partido, otros, los más radicales nos abstenemos, pero todos desde nuestra inconsecuente actuación, como radicales o como miembros del «Estado de Derecho», contribuimos a perpetuar el orden dominante.
Olvidamos, o nunca llegamos a comprender el fondo materialista de la dialéctica, la función histórica del Estado, cómo se estructura el Estado burgués y cómo debería ser el Estado de los que superviven gracias a la venta de su fuerza de trabajo. Cómo actuar para poder ser consecuentes y desde la realidad que nos toca vivir contribuir a transformarla. Ejemplos históricos existen, el más reciente tuvo lugar en 1948, en un país desarrollado de centro Europa como era Checoslovaquia. Un hecho histórico poco conocido por la izquierda pretendidamente marxista o radical, pero que si fue tenido muy en cuenta por la burguesía, por la clase política defensora del orden capitalista, por políticos como Fraga Iribarne que supieron tener muy en cuenta aquel ejemplo histórico, lo que desde su interpretación y actuación consecuente, se trasmutaron de dictadores represores físicos en dictadores represores y dominadores «democráticos».
Fraga editó el informe que realizó Jan Kozak, (miembro del Comité Central del PC Checoslovaco) que fue titulado «Cómo puede el parlamento desempeñar una parte revolucionaria en la transición al socialismo y el papel de las masas populares», donde se explica cómo se instrumentalizó mediante la acción revolucionaria de las instituciones del Estado burgués, mediante la presión desde arriba desde los resquicios conquistados, y desde abajo gracias al desarrollo de las fuerzas populares organizadas alternativamente. Cómo fue posible en primer lugar evitar el intento de golpe de estado burgués y finalmente en febrero de 1948, en el escaso tiempo de una semana, producirse la transición pacífica del capitalismo al socialismo. En esa edición de Fraga figura una nota suya, donde refiriéndose al informe, dice: «Toda ingenuidad puede pagarse cara, y todo error ser irreparable. El presente texto, que habla por sí solo, es un eficaz aviso de incautos,…»1
Ellos, la burguesía checoslovaca, lo mismo que la burguesía de los demás países capitalistas, bien conocen el funcionamiento, los límites clasistas que se pueden permitir del Estado burgués a los explotados, con su falsa división de poderes que hacen creer al conjunto de la sociedad, comprendieron la instrumentalización revolucionaria que llevó al poder a la clase política comunista checoslovaca aprovechando la organización alternativa de las masas populares desde abajo. Supieron aprovecharlo veinte años después en agosto de 1968, por los errores cometidos por la clase política comunista para devolverles la moneda, movilizando a las masas en la calle que en aquel momento fueron sofocadas gracias a los tanques «soviéticos».
Los comunistas en vez de destruir la maquinaria burguesa, trataron de perfeccionarla, liquidando al mismo tiempo la organización y protagonismo que tuvieron los movimientos populares alternativos, lo mismo que consiguió Carrillo en España (gracias al bajo nivel ideológico de aquella militancia heroica que componía el PCE) liquidando el carácter revolucionario que como movimiento socio-político tuvieron las Comisiones Obreras durante el franquismo, adaptándolas e integrándolas en el orden del estado burgués «democrático», convertido en un sindicato más. Liquidando así mismo el movimiento alternativo vecinal, estudiantil e intelectual.
El comunismo español supo instrumentalizar revolucionariamente los escasos recursos que ofrecía la dictadura franquista a través del Sindicato Vertical, conseguir que el movimiento espontáneo que en su origen fueron las Comisiones Obreras, se transformase en aquel movimiento organizado de forma permanente y en constante desarrollo que puso en jaque al franquismo y al propio sistema capitalista. La burguesía «democrática» española, consciente de las limitaciones del franquismo para avanzar en el desarrollo monopolista nacional e internacional que hoy día tiene, supo apoyarse en las fuerzas políticas reformistas que permitieran integrar a los explotados en el nuevo orden burgués democrático. Al mismo tiempo consiguieron el apoyo del imperialismo internacional que también veía en España un nuevo mercado donde desarrollarse. Integraron a la fuerza política con mayor capacidad organizadora de los trabajadores, el PCE, y alimentaron con fabulosos recursos al PSOE, al Isidoro clandestino de poca monta revolucionaria, que ya desde esa «clandestinidad» se reunía con los americanos en su embajada de Madrid y con más ayuda de la socialdemocracia «democrática» europea terminó imponiéndose en congreso celebrado en Suresnes (Francia).
Hoy, las contradicciones e inseguridad que genera el desarrollo del capitalismo, hace que surjan multitud de espontaneismos grupusculares antisistema que a su vez estimula y se intentan contrarrestar con el clásico y tradicional espontaneismo fascista, que el burgués siempre se guarda, de forma que tomando las calles unos y otros, destruyendo cristales, quemando contenedores y demás artilugios los más radicales de izquierda, den lugar a la justificación de las bandas fascistas cada vez con mayor protagonismo, que se convierten en muerte de los propios activistas, lo que estimula más al activismo de calle sin mayor trascendencia política, y que siempre esos grupos minoritarios que no representan a la mayoría de los trabajadores, que tampoco creen en el protagonismo que deben tener la mayoría social trabajadora, nada hacen para contribuir a que se integren en el proceso revolucionario hacia el socialismo, justifiquen la represión de las fuerzas del orden burgués, intimidan e impiden que se genere un verdadero movimiento de masas alternativo, que pueda no solo tomar las calles, sino los centros de producción, administrándolos directamente, construyendo el nuevo poder alternativo soviético2 verdadero, no el burocrático impuesto por la llamada clase política comunista, de hecho defensora del Estado burocrático burgués.
Es evidente que la intelectualidad marxista y la que se considera antisistema no están a la altura de las actuales circunstancias históricas, a pesar de la evidencia tan clara por las contradicciones que genera el capitalismo en su fase imperialista, que ayude desde su capacidad de pensamiento y pluma contribuir a que se eviten los radicalismos inconsecuentes, contribuir a que se genere una verdadera alternativa ideológica y organizativa.
El socialismo «real» cayó, y con su caída se mal entendió que el marxismo cayó, «el fin de la ideologías» como dijera el buen pensador burgués imperialista.
11Estracto comentado de ese informe en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=53245
2 Consejo de los trabajadores organizados como clase dominante de abajo arriba