Recomiendo:
0

Belindia y los diez años de Chávez en el poder

Fuentes: Rebelión

Algunos economistas brasileños se han referido a su país con el gracioso nombre de «Belindia», esto es, una mezcla de Bélgica e India. Mientras un pequeño número de estados en Sudeste del Brasil dispone del ímpetu económico de Bélgica, el resto de la nación evidencia niveles de pobreza similares a los de la India. De […]

Algunos economistas brasileños se han referido a su país con el gracioso nombre de «Belindia», esto es, una mezcla de Bélgica e India. Mientras un pequeño número de estados en Sudeste del Brasil dispone del ímpetu económico de Bélgica, el resto de la nación evidencia niveles de pobreza similares a los de la India. De hecho, India misma es el mejor exponente de este tipo de dicotomía, con una parte del país lanzado a la vanguardia de la economía de los servicios y otra parte sumida en la miseria. Sin embargo, esta imagen de Belindia resulta lo suficientemente ilustrativa como para recurrir a ella.

Sin alcanzar la prosperidad del Sudeste del Brasil, la mayoría de los países latinoamericanos reproduce esta dualidad: algunos pocos enjambres y nichos económicos competitivos, llevando a cuestas una inmensa carga de subdesarrollo y pobreza. La globalización, desde luego, no ha hecho más que afianzar en grado extremo estas dicotomías, brindando inserción internacional a unos pocos enjambres y nichos dinámicos y amenazando con borrar del mapa a sectores productivos enteros.

Cristopher Patten, Comisionado de Asuntos Exteriores de la Unión Europea nos daba una buena idea del tamaño de la India, dentro de la Belindia latinoamericana, al señalar: «En una escala de 0 a 100, donde 100 representa el punto de desigualdad total, América Latina alcanza un puntaje de 53,9, mucho más alto que el promedio mundial (38), e incluso más alto que África. El Banco Mundial estima que el 10% de la población más rica recibe el 48% del ingreso total, mientras que el 10% más pobre, recibe apenas el 1,6%»1. No resulta sorpresivo, por tanto, que la historia política de la región se haya visto caracterizada por fuertes crisis de gobernabilidad, confrontaciones sociales y sacudidas políticas.

La gran pregunta a formularse es como debe enfrentarse el reto planteado por esta dicotomía. ¿Debe enfatizarse el crecimiento de Bélgica sobre la premisa de que el goteo de allí resultante terminará por llenar la piscina social vacía que simboliza India? O, por el contrario, ¿debe priorizarse el desarrollo de India, sobre la base de que sólo el crecimiento de abajo hacia arriba terminará por superar la brecha y por estructurar a la sociedad en su conjunto?

La lógica de la globalización ha apuntado en la primera dirección. De acuerdo a ésta, los capitales tienden a fluir hacia aquellos países que les garanticen una mayor suma de incentivos. Bajo estas condiciones, las inversiones volcadas sobre un país, tienden a dinamizar al conjunto de su economía bien sea de manera directa o indirecta. De manera indirecta, precisamente por intermedio de la tesis del goteo. Un goteo, según se dice, con capacidad para llenar la piscina social vacía.

En la práctica, sin embargo, las cosas funcionan de manera muy distinta. El hecho de que haya muchos más países que capitales disponibles para la inversión, obliga a que éstos compitan entre sí para atraer a los inversionistas. Dentro de este ambiente los Estados se ven obligados a desvestirse de atributos en una auténtica competencia por ver cuál queda antes al desnudo. A fin de cuentas, a menor Estado, mayores incentivos para la inversión.

Resulta inevitable, sin embargo, que con cada prenda de vestir de la cual se va desprendiendo el Estado, vayan quedando desasistidos sectores diversos de la sociedad. Este «strip tease» estatal sólo puede efectuarse a expensas de una alto nivel de tensión social y de conflicto político.

Ahora bien, para resultar atractivo a las inversiones no sólo basta con hacer concesiones en materia de prendas de vestir. Es necesario, también, disfrutar de estabilidad política y social. ¿Quién desea colocar su dinero en una sociedad signada por el conflicto y la incertidumbre?

Se define así una dinámica circular según la cual las concesiones necesarias para atraer al capital, son susceptibles de generar desajustes que aparejan inestabilidad política e incremento de la criminalidad, desajustes éstos que ese mismo capital no está dispuesto a aceptar.

En definitiva, sólo las desnudeces son atractivas. El problema es que con frecuencia ellas causan pulmonía. De aquí la naturaleza implacable del proceso: no basta con el saber hacer «strip tease», es necesario también ser resistente a la pulmonía. Se trata de un típico caso de selección natural del más apto. Si algún Estado enferma como resultado de las exigencias que se le formulan, simplemente es desechado. Sólo los que sobrevivan a las sucesivas pruebas planteadas merecerán la atención del capital inversor. Los demás pasarán a formar parte de las especies en extinción. Especies genéticamente débiles que no merecían sobrevivir en un mundo competitivo.

Por cada Estado que colapse en el proceso habrá otros que pasen las pruebas y mientras el número de los países resulte mayor que el de los capitales disponibles, no habrá trabas para el adecuado funcionamiento del sistema. Finalmente que importa que la gran mayoría de los países latinoamericanos quede fuera del juego, mientras China, India, Brasil, México y unos pocos más puedan responder al reto planteado. La sola China, vale más que una veintena de naciones colapsadas.

El Consenso de Washington fue la major expresión de la tesis del goteo en América Latina. Desde finales de los ochenta y a lo largo de los noventa, la región se transformó en espacio de aplicación privilegiada de sus políticas. El Consenso vino a transformarse en el símbolo más visible de la ideología neoliberal en boga, asumiendo la forma de un recetario didáctico, concreto y aparentemente infalible.

Dentro de su decálogo de normas se encontraban algunas como la austeridad fiscal, la liberalización comercial, la privatización, la desregulación, la reducción del gasto público, la reducción de impuestos a quienes más ganan junto a la ampliación de la base tributaria, etc. En condiciones de laboratorio casi perfectas y bajo la constante supervisión del Fondo Monetario Internacional, América Latina, pareció transformarse en lugar de privilegio para generar el círculo virtuoso proclamado por la economía de Mercado. Esto es, atracción de la inversion, crecimiento económico, goteo resultante de este crecimiento y mejoramiento de las condiciones de vida de la población en general.

El problema de ese planteamiento, como bien apunta el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, fue el siguiente: «Las políticas del Consenso de Washington prestan poca atención a los temas de la distribución o de la equidad. Muchos de sus proponentes argumentan que la mejor manera de ayudar a los pobres es haciendo que la economía crezca. Creen en la economía del goteo. Al final, se argumenta, los beneficios del goteo terminaran llegando a los pobres. Esto, más que una simple creencia se ha transformado en un dogma de fe. El pauperismo creció en la Inglaterra del siglo XIX a pesar de que el país en su conjunto prosperó, El crecimiento económico en los Estados Unidos durante la década de los ochenta brindó uno de los ejemplos dramáticos más recientes: mientras la economía creció, los que se encontraban en el fondo vieron declinar sus ingresos…¿Si esto no ha funcionado en los Estados Unidos por que habría de funcionar en países en vías de desarrollo?»2.

Los costos sociales fueron gigantescos, pero ¿hubo al menos crecimiento económico? El propio Stiglitz responde a esa pregunta: «En la mayoría de América Latina, luego de un breve crecimiento a comienzos de los noventa, se implantó la estagnación y la recesión. El crecimiento no fue sostenido, algunos dirían que no era sostenible. Efectivamente, el nivel de crecimiento del llamado período post reforma no luce mejor, y en algunos casos resultó mucho peor, que en el período de sustitución de importaciones que antecedió a las reformas (cuando los países recurrieron a políticas proteccionistas para resguardar a sus industrias domésticas frente a las importaciones), correspondiente a los años cincuenta y sesenta. El promedio de la tasa de crecimiento anual de la región en los noventa, luego de las reformas, fue de 2,9 por ciento, lo que representa menos de la mitad del 5,4 por ciento prevaleciente en los sesenta… Las reformas del Consenso de Washington expusieron a los países a grandes riesgos y estos riesgos debieron ser soportados de manera desproporcionada por quienes se encontraban menos preparados para enfrentarlos»3.

No en balde la conclusión de Stiglitz con relación al Consenso de Washington y a América Latina: «El crecimiento bajo la liberación es apenas la mitad de lo que fue bajo el antiguo régimen previo a la reforma… el desempleo ha crecido en tres puntos porcentuales; la pobreza (medida a un bajo nivel de ingresos de sólo US$ 2,oo por día) ha aumentado incluso como porcentaje de la población. Cuando el crecimiento se ha producido, los beneficios sólo han alcanzado a aquellos que se encuentran en la escala alta de la distribución del ingreso»4. Un incremento de veinte millones de pobres, únicamente entre 1997 y 2003 es parte del proceso anterior, tal como lo apuntó Rubens Ricupero, Secretario General de la UNCTAD en el prólogo de un libro del suscrito titulado ¿Tiene Futuro América Latina?5. También allí se refería a la «desindustrialización prematura» de America Latina y a la incapacidad de los sectores económicos emergentes de asumir el hueco gigantesco en empleos dejado por la liberación de nuestras economías bajo las políticas del Consenso de Washington.

Así las cosas, la idea de que India pueda crecer mediante el goteo resultante del crecimiento de Bélgica es una falacia. Falacia no sólo porque tal goteo no se produce, sino también porque bajo las llamadas políticas de crecimiento propiciadas por el Consenso de Washington, tal crecimiento es en el mejor de los casos pírrico. No obstante, aún asumiendo tanto el crecimiento económico como el goteo tuviesen lugar efectivamente, la pregunta es si los habitantes de India, tendrían la paciencia suficiente para aguantar años y años bajo la desnudez de Estado que requieren estas políticas.

La experiencia empírica y el sentido común, demuestran que el supuesto crecimiento de Bélgica, jamás resolverá los problemas de Belindia. ¿Qué ocurre, a la inversa, cuando se prioriza India?

Para comenzar hay que comprender que la dicotomía Bégica-India no es gratuita. Ella responde a modelos societarios tradicionales impuestos desde arriba. Modelos que no encuentran adecuada conexión con las bases populares de la sociedad. Es decir, proyectos de sociedad diseñados desde el vértice de la pirámide social que evidencian poca profundidad y que nunca han logrado estimular el florecimiento de una cultura surgida desde abajo. Esta última requeriría, como en el caso de todos los países que han alcanzado un verdadero desarrollo, que en la base de la pirámide social se diese la presencia de patrones de civismo, de organización social, de autoestima ciudadana, de sentido participativo, de desarrollo comunitario y cooperativo, de desarrollo de la pequeña y la mediana empresa.

El porqué de este divorcio societario en América Latina tiene su explicación. Desde el inicio de la historia independiente, dos corrientes de pensamiento tendieron a brindarle respuesta a nuestra búsqueda de identidad nacional. La primera de ellas, originada en Venezuela, insistió en buscar la especificidad de nuestra condición de iberoamericanos, perseguía encontrar respuestas propias a problemas propios. La segunda identificó las soluciones con la absorción de claves culturales y modelos importados de Europa o Estados Unidos.

Dentro de la primera de dichas matrices de pensamiento encontramos a Bolívar, Simón Rodríguez, Marti, Rodó o Vasconcelos. El pensamiento y la acción de Bolívar enfatizan una constitucionalidad política y social fáctica, asentada en nuestras propias realidades y raíces. Enfatiza, a la vez, la exigencia de la originalidad en la acción ante la especificidad de un pueblo que no es europeo, indígena o africano, sino una fusión de esas diversas vertientes. En la segunda, sobresaldrían figuras como Santander, Sarmiento, Alberdi o, en general, los positivistas de la segunda mitad del dicho siglo XIX y de comienzos del XX. Para estos últimos los patrones políticos y culturales europeos y, en particular los provenientes del mundo anglosajón, representan la alternativa natural para elevarnos de nuestras limitaciones como pueblo e incluso de nuestra «barbarie».

De más está decir que la dicotomía evidenciada por las sociedades latinoamericanas, se corresponde al éxito evidenciado por la segunda de estas dos corrientes. Ella conlleva a una división entre sociedad de élites y pueblo, en la cual la primera mira siempre a Miami, Washington, Nueva York o París y nunca hacia los elementos populares de su propia nación. Aún hoy los cultores latinoamericanos de la economía de mercado anglosajona responden a esta segunda vertiente de pensamiento. Al adoptarse el recetario del Consenso de Washington se volvió a una fórmula importada que, como es tradicional, buscaba irradiarse desde arriba hacia abajo.

Lo característico de la actual hora iberoamericana es la reivindicación por parte de diversos gobiernos de la región de la corriente iniciada por Bolívar. Esto es, encontrar respuestas propias a problemas propios, asumiendo para ello el reto de la originalidad. Ello se ha traducido en invertir los términos de la matriz neoliberal. Para aquella, como señalábamos, el goteo que derivaba del crecimiento económico se ocuparía de llenar la piscina social. Para ésta, en cambio, la prioridad puesta en llenar dicha piscina conducirá a la creación de ciudadanía y a la conformación de un ciudadano más sano, educado y productivo. Para ésta, nuestra especificidad como pueblo comienza por reconocer al pueblo mismo.

Salud, educación, espíritu participativo, desarrollo cooperativo, autoestima, capacidad organizativa, civismo, apoyo al pequeño empresario: he aquí algunos de los elementos con los que se busca llenar la piscina. Es el florecimiento desde abajo sin el cual no puede haber sociedades estructuradas o crecimiento sostenible.

El gasto social en Venezuela es adecuada expresión de esta nueva Iberoamérica. Algunas pocas cifras pueden sustentar lo dicho. Durante el período 1999-2006, la escolarización infantil en edad preescolar aumentó en 14,3%, la educación primaria en 9,1% y la educación media en 11,7%. La población universitaria, durante ese mismo período se ha multiplicado por 2,5, pasando de 676.000 estudiantes a 1.796.500 estudiantes. En 2005 el país fue declarado por la UNESCO como libre de analfabetismo, luego que un millón y medio de personas fueron enseñadas a leer y a escribir en dos años. El porcentaje de hogares en situación de pobreza en 1998 era de 50% mientras que para el 2007 era de 30%. El porcentaje de hogares en situación de pobreza extrema era de 20,3% en 1998 y de 9,5% en 2007. La tasa de mortalidad infantil era de 21,4 por mil en 1998 y de 13,7 por mil en 2007. Durante el período 2005-2008 se construyeron 3.456 consultorios médicos populares, 455 centros de diagnóstico integral, 533 salas de rehabilitación integral y 25 centros médicos de alta tecnología. El Índice Nacional de Desarrollo Humano pasó de 0,7793 en 1998 a 0,8263 en 2007. En 2007 gasto social, como porcentaje del gasto total del Estado, llegó a 59,5%. Y así sucesivamente6.

Lo curioso de este proceso es que a diferencia de la matriz neoliberal, el desarrollo social ha traído consigo crecimiento económico. Al distribuir mejor la riqueza se ha aumentado el salario mínimo en 400% y el consumo privado en 20,4%, en sólo 8 años. Como resultado, se ha ampliado de manera significativa la base de consumo y se ha dinamizado fuertemente la economía. Como resultado, Venezuela ha venido creciendo a una tasa promedio del 10,44% durante los últimos 20 trimestres consecutivos. El Producto Interno Bruto del país pasó de 99 mil millones de dólares en 1999 a 227.000 millones en 2007. Es decir, un incremento 229,29% en sólo 8 años.

El significado de ello es elocuente. Al irse llenando la piscina social vacía, se crean las condiciones para el crecimiento económico. Cosa que, como hemos visto, no ocurre a la inversa.

Este crecimiento de abajo hacia arriba estructura a la sociedad, en la medida en que va haciendo más denso el tejido social de la nación. El crecimiento en sentido contrario, puede llegar a hacer prosperar a las versiones locales de Wall Street o Madison Avenue, pero jamás logrará superar el divorcio con los sectores desfavorecidos de la sociedad. Jamás logrará incluir a los excluidos o integrar a la sociedad. Más aún, la economía de mercado y los excesos del capitalismo no sólo generaron pobreza, desestructuración societaria e inestabilidad política en América Latina, sino que han conducido al mundo a una crisis económica y social devastadora.

En definitiva, sólo el crecimiento de India es capaz de superar la brecha con Bélgica. Venezuela apuesta fuertemente a esta noción, convencida de que la construcción de un país no puede nunca cifrarse en el desarrollo de unos cuantos nichos o enjambres productivos o en el enriquecimiento de sus élites.

A lo largo de los diez años de gobierno bolivariano, que ayer se conmemoraron, mi país ha dado pasos fundamentales para acabar con Belindia y construir a Venezuela. Lamentablemente la inmensa mayoría de la prensa española, obsesionada con un estilo político que choca con sus propios parámetros, se niega a dejar que los hechos hablen por sí solos. Habría que recordarles, en tal sentido, aquella esclarecedora frase de Valery Giscard D’Estaing: «El estilo es la estética de la acción». Se puede, en efecto, estar de acuerdo o en desacuerdo con un determinado estilo, lo que no puede hacerse es dejar que la estética opaque por completo a la acción misma.

Luego de diez años de centrarse en la estética, es hora de que la prensa española comience a focalizar su atención en los resultados de la acción. Es lo menos que puede hacer cualquier prensa que aspire a ser seria y sustantiva. Si así lo hiciera, podría darse cuenta de que en estos momentos, en que el mundo busca paradigmas económicos alternativos, Venezuela tiene un modelo importante que exhibir.

*Diplomático y académico venezolano. Embajador de su país en Madrid y antiguo Embajador en Washington, Londres, Dublín, Brasilia y Santiago de Chile. Autor de dieciséis libros sobre relaciones internacionales.