La gran complejidad de la vida en esta etapa del capitalismo en declive se combina con una tendencia a la simplificación por parte de los medios a la hora de abordar los problemas. Todo se reduce a un esquema binario dónde se establecen relatos que fijan quiénes son los buenos y quiénes son los malos, y donde hay una exigencia no explícita de que cada uno debe dar una respuesta unívoca colocándose a un lado u otro de una grieta que siempre tiende a convertirse en un precipicio infranqueable.
De esta forma, a pesar de que contamos con más medios que nunca, los debates, en lugar de hacerse más ricos y densos, se reducen a formatear la realidad de manera que el mensaje que se quiere transmitir aparezca como sentido común, mientras que cualquier opinión crítica queda como algo fuera de sitio. Es una copia de la prensa deportiva que tiene éxito al lograr convertir los argumentos propios en verdades indiscutibles. Una vez adoptada una posición, todo lo demás viene solo.
Aunque los hechos se suceden a una velocidad de vértigo, este esquematismo tiene una ventaja adicional que es la de amortiguar sus efectos de manera que los argumentos se acumulen para defender el relato oficial. Ese es el gran secreto de los medios de difusión, que apabullan para favorecer las tesis de los poderes dominantes¹. Al mismo tiempo que con la multiplicación de imágenes y sonidos nos contagian un ritmo similar a la veloz sucesión de los hechos, en cuanto al contenido nos aseguran la estabilidad que tranquiliza los espíritus con un mensaje que puede sintetizarse como “no te preocupes, no pasa nada, pase lo que pase nosotros estamos aquí para que tú puedas seguir con tu vida y no tengas necesidad de pensar”.
Eso explica que cuando realmente sucede algo importante como una pandemia, en lugar de generarse un gran debate sobre por qué sucede algo así, todo se reduce a un parte diario de víctimas y un calendario con las fechas para que aparezcan las soluciones.
En situaciones como la actual esta tendencia se potencia al máximo. Todo se reduce a fomentar el rearme o a elegir entre librecambismo y proteccionismo, como si el enfrentamiento entre las dos superpotencias por la hegemonía mundial, que de eso se trata, solo se redujese a la política arancelaria. En el conflicto actual, a pesar de la imagen agresiva de Trump, lo que está en juego no es tanto la recuperación del status anterior de la potencia declinante, sino aumentar la capacidad de EEUU para atenuar el ritmo de la caída de su participación
en el mercado mundial. Para lograr ese objetivo los aranceles son solo herramientas, cuya magnitudes son totalmente flexibles, como lo ha demostrado hasta el cansancio Trump, en función de cada uno de los acuerdos posibles.
Dentro de esos acuerdos mucho más importante que los aranceles es tratar de salvar al dólar como referencia de las transacciones internacionales. Lo que interesa es disminuir el peligro de default de una deuda que ya alcanza los 35 billones (europeos) de dólares, con un déficit comercial y otro presupuestario en valores récord. Desde que Nixon abandonó el patron oro en los setenta para hacer frente a esas obligaciones EEUU contaba con la capacidad de imprimir dólares, y emitir deuda con el solo respaldo de la flota naval y las bases desparramadas por todo el mundo. Pero cuando China, secundada por Rusia y las principales economías no europeas a través de los BRICS, intenta crear una forma alternativa al dólar como medio de pago internacional y al mismo tiempo se convierte en el principal fabricante de buques de carga y Rusia en la primera potencia nuclear, las fuerzas se igualan y ante la imposibilidad del enfrentamiento nuclear es necesario potenciar el poder blando con un cambio de discurso, que a pesar de su aparente agresividad está buscando desesperadamente acuerdos. Teniendo en cuenta el escenario en su conjunto se ve algo muy distinto a lo que Trump quiere aparentar con su guerra de los aranceles.
En cuanto a Europa, hay que recordar que en el proyecto de lo que terminó siendo la Unión Europea, primaron dos principios relacionados entre sí. Primero: evitar nuevas guerras, básicamente entre Francia y Alemania, como las dos que terminaron convirtiéndose en conflagraciones mundiales. Y segundo: ir desmantelando todas las barreras comerciales en las que los estados europeos se habían apoyado para luchar entre sí antes de enfrentarse militarmente. A partir de un primer acuerdo sobre el carbón y el acero entre Alemania y Francia se fueron sucediendo una serie de acuerdos que terminaron en la actual supresión de aranceles y en la libre circulación de capitales entre los países miembros.
Al mismo tiempo, los países europeos como conjunto negociaron en las sucesivas rondas del GATT, organismo precursor de la Organización Mundial del Comercio, disminuciones de los aranceles para diferentes tipos de productos, llegando a acuerdos en distintas áreas con Tratados de Libre Comercio. Así se fueron consiguiendo rebajas en productos industriales y servicios.
Sin embargo, en la agricultura, contrariamente a la posición inglesa, cuyos pilares siempre se sustentaron en grandes propiedades y librecambio, se impusieron las tesis francesas generando un mercado común europeo basado en la defensa de las pequeñas propiedades y un fuerte proteccionismo, que a través de la Política Agraria Comunitaria ponía obstáculos a los productos agrarios de toda América.
Con la llegada de Trump el discurso oficial sobre el comercio internacional de la Administración estadounidense ha experimentado un giro de 180º al renunciar aparentemente a la política de libre mercado. No cabe duda que tal posición fue una excelente baza electoral ya que consiguió el apoyo de todos aquellos sectores afectados por la relocalización de las empresas industriales estadounidenses en el sudeste asiático. Pero ¿en qué medida las posiciones proteccionistas pueden considerarse parte del ADN de la actual política republicana?
Cuando Trump empezó a ejecutar su nueva política utilizó como principal arma la aplicación de aranceles con tasas variables en función, no de los productos, sino en relación a los países, lo cual es atípico ya que nunca es el total de la economía de un país lo que hay que proteger.
En un artículo anterior² explicamos cómo ese cambio estratégico de EEUU no era un capricho ni una imbecilidad del nuevamente elegido presidente. El cambio responde a la necesidad, ante el continuo retroceso de EEUU en la arena mundial y el crecimiento del papel de China, de tratar de buscar un acercamiento a través de negociaciones con Rusia para intentar alejarla de la alianza con China, al mismo tiempo que hace frente a un aumento de las inversiones en armamentos, sin que necesariamente se traduzca en nuevas guerras, y a una renovación de su industria y sus infraestructuras, que han quedado relegadas.
Para tratar de lograr ese objetivo Trump utiliza el arma de penalizar las importaciones, pero en función de sus resultados puede cambiar una y otra vez, dependiendo de la oposición que vaya encontrando. Hay que tener en cuenta que además de contentar a sus votantes, debe satisfacer las necesidades de los grandes grupos empresariales que no pertenecen como antaño a la industria manufacturera. Hoy las empresas que representan mejor el poder de EEUU son las tecnológicas dueñas de la nube que junto con el estado chino son los que controlan la información de los consumidores expresada en las redes sociales. Ahí está lo que Varoufakis denominó como tecnofeudalismo³: Amazon, Facebook, Google, Apple, los fondos de inversión, más Tesla y X, estas propiedad de Elon Musk, el segundo puesto en el gobierno de Trump encargado de la reforma del estado. Y Musk acaba de declarar que estaría de acuerdo con una situación en la que los aranceles tendieran a cero entre EEUU y Europa .
Si nos dejamos llevar por esa forma primitiva de presentar la película, sólo en un blanco y negro que tiende a simplificar todo, ¿cómo pueden convivir en las máximas esferas del gobierno un Presidente aplicando más del 100 % de aranceles a China y un gran recortador de los gastos estatales, que aboga por aranceles cero?
Ninguno de los dos está loco. Forma parte de su estrategia para mantener la parte del mercado mundial que todavía controlan.
Si analizamos cuáles son los sectores que dominan las grandes tecnológicas, vemos que todos han crecido y logrado su influencia gracias a financiación barata, la falta de control del estado y la disminución de impuestos y aranceles.
Veamos solo un ejemplo. Amazon facturó a escala mundial en 2024 más de 600 mil millones de euros, de los cuales la mitad fue ganancia bruta.⁴ Con tal nivel de ingresos y ganancias brutas “La filial europea de Amazon declaró unas pérdidas de 1.160 millones de euros en 2021, algo que no solo le ha permitido no pagar ni un euro en impuestos —en Luxemburgo, aunque sí en otros países—, sino que además ha recibido 1.000 millones en créditos fiscales”⁵ Es decir que una empresa de tal magnitud no paga impuestos en la Unión Europea gracias a la ingeniería financiera y la vista gorda por parte de Bruselas.
Que el proteccionismo de Trump no es un objetivo en sí mismo, sino más bien una herramienta, se refleja en que él dice que sus medidas son una respuesta a los obstáculos que pone el resto del mundo al libre comercio. Eso es cierto en parte, pero, cuando Von der Leyen, aceptando el reto, le ofrece erradicar todos los aranceles en los productos manufacturados entre Europa y EEUU, Trump contesta que no lo acepta. ¿Cuál es el argumento? Que es insuficiente porque debería extenderse a más productos. Y ahí apunta al lado débil del librecambismo europeo: los productos agrícolas, que como señalamos ha sido siempre la actividad más protegida. Pero Trump juega con las cartas marcadas. Cuando dice que EEUU tiene déficit comercial con casi todos los países, se olvida incluir los servicios, donde EEUU es tan potente.
Y ahí llegamos al punto de unión entre el “proteccionista” Trump y el tecnofeudalismo librecambista. Ante el escándalo de Amazon y el resto de empresas que con su ingeniería financiera no pagan impuestos, la Unión Europea amenaza buscando formas de poner orden estableciendo multas importantes para regular esas actividades.
Y, oh, qué casualidad, este elemento central en el conflicto, casi no aparece en la esfera pública. Mientras discutimos si son galgos o podencos, las negociaciones se harán a puerta cerrada en términos que nada tienen que ver con lo que los medios masivos de desinformación, difunden.
Así los grandes titulares se centran en los vaivenes diarios de las órdenes presidenciales sin atender a todo lo que está en juego. Para Europa el papel asignado por los poderes de EEUU es el de financiador del aumento de gastos militares, y el de comprador de la energía que se le dejó de adquirir a Rusia, objetivos ambos que se empezaron a cumplir con Biden. Pero existen otros objetivos tan importantes como estos.
Para recuperar algo de su capacidad industrial, la economía estadounidense necesita que empresas europeas exportadoras trasladen parte de su fabricación a territorio de EEUU para cubrir la demanda de los consumidores norteamericanos. Ya que es muy difícil que lo hagan empresas de otros países, bien porque sus salarios son muy bajos como en Vietnam o México, o porque tienen un know-how o logística más avanzada como en China. En ambos casos no hay incentivos suficientes para dejar los nichos ocupados, como bien lo demuestra el hecho de que a Musk ni se le ocurre abandonar China
En las actuales negociaciones a puertas cerradas, igual que en el caso de Ucrania, las empresas tecnológicas de EEUU necesitan seguir contando con la complicidad de Bruselas. A pesar de su discurso contra la política trumpista, la Unión Europea coincide en el fondo con el objetivo de la nueva derecha de destruir los límites que ha conseguido la clase trabajadora europea a través de siglos de lucha.
No hay que tomarlo a broma cuando Elon Musk dice sin ruborizarse que los trabajadores deben trabajar 120 horas semanales. Que su empeño no es una bravuconada lo podemos ver cuándo Tesla⁶ no quiere aceptar la negociación salarial por convenio en Suecia, donde por cierto, ha encontrado la horma de su zapato. A pesar del silencio de la prensa europea, los obreros de Tesla llevan más de un año y medio de huelga para evitar que Musk logre su objetivo. Mientras éste ha recurrido a esquiroles extracomunitarios, los trabajadores que mantienen el conflicto, con tanta duración por primera vez en un siglo, han logrado el apoyo de compañeros relacionados con la fabricación y logística de Tesla.
Así como en las minas los canarios eran la señal del peligro que los gases significaban para los trabajadores, el no pago de impuestos y el no respeto de las leyes laborales por parte de los gigantes del tecnofeudalismo nos indican el futuro que nos espera si seguimos debatiendo la racionalidad de las medidas de Trump en lugar de estar atentos a cuando los canarios mueren en las minas. Todo nuestro futuro depende de la capacidad de organización de los trabajadores, movimientos sociales y ecologistas, para dar respuesta a escala europea a esta ofensiva profundamente reaccionaria que quiere retrotraernos a fines del siglo diecinueve.
1 https://www.instagram.com/reel/DDP9kXYy_4A/?igsh=MTVnamE0bmplY3Rydw==
2 https://rebelion.org/la-racionalidad-del-imbecil/
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