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Audacia, prudencia, templanza

Fuentes: Koinonia

Una sociedad es sostenible cuando consigue articular la ciudadanía activa con buenas leyes e instituciones sólidas. Son los ciudadanos movilizados quienes fundan y refundan continuamente la sociedad y la hacen funcionar dentro de padrones éticos. El presente momento de la política brasileña y la situación actual del mundo estigmatizado por varias crisis nos invitan a […]

Una sociedad es sostenible cuando consigue articular la ciudadanía activa con buenas leyes e instituciones sólidas. Son los ciudadanos movilizados quienes fundan y refundan continuamente la sociedad y la hacen funcionar dentro de padrones éticos.

El presente momento de la política brasileña y la situación actual del mundo estigmatizado por varias crisis nos invitan a considerar tres virtudes urgentes: la audacia, la prudencia y la templanza.

La audacia es exigida por los que toman decisiones frente a la situación social brasileña, que, vista a partir de las grandes mayorías, es desoladora. Mucho se ha hecho en el actual Gobierno, pero es poco frente a la llaga histórica que extenúa a los pobres. Nunca se hizo una revolución en la educación y en la salud, apoyos imprescindibles para transformaciones estructurales. Un pueblo ignorante y enfermo jamás dará un salto hacia delante.

Algo semejante ocurre con la política mundial frente a la escasez de agua potable y al calentamiento mundial del planeta. Audacia es el coraje de tomar decisiones y poner en práctica iniciativas que respondan efectivamente a los problemas en cuestión. Lo que vemos, especialmente en el ámbito del G-8, del FMI, del BM y de la OMC ante los problemas referidos, son medidas tímidas que mal van a evitar catástrofes anunciadas. En Brasil, la búsqueda de la estabilidad macroeconómica inhibe la audacia que los problemas sociales exigen. En la audacia se debería ir hasta allí donde un paso más fuese una insensatez. Sólo así se evitaría que las crisis, nacional y mundial, se transformasen en drama colectivo de grandes proporciones.

La segunda virtud es la prudencia. Ella contrapesa a la audacia. La prudencia es aquella capacidad de escoger el camino que mejor soluciona los problemas y que a más personas favorece. Por eso, la prudencia es el arte de congregar más y más agentes y de movilizar más voluntades colectivas para garantizar un objetivo bueno para el mayor número de ciudadanos. Como en todas las virtudes, tanto la audacia cuanto la prudencia pueden conocer excesos. El exceso de audacia es la insensatez. La persona va tan lejos que acaba aislándose de los otros, quedando sola como don Quijote. El exceso de la prudencia es el inmovilismo. La persona es tan prudente que acaba muriendo de exceso de juicio. Ralentiza los procedimientos o llega demasiado tarde a la comprensión y solución de las cuestiones.

Hay una virtud que es el médio-término entre la audacia y la prudencia: la templanza. En condiciones normales significa la justa medida, lo óptimo relativo, el equilibrio entre el más y el menos. Es la lógica del universo que asegura el equilibrio entre el desorden originario del big bang (caos) y el orden producido por la expansión/evolución (cosmos). Pero en situaciones de alto caos social, como es nuestro caso, la templanza asume la fomra de sabiduría política. La sabiduría implica llevar a la audacia hasta aquel punto tan lejano más allá del cual ya no se podría ir sin provocar una gran inestabilidad. El efecto es una solución sabia que resuelve las cuestiones de las personas más injusticiadas, quero decir, le da sabor a la existencia (de donde viene la palabra «sabiduría»).

Nadie ha expresado mejor ese equilibrio sutil entre audacia llena de coraje y prudencia sabia que dom Pedro Casaldáliga, al escribir:

«Saber esperar, / sabiendo al mismo tiempo forzar / las horas de aquella urgencia / que no permite esperar».