En este artículo la autora analiza la visita de Bolsonaro a Rusia, a pesar del enfado estadounidense, como un modo de reactivar su propia figura en Brasil, en horas muy bajas.
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, visitó Rusia, en un viaje que enfureció a Washington en plena crisis entre Moscú y los países occidentales por Ucrania, pero que en realidad responde a sus preocupaciones de política interna en su intento de validar su candidatura a la reelección, carrera en la que está más de 20 puntos por debajo del ex mandatario Lula da Silva.
Lo cierto es que Bolsonaro logró -tras su reunión con su par ruso, Vladimir Putin-, intercambio de tecnologías militares, compra de armamento, abastecimiento asegurado de fertilizantes para la agricultura, voluntad para incrementar el comercio bilateral, cooperación en el ámbito del petróleo y el gas, foto en el Kremlin en abierto desafío a Estados Unidos y, lo más importante, el reconocimiento ruso de que Brasil merece el papel de líder de América Latina.
Con miedo a no ser reelegido y que, además, pueda ser derrotado por Lula da Silva, Bolsonaro estaba físicamente en Moscú, pero con su mente puesta en los próximos comicios, en los que intentará vender que la vuelta al poder de Lula haría retroceder a los tiempos de destrucción de los valores tradicionales, tras visitar Rusia viajó a Hungría para reunirse con Viktor Orbán, el fascista primer ministro húngaro con quien el brasileño dijo estar de acuerdo «en todos los aspectos».
Bolsonaro llegó a Moscú pese a las insistentes recomendaciones de Washington de no hacerlo en estos momentos en que el mundo “se encuentra al borde de una guerra”, pero su gira no fue auspiciada por el gobierno de Joe Biden sino por Steve Bannon, el negacionista banquero, estratega y gerente de campaña de Donald Trump y promotor de la ultraderecha de Europa del Este, señalan analistas europeos.
El ex canciller Celso Amorim dijo que pese a que es un gran opositor a la diplomacia de Bolsonaro no ve por qué debe haber limitaciones externas para visitar Moscú. «Sería cauteloso en condenar el viaje apenas porque dicen que hay inminencia de una guerra, alarmismo o de condenar el viaje porque el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, llamó al canciller Carlos França».
La situación de Brasil también tiene el agregado de que ostenta el status de aliado extra-OTAN de Estados Unidos. La agenda de adquisición de elementos bélicos rusos por parte de Brasil estuvo presente y por eso viajó el ministro de Defensa, general retirado Walter Braga Neto -favorito a ser el candidato a vice de Bolsonaro-, además del canciller Carlos França.
El rechazo al presidente está muy encima del 60% en Brasil y quienes lo defienden no alcanzan al 25%. La evaluación del trabajo de Bolsonaro difiere entre el electorado católico y el evangélico. Para el 61% de los católicos es muy malo o pésimo, pero es bueno u óptimo para el 41% de los evangélicos.
Bannon y la ultraderecha
Bannon respaldó a Bolsonaro en las elecciones de 2018 en Brasil y también se reunió con Eduardo ese año. Después de su conversación, Eduardo anunció su intención y la de Bannon de «unir fuerzas, especialmente contra el marxismo cultural». Bolsonaro y sus hijos apoyaron abiertamente a Trump para que ganara la reelección, sintiendo que una victoria de Biden aislaría y restringiría al gobierno brasileño por su manejo descuidado de la deforestación amazónica, entre otros temas.
Bannon, que patrocinó las visitas de los Bolsonaro a Estados Unidos, está dispuesto a ayudar a convertir al Brasil en el nuevo campo de batalla del Make America Great Again (MAGA). El “cibersimposio” organizado en Dakota del Sur por el empresario trumpista y director ejecutivo de MyPillow, Mike Lindell, puso su mirada en Brasil y las elecciones presidenciales de 2022, partiendo de la premisa de que los comicios presidenciales estadounidenses del año pasado fueron robados a Trump.
Álvaro Verzi recuerda que tres años atrás Bannon visitó varios países de Europa en un intento de unir una red transnacional de ultranacionalistas de derecha. Ian Buruma señalaba en Project Syndicate que “Bannon ve este esfuerzo como parte de una ‘guerra’ entre el populismo y ‘el partido de Davos’, entre la ‘gente real’ blanca, cristiana y patriótica (en palabras de su partidario británico, Nigel Farage) y las élites globalistas cosmopolitas”.
Sintiéndose ganador, en aquel momento dijo: “Estamos abiertos a los negocios … Somos una ONG nacionalista y populista, y somos globales». Bannon intentó juntar a varios ultraderechistas. Se reunió con los españoles de la ultraderechista Vox, con la francesa Marine Le Pen, el viceprimer ministro italiano Matteo Salvini y el fascista primer ministro húngaro Viktor Orbán, pero el llamado Movimiento de Bannon tuvo poco impacto en la política europea, posiblemente porque en realidad no sabe mucho sobre cómo funciona el mundo.
Thomas Traumann, en Veja, dijo que Bannon aparece como el vínculo entre la «versión tropical del trumpismo» de Bolsonaro y la paranoia insurreccional actual que se ha apoderado de los verdaderos creyentes de Trump. Es poco probable que Bannon pueda guiar a Bolsonaro a la victoria, pero la victoria legítima probablemente no sea el punto.
La búsqueda principal de Bannon es el agravio, la victoria es simplemente un feliz accidente, añadió Andre Pagliarini, profesor de historia moderna de América Latina en Dartmouth College
Desde Rusia con amor
En un ambiente de cercanía, Bolsonaro lanzó: nos solidarizamos con Rusia, pero no precisó en qué, y podría –sostiene Folha de Sao Paulo– “interpretarse (en Washington) como apoyo al Kremlin, en momentos en que Rusia está inmersa en una de las mayores crisis de seguridad desde el fin de la guerra fría”.
La ultraderecha brasileña asegura que Bolsonaro contribuyó con su viaje al retiro de las tropas rusas. Bolsonaro evitó la guerra, proclamó en las redes sociales Luciano Hang, ex ministro y empresario, al tiempo que Ricardo Salles, otro ex ministro, lo propuso para el Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos de disuasión que empezaron cuando su avión entró en el espacio aéreo ruso y –según Barbara Destefani, investigada en Brasil por difundir noticias falsas– llamó a Putin para decirle: olvídate de la guerra, Vladimir.
Sin embargo, el comunicado conjunto de la reunión presidencial, sin mencionar para nada a Ucrania, contiene un párrafo en el cual ambos coinciden en que es necesario resolver los conflictos por medios pacíficos y diplomáticos, con base en las normas del derecho internacional, incluida la Carta de la ONU, lo cual se corresponde con la tradicional diplomacia brasileña y no con la posición del presidente.
Todo el aparato de propaganda estuvo a su servicio. En su comunicado, Bolsonaro volvió a insinuar que fue decisivo para el destensado de la frontera entre Rusia y Ucrania, esto porque, “coincidencia o no”, el anuncio de la desmovilización de las tropas rusas coincidió con el vuelo de la delegación brasileña a Rusia.
Mientras los funcionarios rusos se burlaban y preguntaban qué pasó con el día apocalíptico previsto por Washington para el 16 de febrero, la narrativa de que Bolsonaro era un emisario de la paz fue tratada como una broma incluso entre sus seguidores en Brasil.
El comunicado conjunto ratificó el respaldo ruso a la candidatura de Brasil para ocupar un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU que se está reformando.
Los rusos expresaron que Brasil es un importante socio estratégico de Rusia en América Latina y subrayaron que el diálogo entre las dependencias de política exterior y de defensa de ambos países contribuirá a fortalecer la seguridad y la estabilidad en la región.
Según fuentes diplomáticas brasileñas, el punto más alto es la confirmación de la venta de una fábrica de fertilizantes de Petrobras, estatal brasileña de petróleo, ubicada en Mato Grosso do Sul, al grupo privado ruso Acron, ya que Rusia es el principal proveedor de fertilizantes para el agronegocio brasileño. El 62% de lo que Rusia le vende a Brasil son fertilizantes.
En 2019 Putin fue recibido por Bolsonaro en Brasilia como parte de la cumbre de los Brics, grupo que perdió fuerza luego de que el Gobierno de Trump lograra cierto alejamiento político de India y Brasil del grupo que también integran Rusia, China y Sudáfrica.
Y en su visita a Hungría, Bolsonaro llamó al fascista Orbán «hermano» y dijo que tenía afinidad con el húngaro «prácticamente en todos los aspectos». Ambos pronunciaron discursos en defensa de la «familia». “Considero a su país como nuestro pequeño gran hermano. Pequeño si tenemos en cuenta nuestra extensión territorial y grande por los valores que pueden ser cuatro palabras: Dios, patria, familia y libertad”, dijo el brasileño.
Juraima Almeida es investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.