Supermán, Batman, Spiderman, todos los grandes héroes del cine estadounidense, no tendrían sentido sin la presencia y la amenaza de los representantes del eje del mal, de «Lex Lutor», de «El Guasón», «El Pingüino» o «El Hombre Verde». Para que Supermán o cualquiera de estos enmascarados héroes en canzoncillos pueda salvar a los Estados […]
Supermán, Batman, Spiderman, todos los grandes héroes del cine estadounidense, no tendrían sentido sin la presencia y la amenaza de los representantes del eje del mal, de «Lex Lutor», de «El Guasón», «El Pingüino» o «El Hombre Verde».
Para que Supermán o cualquiera de estos enmascarados héroes en canzoncillos pueda salvar a los Estados Unidos del caos y la destrucción, previamente se requiere una amenaza y no cualquiera, que siempre encarna, porque es bueno que el terror tenga un rostro, un ser demoníaco, perverso, del que sólo el super héroe va a poder salvarnos.
Este simple y tonto esquema, en el que las fuerzas del bien luchan contra las bandas del mal para salvar al mundo, y que Hollywood aplica en su industria cinematográfica con gran éxito de taquilla, es el mismo burdo y viejo esquema que propone el gobierno de Bush para cautivar a una audiencia desneuronizada y cuya credulidad raya en la estupidez.
Ben Laden, a quien en el guión, además de ocultarle su pasado le cambiaron hasta el nombre, es hoy el siniestro personaje, malo entre los malos, que representa la amenaza de la que el super héroe debe salvarnos, incluso, a nuestro pesar.
Ben Laden, el real, hace tiempo que está muerto pero, como en el cine, al igual que el bueno, el malo también debe mantenerse con vida, de manera que, mientras prevalezca su amenaza tenga vigencia también la necesidad del «salvador».
En dos años, alguien de quien antes veíamos regularmente vídeos y declaraciones, no ha vuelto a mostrar su turbante una sola vez con la sola excepción de los días previos a las elecciones en los Estados Unidos en los que, por si alguna duda tenía el electorado estadounidense sobre quién debía ser su «Superbush», reapareció profiriendo sus habituales y apocalípticas amenazas, antes de volver a enmudecer, en uno de los montajes cinematográficos más oportunos y merecedores de ganarse el Oscar al mejor argumento y a lo mejores efectos especiales.
Cierto que, como en el mejor cine de terror, no es bueno ni prudente que el triunfo de la causa del bien se complete con la eliminación física del monstruo para que pueda venir un año más tarde la segunda parte y tantas otras como la taquilla aguante. Supongo que a eso se debió que Bush I se abstuviera en la invasión a Iraq de 1991 de entrar en Bagdad y acabar con Sadam. Había que preservar la segunda parte.
Generar monstruos y lamentarse después de sus horrores sigue siendo la historia no contada de los Estados Unidos.
De hecho, la principal industria de ese país no es la automovilística, ni la de la llamada comida-basura o refrescos-veneno, o la cinematográfica, o la informática. Ni siquiera la industria armamentística. El mejor negocio sigue siendo esa gigantesca fábrica que tienen instalada, desde inmemoriales tiempos, dedicada a producir monstruos.
En la larga cadena de producción de la fábrica se va armando el muñeco, que pasa de un operario a otro para que se le vaya poniendo la indumentaria, así sea un turbante blanco, una larga batola, o un simple uniforme. En la parte de la cadena dedicada a las características físicas, se le van agregando al monstruo señales de viruela en el rostro, como Noriega; o unos lentes oscuros, como Ghadafi; o un copioso bigote, como Sadam; o una ensortijada barba, como Ben Laden, y siguen los monstruos su periplo por la cadena de la fábrica para que, en la sección de nombres, les inserten los propios, y a cada quien con su respectivo alias: Cara de Piña, El Carnicero de Bagdag…
Ya con el monstruo fabricado, en el último eslabón de la cadena se le coloca el clásico sello «Made in Usa», para identificar su origen, y se saca al mercado.
Junto con el monstruo, y de la misma forma que se hace con las Barbys, también se comercializan inmediatamente todos los demás adminículos característicos del monstruo: armas de destrucción masiva, misiles, drogas…
A partir de que el nuevo monstruo se introduzca en el mercado, se reactiva inmediatamente la industria armamentística, produciendo las armas que usará el monstruo y las que serán utilizadas contra él; se desarrolla la industria de la informática y la de los medios de comunicación que, paso a paso, nos irán contando los interminables capítulos de la misma guerra con distintos nombres; se incentiva también la industria de la alimentación con la hambruna que se genera, obsequiando las sobras o los productos vencidos como ayuda humanitaria entre los países en los que se interviene, con lo cual se abren nuevos mercados; y se fomenta la industria del cine produciendo cientos de héroes que en la pantalla grande pongan en ridículo a las fuerzas del mal; además de otros muchos logros colaterales.
Y todo ese desarrollo social, gracias a esa fábrica de producir monstruos que ya, a estas horas, tiene a sus equipos de producción trabajando en el diseño del próximo monstruo que sacarán al mercado. Ya se han puesto de acuerdo en el color y la raza, que nunca será blanca ni aria, y ya están evaluando la posibilidad de que también lleve turbante y proceda de algún exótico país. En la amplia lista de sus socios de hoy, encontrarán, a no dudar, su nombre y sus características. Como siempre, dispondrá del mismo sello a la hora de identificar el producto: «Made in Usa».
Cuentan, de momento, con un barbudo jordano a quien debieran buscarle un nombre más cinematográfico y recordable, y la supervivencia de la organización Al Qaeda, capaz de renovar a sus representantes desde que el guión lo requiera.