Recomiendo:
0

¿Asco de vida?

Fuentes: Bohemia

Hace unos días, a solo 40 kilómetros de Katmandú, la capital de Nepal, Kalli Kumari B.K, una dalit («intocable», casta más marginada) de 46 años, fue golpeada sin misericordia y obligada a comer sus propias heces, acusada de causar la muerte del ganado de sus vecinos, con artes de hechicería. ¿La policía? Previa fianza, liberó […]

Hace unos días, a solo 40 kilómetros de Katmandú, la capital de Nepal, Kalli Kumari B.K, una dalit («intocable», casta más marginada) de 46 años, fue golpeada sin misericordia y obligada a comer sus propias heces, acusada de causar la muerte del ganado de sus vecinos, con artes de hechicería. ¿La policía? Previa fianza, liberó rápidamente al único implicado que enrejara.

Unos 650 kilómetros al sudeste, el mismo método, de puños percutores. Y la misma escatológica manía. «Dijeron que era una bruja, que por mí muchos niños y niñas se estaban enfermando, y me golpearon durante horas. Luego se pararon sobre mi pecho y me obligaron a comer excrementos humanos», reveló también a IPS Jabru Khatun, de 26 años.

Claro que esos dos crímenes (¿alguien osaría calificarlos de incidentes?) resultan simples gotas en un piélago que no cabría ni sabiamente resumido en este espacio. Pero se trata de incitar la atención del lector con dos anacronismos -la Edad Media rediviva- ocurridos en la «periferia» de un mundo donde, por habitual, cierta violencia suele pasar inadvertida.

Mundo en que, mientras algunos señores del cinismo se atreven a declarar cumplidos los anhelos de la Ilustración -luz, más luz para el espíritu-, otros, transidos de estupidez, llegan a proclamar que puertas adentro todo está permitido… al hombre, por supuesto. Criterio enquistado en el «sentido común» al punto de que, conforme a un estudio llevado a cabo en la «civilizada» Londres, alrededor del 75 por ciento de las entrevistadas por Haven, organización de ayuda social, consideró que si una mujer accede a ir a la cama con el agresor antes de producirse el ataque debe aceptar una cuota de responsabilidad, y poco más del 33 por ciento imputó a las víctimas el vestir de manera provocativa o el ir a la casa del victimario para tomar una bebida.

Como para romper el «embrujo» colectivo que, verbigracia, hace desconocer en el marido a un violador -más del 33 por ciento de las consultadas confesaron haber sostenido un contacto carnal contra su voluntad-, e incluso que muchas agraviadas padezcan sentimiento de culpa, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, ha llamado a los hombres a convertirse en modelo de conducta en la campaña para erradicar lo que calificó de pandemia (cerca del 70 por ciento de las mujeres ha sufrido alguna variante de violencia física o sexual), porque «son una parte importante del problema y un elemento clave de la solución».

Solución de entuertos, agregamos, como la intimidación en el hogar; la discriminación en los centros de trabajo; la mera posibilidad de ser asesinadas -solo en Ciudad Juárez en los últimos 12 años más de 500 han sido exterminadas, con increíble impunidad-; la prostitución forzosa; los abortos clandestinos, dictados por la pobreza, la presión del medio; el despido laboral por embarazo; la mutilación de los genitales, con que sus «amos» las pretenden sin un deseo que supuestamente las lleve a la infidelidad; el acoso de sátiros multiplicados…

Obviamente, estos desmanes, y otros, tienen como causa principal la inequidad de género, harto arraigada porque, nos recuerda el escritor Carlos Frabetti citando a Federico Engels, «la explotación de la mujer es la primera de las explotaciones y el origen de todas las demás». Y porque las relaciones de propiedad del sistema desplegado a escala universal re-crean, ramifican y ahondan el fenómeno. No en balde de allí podemos extraer una prolija ejemplificación: «Muchachas afganas se inmolan intentando escapar de matrimonios forzados» (Rawa.org). Miles de presas iraquíes resultan objeto de brutales abusos de sus carceleros (Rebelión.org). En los Estados Unidos, «40 por ciento de las adolescentes de entre 14 y 17 años refieren conocer a alguien de su edad golpeada por un novio, y una de cada cinco universitarias experimentará alguna forma de violencia por su pareja», según pesquisas de la ONU…

Pero, como nos alerta el propio Frabetti, cuidado con las absolutizaciones. Si bien, en contraste con lo expuesto, las revoluciones constituyen arena sólida para proteger a la mujer -la política cubana al respecto ha sido alabada por las Naciones Unidas-, no es menos cierto que «son hechas por personas formadas en el sistema anterior, y que por tanto arrastran parte de los prejuicios de una cultura prerrevolucionaria». Esta constituiría una arista de un enfoque que precisaría profundizar en otras razones de la reproducción de los nexos patriarcales.

Precisamente, el hecho de que la inequidad en cuestiones de género se verifica en los cuatro puntos cardinales, a veces solapada, debe prevenir a toda persona sensible contra la simple catarsis («asco de vida», dan ganas de exclamar a ratos), y convocarnos a una cruzada que nos dignifique a todos, haciéndonos realizar definitivamente el anhelo de ¿la Ilustración? No, del humanismo más cabal.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.