Vale que las cosas son como son y que desgraciadamente en ocasiones hay que resignarse y aceptarlas, sobre todo si nos referimos a los hechos consumados que son inamovibles a modo de asentamientos en Palestina. Pero los hay, -como diría Rafael Sánchez Ferlosio-, que empujan gustosos los objetos hacia abajo con tal de colaborar con […]
Vale que las cosas son como son y que desgraciadamente en ocasiones hay que resignarse y aceptarlas, sobre todo si nos referimos a los hechos consumados que son inamovibles a modo de asentamientos en Palestina. Pero los hay, -como diría Rafael Sánchez Ferlosio-, que empujan gustosos los objetos hacia abajo con tal de colaborar con la mismísima ley de la gravedad.
De este tipo e ideosincracia son los tres o cuatro personajes que componen el título y digo conscientemente personajes que no personas porque en realidad no intento hablar sobre lo que pensaban ellos. Lo que trato de vislumbrar es el modo íntimo de pensar del grueso de personas que toman a estos personajes como referencia para justificar sus méritos y por tanto sus riquezas.
La mentalidad, ya mencionada, de aceptación de los hechos consumados es profundamente conservadora. Posición que explicaría porque conservadores y liberales se llevan tan bien, puesto que desde ésta clasificación o punto de vista, es decir, si dividimos al mundo en personas dispuestas a aceptar las cosas tal como son y las que en cambio están deseosas de cambiarlas, ambas tipologías se funden en la primera clase.
Ahora, sin añadir nada nuevo, vamos a aclarar un poco lo dicho por si fuera necesario. Elegimos tres personajes, el primero de mentalidad profundamente conservadora y los segundos de mentalidad más liberal. Vamos a mostrar que aunque los segundos son revolucionarios, respecto al primero, en realidad, en realidad, no son tan diferentes desde ciertos puntos de vista. Se diferencian en las distintas concepciones que tienen de la idea de mérito, pero se identifican justamente en esto, en la idea de mérito como justificación del status quo y en la circularidad de sus razonamientos.
Elijo a Homero-Aquiles, porque fue el primero del mundo occidental, -que no del mundo-, por simpatía propia y por belleza literaria. Posiblemente un revolucionario en su tiempo, pero de mentalidad absolutamente conservadora. Es verdad que pocas personas hoy en día toman a este personaje como referente, pero tampoco a otros más modernos de esta especie, prueba inequívoca de que el conservadurismo está en declive frente al liberalismo. Aún así todavía se puede ver en la televisión a locutores muy conservadores que decían cierto día y sin sonrojo que la OTAN tenía que hacer tal barbaridad porque así lo hacían los romanos.
Bromas aparte, vamos a tomar prestadas unas líneas de Werner Jaeger en su Paideia:
«Solo alguna vez, en los últimos libros entiende Homero por arete las cualidades morales o espirituales. En general designa de acuerdo con la modalidad de pensamiento de los tiempos primitivos, la fuerza y la destreza de los guerreros o de los luchadores, y ante todo el valor heroico considerado no en nuestro sentido de la acción moral y separada de la fuerza, sino íntimamente unido…»
…no significan simplemente el vencimiento físico del adversario, sino el mantenimiento de la arete conquistada»
Para contextualizar las palabras de Jaeger, aclaro que el autor nos está describiendo cuales eran las cualidades más valoradas de los hombres para los hombres en la sociedad de Homero, además y no menos importante, nos indica que estas cualidades debían ser ineludiblemente reconocidas por los demás. Es decir, a diferencia de en la sociedad post-cristiana, no formaba parte del conjunto de virtudes de la arete, una virtud como la modestia, que es plenamente individual, para sí mismo o para con Dios que es el único que lo ve todo. O con otras palabras, el proverbio lo que haga de bueno tu mano izquierda que no lo sepa tu mano derecha, era totalmente contrario a la moral homérica, dónde la virtud no se entiende sin la aprobación social. De hecho esa es la base argumental de toda la Iliada, para el que la haya leído, que trata del esfuerzo del modélico Aquiles para que se reconozca por todos lo que el se merece.
Un par de capítulos después se puede leer lo siguiente:
«…los dioses se interesan siempre en el juego de las acciones humanas. Toman partido en sus luchas. Dispensas sus favores o aprovechan sus beneficios. Todos hacen responsable a su dios de los bienes o los males que les acaecen. Toda intervención y todo éxito es obra suya… en toda motivación de las acciones humanas intervienen los dioses. Ello no se haya en contradicción con la comprensión natural y psicológica de los acaecimientos. En modo alguno se excluyen la consideración psicológica y metafísica de un mismo suceso. Su acción recíproca es, para el pensamiento de Homero lo natural… «
La contradicción para el hombre moderno es evidente, aún admitiendo que la persona que se merece el honor y por tanto la riqueza es la más valiente y fuerte, ¿qué merecimiento tiene el héroe si es ayudado en su victoria por los dioses?
El hombre moderno, de mentalidad más liberal que conservadora, no puede entender cuál era el mérito de Aquiles al matar a Héctor, si era en realidad Atenea la que le dirigía la lanza.
¡Ay, amigo, las cosas son así! El razonamiento no puede ser más tautológico y más circular, pero no puede ser de otra manera en un mundo de justicia perfecta dónde las cosas son como son. Vamos a entrar por cualquier parte del círculo: Si Aquiles mata a Héctor es porque era más fuerte, si era más fuerte es porque era más virtuoso, si era más virtuoso se merece que dios le ayude o acompañe, puesto que toda la realidad era de naturaleza divina, si dios le ayuda puede matar a Héctor, si mata a Héctor es porque era más fuerte, si…
Si os sigue pareciendo injusto por carecer de mérito personal estáis mostrando vuestra mentalidad liberal moderna. Pero de hecho, en un mundo ideal conservador, al igual que en el mundo ideal liberal, o en el mercado perfecto, la injusticia no existe y los que tienen el honor y la riqueza es porque se lo merecen y los demás son perro-flautas que ladran su rencor por las esquinas.
Mucho después de Aquiles llegan los liberales. Una de las fuentes que originan el liberalismo será la mentalidad calvinista que no se diferencia mucho del pensamiento de Homero. Lo único que cambia es que a la areté de la fuerza y el valor guerrero se le van sumando otras como el esfuerzo, el trabajo, la inteligencia, austeridad… Todas las virtudes justifican el status quo con la complacencia de Dios. Así el calvinismo de alguna manera nos retrocede a la época de Homero, cuando no era necesario morirse para que funcionara la justicia divina.
Pero evidentemente, con la llegada de nuevas virtudes, casi siempre de naturaleza más individual y esforzada, va quedando menos sitio para dios, con lo que nos iremos encontrando con el advenimiento de liberales más modernos -que pueden convivir armoniosamente con los antiguos liberales-, perfectamente ateos, pero también perfectamente conservadores si los analizamos desde el punto de vista de la idea del cambio, la circularidad de sus razonamientos y la justificación del status quo.
Los fundadores del liberalismo como Mandeville, Adam Smith, etc, estaban muy lejos de ser ateos, como correspondía al pensamiento preponderante de la época. La mano de Atenea que dirige la lanza nos recuerda demasiado a la mano invisible que dirige el mercado.
La frase «vicios privados, virtudes públicas» apesta notablemente a tautología y razonamiento a posteriori.
Primero porque los acontecimientos históricos son muy difíciles, o imposibles de enmarcar bajo leyes universales del tipo de Newton. Es decir, no se pueden repetir las experiencias en el laboratorio y por tanto es imposible saber lo que pasaría si las cosas se hubieran hecho de otra manera.
Segundo porque en todo acontecimiento histórico por desafortunado que sea, siempre el optimista puede ver a posteriori algo positivo en ellos. Por ejemplo algunas ideas conservadoras como: «si se sigue torturando a los toros en las plazas, la raza del toro de lidia no se extinguirá» u otras más liberales tipo tributo al Progreso: «como matamos a un millón de galos, los franceses aprendieron a hablar francés».
Para terminar, vamos ahora con Darwin, para algunos, entre los cuales me cuento, más ideólogo que científico, porque nos regala una interpretación liberal de la ciencia natural y para ello voy a citarme a mí mismo en otra ocasión:
«Las teorías evolutivas generalmente nos dibujan el fenómeno evolutivo como una sucesión de sucesos. Cada suceso tiene dos subunidades. Una de ellas consiste en la producción de un cambio a partir de una situación determinada. La otra subunidad consiste en explicar la continuidad de ese cambio en el tiempo.
El darwinismo, una de las teorías evolutivas, nos enseña que este cambio se produce por azar. Después nos muestra los mecanismos que aseguran su continuidad, siendo el más importante de ellos la selección natural.
Pues bien, al renunciar Darwin a explicar como se produce el cambio el sistema queda reducido a un sólo pilar, la continuidad. Extrañamente lo que se considera como la más importante teoría de la evolución, es en realidad una teoría sobre la continuidad, que aunque reconoce el cambio, es incapaz de explicarlo.
Por lo demás una teoría continuista es de carácter tautológico por naturaleza. Me recuerda a cierto profesor de universidad que para tranquilizar a sus alumnos que temían no triunfar en su profesión decía lo siguiente: no os preocupéis que a pesar de todo el que vale sale adelante. Ésta frase aunque no explica nada reconforta porque alimenta el ego«.
En resumen, Darwin no nos explica como se producen los cambios en la evolución, lo que nos dice llanamente es que lo que triunfa es lo que vale y es lo natural y así debe de ser. No parece muy distinto de lo que decía el viejo Homero, -cambiése la palabra natural por la palabra dios, pero a diferencia de Homero a Darwin lo puede leer el hombre moderno sin ese regusto de perplejidad.
No es objeto de este artículo, hacer una crítica a la eficiencia de la economía liberal, ni al pensamiento conservador, sino mostrar como y porqué ambas tipologías encajan tan bien y en las mismas personas. Ya sea haciendo del vicio una virtud como Mandeville, o bien colocando al esfuerzo individual o a dios detrás de todo este tinglado, se trata de teorías altamente justificativas y autocomplacientes. De la misma manera que alguno se pregunta si no son en realidad el juez y la ley los lacayos del verdadero señor que es el verdugo, otros nos preguntamos si estas teorías lejos de ser de naturaleza científica, no son más que los servidores de los hechos consumados.
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