Mientras se morían y se nos mueren los imprescindibles
y sólo quedan los carroñeros,
uno se pregunta:
¿quién tiene el poder para hacernos creer que semejante escoria es lo único que hay?
El conflicto del MAS nunca fue un conflicto sólo interno. Es lo que arrastra el “movimientismo” como cultura política; y el MAS, siendo heredero de ella, nunca supo resolver esta aporía que retrata a la izquierda nacional[1]. Nacido como una expresión popular, pero inclinándose siempre a la reposición del Estado que se proponía trasformar, hace inevitable su distanciamiento del horizonte popular que le dio origen; entonces, cuando ya no hay modo de disimular aquello y su derechización se hace evidente, sucede inevitablemente su descomposición y la fractura. Cuando el poder se convierte en la fe sustitutiva, entonces todo se reduce al puro cálculo político (ambos bandos ceden la poca fe que les queda a quienes acumulan poder, que es lo único que sirve en esa apuesta, pero así confirman su propia traición, reafirmando los credos y los dogmas de la política que, una vez, creyeron poder transformar).
De ese modo la izquierda testimonia, ante sí misma, una fatalidad que arrastra como una maldición histórica. Por ello asistimos a un ensañamiento hasta personalizado, que se expone de los modos más groseros y demuestra el maniqueísmo inmaduro de una apuesta política que manifiesta ya no tener puntos renovados de acercamiento con el horizonte político indígena-popular que le dio origen. Es decir, la improbabilidad de su permanencia como referencia política (más allá de su voto duro), despierta una lógica que, por pura sobrevivencia, opta por lo único que le queda: la amenaza del suicidio colectivo.
Todos los enfrascados en esta trifulca pierden de vista que los actores políticos no valen por sí mismos sino por los proyectos que representan. La exacerbación de los personalismos, sólo expresan apuestas corporativistas que, casi siempre, amparan sus propósitos en algún poder carismático. En ese sentido, ambos bandos son el continuismo de la subsunción del proyecto popular por una disputa de élites que necesitan del Estado tradicional, o sea, el liberal-oligárquico-colonial, para hacerse poder político continuo.
Cabe recordar que, los ahora en disputa, nunca cuestionaron el golpe suave que se produjo en las mesas de concertación del 2009, con la complicidad del gobierno del MAS, cuando el orden instituido (el Estado liberal-colonial que debía subordinarse, por lógica constitucional, al nuevo poder constituyente) neutralizó el carácter revolucionario del nuevo Estado plurinacional y, de ese modo, modeló a éste, a imagen y semejanza del Estado-nación oligárquico liberal.
El conflicto presente no retrata ni siquiera una polémica de legitimación del liderazgo (que la miopía del Evo cree), sino del enseñoramiento político. Por eso ningún bando, ni “evistas” ni “arcistas”, asumen algo distinto del otro, ninguno se propone nada nuevo, sólo cumplir obedientemente las reglas liberales del Estado señorial. Quienes antes creían tener la potestad de la inclusión, ahora son los “incluidos” en el orden colonial que van reponiendo en todos los sentidos. Por eso, por un lado, en su inercia política, el gobierno se somete a la tecnocracia de las decisiones estatales que ya no perfilan ningún horizonte estratégico y, el otro bando, cree que el boicot y el desgaste que está desatando, puede catapultar mesiánicamente a su líder y recobrar el poder añorado.
Ambos bandos renuncian a la esencia de lo político, ya que su trifulca manifiesta un puro cálculo de intereses, donde el verdadero ausente es el pueblo como poder constituyente, es decir, como sujeto histórico-político. Sin esta referencia trascendental, la política se reduce a la mera disputa del poder por el poder. Entonces, cuando sólo hay lucha de élites empoderadas, sólo aparece un nuevo ciclo estatal, del mismo Estado que se quería superar. El conflicto entonces se resume, ahora, a la disputa inconsciente de quién termina de disolver el Estado plurinacional remanente. ¿Qué nueva élite empoderada, asumirá la conducción de esta conclusión?
Antes del golpe del 2019 y, posteriormente, en el desgaste apresurado de la actual administración gubernamental, ya fuimos advirtiendo los riesgos de una inercia estatal que delataba no sólo su agotamiento sino la pérdida, en ambos bandos, de toda perspectiva estratégica[2]. Esto es lo que inevitablemente va conduciendo ya no sólo a la propia implosión del MAS sino, lo que es peor, a la fractura del bloque popular. El maniqueísmo actual, exacerbado por ciertos portavoces que expresan comedidamente la receta del “divide y vencerás”, sólo allana el camino fatídico de la autoinmolación política. Pero esta autoinmolación del MAS, como algo premeditado, sigue sospechosamente un guion que opera la escenografía del Estado fallido, con la consecuente intervención imperial. En ese sentido, no se trataría de quién es más revolucionario sino de quién se atribuye la conclusión definitiva de algo que ya se había perdido, incluso antes del golpe de 2019.
Hay que decirlo, fue el propio aparato gubernamental masista que, en 14 años, socavó las bases de legitimación de las organizaciones populares. Lo que los “evistas” critican al gobierno es lo que ellos mismos hicieron, prebendalizando a las organizaciones matrices del campo popular. Ahí se puede entender una suerte de penetración imperial consentida que hizo muy bien su tarea, corrompiendo los niveles decisivos de las organizaciones populares, para hacer lo que la derecha autóctona no sabe ni puede: descomponer al pueblo para desmantelar su propio proyecto político.
Antes de la intentona golpista de este año, propusimos, tanto a “arcistas” como “evistas”, un necesario y urgente abordaje de las consecuencias geopolíticas que está arrastrando la crisis del MAS. Pero todos andan más interesados en sus agendas que en nuestro propio país. Ahora bien, si la nueva movilización “evista”, anunciada con una marcha hacia La Paz (que podría devenir en un paro de varios sectores estratégicos, además del bloqueo de caminos y, obviamente, el enfrentamiento con dirigencias y bases paralelas de las organizaciones matrices), entorpece y complica las posibilidades de ingreso de Bolivia al BRICS+ en octubre, entonces se sabrá qué guion se está desplegando.
Añadiendo a este escenario, la activación, desde el Perú, del relato del desastre social y económico de Bolivia, que produciría un éxodo masivo de bolivianos al país vecino, provocando inevitablemente conflictos fronterizos. Todo ello constituye la elaboración de un plan mayor, al cual se presta sospechosamente el “evismo”.
La improvisada gestión gubernamental apenas puede leer y discernir los escenarios y hasta sus propias apuestas; por ejemplo, en torno a la crisis económica que se viene inflamando (también por el acoso constante del “evismo”), sin tener el gobierno respuestas de carácter estructural y estratégico, no es más que la constatación de que el “modelo económico social-comunitario-productivo” distaba mucho de ser un auténtico modelo, además demasiado dependiente de una coyuntura económica, sobre todo regional, favorable. La confianza no es una buena táctica.
Eso sólo demuestra que el gobierno actual sólo se dedicó a dar una continuidad automática a lo que se había hecho anteriormente. Cuando las decisiones estatales, que debieran ser siempre políticas y geopolíticas (sobre todo cuando asistimos al fin de la globalización, del orden unipolar y la expansión de las potencias emergentes reunidas en el BRICS+), no son enfrentadas y sólo se confía en la administración burocrática de la inercia estatal, se subsume lo político del Estado en favor de un poder burocrático jurídico-administrativo que responde “técnicamente” a la ideología oligárquico-liberal hecha credo estatal.
Por eso, la desidia de desmerecer el abordaje geopolítico de esta crisis (porque nos estamos jugando la permanencia del Estado plurinacional en el nuevo tablero geopolítico), será de completa responsabilidad de los implicados en una trifulca que, para deleite del morbo mediático, provocarán un asalto estatal, incluso “democráticamente”, mucho más contundente que el golpe de 2019.
En tal caso, el Estado boliviano habrá renunciado a ser el nuevo corazón geopolítico del arco sudamericano, dejando sola a una Venezuela amenazada hasta por la izquierda progre y woke de la región.
Una digresión: El 7 de marzo del presente año, se presentó en la vicepresidencia, el “Informe del Vivir Bien”. Se trataba de un acontecimiento inédito en nuestro país, porque es la primera vez que se presenta lo que constituye un “Informe a la Nación” de lo que pretendidamente se propone como una nueva doctrina estatal, que es aquello que se constituye después en una política de Estado. Es la primera vez que sucede un Informe de esa naturaleza en toda la historia política de Bolivia. El “Informe del Vivir Bien” lo presentó el vicepresidente David Choquehuanca. Pero nos resultó llamativa la ausencia de la máxima autoridad del Estado, los ministros de gobierno y del cuerpo legislativo. Más aun teniendo en cuenta que el autodenominado “gobierno del cambio”, en su segunda versión, se presenta como la expresión gubernamental del Estado plurinacional, cuyo horizonte político de referencia es precisamente el “vivir bien”.
Eso muestra, entre otras cosas, la miopía coyunturalista de reducir toda la atención política a las disputas circunstanciales que, en última instancia, acaban definiendo la concentración de poder; pero precisamente, si de poder se trata, la generación del poder popular y el esclarecimiento de su horizonte político, es lo decisivo, tanto en el sostén de legitimidad como en la amplificación de hegemonía. Pero en la trifulca actual, ambos componentes de lo político, se lo pretende concebir sólo desde el cálculo de intereses, es decir, desde la idiosincrasia demagógica de la política usual. Así podemos describir una pérdida de horizonte que ya era recurrente en la gestión de los 14 años del anterior “gobierno del cambio”.
Su versión actual muestra que, no sólo no comprendieron las razones y el modo cómo se produjo y tuvo éxito el golpe de Estado de 2019, sino que pareciera que el abandono de las banderas iniciales y legítimas del “proceso de cambio”, se van reduciendo a una mera administración de las apuestas que ya se habían generado en la gestión pasada, cuando se fueron abandonando paulatinamente el “vivir bien”, la “descolonización” y lo “plurinacional”.
Es decir, estamos presenciando, con el respaldo de los propios sectores protagonistas del cambio, el abandono del horizonte que el sujeto plurinacional había originado como revolución democrático-cultural. Por eso también se va advirtiendo que, en la contienda entre Evo y Arce, aparece un tercero excluido que, curiosamente, es la única voz que insiste todavía, solitaria e infructuosamente, en las banderas originales del cambio. Ello nos lleva a considerar que es el indio y aquello en lo que cree el indio, lo realmente excluido en esta disputa. Ya lo decía la juventud “linerista” antes del golpe de 2019, aupada en el poder político y legislativo: “el sujeto del cambio ahora lo constituye la clase media”. Pues esa clase media, a la que quería empoderarse, fue la misma que se movilizó a favor y aplaudió el golpe de Estado.
Todas las críticas que puedan hacerse ambos bandos (porque degeneraron en eso) del MAS, son en parte ciertas, hasta las exageradas por la belicosidad creciente, pero de nada sirven cuando ninguno de los polos de la confrontación manifiesta prudencia política, cuando lo que está en juego no es su jefatura sino la propia viabilidad del Estado plurinacional. Eso sucede cuando se pierde el horizonte político y todo se reduce a la mantención del poder a toda costa. Ambos juegan, sin saberlo o sin ya importarles, no sólo a su mutua anulación política sino a la mutilación del horizonte indígena-popular.
Mientras el gobierno se pierde otra vez, en el obrismo ocasional, como en la anterior gestión, pecando de ingenuidad política, creyendo que las obras generan, por sí mismas, consciencia revolucionaria o fidelidad ideológica, no se da cuenta que cae en la ilusión progresista. El gobierno anterior, fiel al credo socialista de cumplir las tareas pendientes de la burguesía, no reparó que eso puede significar la reposición de las condiciones subjetivas para restituir el sistema de creencias del capitalismo. Nunca aprendieron que, sin revolución cultural, el ascenso social sólo produce el aburguesamiento del pueblo. En eso fracasa también el gobierno actual: la sola objetividad, las obras (sobre todo las que promueven los mitos del desarrollo y el progreso), no producen el óptimo social de cambio, o sea, consciencia revolucionaria.
En ese sentido, si por lo menos los ministerios productivos y los encargados del financiamiento, se dieran cuenta del necesario factor descolonial en la lectura geopolítica del contexto actual –regional y global–, ello les brindaría una lucidez actualizada de las posibilidades nacionales y regionales que abre la inevitable transición civilizatoria. De ese modo podríamos proponernos, en vez de la consigna de “industrialización con sustitución de importaciones” (que además respondía y enfrentaba a un diseño geopolítico que ha entrado en colapso), por el más sugerente de “industrialización con sustitución de paradigmas” (pues hasta China se plantea, en las siguientes décadas, la transición a un paradigma post-capitalista y la Federación Rusa señala un nuevo orden post-occidental).
Pero lo que impulsa el gobierno es, otra vez, el paradigma desarrollista que ya no es posible en la nueva realidad y las nuevas y más complejas condiciones y escenarios que están replanteando todo lo referente a patrones y bases energéticas, procesos de industrialización sostenibles en medio del paradigma postindustrial atravesado por la IA, nuevos modos y procesos de integración en correspondencia con los nuevos corredores geoestratégicos y la cadena de suministros globales, etc. Nuevos modelos explicativos y cambio de paradigmas se hacen urgentes, pero esto sólo puede provenir de un nuevo horizonte político que proyecta un pueblo hecho poder popular; y que el Estado debe promover.
Pero, como en la gestión anterior, el pueblo es de nuevo recluido a mero obediente o llamado a acompañar, de modo instrumentalizado, las apuestas que se realizan en esferas divorciadas del campo popular. Y esto sucede en ambos bandos. Porque en ambos se nota que la idiosincrasia es la misma. Todos luchan sólo por su sobrevivencia política.
En este contexto es que la propia figura del Evo ya es anacrónica. Y quienes le rodean y miman sus aspiraciones son precisamente quienes no supieron leer lo que se les venía encima y lo que eso significaba para el pueblo. Ahora irresponsablemente están haciendo los mejores tramites para que la derecha se rearticule y haga del chenko (el embrollo) producido, el caldo de cultivo de la defenestración del proyecto plurinacional, que era los más genuino que se podía proponer como superación del concepto Estado-nación.
La figura del Evo está tan desgastada que, la apuesta del conflicto continuo a un gobierno que, hay que decirlo, él mismo organizó, a su conveniencia (desde Buenos Aires), sólo genera la erosión creciente de sus posibilidades políticas. Su sola presencia electoral servirá únicamente para que la derecha se una en bloque. En tal caso, aun cuando hipotéticamente triunfara, será por un margen tan exiguo que le obligará a pactar y así repetir el oprobioso fin de aquellos que “cruzaron ríos de sangre”.
Si la maldición de la derecha es que no actúa ni siquiera para sí misma, ahora parece que la dirigencia del cambio ha asumido esa misma suerte. Los movilizados en el golpe del 2019, los ingenuos “pititas”, en sus marchas y paros, sirvieron el poder en bandeja de plata, a una insurrección oligárquica apadrinada por los intereses imperiales. Ahora los movilizados son procedentes del “evismo”, que no aprendieron nada del golpe. Pues en la preocupante disputa geopolítica que estamos enfrentando regionalmente, atizar una crisis desde adentro sólo le hace el favor a la injerencia gringa que, después de fracasar, otra vez, en Venezuela, puede acelerar el escenario (con la complicidad de los países vecinos) del Estado fallido.
La finalidad siempre ha sido la misma y es lo que pretendieron con el golpe hibrido-geopolítico de 2019: anular al sujeto para, de ese modo, anular el proyecto. Por eso sus agencias de inteligencia trabajan para penetrar incluso el campo popular y, desde adentro, minar toda posibilidad del sujeto hecho horizonte político. Pero hoy asistimos a una paradoja mucho más trágica, que anunciamos el 2018[3]: para terminar por destruir una recomposición del campo popular, la entronización del indio sólo serviría para concluir en esta advertencia: “con un indio quisieron soñar en cambiar todo, con el mismo indio les enseñaremos que nada se puede cambiar”.
[1] Ver nuestro artículo: https://www.nodal.am/2023/03/bolivia-crisis-en-el-mas-cisma-o-reencauce-por-rafael-bautista-s/
[2] Ver nuestros libros: El Ángel de la Historia. Volumen I. Genealogía, ejecución y derrota del golpe de Estado. 2018-2020, yo soy si Tú eres ediciones, La Paz, 2021. El Ángel de la Historia. Volumen II. La disputa del arco sudamericano y la geopolítica del reseteo global. 2020-2024, yo soy si Tú eres ediciones, La Paz, 2024.
[3] Ver nuestro artículo: https://rebelion.org/como-se-produce-una-revolucion-de-colores/
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