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Entrevista a Hans Küng, reconocido teólogo católico disidente

Benedicto XVI sigue un curso estrictamente reaccionario

Fuentes: Sin Permiso

Profesor Küng, el Papa Benedicto XVI ha levantado la excomunión a cuatro obispos tradicionalistas. Entre ellos se halla un notorio negacionista del genocidio cometido contra los judíos europeos. ¿Supone eso un punto de inflexión en el pontificado de Benedicto XVI? No. Constituye, antes bien, la provisional culminación de un movimiento que, según puede verse, viene […]

Profesor Küng, el Papa Benedicto XVI ha levantado la excomunión a cuatro obispos tradicionalistas. Entre ellos se halla un notorio negacionista del genocidio cometido contra los judíos europeos. ¿Supone eso un punto de inflexión en el pontificado de Benedicto XVI?

No. Constituye, antes bien, la provisional culminación de un movimiento que, según puede verse, viene de lejos: el Papa Benedicto, desgraciadamente, se embarca cada vez más en una línea reaccionaria. Que precisamente ahora, cuando se cumplen 50 años del anuncio del segundo Concilio Vaticano por parte del Papa Juan XXIII, levante la excomunión a gentes que rechazan los mejores resultados de ese Concilio, es la gota que viene a colmar el vaso.

Dice usted que el Papa «se embarca cada vez más». ¿Es que el Papa ha seguido, ya fuera a trechos, otra línea también, o era una ilusión óptica?

Puedo ilustrar eso con mi propio caso. Poco después de ser elegido en 2005, el Papa me invitó a su residencia veraniega de Castelgandolfo, en donde tuvimos una conversación de cuatro horas. Fue un encuentro muy amistoso. Y eso, tras 20 años de total negativa al diálogo por parte del Vaticano, incluido el antiguo Cardenal Ratzinger… Supuse que la invitación que se me hacía iba a ser la primera de una serie de medidas inteligentes que se disponía tomar el Papa. Pero ha decepcionado al mundo. Desde entonces, no ha mostrado el menor signo de renovación; al contrario: no ha dejado de dar pasos a redropelo de los logros del Concilio: en la revalorización de la vieja misa en latín, en la reintroducción de la rogatoria por la «conversión» de los judíos y, ahora, hasta con el levantamiento del castigo eclesiástico a los enemigos del Concilio.

¿Así que llevaban razón quienes nunca se fiaron de los nuevos modos templados de Jospeh Ratzinger?

Él ha tenido la oportunidad, como Papa, de marcar una nueva línea, distinta de la que marcó como Prefecto de la Congregación de la Fe, encargada de todos los procedimientos inquisitoriales. Pero no ha aprovechado consistentemente esa oportunidad, y ahora vuelve a mostrar su viejo rostro.

¿Qué le mueve?

Un conservadurismo hondamente arraigado que, en la atmósfera de cambio de comienzos de los años 60, llegó a superar por un tiempo. Pero ya tras tres años en la Universidad de Tubinga, en donde trabajamos juntos de manera constructiva, el shock que le produjeron las revueltas estudiantiles del 68 puso fin a cualquier veleidad reformista. Desde entonces, ha seguido un curso estrictamente reaccionario, que prosiguió como arzobispo de Munich, primero, como cardenal, luego, y ahora, como Papa. Con gran perjuicio para la Iglesia Católica.

Y con la anuencia de su predecesor, el Papa Juan Pablo II.

Fue para él que condujo todos los procedimientos contra los díscolos teólogos «de izquierda». Ninguno de ellos consiguió un trato tan exquisito como el ahora ofrecido a los tradicionalistas. Además, Raztinger contribuyó de manera substancial a la confección de los documentos doctrinales más reaccionarios de Juan Pablo II: piense usted, por ejemplo, en la posición doctrinal pretendidamente «infalible», según la cual el buen Dios no quiere mujeres sacerdotes.

Por otro lado, sin embargo, Juan Pablo II fue hombre de grandes gestos reconciliatorios: plegaria de las religiones por la paz en Asís, reconocimiento de culpa por parte de la Iglesia Católica…

Y gracias a ese sentido para los símbolos será recordado. En cambio, el Papa Benedicto corre un gran peligro de pasar a la historia como el Papa de las brusquedades: primero, negó el carácter de Iglesia a los protestantes, luego, en su desdichada conferencia de Ratisbona, marcó al Islam con la impronta de la inhumanidad, y ahora, ofende a los judíos readmitiendo en la Iglesia a un negador del Holocausto.

¿Es torpeza, o lo hace adrede?

Lo que hace, lo hace a propósito. Pero, evidentemente, está tan encapsulado en el Vaticano, tan substraído al mundo real, que no puede hacerse idea de las asoladoras consecuencias de su acción. Lo cierto es que no hay ninguna «necesidad» de que un Papa se busque la enemiga de todas las confesiones, de todas las religiones, de toda la opinión pública mundial.

Usted que lo conoce desde hace mucho tiempo: ¿tiene Benedicto alguna vena antijudía oculta?

Las cosas no son tan sencillas. Él está a favor de la reconciliación con los judíos. Pero, teológicamente, su relación con las otras religiones es confusa y espasmódica. Y eso se manifiesta particularmente en su relación con el judaísmo.

Esta observación suya a propósito del Papa, ¿vale también para la relación de éste con los tradicionalistas? Dicho de otro modo: ¿es algo más que una casualidad que uno de sus obispos niegue el Holocausto?

Desde luego que sí. El antijudaísmo tiene en la Iglesia Católica una desastrosa tradición. Y en el aparato burocrático vaticano hay toda una serie de gentes que piensan de manera parecida a esos obispos apóstatas. No quiere eso decir, claro, que discutan el asesinato de judíos, pero no tienen sentimientos amistosos hacia los judíos.

¿Qué influencia general tiene la camarilla romana en la política del Papa?

Mucha. Eso viene de que el Papa no se ha preocupado de instalar a gentes nuevas y rodearse de los mejores consejeros. Lo que le hace en alguna medida prisionero de gentes que han llegado a ser lo que son porque el Papa así lo ha permitido. Pero yo creo que eso no le pasa desapercibido en modo alguno, lo que pasa es que no maneja bien el aparato.

¿Qué nos aguarda?

Yo sospecho que el Papa Benedicto es lo bastante inteligente como para darse cuenta de la necesidad de rectificar el rumbo. Lo que no es posible es que, por mor de un pequeño zaguanete de católicos atrasados y reaccionarios, se aliene las simpatías de millones y millones de otros católicos que quieren una Iglesia abierta, volcada a la humanidad.

¿Y si lo que le mueve no es la «simpatía», sino la «verdad»?

Entonces lo que tiene es que atenerse a las resoluciones del Concilio Vaticano II, sin ir constantemente a redropelo de ellas. Un Papa que cree poder actuar contra un Concilio lo que hace es poner en peligro su propia autoridad doctrinal.

¿Qué siente usted, personalmente, cuando el Papa, «por mor de la unidad», como él mismo dice, mima al ala derecha de la Iglesia, mientras que ha vejado a las fuerzas orientadas a la reforma, y por lo pronto, a usted mismo?

Es un fraude readmitir a obispos ilegalmente consagrados, sin previo y claro reconocimiento por parte de éstos de las doctrinas de la Iglesia católica. El viejo Papa siempre había exigido eso de manera terminantemente clara. Y, sabe usted, yo estoy muy a favor de la reconciliación. Pero entonces el Papa tiene que ofrecérsela, por ejemplo, al teólogo de la liberación Jon Sobrino, de El Salvador, o al padre jesuita norteamericano Roger Haight, que están reducidos al silencio con prohibición de publicaciones y manifestaciones doctrinales.

¿Qué aconseja usted a los católicos alemanes?

Para la Iglesia alemana es extremadamente penoso que precisamente un Papa alemán se comporte de esta manera precisamente frente a los judíos. En todo el mundo se dirá: «claro, un alemán; no puede con los judíos». No es lo que él ha querido, pero esa es la impresión que, quieras que no, produce. Por eso estoy contento de que los obispos alemanes se hayan manifestado tan inequívocamente contra las indecibles estupideces del tradicionalista inglés. Pero no compete a los obispos alemanes, sino sobre todo al Papa volver a centrar finalmente un bajel, la Iglesia, que escora en deriva hacia la derecha.

Estime la probabilidad de que ocurra eso.

Por ahora, me limito a aguardar. Tal vez se deje inspirar por Barack Obama, quien en poco tiempo parece haber sacado a los EEUU de la desmoralización e iniciado una onda reformista, ofreciendo a la gente una perspectiva esperanzadora creíble. El pasado abril, el Papa consideró conveniente celebrar su 81 aniversario en compañía de George W. Bush. Sería de esperar que ahora el Papa no sólo celebre su cumpleaños con el sucesor, sino que él mismo acometa un cambio, para que se pueda, de nuevo, ser católico con alegría. Necesitamos un Papa como Obama.

Hans Küng, Sursee (Suiza) 1928, es uno de los más importantes teólogos católicos de nuestros días. Consagrado sacerdote en 1954, contribuyó a conformar la teología orientada a la reforma del Concilio Vaticano II (1962-1965) y el diálogo ecuménico. En 1966 invitó a Jospeh Ratzinger, el actual Papa, a la Universidad de Tubinga, en donde enseñaba desde 1960. La ruptura entre ambos se `produjo a consecuencia de la rebelión estudiantil del 68. La publicación de su bestseller Christ sein, así como su crítica de la «infalibilidad» del Papa le acarreó problemas con el Vaticano. Por exigencias de Roma, en 1980 la Facultad Católica de Teología le privó de la venia docendi, aun manteniéndolo como profesor.

Traducción para www.sinpermiso.info: Mínima Estrella