Nos mutilamos cada día creyendo que hacemos lo correcto. Bajo el pretexto de “nada se puede hacer porque lo tienen todo bien atado”. Bajo la excusa de “son ellos (la sociedad, el poder, el capital, la iglesia o los políticos) quienes nos maltratan, nos explotan o nos torturan”. Bajo la coartada de que estamos en un mundo corrupto, insolidario, individualista donde el “sálvese quien pueda”, es el único camino para sobrevivir en nuestra particular jungla humana de seres ansiosos, ambiciosos, desconfiados y demasiado frecuentemente violentos. Bajo las estrategias psicológicas de exculpación de nuestra propia responsabilidad. Bajo todas estas evasivas y disculpas, resulta cruelmente perverso y frustrante refugiarse y convencerse de que al final, lo mejor es ser como ellos.
Sin embargo, podemos hacer mucho más de lo que queremos imaginarnos. A pesar de jugarnos nuestra libertad individual y colectiva, valga la redundancia, no lo hacemos porque hemos internalizado la tortura intrapersonal como un mecanismo de canalización tóxica de la claudicación y renuncia a sublevarnos. A revelarnos primero ante éstas patéticas ideas y comportamientos internalizados, y segundo, ante quienes nos han infectado los sesos con esas aquiescentes convicciones rancias que nos atormentan.
Podemos no ver la televisión varias horas al día y, más aún, no condenar a infantes y mayores a matar su tiempo postrados frente a ella. Podemos dedicar el tiempo a potenciar lo común y defender los derechos de las personas trabajadoras y a las pensiones dignas, y no a mejorar nuestro bienestar material personal, o en el peor de los casos, a acumular dinero para supuestamente asegurarnos una vejez cómoda, eso sí, solitaria. Podemos no vivir retratando la realidad desde dentro de las pantallas. Podemos dedicarnos a convivir con el resto, para crecer en la capacidad de sociabilidad. Podemos tantas cosas… Pero nos inhabilitamos con el virus de nuestra auto-tortura que consiste en nadar cada día en el mar del miedo a perder lo que nunca tuvimos y a dejar de ser lo que nunca fuimos.