La antigua paradoja de Zenón de Elea. Afirmaba que si Aquiles se movía, la tortuga también. Dando ventaja a la tortuga, Aquiles jamás la alcanzaría. Por rápido que corriera. De la paradoja se ocuparon desde Aristóteles a Bertrand Russell. Borges la calificó de joya del pensamiento. Aunque la paradoja no resistiera el contraste con la […]
La antigua paradoja de Zenón de Elea. Afirmaba que si Aquiles se movía, la tortuga también. Dando ventaja a la tortuga, Aquiles jamás la alcanzaría. Por rápido que corriera.
De la paradoja se ocuparon desde Aristóteles a Bertrand Russell. Borges la calificó de joya del pensamiento. Aunque la paradoja no resistiera el contraste con la más simple evidencia.
Aquiles y la tortuga se movían, sí. Pero Aquiles avanzaba metros. La tortuga, centímetros. El error es suponer que hace falta un tiempo infinito para recorrer una distancia finita
Basta poner a correr a dos desiguales. Un velocista y un cojo. El sofisma se derrumba solo.
Pese a su error, la paradoja ha fascinado a mucha gente. Su fuerza radicaba, no en razón o conocimiento. En partir de presupuestos falsos. De enrevesados cálculos sin sustento real.
Tal ocurre con el sofisma de la globalización. La falaz idea de que la humanidad va, toda, en el mismo barco. Navega por un mismo derrotero. Vendida entre oropeles y fantasías.
Repetición del cuento de Aquiles y la tortuga. Cuando los países ricos se mueven, avanzan kilómetros. Si los pobres, unos centímetros. Cada día la distancia crece exponencialmente.
Pero pocos niegan la globalización. Esa falsedad acicalada de palabrería. El sofisma sigue.