“La boca habla de lo que tiene el corazón”, reza un proverbio, y Jair Bolsonaro lo practica muy bien. Por algo ciertos mass media se esforzaron en llamarlo el “Donald Trump” brasileño durante su campaña presidencial, y celebraron y superficializaron su jerga violenta, misógina y grosera, creyendo que su discurso era una treta. Esa banalización sigue su curso falaz.
Después de varios desmanes, a los que una parte del poder militar le ha puesto un coto disimulado, ahora sí, la Asociación de Jueces para la Democracia se da cuenta de las incapacidades de Bolsonaro como jefe de Estado, pero solo “ante la pandemia”. Otro gesto superficial, ante un Brasil que ya no aguanta más tropelías y enciende las alarmas, hastiada de su clase dirigente.
Esta tiranía ‘bolsonaresca’ no es nueva. Con aquella frase de “ella no merece [ser violada] porque es muy mala, muy fea”, que escupió sobre la diputada petista Maria do Rosário, el mandamás brasileño exteriorizó el carácter machista, discriminatorio y violento que es capaz de imprimirle a sus actuaciones políticas, en un país donde los feminicidios y abusos contra las mujeres enlutan y entristecen a las familias con frecuencia.
Con estas señas de entrada, los brasileños no podían esperar de su mandatario gestos de consideración y las consecuencias de sus actuaciones las sufren la población brasileña, el planeta y la humanidad. Brasil retrocedió en materia de derechos humanos (DD HH), con el solo verbo alevoso de Bolsonaro.
La población brasileña consciente -ante la que el mandatario, jactancioso, desestima el coronavirus y amenaza con la retoma violenta de los poderes estatales- ha de estar deseando espetarle aquella frase con la misma sordidez que él lo hizo contra la legisladora.
Y es que, a menos que alguien tenga una vacuna escondida y el resto de la humanidad no lo sepa, ningún ser humano, (incluido el mandatario brasileño) debería sentirse exento de riesgo y tan envalentonado como para convocar a una concentración política desafiando el contagio por COVID 19, en un intento desesperado por frenar el desencanto en los altos mandos militares y complacer a grupúsculos disociados.
Al politizar la pandemia y exponer a la población a infectarse, Bolsonaro violentó abiertamente el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (art. 12) ratificado por Brasil en 1992, y que reconoce el derecho de toda persona “al disfrute del máximo nivel alcanzable de salud física y mental”. Y que según el comentario general Nº 14 (2000) acerca de este derecho, “la prevención, tratamiento y control de las enfermedades epidémicas, endémicas, laborales y de otra índole requieren el establecimiento de programas de prevención (…)”.
Ante este panorama, no sería de extrañar que el coronavirus también cause estragos en el “gigante suramericano”, cuyos pobladores viven al sigilo de una pandemia que ha mostrado enorme poder mortal y ha desnudado los peores sentimientos en cabeza de gobernantes como el brasileño. Pero seguramente eso también será banalizado.
No sería la única vulneración a los DD HH del mandatario brasileño, señalado de aupar un etnocidio y la destrucción estratégica de la Amazonia a cambio de presuntos provechos que no le devolverán el oxígeno al planeta, ni reconstituirán la cadena ecológica en este pulmón de la humanidad. Pero claro, algunos medios dirán que es mentira y que el libro de cabecera del jerarca brasileño es la encíclica del Papa Francisco, Laudato Sí.
Esta tercera generación de DD HH que refrenda la garantía en el planeta de gozar de la naturaleza como patrimonio común de la humanidad, seguro es irrelevante para el jefe de Estado brasileño, que por ahora está más pendiente del golpismo que de insultar a mujeres como Brigitte Macron.
A esta hora, la mesa de las advertencias- por boca de Bolsonaro- ya está servida…y parecen los tráileres de una película de terror que bien podría llamarse “Calígula”. Desgraciadamente, parece que las peores escenas de Bolsonaro aún estar por verse en esta Latinoamérica de “realismo mágico”, donde los desmanes se han trivializado.
Ramaris Vásquez es periodista venezolana y realizó estudios de Especialización en DDHH en la Universidad Nacional Abierta (Venezuela).