En una Brasilia militarizada, el ultraderechista Jair Bolsonaro tomó posesión oficialmente como el 38º presidente de la República Federal de Brasil, el quinto elegido de manera directa desde el regreso de la democracia, con un discurso homófobo y machista, donde habló de «rescatar al país de las amarras ideológicas» y de «combatir la ideología de […]
Sin la presencia de la bancada del Partido de los Trabajadores, la principal del Congreso, Bolsonaro juró como presidente prometiendo combatir la «ideología» en las universidades, defendiendo la portación de armas y agradeciendo a Dios por haber sobrevivido al supuesto ataque sufrido durante la campaña. Ni una palabra sobre la integración regional, sólo el anuncio de la destrucción de todo lo hecho por los gobiernos progresistas de Lula da Silva y Dilma Rousseff.
«Vamos a unir al pueblo, a darle valor a las familias, a respetar las religiones y las tradiciones judeo-cristianas», aseguró en un discurso de escasos diez minutos el nuevo presidente, que se comprometió también a promover los «valores» más conservadores de la sociedad. Según él, este 1 de enero será recordado como «el día en que el pueblo comenzó a liberarse del socialismo, de la inversión de valores, del gigantismo estatal y de lo políticamente correcto».
Igualmente, prometió que durante su mandato atenderá a los brasileños que «desean conquistar por mérito buenos empleos y sustentar sus familias» y que «exigen» salud, infraestructuras y «respeto de los derechos fundamentales». «Orden y progreso (…), ninguna sociedad se desarrolla sin respetar esos preceptos», expreso Bolsonaro en alusión al lema inscrito en la bandera de Brasil.
Sus primeras palabras como nuevo presidente se las dedicó a los médicos que le salvaron la vida tras el presunto ataque sufrido en Juiz de Fora (Minas Gerais) durante la campaña electoral, tratando de contrarrestar todas las dudas surgidas a raíz de aquel suceso que ayudó a cambiar el ritmo de la contienda. Fue la excusa para no participar en ningún debate televisivo junto al resto de candidatos.
En su primera intervención prometió escapar de la sumisión ideológica, combatir la ideología de género, realizar reformas estructurales para mejorar el estado de las cuentas públicas, y, sobre todo, prometió reconstruir Brasil. «Brasil por encima de todo y Dios por encima de todos», fueron las palabras finales de su discurso.
Para esta labor de «reconstrucción» echará mano del Ejército. No había tantos militares en la cúpula del poder desde la caída de la dictadura militar, en 1985. Además de su vicepresidente, el General Hamilton Mourão, otros siete militares (un tercio del gabinete) forman parte de la lista de 22 elegidos para el Consejo de Ministros.
El general Augusto Heleno será el ministro de Seguridad institucional y no de Defensa, el almirante Bento Costa será el ministro de Minas y Energía, el general Fernando Azevedo e Silva el ministerio de Defensa, el teniente coronel Marcos Pontes el de Ciencia y tecnología, el capitán Tarcísio Gomes de Freitas en Infraestructura, el capitán Wagner Rosario en la Contraloría General, y el general Santos Cruz en la secretaría de gobernación de la Presidencia de la República.
El núcleo duro del gobierno Bolsonaro lo completan Paulo Guedes -ministro de Economía, hacienda, planificación, industria y comercio-, el exjuez federal que condenó al expresidente Lula da Silva, Sérgio Moro -ministro de Justicia y de Seguridad pública- y Onyx Lorenzoni es el ministro de la Casa Civil (uno de los pocos casos de políticos brasileños que confesó su corrupción: reconoció haber recibido y usado donaciones ilegales, sin declarar, para financiar campañas electorales).
Paulo Guedes ya anunció que comenzará un plan de privatizaciones (Petrobras, Embraer, la Amazonia), un proyecto entreguista, antinacional y antipopular, a través de la recién creada Secretaría de privatización y desinversión.
Una vez dentro del Congreso Nacional, Evo Morales, aguantaba impasible y perplejo la escena de decenas de diputados abalanzándose a gritos sobre la primera fila para conseguir el mejor recuerdo audiovisual (selfie) del líder de la extrema derecha, lanzándole con la mano el gesto marca de la casa, emulando una pistola, que Bolsonaro devolvía orgulloso.
Boicotearon la investidura los diputados del Partido de los Trabajadores y del PSOL (Partido Socialismo e Liberdade). Un comunicado oficial del PT, señaló que si bien aceptaban los resultados, eso no impide que en un acto de resistencia denuncien que el proceso ha estado descaracterizado «por el golpe del impeachment (juicio político a la expresidenta Dilma Roussef ), por la prohibición ilegal de la candidatura del expresidente Lula y por la manipulación criminal de las redes sociales para difundir mentiras contra el candidato Fernando Haddad».
El último mensaje de Bolsonario estuvo reservado precisamente al PT. «La irresponsabilidad nos ha conducido a la mayor crisis ética, moral y económica de nuestra historia (…) Hoy comenzamos un trabajo arduo para que Brasil comience un nuevo capítulo de esta historia, un capítulo en el que Brasil será visto como un país fuerte, pujante, confiante y osado».
Para el docente universitario Gilberto Maringoni, el de Bolsonaro fue un discurso tosco, lleno de frases hechas como «ideología de género», «escuelas que preparen para el mercado de trabajo y no para la militancia política», «política exterior sin sesgo ideológico», «el ciudadano de bien merece disponer de medios para defenderse».
Sin propuestas reales, con frases-a,emnaza, como si se tratara de tuit de asunción a la presidencia. «La derecha brasileña – e incluso la extrema derecha, con Plinio Salgado, Miguel Real y otros – ya ha producido cuadros menos vergonzosos», señaló.
Nuestra bandera jamás será roja
Los seguidores de Bolsonaro que esperaban a las afueras del Palacio de Planalto también tuvieron la oportunidad de escucharle en vivo y en directo. Ellos gritaban «el capitán ha llegado», y le llamaban «mito», y el presidente les arengaba con su particular estilo.
Garantizó que luchará contra «las Ideologías que destruyen nuestros valores y tradiciones», y que su gobierno va a «restablecer patrones éticos y morales que transformarán nuestro Brasil». La habitual agresividad de sus palabras, que tanto apoyo le ha labrado, salió a relucir en la despedida. «Esta es nuestra bandera», concluyó sujetando y señalando la verde y amarilla, «que jamás será roja».
Desde Curitiba, donde está preso, Luiz Inácio Lula da Silva prometió que «2019 será un año de mucha resistencia para impedir que nuestro pueblo sea más castigado de lo que ya fue», mientras cientos de militantes se reunieron a metros de la Superintendencia de la Policía Federal curitibana para desearle feliz año nuevo al exmandatario y cantar el himno de los partisanos Bella Ciao.
La mayor capacidad de resistencia contra las políticas que pueda llegar a implementar Bolsonaro, reside fundamentalmente en los gobernadores de izquierda (un tercio del total), que pueden colocar trabas y dictar leyes propias en sus territorios. Estos estados, con la región nordeste por bandera, son Amapá, Bahía, Ceará, Espírito Santo, Paraíba, Pernambuco, Piauí, Rio Grande do Norte y Maranhão, donde ha sido reelegido el primer y único gobernador comunista de la historia de Brasil: Flávio Dino.
Dino, que no esquiva la autocrítica y los errores del progresismo en el gobierno, se está encargando de organizar la resistencia contra las políticas de extrema derecha que están comenzando a desplegarse por el país.
Gatillo fácil y alineamiento
El flamante mandatario pidió ante los parlamentarios y las autoridades la aprobación de una legislación que garantice la impunidad de los policías acusados de matar a sospechosos y aseguró que inaugurará una nueva era diplomática sin «sesgo ideológico».
Por ejemplo, el nuevo gobernador del estado de Río de Janeiro, Wilson Witzel sigue al pie de la letra la línea dura marcada por el ultraderechista y utiliza terminología bélica como «abatir» -reservada para el campo de batalla o el sacrificio de animales en mataderos- y «eliminación de objetivos» para referirse al asesinato de delincuentes por parte de la Policía Militar.
El nuevo signo de esa política externa puede constatarse en algunos de los convidados a la ceremonia como el secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y su colega húngaro, el neofascista Viktor Orbán. Faltó Andrés Manuel López Obrador, el presidente de la segunda potencia regional, pero estuvo el mandatario boliviano Evo Morales. Mauricio Macri no estuvo: ¿desentendimientos?
También estuvieron presente los presidentes de Chile, Sebastián Piñera; Honduras, Juan Orlando Hernández; Paraguay, Mario Abdo Benítez; Perú, Martín Vizcarra; y Uruguay, Tabaré Vázquez, y los primeros.ministros deHungría, Viktor Orbán; y Marruecos, Saadedine Othmani, así como los presidentes de Portugal, Marcelo Rebelo de Souza, y Cabo Verde, Jorge Carlos Fonseca, entre otras autoridades.
En Brasilia este domingo se registraron momentos de histeria bolsonarista y hostilidad contra la prensa. En la plaza ubicada frente al Palacio del Planalto, bajo una lluvia persistente, los seguidores de Bolsonaro gritaron, y algunos lloraron, al decir «mito, mito». Uno de los cánticos repetidos entre los bolsonaristas fue «La bandera brasileña nunca será roja». Otro de los personajes venerados fue el fallecido coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el torturador más emblemático de la dictadura.
La jornada no estuvo libre de amenazas contra los periodistas que también fueron objeto de presiones por parte de las nuevas autoridades bajo el pretexto de aplicar medidas de seguridad nunca vistas.La presidenta de la Federación Nacional de Periodistas, Maria José Braga señaló que «Bolsonaro ya comenzó a acosar a la prensa, él tiene un especial recelo contra los periodistas».
El mandatario estadounidense Donald Trump celebró este martes el cambio de mando presidencial en Brasil. «Felicitaciones al presidente Jair Bolsonaro, quien acaba de ofrecer un gran discurso inaugural. ¡Estados Unidos está contigo!», escribió en su cuenta de Twitter. La respuesta de brasileño tardó exactamente trece minutos, a través de Twitter y en inglés: «Estimado señor presidente, realmente aprecio sus palabras de aliento. ¡Juntos, bajo la protección de Dios, traeremos prosperidad y progreso a nuestro pueblo!», señaló Bolsonaro, desde el Congreso.
Corrupción y un documental
Bolsonaro asume con dos molestas piedras en el zapato: una, la investigación a la que están siendo sometidas las cuentas bancarias de Fabrício José Carlos de Queiroz, exchófer de su hijo, el senador Flávio Bolsonaro, con llamativos movimientos de grandes cantidades -más de un millón de reales-, incluyendo trasferencias a la primera dama, Michelle Bolsonaro.
El segundo estorbo es el documental de 57 minutos del que todo el mundo habla en Brasil, que analiza una por una todas las sospechas que desde el primer momento surgieron sobre el ataque sufrido a comienzos de septiembre, en plena campaña electoral, a manos de Adélio Bispo de Oliveira, hoy en prisión.
El documental presenta pruebas audiovisuales que ponen en duda la actuación de los miembros de seguridad de Bolsonaro en el momento de la agresión -bastante complaciente-, las proporciones de la supuesta herida -incompatibles con los problemas de salud que luego ha tenido el presidente electo- e incluso las verdaderas razones por las que Bolsonaro estaría siendo sometido a intervenciones quirúrgicas – teniendo en cuenta que a finales de enero deberá someterse a una nueva operación-.
Educación en peligro
Pocos conceptos ha tenido más claros Bolsonaro que el de, en su opinión, «los adoctrinadores» del sistema educativo brasileño. Esos que «explican básicamente que el capitalismo es el infierno y el socialismo es el paraíso». El mensaje ha calado fácil entre su electorado, que le respalda en sus apuestas para que la «educación sexual sea cosa de papá y mamá» o para que en las aulas «no haya ninguna ideología; el profesor no puede abusar de aquella audiencia cautiva para imponer su ideología».
El nuevo ministro de Educación el colombo-brasileño Vélez Rodríguez, avalado por el colsonarismo y la bancada evangélica- no tiene reparos en defender al régimen militar que gobernó Brasil entre 1964 y 1985 y destaca que la intervención «evitó que los comunistas tomasen el poder, instaurando la dictadura del proletariado, con el baño de sangre que eso provocaría en un país de dimensiones continentales como Brasil. La opinión pública sabe que la extrema izquierda buscaba eso».
Escuela sin partido es un llamamiento generalizado para que los estudiantes graben en vídeo y denuncien a profesores que incluyan en sus explicaciones valores fuera de lo establecido por este nuevo orden impuesto. «Vamos a grabar lo que sucede en el aula y vamos a divulgarlo», animaba Bolsonaro en un vídeo dirigido a los alumnos de todo el país. «Vuestros padres, los adultos, los hombres de bien de Brasil, tienen el derecho de saber lo que estos profesores, entre comillas, hacen con vosotros en el aula
El programa de «Escuela sin partido», convertido en propuesta de ley, será votado en el Congreso brasileña en las próximas semanas. En el Tribunal Supremo, además, será juzgada la posible inconstitucionalidad de la ley inspirada en este movimiento que ha sido aprobada en el estado de Alagoas. Para la Campaña Latinoamericana por el Derecho a la Educación (CLADE), el proyecto incentiva la censura a los docentes
Si a Jair Bolsonaro le irritan los «libros con fotos del Che Guevara como un gran líder», a Vélez Rodríguez, le ofende que «las universidades brasileñas, en especial las públicas, controladas a partir de la apertura democrática por la izquierda rabiosa, hayan acabado haciendo de la memoria de 1964 [el año del golpe de estado] un acto indiscriminado de repudio a los militares y a las directrices trazadas por ellos».
Juraima Almeida es investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).