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Automatización y “fin del trabajo”, ¿el futuro ya llegó?

Fuentes: La izquierda diario

El libro Automatización y el futuro del trabajo, de Aaron Benanav, es una buena oportunidad para retomar la discusión de cómo impactarán desarrollos tecnológicos como la inteligencia artificial y la robotización en el futuro del trabajo, materia de gran controversia.

Cómo impactarán la inteligencia artificial, la robotización y otros desarrollos tecnológicos en el futuro del trabajo es materia de controversia entre los estudiosos del tema. Tecnooptimistas y tecnopesimistas se oponen a la hora de evaluar si la anunciada “nueva revolución” de la producción está a la vuelta de la esquina o si la velocidad de aplicación y el impacto esperado de las innovaciones resultan exagerados. Iguales divisiones surgen a la hora de considerar si los puestos de trabajo que desaparezcan en algunas ramas de la economía como resultado de la anunciada automatización serán sustituidos por nuevos empleos en otras esferas en cantidad –y “calidad”– suficiente, o si se viene una destrucción de puestos de trabajo en ritmo y escala nunca vista.

Son cuestiones que están lejos de estar zanjadas. No obstante, se volvió una noción de sentido común que la automatización de la producción viene avanzando a pasos agigantados, tanto en la manufactura como en los servicios, y que lo hará aún más velozmente en el futuro inmediato. Junto con ella, también aparece como incontrovertible la idea de un inminente “fin del trabajo”. El libro Automation and the Future of Work (Automatización y el futuro del trabajo) de Aaron Benanav [1] se propone poner en discusión este “discurso de la automatización”, como lo llama el autor, y mostrar que se apoya en presunciones sobre el impacto de las nuevas tecnologías en la productividad que no se condicen con lo que viene ocurriendo.

La perspectiva de la automatización

La noción de que la automatización inminente podría destruir una importante proporción de los empleos existentes de manera permanente, con la que Benanav discute, implica una especie de salto cualitativo en un proceso que acompañó toda la historia del capitalismo, como es la introducción de cambios en la producción dirigidos a aumentar la productividad, entendida como la variación en la cantidad de bienes y servicios que es capaz de producir la fuerza de trabajo [2].

El aumento de la productividad, que reduce el tiempo necesario para producir los bienes requeridos y encierra en potencia una posibilidad liberadora para la humanidad, es en el capitalismo una condición sine qua non por el reverso de esta posibilidad: al reducir el tiempo necesario para la producción de todos los bienes, aumenta para los capitalistas la apropiación de plusvalor, que es la única fuente de la ganancia. La historia del capitalismo mostró períodos de incremento más acelerado de la productividad –las sucesivas “revoluciones tecnológicas” que tuvieron lugar desde finales del siglo XVIII hasta hoy [3]– y otros de ralentización.

La perspectiva de la automatización inminente implica una aceleración de este proceso de innovación y aumento de la productividad –que siempre implica una disminución “relativa” de la fuerza de trabajo necesaria, porque se la puede reducir y lograr la misma producción física que antes– pero además se puede entender como un cambio cualitativo.“La automatización se puede distinguir de otras formas de innovación técnica que ahorran mano de obra en que las tecnologías de automatización sustituyen completamente al trabajo humano, en lugar de simplemente aumentar las capacidades productivas humanas”. Pero la frontera entre tecnologías que potencian el trabajo humano y las que lo reemplazan de manera completa, es más porosa de lo que podría suponerse. “Cuando un minorista instala cuatro máquinas de autopago, supervisadas y ajustadas periódicamente por un solo empleado, ¿se termina la ocupación de cajero, o cada cajero ahora opera tres cajas registradoras adicionales?”, se pregunta Benanav. Los robots que despachan pedidos en Amazon, ¿reemplazaron el trabajo de depósito o potenciaron la escala en la que menos fuerza de trabajo puede manejar la misma paquetería de forma más rápida? Son múltiples los ejemplos similares en los cuales la respuesta solo parece sencilla a primera vista, pero no lo es. La discrepancia a la hora de catalogar si determinadas tecnologías conllevan o no automatización plena, explica la amplitud de las proyecciones sobre la cantidad de ocupaciones que pueden peligrar en los próximos años [4]. La frontera vuelve a ser borrosa a la hora de buscar cómo medir las transformaciones tecnológicas; ya sea que sustituyan trabajo o lo potencien, es el aumento del crecimiento de la productividad el único indicador que tenemos para observar que se aceleran la introducción de avances de cualquier variante. Este mayor crecimiento de la productividad, sostiene Benanav, es algo que no está ocurriendo.

La producción estancada

Benanav comparte con los exponentes del discurso de la automatización a quienes critica, la noción de que la existencia de “una constantemente baja demanda de empleo” es hoy un problema cuyas raíces deben ser analizadas. Pero objeta que esta pueda explicarse como resultado de “un salto sin precedentes en innovación tecnológica”. Por el contrario, el crecimiento de la productividad se ubica en los últimos años en los niveles más bajos desde 1950 en todos los países más desarrollados.

Así y todo, la productividad es en parte responsable de la expulsión de fuerza de trabajo, según el autor. Pero esto no se debe a que esta se haya dinamizado, sino a que la producción, que es el otro término que determina el empleo, viene creciendo de manera muy lenta. El argumento se apoya en una identidad económica muy simple: para cualquier sector de la economía, la tasa de crecimiento del producto menos la tasa de crecimiento de la productividad, será igual a la tasa de crecimiento del empleo.

El aumento de la producción impulsa al alza la demanda de fuerza de trabajo, mientras que el aumento de la productividad opera en sentido inverso, haciendo que para aumentar la producción se necesite igual o menos fuerza de trabajo que antes. Por la conjugación de estas dos tendencias contrarias, bien puede ocurrir que aumente la producción pero que al mismo tiempo no aumente –o incluso caiga– la demanda de empleo.

Esta identidad es por definición verdadera, lo que significa que la variación del empleo siempre se explica por el resultado neto de crecimiento que arrojan estas dos tasas.

Benanav ofrece un ejemplo sencillo de esta forma típica de innovación en el sector automotriz. “Por ejemplo, la adición de nuevas máquinas a una línea de montaje de automóviles hará que el trabajo en línea sea más eficiente sin abolir el trabajo en línea como tal; se necesitarán menos trabajadores de línea en total para producir una cantidad determinada de automóviles”. Lo que determina qué ocurre con el empleo cuando tienen lugar modificaciones productivas de este tipo en toda la economía es en qué medida esta “disminución relativa” es compensada por el aumento general de la inversión productiva –tanto en capital constante como variable– destinada a aumentar el volumen de producción.

Si tal cambio técnico da como resultado una destrucción de empleos depende de las velocidades relativas de la productividad y el crecimiento de la producción en la industria automotriz: si la producción crece más lentamente que la productividad laboral, un caso común, […] entonces el número de empleos disminuirá.

Es decir que una caída en la demanda del empleo puede estar respondiendo a causas diferentes. Puede a) deberse a un deterioro de la producción, que cae (en momentos de recesión) o crece muy lento, o b) puede ser causada por una aceleración en el incremento de la productividad que sobrepase al aumento de la producción, haciendo que ésta se pueda llevar a cabo con una dotación igual o menor de la fuerza laboral. El discurso de la automatización supone que está ocurriendo el caso b. Benanav demuestra que, por el contrario, es el primer caso el que se verifica.

El punto de partida de Benanav es analizar lo que ocurrió con esta identidad en el sector industrial. El primer motivo que ofrece para esto es que “los teóricos de la automatización a menudo apuntan al sector manufacturero como el precedente de lo que imaginan que está empezando a ocurrir en los servicios”. Pero, como veremos, las razones del autor para centrarse en la manufactura van mucho más allá. La tesis principal que va a sostener el libro es que la falta de dinamismo que viene mostrando la economía capitalista en las últimas décadas, que marcha en sentido contrario a lo que caracterizan los exponentes del discurso de la automatización, se debe al hecho de que la pérdida de peso que registró la industria en la economía y en el empleo, no fue sustituida por ningún motor de dinamismo equivalente. Los servicios ganaron peso como demandantes de empleo, pero no exhiben –ni pueden hacerlo, según Benanav– un potencial de aumento de la productividad como el que supo tener la manufactura. Siguiendo a la literatura especializada, el autor se va a referir con el término de desindustrialización a esta declinación de la participación del sector manufacturero en el empleo total. En los países más desarrollados, ya sea EE. UU., Japón, Alemania, Francia, Gran Bretaña o Italia, la reducción no es solo proporcional; se viene verificando una caída en términos absolutos de la fuerza de trabajo empleada en la industria.

La producción industrial crece pero débilmente, la productividad lo hace un poco más rápido, y el resultado es una reducción de la demanda de empleo. Lo que el discurso de la automatización interpreta como un resultado de la aceleración del segundo término, es en realidad resultado de ralentización del primero.

En EE. UU., la productividad industrial se mantuvo invariablemente en un crecimiento anual cercano a 3 % [5]; pero la producción industrial tuvo un crecimiento promedio de 4,4 % en 1950-1973, de 3,1 % en 1974-2000, y de 1,2 % en 2001-17. Similar tendencia observamos en Alemania y Japón, con el agravante de que en estos países los aumentos de la productividad en el último período son marcadamente más bajos.

La explicación del libro para esta tendencia global a la ralentización de la producción industrial apunta a la existencia de una cada vez más marcada sobrecapacidad en los mercados para productos manufactureros. Siguiendo el planteo elaborado originalmente por el historiador marxista Robert Brenner en La economía de la turbulencia global, Benanav señala que la manufactura global está aquejada de una sobrecapacidad crónica ya desde la década de 1960, cuando Japón y Alemania empezaron a aparecer como competidores de EE. UU. Esto se agravó con el desarrollo de los llamados tigres del sudeste asiático, que a diferencia de otros países dependientes industrializados como los de América Latina, desarrollaron una manufactura orientada a la exportación, agravando así esta sobrecapacidad global. Cuando el éxito de Corea y los demás países se transformó en “modelo” a ser imitado por el resto del mundo, aumentó todavía más el exceso de capacidad productiva global –y fue cada vez más difícil para estos países repetir los resultados de los primeros.

A medida que apareció capacidad manufacturera adicional y entró en la refriega de la competencia internacional, la caída de las tasas de crecimiento de la producción manufacturera y la consiguiente desindustrialización de la mano de obra se extendieron a más regiones: América Latina, Oriente Medio, Asia y África, así como a la economía mundial considerada como un todo.

La relocalización de producción protagonizada por las multinacionales de los países imperialistas fue una respuesta a la competencia intensificada y la emergencia de la sobrecapacidad, que a la larga terminaría por agravarla. Desde mediados de la década de 1970

[…] se hizo evidente que los altos niveles de productividad laboral ya no servirían como escudo contra la competencia de los países con salarios más bajos. Las empresas que obtuvieron mejores resultados en este contexto fueron las que respondieron globalizando la producción. Frente a la competencia en precios, las corporaciones multinacionales (CMN) estadounidenses construyeron cadenas de suministro internacionales, trasladando los componentes más intensivos en mano de obra de sus procesos de producción al exterior y enfrentando a los proveedores entre sí para lograr los mejores precios.

Benanav afirma que la desindustrialización no solo ocurre en los países más desarrollados.

A finales de la década de 1970, la desindustrialización llegó al sur de Europa; gran parte de América Latina, partes del este y sudeste de Asia y el sur de África le siguieron en los años ochenta y noventa. Los niveles máximos de industrialización en muchos países más pobres eran tan bajos que puede ser más exacto decir que nunca se industrializaron en primer lugar.

Benanav observa que incluso en China, el taller manufacturero del mundo que creció en buena medida “a expensas” de la desindustrialización en el resto del mundo, el porcentaje de fuerza de trabajo empleada en la industria empezó a caer, después de haber alcanzado un pico a mitad de la última década. Entre 2013 y 2018, el empleo manufacturero pasó de representar el 19,3 % del empleo total, a 17,2 %.

Acá nos parece que el autor amalgama en una misma tendencia fenómenos que no son comparables. Países como Argentina o Brasil, que desde los años 1930 conocieron una industrialización considerable, atravesaron claramente un proceso de desindustrialización. También es cierto que muchos países pobres apenas llegaron a captar recientemente algunos eslabones de las cadenas globales de valor y que esto no cambió significativamente su estructura productiva. Pero hay otros países, sobre todo del sudeste asiático, donde operan tendencias mucho más contradictorias. Desarrollaron procesos industriales de cierta complejidad, sometidos por supuesto a las desarticulaciones que imponen las cadenas de valor y la orientación al mercado mundial, lo que fue de la mano de un crecimiento de la fuerza laboral industrial considerable. Pero esto no lleva a un aumento de la proporción de la fuerza laboral empleada en la industrial, porque crecen más velozmente los contingentes que son expulsados del sector rural y no llegan a ser absorbidos por la industria, ni en muchos casos por los servicios de ningún tipo, y nadan en la informalidad.

El énfasis en la desindustrialización como un fenómeno global lo lleva a no dar suficiente relevancia a la novedad de una fuerza laboral de cientos de millones que pasó a estar empleada de manera directa o indirecta por el capital multinacional en la industria en los países dependientes. Meter todo esto en la misma bolsa de la desindustrialización, como si los tiempos y los fenómenos fueran los mismos, puede llevar a no ver cómo la acumulación de capital ha creado en nuevos puntos las concentraciones de fuerza laboral que mermaron o desaparecieron en los países imperialistas, y que vienen de protagonizar importantes luchas. Se trata de un problema clave para el capital global, que abandona rápidamente los lugares a los que se dirigió ávidamente ayer en busca frenética de nuevas fronteras en las que disponer de fuerza de trabajo barata. Ante el agotamiento de “tierras vírgenes” se viene planteando como una cuestión crítica de dónde surgirán las nuevas “mecas” para las multinacionales.

La relocalización para aprovechar la baratura de la fuerza de trabajo en países dependientes y menos desarrollados tiene consecuencias negativas sobre la acumulación de capital en los países más desarrollados. Al permitir reducción de costos por la vía de abaratar la fuerza de trabajo, alivió las presiones en pos de profundizar las inversiones tendientes a aumentar la productividad para ganar competitividad bajando los tiempos de producción. La sobrecapacidad y la relocalización de la producción en otros países, explican la débil acumulación de capital que tuvo lugar en el sector manufacturero de los países desarrollados desde la década de 1980, lo que determina el menor crecimiento en la productividad que se observa. “Esto se debe a que las innovaciones que ahorran mano de obra tienden a incorporarse en bienes de capital o, de lo contrario, generalmente requieren inversiones complementarias en bienes de capital para realizarse”.

El hincapié en lo ocurrido en la industria se fundamenta en el hecho de que “ningún otro sector apareció en escena para reemplazar a la industria como motor importante de crecimiento económico”. En cambio, “la desaceleración de las tasas de crecimiento de la producción manufacturera estuvo acompañada de una desaceleración de las tasas de crecimiento general del PIB”. En opinión de Benanav, este retroceso de la industria no responde a ninguna determinación vinculada a la existencia de límites de la frontera tecnológica de desarrollo: “es más probable que las bajas tasas de crecimiento de la productividad industrial sean el resultado del ritmo más lento de expansión de la industria, y no al revés”. Acá el autor se delimita de tesis como la de Robert Gordon, para quien la caída del crecimiento económico tiene que ver con la limitación creciente que muestran las nuevas tecnologías para tener un impacto generalizado en la economía como el que tuvieron la aparición de la electricidad o el motor de combustión interna. En principio, no hay ningún límite prefijado de lo que puede abarcar el sector industrial: “la industria está formada por todas las actividades económicas que se pueden realizar mediante un proceso industrial, y cada vez son más las actividades que se realizan así a lo largo del tiempo”. Una de las formas que adquirió la industrialización de los servicios fue la transformación de los mismos en electrodomésticos para uso casero, como observa Jonathan Gershuny esto ocurrió con “la lavadora sustituyendo a los servicios de lavandería, la navaja de afeitar al afeitado de peluquería, el automóvil al transporte público” [6]. De esto se desprende que los servicios, ese sector que emplea una proporción cada vez mayor de la fuerza laboral, engloba todos aquellos sectores que el capital no ha industrializado. Esta industrialización no tiene lugar, reafirma Benanav, por la sobrecapacidad global que determina la debilidad de la acumulación de capital.

Ilustración: @lllludmllll

Benanav concluye que observamos en estas décadas lo contrario a lo que ocurrió durante los períodos de desarrollo capitalista más vigoroso: “En lugar de una reasignación de trabajadores de trabajos de baja productividad a trabajos de alta productividad, ocurre lo contrario. Los trabajadores se agrupan en trabajos de baja productividad, principalmente en el sector de servicios”. Este planteo se apoya en un estudio clásico del economista William Baumol, quien sostenía que el sector de servicios estaba aquejado por la “enfermedad de costos”. Lo que afirmaba Baumol es que, a diferencia de la industria, los servicios encuentran trabas para desarrollar economías de escala e implementar mejoras de procesos que redunden en fuertes aumentos de la productividad; se trata de un sector relativamente “estancado” [7]. Mientras los bienes manufactureros tienden a abaratarse por incrementos de productividad, esto no ocurre o solo lo hace en menor medida en el sector servicios. El precio de estos últimos entonces tiende a aumentar en relación a los bienes industriales, y la única forma de contrarrestar esto es “pagando menos a los trabajadores, o suprimiendo el crecimiento de sus salarios en relación con los magros aumentos en su productividad que se logren con el tiempo”.

Benanav concluye que existe “un vínculo claro entre la expansión global de este sector económico estancado y el estancamiento cada vez mayor de la economía mundial”.

Una vez argumentado esto, el autor vuelve a remarcar el elemento de verdad en el discurso de la automatización. Si el crecimiento de la productividad no se está acelerando, es sin embargo mayor que el de la producción.

Incluso si la automatización no es en sí misma la causa principal de una baja demanda de mano de obra, sigue siendo cierto que en una economía de crecimiento lento, el cambio tecnológico puede dar lugar a una destrucción masiva de puestos de trabajo: observemos, por ejemplo, la rápida pérdida de puestos de trabajo del sector manufacturero de EE. UU. entre 2000 y 2010. Si la economía creciera rápidamente, se generarían fácilmente nuevos puestos de trabajo para reemplazar los que se habían perdido.

El subempleo

Un aspecto que resalta Automation… es que la débil demanda de empleo determinada por el bajo crecimiento de la producción, acompañado de aumentos limitados de la productividad, se viene traduciendo no en un aumento marcado del desempleo, sino en condiciones de empleo crecientemente deterioradas para sectores de la fuerza laboral. Trabajar menos horas de las deseadas, o en condiciones peores a las consideradas normales, se ha vuelto norma para franjas cada vez más extendidas de la población trabajadora. “Como ya han reconocido muchos comentaristas, nos dirigimos hacia un ‘futuro de peor trabajo’ en lugar de uno ‘sin trabajo’”. En Europa, la proporción de empleo “no estándar” aumentó marcadamente: entre 1985 y 2013 pasó de ser el 21 % del total del empleo a 34 % en Francia; en Alemania, aumentó de 25 % a 39 %; de 29 % a 40% en Italia; pasó de 30 % a 34 % en Gran Bretaña. En Japón, el “empleo no regular”, aumentó de 17 % en 1986 a 34 % en 2008. La OCDE observa que el 60 % de los empleos creados en las décadas de 1990 y 2000 fueron no estándar. En el caso de EE. UU., “las experiencias de precariedad económica están difundidas en el conjunto de la población activa. Incluso los trabajadores estadounidenses con empleo regular descubren que están muy expuestos a la posible pérdida de puestos de trabajo”, y “pueden ser despedidos en cualquier momento”.

Contrapuntos

Automation and the Future of Work es un libro que se propone una mirada que se distancia de las más habituales. Señala tendencias que es importante tener en cuenta, en lo que hace a la acumulación de capital, que contradicen la perspectiva de la automatización inminente. El autor busca además poner en el centro a los sujetos que puedan ser portadores de una alternativa a la que pueda ofrecer el capitalismo, que no es de automatización sino de empleo cada vez más degradado. Aunque el intento lo diferencia de muchos de los anticapitalistas con los que polemiza, lo cierto es que el libro trasunta una visión donde no se ve mucha perspectiva de recuperación de la derrota de la clase trabajadora. “Perder la esperanza sobre el potencial emancipador de las luchas sociales de hoy no es descabellado”, sostiene. “Se necesitaría una movilización masiva y persistente para cambiar el rumbo de un neoliberalismo truculento, pero el único movimiento con el tamaño y la fuerza para emprender esta tarea –el movimiento obrero histórico–, ha sido completamente derrotado”. Si bien en las páginas finales del libro se refiere a numerosos síntomas de reanimamiento en el accionar de la clase trabajadora que vienen teniendo lugar en todo el mundo y plantea en líneas generales correctamente los desafíos que se plantean para que esta pueda convertirse en un sujeto emancipador, más bien tiende a primar la imagen de una clase obrera que también está siendo degrada por la “descomposición” del motor del crecimiento económico.

Esta caracterización permea toda la lectura realizada en el libro sobre la tecnificación y la acumulación de capital, que están siempre recorridas por la lucha de clases y son materia de disputa, algo a lo que Benanav no le otorga suficiente lugar en el análisis. Menciona aquí y allá las resistencias, como una fuerza que ha resultado más bien impotente, pero de forma casi anecdótica. Es un libro que, es cierto, se propone ser breve y más bien conceptual, pero se adivina en esta ausencia toda una posición más bien derrotista. Esto se refuerza por la caracterización de la desindustrialización como un fenómeno global, lo que lleva a conceder menos atención de la debida a los desarrollos que muestra el proletariado en algunos países históricamente “periféricos” que se han convertido en polos de atracción de la acumulación de capital global.

Hay otras críticas realizadas a las tesis de Benanav que nos parecen pertinentes. Por momentos se desliza hacia una perspectiva estancacionista bastante lineal, objeción que le señala Kim Moody. Moody, quien estudia desde hace décadas la configuración de la clase obrera estadounidense y mundial, reseñó dos artículos de New Left Review en los cuales Benanav adelantó las tesis que desarrolla en Automation… [8].

Moody presenta tres objeciones centrales. La primera es sobre “naturaleza esencialmente lineal en la que las causas de la pérdida de empleos en la industria manufacturera se despliegan en su narrativa como simplemente una desaceleración a largo plazo del crecimiento” [9]. Esto, señala, “oscurece el papel de las crisis y la productividad en la destrucción de empleos”. La caída de empleos industriales no se presenta como una línea recta descendente debido al exceso de capacidad industrial. Más bien, “se ha desarrollado de forma violenta, ante todo en las cuatro principales recesiones de la era neoliberal”. Tampoco es la productividad una variable estacionaria. “La productividad, como el crecimiento, sube, baja y vuelve a subir de acuerdo con las turbulencias de la economía, con consecuencias para la posible recuperación de los puestos de trabajo perdidos en las recesiones”. En consecuencia, “no fue simplemente la desaceleración de la producción manufacturera o de la economía en general a lo largo del tiempo lo que acabó con estos puestos de trabajo. Fue el doble golpe de las recesiones y la productividad”. Hay que decir que en el libro, que no es la versión que Moody reseña, Benanav hace referencia a la Gran Recesión, así como a la crisis pos Covid, como disparadores de elevadas tasas de desempleo (en la industria y en toda la economía) que solo lentamente se revertirán, dejando un panorama de subempleo cada vez más agravado. Dicho esto, el riesgo de una lectura lineal de las tendencias contra la que advierte Moody sigue presente.

El segundo problema que encuentra Moody “es la caracterización de la principal consecuencia de la desaceleración del crecimiento del empleo como ‘subempleo’ y ‘trabajo inseguro’ principalmente en el sector de producción de servicios de las economías desarrolladas”. En primer lugar, Moody advierte que habría que debatir si hay que cambiar el énfasis del desempleo hacia el subempleo cuando, en promedio, el 30 % de los desempleados en los países de la OCDE y más del 40 % en la Unión Europea “estuvieron desempleados durante un año o más a partir de 2019, después de una década de recuperación y antes del regreso del desempleo masivo en 2020”. Es decir, que entre las formas de degradación hoy, el desempleo juega un lugar mayor al que le concedería Benanav. Más en general, Moody considera poco fundamentada la homologación de “trabajo no estándar” con subempleo o empleo precario a la que apunta Benanav, y ofrece una detallada interpretación alternativa de las estadísticas en las que se apoya Automation…. En última instancia, podemos interpretar su crítica como un señalamiento de que tanto el desempleo como el subempleo están determinados por el ciclo económico. Moody agrega que tampoco hay, ni en los trabajos “no estándar” ni en sectores de la economía como los servicios, trabas especiales que impidan la organización sindical ni nada por el estilo. En estos sectores tanto como en la industria, las condiciones van a depender de lo que el capital pueda imponer y de lo que la clase trabajadora pueda resistir. Creemos que las advertencias de Moody son correctas contra la tendencia a ver la degradación laboral como una tendencia secular lineal que evoluciona sin perturbaciones, pero su énfasis en que se trata de fenómenos intrínsecos del funcionamiento del capitalismo puede llevar a minimizar la importancia de considerar cómo la debilidad que viene mostrando la acumulación de capital en los países imperialistas plantea problemas nuevos para las condiciones de la clase trabajadora, que dejan lastres duraderos más allá de las crisis.

Quizá la cuestión más importante que plantea Moody, es sobre las razones del capital para dirigirse al sector servicios. En su opinión, esto no es simplemente, como afirma Benanav, un resultado del agotamiento de la industria dado el exceso de capacidad global.

A lo largo de las décadas, el capital se ha movido implacablemente hacia las llamadas industrias de servicios e incluso hacia el corazón de la reproducción social porque se puede obtener un beneficio de lo que se han convertido en necesidades de la vida contemporánea. Otra razón para la expansión de los servicios es que a medida que la producción de bienes se vuelve más eficiente, también se vuelve más compleja, más distribuida geográficamente y depende del transporte, las comunicaciones, las finanzas, etc. y, por lo tanto, requiere más servicios.

“Una comprensión lineal de una realidad turbulenta no nos ayudará a captar las posibilidades y lidiar con las dificultades de la transición y un nuevo resurgimiento del conflicto social y de clases”, sentencia Moody para concluir. Las objeciones planteadas exigen ponernos en guardia contra el riesgo de una extrapolación lineal. Estas no invalidan las más agudas críticas que levanta Benanav respecto del discurso de la automatización, que deben ser retomadas dentro de un panorama que comprenda que las tendencias y perspectivas son más complejas y contradictorias.

¿Qué hacer?

Habiendo discutido la caracterización, en los capítulos finales Benanav se adentra en el debate con las alternativas que se postulan para responder a esta perspectiva. Como el discurso de la automatización tiene exponentes en todo el espectro ideológico, también las “soluciones” ante lo que se avizora como una crisis inexorable del empleo van desde el “keynesiano recargado” para estimular demanda, hasta el planteo de exigir una renta básica universal (que tiene a su vez proponentes de derecha y de la izquierda postcapitalista que le otorgan sentidos diferentes). El autor señala varias objeciones a estas propuestas con las que podemos coincidir, y que hemos desarrollado en otros artículos. Los planteos que Benanav critica son expuestos por sus impulsores como una especie de “bala de plata”, como si una o una serie de grandes medidas tomadas desde el Estado fueran a atacar problemas cuyas causas están en las raíces de cómo viene funcionando el capitalismo. No obstante, Benanav advierte desde el vamos, que simpatiza más “con el ala izquierda del discurso de la automatización que con cualquiera de sus críticos”, mostrando así su simpatía con la perspectiva que avizoran muchos de los autores con los que va a polemizar. El autor evalúa que “si la explicación que ofrecen resulta ser inadecuada, los teóricos de la automatización al menos han centrado la atención del mundo en el problema real de una demanda de mano de obra constantemente baja”, y también “se han destacado en sus esfuerzos por imaginar soluciones a este problema que sean de carácter ampliamente emancipatorio”, si bien las visiones que despliegan “necesitan ser liberadas de las fantasías tecnocráticas de los autores sobre cómo podría ocurrir un cambio social constructivo”.

Benanav dedica el último capítulo justamente a presentar una perspectiva liberada de estas fantasías tecnocráticas. Partiendo de las posibilidades y contradicciones que caracterizan al desarrollo de la técnica bajo el capitalismo que discute a lo largo del libro, esboza los lineamientos de un mundo posible en el cual, si bien no necesariamente primará la automatización, se pueda aliviar sensiblemente la carga del trabajo aprovechando la tecnología disponible, al tiempo que se distribuyan equitativamente los trabajos que siga siendo necesario hacer. Para, de esta forma, dar lugar a que todas y todos puedan llevar a cabo las actividades que efectivamente deseen hacer.

A diferencia de lo que ocurre con muchos autores postcapitalistas en los cuales hay un abismo entre la perspectiva de fin del capitalismo y el programa inmediato que plantean en la pelea por dicha perspectiva, Benanav pone el eje en la necesidad de que la clase trabajadora sea capaz de construir las alianzas sociales que le permitan ganar ascendiente sobre el resto de las clases para pelear por terminar con ese sistema y concretar ese futuro alternativo a la distopía capitalista. La clave no se encuentra en el mero cambio técnico, sino en “conquistar la producción”, es decir, en “la abolición de la propiedad privada y del intercambio monetario en favor de la cooperación planificada”. Retomando las elaboraciones de Marx y Engels, abrevando también en autores utópicos de los siglos XIX y XX así como en algunas de las mejores intuiciones de los postcapitalistas, Benanav traza un breve esquema de las vigas maestras por las que podría transitar el pasaje del reino de la necesidad al de la libertad. Lo que debilita el planteo de Benanav es considerar la experiencia de la URSS como transición al socialismo –trunca por la burocratización estalinista que creó las condiciones para la restauración capitalista– como un lastre y no como una de la que pueda aprenderse, considerando que la planificación centralizada y la burocracia estalinista son sinónimo. Comparte en esta cuestión el punto de vista de muchos postcapitalistas. Esto lo lleva a desechar muchas de las lecciones de construcción de la sociedad de transición durante los primeros años de la revolución, y de la posterior lucha contra la burocratización y la contrarrevolución estalinista iniciada por la Oposición de Izquierda, que constituyen lecciones claves en las pelea por construir una sociedad sin explotadores ni explotados. Elaboraciones como La revolución traicionada de León Trotsky condensan una reflexión estratégica que atañe a problemas que enfrentará cualquier revolución triunfante que expropie a la burguesía e inicie la transición al socialismo. Creemos que no resulta forzado establecer un paralelo entre esta devaluación de la cuestión de la planificación y la visión, degradada, de la clase obrera, que como señalamos más arriba muestra Benanav.

No obstante, y más allá del “pesimismo de la razón” que lo caracteriza, es un mérito de Benanav apuntar a la necesidad de una transformación del conjunto de las relaciones de producción. Como advierte en la conclusión, “Sin una lucha social masiva para construir un mundo de postescasez, los visionarios del capitalismo tardío seguirán siendo meros místicos tecno-utópicos”. Esta trasformación, disputar el comando de la producción que hoy está en manos de los capitalistas, es algo que solo puede llevar a cabo la clase obrera en alianza con todos los sectores explotados y oprimidos. Solo así se podrá poner fin al panorama ominoso que presenta el capitalismo, bajo cuyo dominio los desarrollos de la técnica que podrían contribuir a liberarnos de la carga del trabajo, se transforman en armas dirigidas contra la clase obrera.

Notas:


[1] Londres, Verso, 2020. Las citas del libro son traducción propia.

[2] Las estadísticas nacionales suelen relevar, para la economía como un todo y para los distintos sectores en que esta se desagrega, la productividad por persona empleada y por otra de trabajo, medidas que permiten ver distintos caras del fenómeno.

[3] Hoy estaríamos atravesando la tercera o cuarta de dichas revoluciones industriales, según los distintos criterios de periodización que se utilizan. Como todo lo referente a la tecnología y su impacto, esto también es materia de debate.

[4] Un famoso estudio de hace algunos años consideraba que hasta el 47 % de los empleos en EE. UU. estaban en riesgo por la automatización. Ver Carl Frey y Michael A. Osborne, “The Future of Employment: How Susceptible are Jobs to Computerization?”, Technological Forecasting and Social Change vol. 114, 2017.

[5] Benanav observa que las estadísticas sobreestiman el incremento de la productividad en los últimos lustros. El motivo es que registran la producción de computadoras con velocidades de procesamiento más altas como equivalente a la producción de más computadoras. Esto eleva la productividad del subsector de computadoras y electrónicos y, en consecuencia, las de toda la industria.

[6] Jonathan Gershuny, After Industrial Society? The Emerging Self-Service Economy, Londres, Macmillian, 1978, pp. 56–7.

[7] William Baumol et. al., “Unbalanced Growth Revisited: Asymptotic Stagnancy and New Evidence,” American Economics Review, vol. 75, no. 4, 1985, p. 806.

[8] Moody publicó en 2017 On New Terrain: How Capital is Reshaping the Battleground of Class War, libro que fue reseñado por Benanav en una nota que polemiza con varias de las caracterizaciones y conclusiones del mismo y puede leerse en el blog del autor. Este intercambio crítico a través de las reseñas cruzadas permite visualizar varios de los flancos débiles que presentan los argumentos de ambos autores y valorar así mejor los importantes aportes de su trabajo.

[9] Kim Moody, “Capitalism Was Always Like This”, Jacobin, 06/02/2020. En lo que sigue de este apartado, todas las citas pertenecen al artículo de Moody.

Fuente: https://www.laizquierdadiario.com/Automatizacion-y-fin-del-trabajo-el-futuro-ya-llego