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Belén Esteban, la cultura y el capitalismo

Fuentes: Rebelión

El dominical de El País del domingo 19 de octubre tiene como tema monográfico el «show» de Belén. Al margen de los elementos subjetivos a través de los cuales Belén Esteban habla de su experiencia y justifica su representación, la reflexión erudita la realiza el catedrático de Derecho Audiovisual Gerard Imbert. El experto hace las […]

El dominical de El País del domingo 19 de octubre tiene como tema monográfico el «show» de Belén. Al margen de los elementos subjetivos a través de los cuales Belén Esteban habla de su experiencia y justifica su representación, la reflexión erudita la realiza el catedrático de Derecho Audiovisual Gerard Imbert. El experto hace las siguientes afirmaciones :

  1. «En televisión no triunfa el tímido, el que razona, sino el que se impone. Esto es el fascismo».

  2. «Belén Esteban es una madre capaz de matar por su hija. Y en este discurso descolocado, la violencia se convierte en legítima. Un discurso que hacen suyo otros personajes de esos programas. Todos matarían por sus seres queridos. ¿Y la ley donde se queda? El fin justifica los medios. Este es el mensaje de Belén Esteban, Y fascina a la audiencia.»

Antes, en la portada dice «Belén Esteban, una mujer sin preparación, reina en un nuevo modelo de programas».

Los ciudadanos de izquierdas deberíamos reflexionar seriamente tanto sobre el fenómeno Belén Esteban como sobre el escándalo que provoca en diarios como El País y en expertos de comunicación.

En primer lugar quiero referirme a la última frase «una mujer sin preparación», que si traducimos al lenguaje sincero lo que oculta este lenguaje políticamente correcto quiere decir «Una hortera», «Una inculta», «Una mujer sin estudios».

La palabra cultura, si seguimos el útil diccionario sociológico del brillante y malogrado Raymond Williams, aunque tiene un origen antiguo en el latín, cobra su sentido en el mundo moderno, es decir en el mundo capitalista. Si nos fijamos la palabra es tan amplia que hoy casi no quiere decir nada a base de querer decirlo todo. Pero podemos distinguir tres sentidos: a) un sentido universal; b) un sentido particular; c) un sentido individual. El sentido universal es el que popularizan los antropólogos: es cultura lo que no es naturaleza. Desde la música de Mozart hasta las telenovelas, pasando por los ritos satánicos o la liturgia católica. Este primer aspecto es plenamente democrático porque no excluye a nadie. Tenemos después el sentido particular, la cultura como identidad grupal. Tiene relación con la religión, con la nación y con la etnia. Es peligrosa porque puede derivar en identidades falsamente homogéneas y excluyentes, que como ha mostrado Amaryrta Sen pueden desembocar en violencia sectaria. Estas identidades culturales se mueven para la izquierda en el filo de la navaja, ya que si por un lado pueden representar a minorías oprimidas por otra también es la base del fundamentalismo, el fanatismo y el nacionalismo agresivo. En todo caso hay que mantener una distancia crítica con estas identidades.

Finalmente tenemos el sentido individual, que es el que utilizamos cuando decimos que una persona «tiene muchas o poca cultura», «es culta o inculta». A la derecha (liberal, conservadora o fascista) que siempre ha defendido el elitismo, esta definición le resulta muy útil. Incluso podríamos considerar que fue la manera que tuvo la burguesía de construirse un prestigio, una distinción (según la expresión de Bordieu) frente a la vieja aristocracia, a la que le venía «por cuna». La izquierda social (política y sindical) del siglo XVIII y XIX intentó generar una cultura obrera alternativa. Los sindicatos y partidos socialdemócratas alemanes tenían su prensa, sus centros de formación y de debate; en España los ateneos del PSOE/UGT, los ateneos libertarios.

Pero a partir de la Segunda Guerra Mundial la cuestión cambió. Apareció la sociedad de consumo y la llamada cultura de masas, industria cultural para lo que podríamos llamar el pueblo. La cultura de izquierdas popular desapareció totalmente. ¿Qué podía hacer la izquierda cultural? Sólo moverse en contradicciones. Criticar la cultura de masas sin poder defender una cultura elitista pero siendo ella misma elitista. La cultura de izquierdas era propia de sectores de la clase media ilustrada y de sectores excepcionales de la clase trabajadora mientras la mayoría era presa de lo que Agustín García Calvo llama «los medios de formación de masas», que básicamente es la televisión.

La palabra «hortera» aparece en nuestro país refiriéndose a los sectores populares de origen rural, «incultos». «Incultos» quiere decir que no tienen ni formación académica ni tampoco cultural (entendida ésta como buen gusto artístico, gusto por la lectura, educación filosófica-cultural). Su sentido es despectivo y esto coloca a la izquierda cultural en una posición incómoda. Internamente está de acuerdo con el desprecio que merece la «gente hortera» porque también considera que es sinónimo de mal gusto. Pero por otra sabe también que detrás de esta concepción está la misma concepción elitista con la que la burguesía despreciaba al populacho. Y paralelamente la que las personas con estudios desprecian a los iletrados. Criticar por ejemplo a un político porque no es licenciado participa de este planteamiento, como si ser licenciado o tener varios máster fuera una garantía de inteligencia o de saber (el caso de Montilla en Cataluña lo puso claramente de manifiesto). Esta es la primera contradicción.

Vayamos ahora a la primera frase de Imbert. Dice que en televisión no triunfa el que razona sino el que se impone. Esto es el fascismo. No, señor Imbert, esto no es el fascismo, esto es el capitalismo. ¿Es que pretende hacernos creer que en la sociedad triunfa el que razona? ¿Es que las pugnas políticas y su propaganda tienen algo que ver con el razonamiento? ¿Es que hay algo más irracional que el capitalismo? En todo caso digamos que lo que hace Belén Esteban es reflejar de manera «hortera» lo que es la sociedad en que vivimos. El problema no es la televisión, es problema es la sociedad.

Imbert se escandaliza de que todos estos personajes matarían por su seres queridos. ¿Es que el señor Imbert no mataría para defender a sus hijos? Claro que hay defender la ley pero sólo podemos hacerlo si reconocemos la realidad y que los humanos funcionamos emocionalmente. La cuestión no es lo que haríamos emocionalmente sino que la ley debe colocarse por encima de sus emociones. El lenguaje políticamente correcto niega los aspectos emocionales e incluso violentos y éstos aparecen como un síntoma de lo que reprime. Los humanos somos ambivalentes y también violentos, envidiosos, vengativos. Si no reconocemos esto todo suena a falso porque el discurso se convierte en una retórica vacía en la que nadie cree.

Claro que no voy a defender a Belén Esteban ni sus programas ni a sus seguidores. Pero éstos son los sectores sociales que deben generar un movimiento transformador porque son las mayorías trabajadoras. Belén Esteban es una «hortera» y todos los millones de españolas y españoles que se sienten «horteras», emocionales y primarios frente a un discurso políticamente correcto que oculta una sociedad despiadada, irracional e injusta se identifican con ella. Es una identificación imaginaria que puede ser además el caldo de cultivo para el populismo de extrema derecha (ya lo es hoy parcialmente del PP). El paradigma ha sido Italia con Berlusconi.

Sólo creando una cultura popular, democrática y de izquierdas (que no tiene nada que ver con el discurso actual de la izquierda liberal) podremos combatir este fenómeno. No sé cómo ni es fácil pero seguro que no lo conseguiremos despreciándolo desde la distinción elitista.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.