«No retengas a un ejército que se retira a la casa; el enemigo luchará hasta la muerte.
El oponente rodeado debe quedar con una salida…
No presiones en exceso a un enemigo desesperado».
Sun Tzu, «El arte de la guerra»
Breve decálogo sobre las guerras, en una época de escalada bélica y de pacifismo superficial, si no demagogo; una reflexión sobre la categoría marxista de totalidad, que es mucho más que la suma de sus partes (pues tiene movimiento); y algunas sugerencias de ‘consignas’ menos etéreas.
Preámbulo sobre el bélico presente
Es imposible entender un conflicto armado tomado por la emoción, por el sentimiento de tristeza que provocan las desgracias siempre presentes en cada una de sus batallas; sin observar con detalle los intereses y las fuerzas principales que se esconden detrás de tantas marionetas.
Son tiempos muy extraños en los que, en lugar de oír a socialistas, humanistas, decir al unísono «por el fin de la ofensiva de la OTAN, para que cesen los bombardeos de los (acosados) rusos«, o incluso «por el derrocamiento del golpe de estado ‘naranja’ ucraniano (y con esvástica a la vista)«, se oyen purismos desvariados, como este descuido que viene resonando en ambientes asépticos: «por el fin de los bombardeos rusos y (lo antes que sea posible) de la OTAN«.
En esta exigente consigna –o tal vez sea más bien una petición divina– sólo faltaría incluir algo así como «por el fin inmediato del capitalismo, de los dedos a los ojos globales, y por la extinción de todas las maldades e iniquidades del universo –¡y tiene que ser hoy!”.
Como demostró Karl Marx, tras la observación aislada de los diversos aspectos de los problemas sociales, que son demasiado complejos, siempre es necesario referirse a la realidad mayor, a la totalidad concreta que relaciona dichos problemas. Y este cuidado debe ser tanto más considerado cuanto que el debate implica temas de urgencia humanitaria, ya sea el hambre, las epidemias, la destrucción del metabolismo planetario, ya sea el poder bélico y el control despótico del mundo.
Apuntes sobre las guerras
1– A nadie en su sano juicio le gusta o aprecia la guerra –el deseo de competitividad es uno de los aspectos patológicos del sistema capitalista;
2- No siempre el que da la primera bofetada es el que atacó primero –o el villano–; detrás de una guerra estallada (en acto), hay conflictos latentes (en potencia), más amplios;
3- Aunque es extremadamente compleja en sus causas, motivaciones inmediatas, posibilidades de desenlace o consecuencias futuras, ante una guerra abierta, que ya ha estallado entre dos frentes, sólo caben dos caminos: uno u otro bando;
4- Clamar por un empate, por la paz de los dioses, exigir la humanización inmediata del ser humano milenariamente deshumanizado es –en el mejor de los casos– susurrar a los pájaros que vuelan;
5- Optar por la neutralidad, por la supuesta paz (completamente fuera de la posibilidad de la paz), abstenerse de elegir en un conflicto expuesto, aún siendo históricamente consciente de los intereses que lo componen –incluso de terceros involucrados indirectamente en algún de los frentes–, significa siempre y únicamente (como bien nos recuerda Sartre): apoyar al más fuerte;
6- Alentar la resistencia de un ejército frágil desde el exterior, sin ofrecerle condiciones reales de victoria, sin tomar una posición efectiva en el enfrentamiento estallado, sólo sirve para prolongar las escaramuzas, para ahondar al final las pérdidas de ambos contrincantes, vencedores y vencidos (causando aún más daños a la población civil entre los fuegos) –situación que sólo interesa a terceros, a otros enemigos no implicados directamente en el presente conflicto, pero ávidos del siguiente;
7- Cuanto mayor sea el equilibrio previo de las fuerzas opuestas en tiempos de paz –la paz inestable y armada que se ha dado en llamar guerra fría– menores serán las audacias, los arrebatos bélicos;
8- Las armas mortales, que amenazan a la especie en su conjunto, son la mayor prueba de la derrota humana que es la razón instrumental moderno-burguesa –mejor no existieran nunca; pero si existen, y sobre todo si están en posesión de enemigos, ojalá que algunos enemigos de esos enemigos también las tengan; o por decirlo de otra manera: bombas, mejor no tenerlas, pero si las tienen, mejor en pares;
9- Peor que el monopolio de las ideas, de la prensa, de la economía, de las almas, del discurso sobre lo que es o no es cultura y civilización, es el monopolio del poder (porque garantiza buena parte del resto);
10- Para las periferias del mundo, es mejor que dos patrones –o potencias– estén peleados, que brindando alegremente.
Dicho esto, ¡se haga eco al corazón de los pacifistas! Pero sin permanecer así tan superficial…
Por el fin de la guerra –de las guerras–, de las epidemias y catástrofes inducidas por la codicia. ¡Por el fin del hambre, de la vil utilización de la miseria como arma de guerra!
Por el cese de las atrocidades diarias –por la Palestina independiente e integral, sin la ignominia de un apartheid neofascista adornado con lentejuelas democráticas. Por un Afganistán e Irak libres, por una Libia reconstruida… ¡y la Serbia-Yugoslavia!
Por el fin también de las sanciones económicas, esos fusiles indirectos –pero tan directos– que violan las economías no alineadas en busca de autonomía: ¡por el derecho de Cuba, Venezuela, Irán a seguir su camino!
Y también –ya que todo se puede soñar, gritar y, por qué no, poner en papel: por un Brasil libre de este maldito golpe (comenzado en 1964), cuyo retraso nos martiriza desde hace casi seis décadas, y casi sin interrupción.
Pero claro, para que las divagaciones etéreo-socialistas mantengan sus alas de cera lejos del sol, volvamos al tema del fuego abierto, porque también en la Tierra los platos están calientes… Así que: ¡por el fin de los bombardeos generales, especialmente, no lo olvidemos, las masacres perpetradas –en este mismo momento en que se escriben estas líneas– por la OTAN e Israel ayer en Siria, en Gaza, hoy en Yemen, en Somalia! De hecho, estas atrocidades son más sangrientas que la que ahora estalla en esa Europa en caída libre, subordinada y fascistizada. Pero cierta izquierda menos sensible a las civilizaciones «bárbaras» (que se dice-que-existen, incluso más allá del Mediterráneo) no tuvo tiempo en su agenda para observar, mientras discursaba con entusiasmo sobre la necesaria paz entre supuestos arios, en el intervalo de una u otra copa de vino de Burdeos.
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Los socialistas de todos los campos, desde los anarquistas hasta los social-reformistas –incluidos los que se dicen izquierdistas, anticapitalistas, humanistas o aún los adeptos a otros adjetivos más puros–, ganarían en calidad interpretativa de la realidad si captaran al menos una idea básica del comunismo marxista, el pensamiento de la praxis: la noción de totalidad, de imbricación entre el todo y sus partes. Partes, cuyo análisis detallado, aunque de suma importancia, no puede bastar en sí mismo, sino que debe remitirse al todo, incluirse en la comprensión del todo, para ayudar a recomponer, a partir de nuevas percepciones de los diversos aspectos de lo real, la concepción de la totalidad concreta –y en movimiento conflictivo– en la que estamos insertos.
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En suma y finalmente: ¡por todo lo ético y bello y bueno y armonioso que puedan soñar las imaginaciones crítico-críticas, dueñas de los más perfectos juicios y valores!
Pero también: por todo lo más urgente, lo más trivial, lo más objetivamente terrenal que las mentes prácticas menos indolentes puedan lograr, aunque sea mal hecho, aunque sea menos noble.
Y que un día, ojalá, seamos capaces de hacer mejor lo necesario, lo básico, lo que ya no se puede aplazar –y de una manera mejor. Las teorías, efectivamente, sólo se demuestran en la práctica –como dijo Marx, en su famosa y breve frase que sintetiza la filosofía de la praxis y funda el pensamiento contemporáneo.
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¡Por el fin de la modernidad, del cientificismo mecánico, del progreso tecnicista, competitivo, que sin tener en cuenta el ser humano se calcula en función de la ganancia!
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