Valle Inclán publica en la revista «La Pluma», bajo el título «Farsa y licencia de la Reina Castiza» el poema siguiente: «Corte isabelina,/ befa septembrina,/ farsa de muñecos,/ maliciosos ecos/ de los semanarios/ «La Gorda», «La Flaca» y «Gil Blas»./ Mi musa moderna/ enarca la pierna,/se cimbra, se ondula,/ se comba, se achula/ con […]
Valle Inclán publica en la revista «La Pluma», bajo el título «Farsa y licencia de la Reina Castiza» el poema siguiente:
«Corte isabelina,/ befa septembrina,/ farsa de muñecos,/ maliciosos ecos/ de los semanarios/ «La Gorda», «La Flaca» y «Gil Blas»./ Mi musa moderna/ enarca la pierna,/se cimbra, se ondula,/ se comba, se achula/ con el ringorrango/ rítmico del tango/ y recoge la falda detrás.» O sea, las juergas de la reina borbónica y las moscas que la acompañan aquel septiembre habían desbordado el silencio de las plumas lacayunas, y nuestro Valle Inclán hace el retrato que es pura expresión del mundo en el que vive esa tribu.
Valle escribió «Farsa y licencia de la Reina Castiza» fijándose en la reina Isabel II y viviendo bajo el reinado de Alfonso XIII, ella y él, los dos borbones que fueron rechazados por el pueblo español y cuyos descendientes volvieron sin el permiso de éste.
En 1923, el 13 de septiembre, cuando queda una semana para que la Comisión que investiga la matanza de soldados españoles en Annual, que ha descubierto el robo de dinero y el tráfico de armas que esta llevando a cabo la cúpula militar y la casa real de Alfonso XIII, con el fin de impedir que salga a la luz la verdad, el general Miguel Primo de Rivera, apoyado por el rey, da un golpe de Estado. El dictador y su rey disuelven el Parlamento y proclaman el estado de sitio. Transcurrido el tiempo, caída la dictadura, convocadas elecciones, Valle Inclán apoya a los republicanos. No es de olvidar la copla que escribió en un ejemplar del «Heraldo de Madrid», cuando asistía en el Ateneo a una tertulia, sobre lo que era un sentimiento popular hacia el rey borbón:
«Alfonso ten pestaña/ y ahueca el ala/ que la cosa en España/ se pone mala./ No sea que / el pueblo soberano/ te de mulé.»
Y con el triunfo de la República, 1931, el monarca impulsor de dictaduras se ve abocado a salir de España, pero fíjense en lo que escribe Valle Inclán sobre el motivo por el que se le expulsa -el párrafo pertenece a la carta que envió a Álvarez del Vallo que había sido nombrado embajador en México-: «… Ahora no se le arroja a Alfonso XIII por anticonstitucional, sino como ladrón. Venimos a alcanzar la dignidad de hombres de bien contra ladrones.»
La derecha no digiere lo conseguido por el pueblo en las urnas, y en 1932 prepara a otro general contra la República, el general Sanjurjo intenta otro golpe de Estado. Los ladrones quieren volver a robar.
Y Valle Inclán, cuyo compromiso político se ha ido aproximando a las causas revolucionarias desde hace años, al comienzo de 1933 lleva al Ateneo de Madrid el Primer Congreso de la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios, después será nombrado presidente de honor de la Asociación de Amigos de la unión Soviética, y durante el verano entrará en el Comité Internacional Contra la Guerra junto a los más respetados intelectuales y artistas: Henri Barbusse, Romaní Rolland, Einstein, Upton Sinclair, Sun-Yat-Sen, Francisco Galán,…
En 1934, qué año para los republicanos españoles, pide la libertad del dirigente comunista alemán Thaelmann, preso del nazismo. El Congreso de Escritores celebrado en Moscú le manda un saludo por medio de María Teresa León y Alberti. Se manifiesta contra la represión a los mineros asturianos por el gobierno de la CEDA que ocasiona 3.000 muertos, 500 heridos y 30.000 encarcelados, y en el homenaje al doctor Del río declara y llama:
«No quiero olvidar con ellos -todos los hombres honestos- a esa gran figura intelectual, al doctor del Río Ortega y a todos los que con él están en la cárcel, y es preciso que aquí recaudemos para enviarles nuestro pequeño óbolo, siquiera sea para la cena de Navidad.»
En el mes de febrero de 1935 declara en el Ateneo de San Sebastián:
«Lo mejor será dar libertad a todas las regiones peninsulares, para que cada una desenvuelva su personalidad y su responsabilidad.»
Ese año, 1935, representa a España en la Asociación Internacional de Escritores, forma parte de la organización del Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura, es nombrado Presidente de Honor de la Campaña Nacional contra la Pena de Muerte y firma a favor de su abolición.
El 5 de enero de 1936 muere habiendo rechazado la presencia de un cura.
El 12 de febrero, poco más de un mes después de su fallecimiento, el Frente Popular republicano gana las elecciones -¡cómo le habría gustado vivir ese momento!- y el día 14 los intelectuales, artistas y cargos políticos republicanos, en el Teatro de la Zarzuela, dan un homenaje póstumo al escritor que se comprometió con los trabajadores por la igualdad y la justicia social, contra la corrupción, contra el nazismo, el fascismo y el falangismo, por la República -cuya Constitución en su Artículo Primero dice: España es una República de trabajadores- como Estado capaz de cerrar la puerta de la Historia al régimen medieval que la monarquía representa.
En correspondencia con su manifestación de ciudadano responsable su literatura fue una expresión muy significativa de sus posiciones, momento a momento, hasta alcanzar su compromiso social. Si tuviese que escoger alguna de sus obras para leer me decidiría entre «Tirano Banderas», «Luces de Bohemia» y «El Ruedo Ibérico», pero por sus vínculos con lo republicano abriría «El Ruedo Ibérico».
Hay que señalar que lo emprendió cuando había desarrollado su máxima capacidad como escritor, corregía continuamente, hacía versiones distintas que fueron saliendo en periódicos de la época, cuidaba al máximo cada palabra, la forma del lenguaje, la descripción, los diálogos, buscaba la concisión, la claridad, empleaba sus herramientas para sacar a la luz, con sus argumentos históricos, lo que la monarquía y sus poderes ocultaban. La semejanza entre las atmósferas sociales creadas por los reyes borbones Fernando VII e Isabel II, con la creada por el también Borbón Alfonso XIII, le llevaba a escribir lo que pretendió fuese una trilogía que novelara los periodos de los siglos XIX y XX en los que se habían hecho con el poder la susodicha familia Borbón y la mantenía a sangre y fuego. Tres veces salieron de España y tres veces volvieron para aplastar con las armas al pueblo.
De «El Ruedo Ibérico», tres series de tres novelas cada una, podemos entender el propósito antes mencionado del autor si repasamos los títulos que tenían: la primera, «Amenes de un reinado», recogía: «La corte de los milagros», «Viva mi dueño» y «Baza de espadas». La segunda serie, «Aleluyas de la gloriosa», tiene las novelas: «España con honra», «Trono de ferias» y «Fueros y cantones». La tercera serie, «La restauración borbónica», tiene los títulos: «Los salones alfonsinos», «Dios, Patria y Rey» y «Los campos de Cuba»; de estas tres últimas pudo acabar las dos primeras, pero la última se le quedó en la primera parte, a la que se puede acompañar con apuntes y artículos que dejó sobre el tema a tratar en ella.
Valle Inclán ilustra al lector sobre el momento histórico-político de Isabel II con el contenido en la primera de las novelas de lo que ve y vive bajo el reinado de Alfonso XIII, pues el parecido entre los dos periodos le resulta evidente, y le da el título «La corte de los milagros», que comienza con el capítulo «Aires nacionales». Comienzo alumbrador sobre la dirección de los actos de la monarquía borbónica y sus generales, así como la dirección de los actos del pueblo, que se apuntaba republicano; de estructura circular, empieza y termina con el mismo párrafo, para indicarnos con esa forma lo cerrado del atolladero al que la monarquía había llevado al pueblo, y la urgente necesidad de resolver sin más dilaciones el conflicto de intereses.
No sigo, les dejo en su lectura:
AIRES NACIONALES
El reinado isabelino fue un albur de espadas: Espadas de sargentos y espadas de generales. Bazas fulleras de sotas y ases.
El General Prim caracoleaba su caballo de naipes en todos los baratillos de estampas litográficas: Teatral Santiago Matamoros, atropella infieles tremolando la jaleada enseña de los Castillejos:
- ¡Soldados, viva la Reina!
Los héroes marciales de la revolución española no mudaron de grito hasta los últimos amenes. Sus laureadas calvas se fruncían de perplejidades con los tropos de la oratoria demagógica. Aquellos mílites gloriosos alumbraban en secreto una devota candelilla por la Señora. Ante la retórica de los motines populares, los espadones de la ronca revolucionaria nunca excusaron sus filos para acuchillar descamisados. El Ejército Español jamás ha malogrado ocasión de mostrarse heroico con la turba descalza y pelona que corre tras la charanga.
- ¡Pegar fuerte!
- La rufa consigna bajaba de las alturas hasta la soldadesca, que relinchaba de gusto porque la orden nunca venía sin el regalo del rancho con chorizo, cafelito, copa y tagarnina. Los edictos militares, con sus bravatas cherinolas proclamadas al son de redoblados tambores, hacían malparir a las viejas. El palo, numen de generales y sargentos, simbolizaba la más de erisipelas, se inflaba con bucheo de paloma:
- – ¡Pegar fuerte, a ver si se enmiendan!
¡No se enmendaban! Ante aquella pertinaz relajación, la gente nea se santigua con susto y aspaviento. Las doctas calvas del moderantismo enrojecen. Los banqueros sacan el oro de sus cajas fuertes para situarlo en la pérfida Albión. La tea revolucionaria atorbellina sus resplandores sobre la católica España. Las utopías socialistas y la pestilencia masónica amenazan convertirla en una roja hoguera. El bandolerismo andaluz llama a sus desafueros rebaja de caudales. El labriego galaico, pleiteante de mala fe, rehúsa el pago de las rentas forales. Astures y vizcaínos de las minas promueven utópicas rebeldías por aumentar sus salarios. El huertano levantino, hombre de rencores, dispara su trabuco en las encrucijadas bajo el vuelo crepuscular de los murciélagos. El pueblo vive fuera de ley desde los olivares andaluces a las cántabras pomaradas, desde los toronjiles levantinos a los miñotos castañares. Falsos apóstoles predican en el campo y en los talleres el credo comunista, y las gacetas del moderantismo claman por ejemplares rigores. Entre tricornios y fusiles, por las soleadas carreteras, cuerdas de galeotes proletarios caminan a los presidios de África.
Se pegó muy a conciencia. No faltó la ley de fugas, ni se excusaron encarcelamientos regidos de ayuno y maltrato de verdugones, como pide el restablecimiento del orden, frente al desmán popular que rompe farolas y apedrea conventos. Los edictos militares, con sus hipérboles baladronas, se emulaban en aquel retórico escupir por el colmillo. Desde todas las esquinas nacionales lanzaban roncas contra las logias masónicas, que en sus concilios de medianoche habían decretado la revolución incendiaria, el amor libre y el reparto de bienes. Con tales alarmas se asustaba la gente crédula, y las comunidades de monjas rezaban trisagios, esperando la hora de ser violadas. El maligno andaba suelto, sin que pudiese fusilarlo el General Narváez. ¡Y todo lo exigía el restablecimiento del orden! Se zurró con tan generosa voluntad y se quebraron en la fiesta tantas varas, que se peló de floresta Castilla. Valladolid estuvo tres días con tres noches tartamuda bajo las ráfagas del tiroteo, con las manos en las orejas, medio ojo abierto sobre la soldadesca tiznada de pólvora, que penetraba a culatazos en las tabernas y hacía servicio de retén a la custodia de conventos y Bancos.»
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Amigo lector, busque la novela, se encuentra en ediciones de bolsillo, o, si prefiere pídala en una biblioteca pública, y continúe usted leyendo; estoy convencido de que le va a interesar. Ha dispuesto aquí de una pequeña muestra del trabajo literario de un gran escritor, un intelectual republicano: Valle Inclán.
Título: El Ruedo Ibérico.
Primer título de la trilogía que lo forma: La Corte de los Milagros.
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