¿Darías, por ejemplo, trabajo a un rumano sin pararte a pensar no en que lo necesita, sino precisamente en eso, en su nacencia, en que lo parió una madre rumana? ¿Serías un vecino amable para un gitano? ¿Y para un marroquí? ¿Un sonriente futuro suegro para el novio africano de tu hija? ¿A alguno de […]
¿Darías, por ejemplo, trabajo a un rumano sin pararte a pensar no en que lo necesita, sino precisamente en eso, en su nacencia, en que lo parió una madre rumana? ¿Serías un vecino amable para un gitano? ¿Y para un marroquí? ¿Un sonriente futuro suegro para el novio africano de tu hija? ¿A alguno de ellos alquilarías con tranquilidad ese piso que tienes vacío?
Todos tenemos nuestra muy personal agencia de vigilancia y control y blindaje de fronteras interiores. Llamémosla, por ejemplo, Frontin, por simple analogía con el Frontex. El Frontin suele funcionar de maravilla, porque su agente más activo es el miedo, ese mecanismo innato y muy bien engrasado que salta como resorte del instinto cuando el ‘otro’ (por supuesto, el ‘otro’ paria, meteco, miserable, el pobre pobre) ronda los territorios de felicidad que hemos ido marcando con señales personales o heredadas. (Diálogo escrito por ‘El Roto’:
-Me dan mucha pena los inmigrantes. -A mí, cuando no me dan miedo, también).
Sin embargo, los otros, los advenedizos, «aunque solos, tienen pasado / y también amor, y queda todavía / una brizna de algo, una luz lejanísima / entre niebla, que les quema los ojos / y les hace saber que tienen vida».
Así lo escribe Luis Fernández Roces en un espléndido poema del libro ‘Viejos minerales’, que acaba de publicar. El poema se titula «En un barco antiguo» y vale tanto para las pateras como para los más actuales cayucos. En el barco del poema sólo arriban a las costas los más fuertes, pero siguen siendo «buscadores de tierra que extravían / los días, el destino, la esperanza».
Como a la mar es difícil ponerle los megamuros de Sharon o Bush («pero que sepas que, opá, yoviazé un corrá») en Bruselas nos han ofrecido ayuda ocho países que enseguida enviarán expertos en blindajes de territorios, patrullas de control, aviones de reconocimiento por las aguas de Canarias, Marruecos, Mauritania, Senegal y Cabo Verde. El Frontex, pues, funcionará sin duda. Y, mientras, la vieja vaca Europa («ay que vaca tan salada, tolón, tolón») seguirá engordando las rentas per cápita. Así que no cunda el pánico en el Frontin. El tuyo -el físico- puedes reforzarlo con perros, escopetas, alarmas…; el blindaje cultural es más difícil. Pero, tranquilo, que los inmigrantes serán sólo los precisos para limpiarle las cazcarrias a la vaca y recoger sus orondas boñigas. Y, además, nos dice el poeta Fernández Roces: «Ha germinado en ellos / la triste sumisión de quien se entrega / y entrega la inocencia».