La comunidad científica mundial anda estos días revuelta con el hallazgo en Maly Liajovski, un gélido islote del océano Ártico, de los restos de un mamut con sangre líquida. Al parecer, esta circunstancia podría permitir la clonación del difunto animal, lo que devolvería la vida a estos extinguidos y lanudos paquidermos, posibilidad que, por otro […]
La comunidad científica mundial anda estos días revuelta con el hallazgo en Maly Liajovski, un gélido islote del océano Ártico, de los restos de un mamut con sangre líquida. Al parecer, esta circunstancia podría permitir la clonación del difunto animal, lo que devolvería la vida a estos extinguidos y lanudos paquidermos, posibilidad que, por otro lado, tiene encantado a su majestad Juan Carlos I, gran amante como se sabe de los elefantes. Pues bien, según se cuenta, los científicos de la universidad de Iakutsk, en Siberia Oriental, ya han contactado con el surcoreano Hwang Woo-suk, especialista en este arte de la taxidermia con ADN que es la clonación, que tiene entre sus éxitos haberse sacado de la chistera del laboratorio a Snuppy, el primer perrito clonado de la historia.
No sabemos si para superar la leyenda negra del «¡que inventen ellos!», lo cierto es que en esta ocasión España parece dispuesta a entrar en esta carrera para ver quien clona antes el primer animal antediluviano. Y puestos a elegir especies, los expertos hispanos no se andan con chinitas y apuestan directamente por tratar de resucitar un dinosaurio. Eso sí, no se trata de ninguna de las cinematográficas bestias jurásicas elevadas al estrellato por Steven Spielberg. Así que nadie espere ver en los próximos años algún Dilophosaurus compitiendo con el toro de Osborne por las carreteras de Soria, o tropezar por sorpresa con la fugaz visión de un Velociraptor correteando por las tierras de Cuenca. No, el reto que las mentes preclaras de este país se han marcado es rescatar el dinosaurio más famoso de esta piel de toro, el mundialmente afamado Espiritusaurio de la Transición.
Solo esta obsesión científica puede explicar la repentina resurrección de dos especímenes que todos creíamos fosilizados en el baúl de los recuerdos. Me refiero, claro está, a la reaparición de José María Aznar y Felipe González, que estos días parecen haber abandonado sus respectivos estantes en el Museo del Ayer, para regresar a las primeras planas de los periódicos (o sus equivalentes digitales), con ese inconfundible aroma de venda caducada que dejan las momias en sus paseos. Por desgracia, lo malo que tienen estos experimentos a ciegas es que no hay garantías de que salgan bien, tal y como pudimos comprobar con Aznar, el impredecible labio incorrupto de la FAES, que acabó alborotando el gallinero de la calle Génova.
Más suerte parece que están teniendo con el estadista andaluz que, tras reunirse con el presidente en la intimidad, ha optado por contener su popular gracejo sevillano. Es así como, con la prudencia que debe presidir estos casos, tal y como señala el tópico, todo parece dispuesto para que esas dos empecinadas ratas de laboratorio que son Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba agiten al unísono la probeta que devuelva a la vida un bonito ejemplar de Espiritusaurio de la Transición en forma de gran pacto. Y de paso intentar sacar a sus respectivos partidos de la sima sin fondo del CIS en la que están cayendo, antes de que el desespero se pegue de bruces con la cita electoral.
Claro que con esto de los milagros de la ciencia a veces se olvida que los grandes acuerdos entre los partidos de «Estado», no se remontan a los lejanos tiempos del pleistoceno posfranquista. Baste recordar si no el trascendental pacto alcanzado hace menos de veinte meses para modificar la Constitución para priorizar los intereses bancarios a las mundanas necesidades de los españoles. Por eso llama la atención que hoy como entonces, los cantos de sirena del acuerdo lleguen precedidos de los graznidos de la troika dispuesta a mostrarse tímidamente generosa a cambio de dar un mazazo final a los currantes y pensionistas.
En cualquier caso, poco importan estos quisquillosos reparos. Lo importante ahora es intentar resucitar hasta los Pactos de la Moncloa si es preciso. Tal vez así hasta dejaban de abuchear a la princesita Leticia no solo en los arrabales de la plebe, sino también en los selectos palcos del Liceo. Qué felices serían Rajoy y Rubalcaba si cada mañana al despertar descubrieran, para su sosiego, que el viejo y carcomido dinosaurio todavía seguía allí.
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