Recomiendo:
0

Balbulus el tartamudo

Fuentes: Rebelión

«Las dos de la mañana. Escucho la canción inventada por un tartamudo»: una prosa rítmica y reiterativa sigue el hilo de esta canción, la atmósfera que crea, para ir descubriendo -como si las ondas sonoras lo palparan- el espacio de la iglesia donde los monjes cantan. Es el principio de Maizal del gregoriano, el libro-poema […]

«Las dos de la mañana. Escucho la canción inventada por un tartamudo»: una prosa rítmica y reiterativa sigue el hilo de esta canción, la atmósfera que crea, para ir descubriendo -como si las ondas sonoras lo palparan- el espacio de la iglesia donde los monjes cantan. Es el principio de Maizal del gregoriano, el libro-poema de Arnaldo Calveyra. Y un movimiento deslizante va enlazando los elementos, tejiendo su identidad. Pero, aun en la hipnosis doble de música y poema, el canto funciona a la vez como suspensión, introduce el tiempo. Ya Agustín de Hipona construyó su concepto de tiempo sobre la experiencia del ritmo poético, del sonido de las canciones; Calveyra lo encuentra de modo singularmente corporal: «adivino las huellas, huellas de tartamudeo entre los bancos»: un tartamudo la inventó y su habla produce una distorsión del tiempo, infiltra tiempo en el curso lineal de la voz. Las vocales entonces cobran autonomía, cantan como si estuvieran solas, como si no dependieran de órgano articulatorio ni de sentido, sujetos de sí, del canto, gregoriano hecho de forma, voz pura forma sin fondo.

Calveyra cuenta la anécdota de partida: «yo, entrerriano recién llegado a la abadía de Solesmes en busca de retiro y de silencio, me siento en un lugar apartado de la iglesia a oír el gregoriano». Argentino de 1929, en 1962, a los dos años de haberse instalado en París, muere su madre y él busca, con el retiro, la escritura: «saco mi cuaderno y empiezo a escribir el libro que se pergeñaba en el camino»; en Francia permanecerá hasta su fallecimiento en 2015. Ese cuaderno será el Libro de las mariposas, que aparece en 2001, con un desajuste entre escritura y publicación, lengua original castellana y primera edición francesa a menudo, que ha padecido su obra. Encuentra más tarde notas sueltas de aquella estancia, de las que saldrá -tras un trabajo de diez años- Maizal del gregoriano (2005), el libro que se funde con el estar ahí oyendo, experiencia misma de ese estar; para mí, uno de los grandes libros de nuestra lengua en el último medio siglo. Pero el «hombrecito de Entre Ríos» no quiere protagonismo, sino confundirse con un «rincón de la iglesia», ser solo espacio y que su escritura no sea crónica redundante: «no duplicar el canto, no tratar de escribir dos veces la misma melopea, en ningún momento describir lo que cantan. Que no llueva sobre mojado». No narrar la actuación de los monjes, sino convertir el estar en escritura del cuerpo: abrir los poros, impregnar el cuerpo de ritmo, sentirlo como un metrónomo. Eso hizo aquel tartamudo cuando su forma de hablar independizó las vocales, inventó el canto: «tartamudo que responde al extraño nombre de Notker. Con su ausencia aparece». Notker Balbulus, «el tartamudo», monje de Saint Gall (840-912), creó la secuencia, la forma rítmica clave del latín medieval; incidiendo en la separación de las sílabas respecto al sentido, para darles una función mnemotécnica, encontró la cadencia vocálica que distingue al gregoriano.

Las sílabas se separan del sentido, el poeta no duplica el canto, ¿de qué materia se hace entonces el libro de Calveyra? Su imagen es el maizal, cunde el canto generando espacios vivos y densos; espacios, también, de la memoria: el maizal es de Entre Ríos, tiempo de la infancia; cunde multiplicando los presentes, que no admiten una lógica sucesiva, que se alternan y entrelazan como en un «modelo para armar» guiado por intensidades. Lugares radicalmente físicos, atmósfera sensorial a la vez saturada y fluyente, simultaneidad de vidas, espesor de cuerpo. Así se adensan los elementos: luz, lluvia, frío, noche, verde. Y se perfilan fulgurantes los personajes, con fértil libertad de asociación, incluso cuando el salto se extrema y Salomé recoge del suelo los granos de maíz y la cabeza del profeta es la mazorca, cuando toman la palabra las santas de la iglesia: «Somos las santas, estamos helando, la escarcha del lugar somos. A su muerte, los seres humanos repiten por simpatía los fenómenos naturales de que en vida fueron testigos: llover, lluvia, granizo, trueno, helada». La naturaleza es la historia; la forma, el sentido. Continuidad del habla, de la memoria, de la mirada que se hace instrumento de meditación al derramarse en los detalles. En esta mezcla de hilos, de imágenes que parecen metáforas y son trozos de realidad o de memoria o percepción, se espesa una verdad que se siente ahí, aunque queda secreta, como un tesoro. Los niños en el maizal verde americano, la cacería prehistórica de renos en la glacial Europa, las tumbas de los padres de las santas en la greda, el suelo blando de hojas. No hay límites, los muertos habitan con los vivos. Como al principio del Libro de las mariposas: «Iba cantando, iba contándome, iba abriendo maizales con el canto al canto».

Es imposible abarcar los hilos, componer relato que dé cuenta del Maizal. Pero sí cabe señalar el punto en que todo cambia, se corta, rompe. Muy avanzado el poema, se lee de pronto esta pregunta: «¿en el silencio recuperado ya te transformaste en rincón de iglesia, tú, Arnaldo Calveyra, en rincón de iglesia? Sí, esa lucecita te saca al descampado». Y hay una página en blanco, y luego el grito colombino, «¡Tierra!», favorece una reflexión sobre la distancia, sobre la perspectiva: recobrado el nombre, ya no se ven las cosas desde el mismo lugar. Entre los personajes que cruzan el poema, uno, Salomé, toma protagonismo y recupera su síntesis de arte y crimen, como en la vieja zambra que acuñó la Niña de la Puebla: «Baila, Salomé, / bajo el plenilunio de la luna clara», «luna de sangre que abrió el verano». El febril baile abre el paso a las botas de los SS, que taconean en el monasterio (justo al lado vivía retirado Pierre Reverdy, los nazis ocuparon su casa); la luz que ilumina el coro de los monjes procede del campo de concentración próximo (tan próximo como el de Drancy, en el mismo París, donde murió Max Jacob), una línea nítida conduce a la Argentina de las desapariciones, Bertolt Brecht presenta un juicio donde se interroga a quienes al parecer no se enteraron entonces de nada. El nombre recuperado, la conciencia. Y el efecto es un estallido de irrealidad: lo que fluía como cuerpo único de la vida es ahora tablado teatral, trágico y bufo -«somos espectadores, actores, cómplices». La danza es una danza a la muerte, «y con los campos para siempre verdes llega Salomé, un monje más en la noche de Notker el tartamudo», el canto es un canto a la muerte.

Resultan claros los motivos filosóficos e históricos que conducen a Calveyra, su peso es contundente. Y, de algún modo, deshace el poema, lo derriba, recupera las distancias, Entre Ríos queda ahora lejísimos. Sin embargo, «empieza a hacer menos frío, lluevo, lluevo, estoy lloviendo, los muertos se despiertan entre los brazos de los vivos». In signo balbuli. La escucha ha sido un trabajo musical como el de Orfeo, no ya viaje al infierno, sino a un lugar donde el espesor absoluto de la vida nos reúne y quizá podamos en ocasiones invocar su poder: «aquí el pan de maíz del poema que se fue cociendo en la noche glacial, aquí el pan del poema termina de escribirse». El oyente va al pabellón de huéspedes, se lava, se prepara para marchar. Y me vienen unas palabras de otro texto de Calveyra: «Alguien que me escuchó una vez leer mis poemas, me comentó luego: ‘es como si un tartamudo empezara a hablar con naturalidad…’ Como si en el trasfondo del texto subyaciera un relente de esa tartamudez al cabo convencida».

 

Lecturas.-

Arnaldo Calveyra, Poesía reunida. Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2008.

-, El caballo blanco de Mozart y otros textos (ensayo). Buenos Aires, La Bestia Equilátera, 2010.

 

(Este texto ha sido publicado en «La sombra del ciprés», suplemento del diario El Norte de Castilla)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.