Tras la caída de sus condenas, el expresidente brasileño se transformó otra vez en protagonista indiscutido de los destinos de su país. El tablero político comienza a reacomodarse.
Jair Bolsonaro tuvo bastante tiempo para aprovecharse de su condición de único líder político con chances reales en las próximas presidenciales y andar por el país en modo campaña. Ahora tendrá que compartir la atención. La rueda de prensa que Lula da Silva, con sus derechos políticos recién recuperados, dio el miércoles 10 en el Sindicato de los Metalúrgicos en São Bernardo do Campo tuvo amplia repercusión e impacto político. La edición de ese día del Jornal Nacional de la Globo –otrora principal portavoz de la Lava Jato– dedicó varios minutos a reproducir las palabras del ex presidente. En su discurso, Lula le pegó fuerte al ex capitán: «Este país no tiene gobierno, este país no tiene ministro de Salud, este país no tiene ministro de Economía, este país tiene un fanfarrón como presidente». Llamó a «no seguir ninguna decisión imbécil del presidente de la república o del ministro de Salud» y en tono entre conciliador y mesiánico afirmó: «No tengan miedo de mí. Yo soy radical porque quiero ir a la raíz de los problemas de este país y porque quiero ayudar a construir un mundo más justo». Su exposición tuvo varias guiñadas a empresarios e inversionistas y a políticos de centro y centroderecha.
Para Marta Arretche, profesora titular del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Sao Paulo, el de Lula fue «un gran reestreno» en la vida política: «Se colocó en el tablero muy rápidamente como una alternativa, señaló una agenda y esa agenda, aunque moderada, tiene relación con el bienestar de la población, el combate a la pandemia, la recuperación de la economía, con traer “comida y cerveza” a la mesa de los brasileños». Arretche afirmó a Brecha que, con el regreso de Lula, «pasa a existir una oposición real en Brasil». Sin embargo, cree que las condicionantes judiciales todavía existentes sobre el futuro político del líder petista hacen ese regreso «muy inestable», ya que su potencial candidatura «continuará siendo objeto de disputa política».
Hacia adentro
En el Partido de los Trabajadores (PT) la noticia de la anulación de las condenas de Lula por el Supremo Tribunal Federal provocó una reanimación general. Se la ve como una victoria lograda tras cinco largos años de batallas jurídicas, políticas y de narrativas. Para Vitor Quarenta, miembro de la dirección nacional del partido, tener a Lula como candidato «no es tan sólo sumar una pieza importante al tablero, es cambiar el tablero, es una figura que modifica toda la correlación de fuerzas». Valter Pomar, que también integra el directorio petista, dijo a Brecha que con Lula en escena «la lucha política en Brasil vuelve a polarizarse entre izquierda y derecha, y ya no entre derecha gourmet y derecha bolsonarista, como ocurrió en las elecciones municipales de 2020, en las de los presidentes de las cámaras parlamentarias y hasta en el propio debate sobre la política sanitaria, que parecía restringirse a João Doria versus Bolsonaro».
Según todas las fuentes, en la interna del partido hay consenso respecto a la candidatura presidencial de Lula. Él mismo dijo esta semana que no declinará esa posibilidad si está bien de salud y cuenta con el apoyo del PT y sus aliados. En este sentido, según O Estado de São Paulo, el Partido Socialismo y Libertad, que en 2018 presentó la candidatura a la presidencia de Guilherme Boulos, ya discute internamente la posibilidad de apoyar a Lula en 2022. Boulos dijo a Folha de São Paulo que «continúa trabajando para una mesa de unidad y de salvación nacional, para que la izquierda llegue unida a 2022 y derrote a Bolsonaro».
Con el líder del Partido Democrático Laborista (PDT), Ciro Gomes, la alianza parece bastante más lejana. Desde el PDT se afirma que no es momento de hacer campaña. También el propio Lula dijo este miércoles, en entrevista con CNN, que su prioridad ahora es ayudar a «salvar vidas y salvar a mi país». Pero en seguida pidió al presidente estadounidense Joe Biden que convocara una reunión urgente del G-20 para agilizar la distribución de vacunas. Queriendo o no, este posicionamiento ya lo coloca en la carrera a las urnas.
Desde la vereda de enfrente
Bolsonaro sintió el golpe. Cuatro horas después del discurso de Lula hizo una ceremonia para firmar una ley que facilita la compra de vacunas y sorprendió al público al usar un tapabocas. También ese día, su hijo Flavio Bolsonaro pidió a sus seguidores en su canal oficial de Telegram que viralizaran una imagen de su padre con la frase «Nuestra arma es la vacuna», acompañada del mensaje «Vacunas para generar empleos». Dos días después, los bolsonaristas generaron polémica al difundir una imagen de Zé Gotinha (mascota creada en 1986 para incentivar la vacunación contra la poliomielitis y símbolo del Programa Nacional de Inmunizaciones) que sostiene una vacuna con forma de fusil.
El presidente se enfrenta a un constante aumento del rechazo a su gobierno en las encuestas. Según la última de Datafolha, divulgada este martes, este alcanza al 44 por ciento de la población. Un 56 por ciento, en tanto, cree que Bolsonaro es incapaz de conducir el país. «Al caer en la opinión pública a esta velocidad, Bolsonaro, si quiere mantenerse competitivo, va a tener que pasar por una especie de mutación de sí mismo», dice Arretche, porque «su estrategia y su narrativa del combate a la pandemia hacen agua por todos lados y pueden dejar de ser creíbles para el gran público». Sin embargo, la politóloga cree que el presidente optará por un camino a lo Trump: «Si se ve muy amenazado, puede reavivar una estrategia que ya venía anunciando: que si el voto no es impreso, la próxima elección será un fraude».
Mientras tanto, el centrão, que continúa aliado al mandatario y le permite evitar cualquier intento de juicio político, ha dado recientemente algunas señales de estar perdiendo la paciencia. En especial, reclama cambios en la gestión de la salud y un mayor protagonismo en el gobierno, lo que se vio reflejado esta semana en la tercera dimisión consecutiva en la cúspide del Ministerio de Salud. La llegada a la titularidad de esa cartera de Marcelo Queiroga, cercano a Flavio Bolsonaro, en lugar de la candidata propuesta por el centrão –cuya presión derrumbó al anterior ministro–, augura nuevos enfrentamientos.
La amenaza
Apenas conocida la noticia del retorno al ruedo de Lula, diversos líderes políticos y analistas de los grandes medios lamentaron la caída del país en manos de la «polarización» y los extremos. Es el argumento estrella de una derecha tradicional en busca de recuperarse de la avalancha bolsonarista, que también a ella se la llevó puesta. Las principales figuras del Partido de la Social Democracia Brasileña insistieron en estos días con que Brasil necesita una «tercera vía». El gobernador de Río Grande del Sur y presidenciable Eduardo Leite dijo que «hay que acabar con los extremos antes de que los extremos acaben con el país», y su par paulista João Doria se mostró bastante más moderado que en el pasado al decir que «la polarización favorece a los extremistas que destruyen el país». Doria, hoy enfrentado a Bolsonaro, ya había llamado a Lula mentiroso, sinvergüenza y facineroso.
André Singer, reconocido cientista político y ex portavoz de Lula, dijo en entrevista a la revista Quatro Cinco Um que la idea de que haya dos extremos en enfrentamiento es «completamente equivocada»: «Polarización es cuando algunos van hacia un extremo y los demás hacia el otro. En el caso brasileño no está ocurriendo eso ni ocurrió en ningún momento. Existe un solo sector que se fue hacia el extremo, la derecha». Singer definió a Lula como un conciliador, «sobre todo después de que llegó al gobierno». «Lula no dejó de ser un conciliador en ningún momento, incluso durante toda esta última etapa», puntualizó. Arretche, por su parte, cree que existen problemas peores que una eventual polarización: «El principal problema para la izquierda de cara al 2022 es el tamaño del electorado y de las fuerzas políticas que rechazan a Lula, al punto de aplicar estrategias antidemocráticas para eliminarlo de la vida política».