En los próximos meses afrontaremos un reto mayúsculo: además de reconstruir todo lo que la crisis del coronavirus se ha llevado por delante, será necesario un ejercicio para repensar qué mundo queremos levantar.
Autodeterminación, desconexión, actividades esenciales, soberanía alimentaria, economía familiar indígena y campesina.
La paralización generalizada de la actividad económica global y el confinamiento de la la población por la pandemia del COVID-19 ha operado para las ciencias sociales, en particular para la economía, como un “laboratorio” con fines de experimentación y comprobación. Se decía que la globalización representa al imparable “tren de la historia” y que quien no se subía estaba condenado al atraso. El tren no solo que se ha detenido sino que se ha descarrilado; la actividad productiva y el transporte de productos y de suministros se paralizaron, excepto la producción y transporte de productos esenciales. Gobernantes de países desarrollados, fanáticos de la globalización, de la flexibilización y relocalización industrial se preguntan: ¿Por qué tuvimos que dejar que sea “el mercado” (léase corporaciones transnacionales) el que organice las cadenas globales de producción prescindiendo de las nociones de “soberanía”, auto condenándonos a la indefensión a la hora de proveernos de mascarillas, medicinas o alimentos?
Interrogante que se repite a nivel mundial sobre los efectos previsibles de la globalización, incluida la pandemia, pero que para los capitanes de las corporaciones transnacionales y sus testaferros ideológicos nativos se trata de efectos inesperados. Sea de ello lo que fuere, la pregunta planteada invita a poner el foco en temas considerados como no importantes o irrealizables, como la posibilidad y necesidad de la desconexión de las periferias del sistema capitalista tanto de la globalización, liderada por el capital financiero transnacional, como de las agendas desarrollistas para poder emerger verdaderamente. “No se trata de una simple autarquía –precisaba Samir Amín– sino de la inversión de la lógica actual. En lugar de adecuarse a las tendencias dominantes a escala mundial, debe actuarse para que esas tendencias se adecuen a las exigencias internas” (bit.ly/2E0sTIW).
Desconectarse de la globalización expresa la necesidad la necesidad y la posibilidad de sustituir el modelo de articulación subordinada a la globalización, que asume como destino de nuestros países la producción y exportación de productos primarios y la dependencia empresarial y tecnológica por un modelo sustentado en la autodeterminación nacional, esto es un modelo al servicio de la vida, un modelo o proyecto nacional en el que el progreso social, entendido como florecimiento humano sea el objetivo rector de las políticas públicas y la gestión económica el medio –no el fin- para alcanzar tal objetivo; un modelo en el que la política económica se subordine a la política social y no a la inversa. («Más que eliminar el neoliberalismo, el reto nacional central es recuperar la autodeterminación nacional», Julio Boltvinik, La Jornada, abril 2019)
Esta visión, desde luego, va más allá de la mirada miope de las élites nacionales que califican de “cambio estructural” a la sustitución de unos productos de exportación por otros: el banano por el camarón o las flores, el petróleo por el oro y el cobre. Actividades, todas estas, depredadoras de la naturaleza y los seres humanos; actividades que resuelven los problemas de acumulación de capital de un puñado de empresarios nativos y extranjeros, pero no son la solución para los problemas que afectan a los ecuatorianos: pobreza, polarización social, desigualdad, explotación y precarización de la fuerza de trabajo.
El frenético ritmo de acumulación de capital sustentada en el extractivismo o “acumulación por desposesión”, según opiniones científicas, se encuentra entre las causas de enfermedades infecciosas como la provocada por el Covid 19, en la medida en que genera la pérdida de biodiversidad y el cambio climático, a lo que habría que agregar la destrucción de los hábitats de las especies exóticas y el tráfico ilegal de especies protegidas. La lucha contra la pandemia pasa, por tanto, por atacar su raíz: la crisis ecológica. Y si bien para enfrentar un problema global se requiere una acción y cooperación también globales, ello no nos libera de la responsabilidad de comenzar a actuar localmente en la reconstrucción de la economía sobre otras bases: no las del crecimiento infinito en un mundo finito sino de la planificación del decrecimiento para producir menos y mejor, priorizar las “actividades esenciales” (léase trabajo esencial): la producción de alimentos y otros productos vitales para el bienestar de la población (infraestructura sanitaria, escuelas, vivienda, etc.).
En lugar de retornar a la “vieja anormalidad” regida por la tesis extremista de las élites ecuatorianas: “exporta o morir” hay que asumir con urgencia, junto al concepto de “actividades esenciales”, el principio de “soberanía alimentaria”, un cambio hacia la autosuficiencia alimentaria, si queremos liberar a los ecuatorianos del riesgo de no poder alimentarse en caso de catástrofes que, como sucede ahora con el Covid19, ya no pueden ser consideradas como una amenaza remota sino como una realidad a punto de tornarse intermitente. Decretada la cuarentena y el confinamiento de la población adquirieron visibilidad actividades y trabajos de baja calificación pero imprescindibles para que la emergencia sanitaria no se convierta en hambruna: la producción y movilización de productos agrícolas, agroindustriales, alimentos preparados, medicina, servicios de agua, comunicaciones, energía eléctrica y recolección de basura que no pararon y que señalan objetivamente cuales son las prioridades a la hora de elaborar políticas públicas y asignar los recursos.
Y en el marco de la “soberanía alimentaria” y las “actividades esenciales” hay que insistir en la importancia y la necesidad de promover la agricultura familiar indígena campesina; sector que “aunque produce alrededor del 70 % de lo que hay en la mesa de las familias ecuatorianas, protegen las vertientes de agua en los páramos y la diversidad de los territorios en la amazonia, no son ellos los que se benefician de nuestros recursos, son sus territorios los más empobrecidos y sus hijos los que peor se alimentan, tienen menos acceso a educación y sus cuerpos, los más enfermos de tanto agro tóxicos” (Stalin Herrera, «Frente a la crisis: agricultura familiar indígena campesina», lineadefuego, abril 15, 2020)
Corrobora esta afirmación Eduar Pinzón, de la fundación Altrópico “Por lo menos el 64% de los alimentos que llegan a la mesa de los ecuatorianos viene de la agricultura familiar campesina: una agricultura de pequeña escala, de bajos insumos, de mano de obra familiar, generalmente y de alta diversificación. Es esa la que garantiza, realmente, la alimentación del país y es por eso que, en Ecuador, a pesar de la crisis local, todavía no ha habido una crisis alimentaria” (Entrevista, Revista Cosas, No. 272, junio 2020)
Richard Intriago, dirigente de Movimiento Campesino, experimentó en plena emergencia sanitaria la posibilidad de articular directamente a los productores agrícolas con los consumidores, eliminando a los intermediarios, con resultados positivos. En su opinión “La pandemia demuestra que los campesinos son como los médicos y el personal de sanitario: indispensables para la vida. Ellos siguen labrando, sembrando, ordeñando y cosechando, para que los habitantes de las grandes ciudades como Quito, Guayaquil y Cuenca coman”. La venta directa como parte de un cambio más profundo en la producción de alimentos con la diversificación de la producción que garantiza una alimentación variada y, a la vez, un sistema de rotación de cultivos que deja tiempo para que la tierra pueda recuperar sus nutrientes. En la opinión de Richard Intriago ‘Es importante tener estas fincas diversificadas y no sembradas con un solo cultivo… ‘¿Qué hubiese pasado –se pregunta-si hubiéramos escuchado a los gobiernos su propuesta de eliminar esa diversidad en nuestros campos y hubiéramos empezado a sembrar solo banano, caña de azúcar o maíz para la exportación? ¿Qué estuviéramos comiendo ahora? ¿Solo banano, caña de azúcar y maíz? (El sector estratégico que nunca paró: los campesinos, Trabajo colaborativo entre La Línea de Fuego, Acapana, Radio Periférik y mutantia.ch, lalineadefuego.info, mayo 27, 2020)
La experiencia en la pandemia deja una lección clara e irrebatible: el Ministerio de Agricultura y la política pública agraria debe priorizar la producción para el consumo de la población y no la producción para la exportación; la agroecología que apuesta por una producción orgánica, protegiendo las fuentes de agua, los animales y la naturaleza y no el agronegocio tóxico y la agroindustria transgénica; la promoción del consumo de alimentos frescos y no de de alimentos procesados y bajo nivel nutritivo; la venta directa y limitar poder de los grandes mayoristas y supermercados que, con el respaldo de los gobiernos municipales y provinciales, especulan con los precios de los granos, frutas y verduras. Y, en el momento actual, como alerta el representante de la FAO en el Ecuador, el Ministerio de Agricultura está obligado a evitar un quiebre en la cadena de abastecimientos de ciertos insumos que, debido al modelo de globalización subordinada de la economía, son importados (Agustín Zimmermann, Entrevista, Línea de Fuego, 18.06.2020)
La resistencia o lucha reivindicativa del movimiento indígena campesino en pro de los lineamientos de política pública, señalados antes, debe incluir otras reivindicaciones resumidas por Stalin Herrera en el estudio citado: “… necesitamos hablar de distribuir la tierra, desprivatizar el agua y ampliar la cobertura del agua de riego, difundir tecnología apropiada, establecer controles de precios, facilitar crédito barato y oportuno, reconocer que es una sociedad organizada con la inteligencia suficiente para contener la crisis. Pero sobre todo, necesitamos cambiar la mirada sobre el campo… un pacto social por el campo, que cambie las cosas desde la raíz, con la soberanía alimentaria y la agroecología por delante”.
Sin embargo, ahora, ya no se trata solamente de perseverar en la lucha reivindicativa en un marco institucional corroído, sino como sugiere Alfredo Apilánez, profundizar en nuevas prácticas emancipatorias “combinar la resistencia, si se quiere, la reducción de daños ante el crecientemente intenso embate del capital, con el desarrollo de nuevas formas de vida y comunidades de convivencia que prefiguren, como dice el bello lema, ‘el embrión de otros mundos que están en éste’”. Y ello porque las comunidades indígenas campesinas, supérstites en el Ecuador, no son solo unidades de producción agrícola o UPAs, sino, ante todo, portadoras de una cultura de trabajo y de vida asociativa, de autoafirmación colectiva que ha resistido siglos de colonialismo y neocolonialismo.
Es el momento de aplicar nuevas prácticas emancipatorias o de una “nueva cultura política”, como la define Raúl Zibechi, más allá de la lucha institucional. “Las izquierdas –dice- hemos pasado de la lucha armada a la lucha electoral y a la inserción en las instituciones, como si fueran las únicas opciones posibles… Esta fijación por ocupar o asaltar el centro físico y simbólico del poder de arriba, ha sido tan potente como para esculpir nuestros sueños y deseos con un cincel que reproduce las jerarquías capitalistas y patriarcales…
Las organizaciones de abajo, en (la) nueva cultura política, no son escalones para llegar arriba, sino algo completamente diferente. Este mundo puede expandirse o contraerse, pero es mediante la propagación y la multiplicación como puede llegar a desplazar al capitalismo. No son medios para alcanzar fines. La nueva cultura política no nace ni en las academias ni en las bibliotecas, sino en torno a los trabajos colectivos, capaces de crear los bienes materiales y simbólicos para poder arrinconar el capitalismo” («Entre la guerra y las elecciones», La Jornada, septiembre 2020). De eso se trata, no solo de reducir la brecha de la desigualdad.
Fuente: https://coyunturauceiie.org/2020/09/09/tiempo-de-reflexion-ante-la-catastrofe-autodeterminacion-desconexion-actividades-esenciales-soberania-alimentaria-economia-familiar-indigena-y-campesina/