“Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: Nunca más.” Esa es la frase con la que Julio Strassera cerró su alegato de acusación ante la Cámara Federal hace 37 años. Los aplausos que se escucharon en ese entonces, hoy se repiten en los cines de todo el país. Muchos espectadores fueron contemporáneos al Juicio a las Juntas, otros sólo conocen lo que cuentan los libros de historia. En esa ancha avenida del medio, Argentina 1985 traza un puente generacional capaz de dialogar con ambos espectadores: los que conocen la historia y los que no.
La película de Santiago Mitre es una rareza en muchos sentidos, con una estructura bastante tradicional que combina drama histórico con thriller judicial, dosifica el peso argumental de los hechos que relata con pequeños destellos de humor. Un recurso que, junto a cierta pedagogía empleada para contar y mostrar los acontecimientos, la convierten en una película accesible para todo el público. Si la película La noche de los lápices de Héctor Olivera se convirtió en matriz necesaria de enseñanza en los colegios secundarios y permitió construir una dialéctica común respecto a la lucha estudiantil durante el proceso, quizás, Argentina 1985 sea la narrativa que popularice en tiempo presente el juicio más importante de nuestra historia.
Otras de las rarezas es el recorrido que tiene por delante, tras ser ovacionada en el Festival de Venecia, se estrenó en forma limitada en 223 salas en todo el país, esquivando a las principales cadenas de cine y desembarcando en forma masiva el 21 de octubre en la plataforma de streaming de Amazon. Parte de este trayecto se entrelaza con la narrativa excesivamente universal con la que se lleva a la pantalla un punto de inflexión en la construcción de memoria, en la consolidación de democracia y en la edificación de justicia.
Más allá de la puesta en escena casi hollywoodense, Mariano Llinás y Santiago Mitre lograron trazar un recorrido argumental donde los testimonios de las víctimas son los grandes protagonistas de la película. Voces como la de Adriana Calvo o Pablo Díaz se funden con la investigación que lleva adelante el fiscal Julio Strassera junto al fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo y un equipo de 14 jóvenes para probar la responsabilidad de los miembros de las Juntas Militares en el secuestro, tortura y desaparición de miles de personas en la Argentina. Todo esto, mientras, suenan de fondo Charly y Los Abuelos de la Nada. En este sentido, las interpretaciones de Ricardo Darín y Peter Lanzani son un empujón necesario para ver a esa época escindida de los héroes tradicionales y entenderla, más bien, como un proceso colectivo. Es verdad que en el film los organismos de derechos humanos, los partidos políticos y las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo no ocupan un rol central en el relato, aunque estén presentes. Sin embargo, sería demasiado pedirle a Argentina 1985 que cumpla con los requisitos de un libro de historia, también sería (en alguna medida) exigirle que no sea una ficción sino otra cosa.
Como dijo el propio Llinás en una entrevista, Argentina 1985 no es una película sobre la dictadura sino sobre la democracia y bajo esa premisa podemos experimentar, a través de la pantalla, esos dos escenarios a los que se refiere Moreno Ocampo en su libro Cuando el poder perdió el juicio: la Argentina de 1976 y la Argentina de 1985. Con esta certeza, la película de Santiago Mitre relata no sólo un momento histórico sino el comienzo de un estado que (con embates) se sostiene ininterrumpidamente desde 1983.
En una coyuntura donde los discursos de odio y la capacidad de las democracias para dar solución a las urgencias presentes está puesta en duda, una película mainstream reconstruye una época pasada y un punto de partida. Estamos frente a una democracia frágil, que intentaba investigar los crímenes de la dictadura pero que se encontraba cercada por las presiones militares y políticas de una época donde las narrativas discursivas, encarnadas en Antonio Troccoli, colisionaban con la lucha contra la impunidad que llevaban adelante las víctimas.
Argentina 1985 es la forma en que no damos por sentado un estado al que (cada tanto) necesitamos volver. También es la forma que encontramos nosotros mismos de relatar con lenguaje popular ese pasado al que le dijimos nunca más. Una película fundamental y necesaria, nacida al calor de esta época, la nuestra.