Nadie en sus cabales aceptaría que a los padres de un niño con evidentes señales de maltrato, abusos sexuales, desnutrido y enfermo, se les confirmara su derecho a la custodia. ¿Verdad que no? Ni siquiera en el caso de que se confesaran arrepentidos podría alguien que no fuese un canalla, permitir que ese niño siguiera […]
Nadie en sus cabales aceptaría que a los padres de un niño con evidentes señales de maltrato, abusos sexuales, desnutrido y enfermo, se les confirmara su derecho a la custodia. ¿Verdad que no? Ni siquiera en el caso de que se confesaran arrepentidos podría alguien que no fuese un canalla, permitir que ese niño siguiera en sus manos, por más progenitores que se digan.
Lamentablemente, esa general repulsa no se expresa con la misma lógica y contundencia cuando son otros los maltratos y canallas. Sólo así se explica que aceptemos que los mismos responsables de haber conducido al planeta al calamitoso estado en que se encuentra se arroguen el derecho de salvarlo; o que los mismos responsables de vaciar las arcas del estado para aliviar las penas del negocio, estén en condiciones de rescatarnos de su propio expolio; o que los mismos intereses que han convertido la vida en un mercado, que han precintado sueños y prostituido conciencias, que han desatado hambrunas y matanzas, se nos presenten, y hasta lo consideremos, como la única posible opción para volver a ser humanos.
Los grandes medios de comunicación son los que se encargan de transcribirnos la crónica del fraude. Cuando uno creía, después de tantos titulares y años agraviando honras y homologando infamias, justificando disparos preventivos o enalteciendo guerras humanitarias, que a esos grandes medios ya no les cabía más crédito, vuelven a presentarse, sin embargo, como la única fe de su mendaz relato.
El niño maltratado, abusado, desnutrido y enfermo… concluimos, bien está con sus padres.
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